domingo, 25 de septiembre de 2011

Diablo, carne y mundo


Enrique Arias Valencia

Son muchos los filósofos que reconocen que una de las labores más importantes de la filosofía consiste en desentrañar la relación que hay entre Dios, el mundo y el alma. Por ejemplo, en las Meditaciones metafísicas René Descartes (1596-1650) trató de probar la existencia de estas tres sustancias. Más tarde, Immanuel Kant (1724-1804) en su proyecto crítico de la razón pura llegó a la conclusión de que Dios, alma y mundo, son Ideas de la razón que no tienen una referencia objetiva, en vista de que no podemos conocer los objetos de dichas Ideas, pero que de todas formas, éstas regulan el universo moral del hombre. Por otro lado, esta relación tripartita la argumenta el matemático, abogado, historiador y miembro del Trinity College de Cambridge Walter William Rouse Ball (1850-1925) como la relación entre Dios, la Naturaleza y el Hombre:

“He leído en alguna parte que la filosofía se ha preocupado principalmente de las relaciones entre Dios, la Naturaleza y el Hombre. Los primeros filósofos griegos se ocuparon principalmente de las relaciones entre Dios y la Naturaleza, y trataron el asunto del hombre por separado. La iglesia cristiana estaba tan absorta en la relación de Dios con el hombre que descuidó del todo a la naturaleza. Por último, los filósofos modernos se ocupan principalmente de las relaciones entre el Hombre y la Naturaleza. Si esto es una generalización histórica correcta de los puntos de vista que sucesivamente han prevalecido no me importa discutirlo aquí”. (1)

Es así que siguiendo a los filósofos modernos el ateísmo niega que el hombre tenga relación alguna con Dios, pues no se puede tener relación alguna con lo no-existente. En más de un sentido, el ateísmo estándar tiene razón. Dios es un término gastado, cuya ancianidad lo llevó a la muerte en el siglo XIX. A pesar de todo, un esteta irracionalista como lo soy yo no puede darse el lujo de despachar sin más la relación con lo así llamado divino. Lo divino, aún con Dios muerto, es materia de reflexión para el esteta. De hecho, se podría decir que lo divino es el único tema de reflexión del esteta, pues, ¿acaso no es el arte único e indiviso, divino en su naturaleza? Para intentar paliar esta situación y quizá provocar un malentendido, en este ensayo propongo que la relación “Dios, Naturaleza, Hombre” sea replanteada como una relación “Diablo, carne y mundo”. La frase la he tomado en préstamo al final de la Redondilla más célebre de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), trascendiendo el papel de género que en tal poema cumple dicho octasílabo final.(2) Así, elevo a carácter metafísico la expresión “Diablo, carne y mundo”, y por lo tanto, ésta ahora señala lo que la filosofía entiende por las relaciones entre Dios, el alma y el mundo.

¿Quién es el Diablo, para los fines de este ensayo? Como forma estética, el Diablo es personaje galán de gran dignidad. ¿Podemos entrar en relación con él? Indudablemente. Así, por ejemplo, si mal no recuerdo, el sábado 21 de agosto, durante un recital en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte pude escuchar la célebre serenata del Fausto de Gounod en la voz del bajo Charles Oppenheim, en el papel de Mefistófeles. Han de saber que una de las primeras cosas que me desilusionaron del cristianismo fue advertir que en los Evangelios Jesús jamás se ríe. En cambio, Mefistófeles lanza unas colosales carcajadas en el momento de esta serenata. El Diablo galán, figura estética, es tempestad e impulso de vida, obra y palabra. Si su acto es intempestivo, la aparente contrariedad puede hacernos reír. Lo divino es trascendencia. Si dicha trascendencia se presenta como una carcajada, luego es obra del Diablo. Diablo, es pues el aspecto de lo divino si nos hace reír.

Charles Oppenheim

¿Qué es ahora el alma tras cuatrocientos años de ciencia, sino un montón de despojos del Universo, unidos tan sólo por una ilusión? Tras la labor Darwin, Freud y los neurocientíficos actuales, la supuesta simplicidad del alma se ha hecho añicos. Pero aún tenemos la carne. ¿Qué es la carne? La carne es la residencia de las pasiones, su alojo e inmanencia. Si lo divino es trascendente y eterno, luego la carne se le opone con su inmanencia, con su finitud. Gracias a la carne entramos en contacto con las pasiones del Diablo. La carne nos permite gozar con los sentidos y aún con los frutos de la razón. Carne es pues, la digna acción del muy estético Diablo galán en nuestro propio ser.

El domingo 21 de agosto de 2011 he asistido a un espectáculo titulado “Diablo, carne y mundo” en el que el grupo La Dexima Mvsa nos transportó a la época barroca y rindió homenaje a sor Juana Inés de la Cruz en la Sala Manuel M. Ponce. La obra se abrió con “Dicen que de Inés” de José Marín (1619-1699) a cargo de las sopranos Lourdes Ambriz y Gabriela Miranda, y los instrumentistas Abel Maní en la viola da Gamba, Víctor Hugo Peñaloza en la guitarra barroca, y Karina Peña en el clavecín. Por su parte, entre otros números, la actriz Elia Domenzain, vestida como sor Juana recitó “Hombres necios que acusáis”. A continuación, las dos primeras estrofas:

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Elia Domenzain también leyó un fragmento de la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, aquella misiva con la que sor Juana intentó defender su amor al saber en una época en la que el mundo era dominado por varones imbéciles. La suerte de sor Juana es un atisbo de que, a pesar de los esfuerzos del muy estético Diablo Galán, no todo es gozo en este mundo, e incluso las huestes angélicas, hoy huérfanas de Dios, están siempre dispuestas a interferir entre los humanos para impedir el triunfo del placer. Es por eso que este mundo no llega a ser completamente feliz, a pesar de la ayuda del Diablo y de la carne.

Un ángel nos amenaza. (3)

¿Qué es el mundo? El mundo es el escenario del desgarramiento de la voluntad en dos entidades: una es el alegre impulso del Diablo, la otra es el adusto gesto del ángel que no desea que esa felicidad se consume. Los jinetes del Apocalipsis son enviados desde el Cielo: guerra, hambre, peste y muerte. A diario, esos cuatro tíos bajan a la Tierra a hacer de las suyas. ¡Y hay ateos que se atreven a decir en una sorprendente mezcla de ingenuidad y desfachatez que el Apocalipsis es una profecía falsa! ¿Es este mundo feliz? ¡Ni el Diablo, supuesto padre de la mentira, creería eso! El Diablo galán se ríe de la afirmación: “Éste es un mundo feliz”. En realidad, los cuatro jinetes del Apocalipsis son sólo una muy optimista muestra de lo que los Cielos son capaces de hacer con tal de impedir la consumación de la diabólica alegría del mundo y de la carne. Hay por tanto en el Cielo toda una caballeriza atestada de pesares, lista para mandarnos sus huestes a la menor provocación: desde un dolor de muelas hasta una amarga decepción de amor. He experimentado varios dolores en este mundo. He visto a varios de mis semejantes sucumbir a dolores mayores que los míos. Aunque los ateos lo nieguen, a diario he visto el bravo galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis en los cuatro rumbos del mundo. A pesar de que es muy cierto que Dios no existe, no puedes relajarte y disfrutar de la vida. ¿Cómo escapar de este horror?

Hace mucho tiempo, mi padre me contó la leyenda de la Mulata de Córdoba. Hubo, pues, en tiempos del Virreinato, una hermosa Mulata que vivía en el puerto de Córdoba, Veracruz. La Mulata era deseada por todos los hombres que la veían, pero ella rechazaba todos los galanteos. Algún necio envidioso, harto de los desdenes de la Mulata, la denunció ante la Inquisición, con la acusación de que despreciaba a sus pretendientes porque era amante del Diablo. La Mulata fue aprendida, y confinada en un calabozo. Ahí entabló amistad con el guardia, quien como los demás hombres, quedó prendado de su belleza. Una noche la mulata le pidió a su carcelero una tiza. El hombre le llevó el encargo, y la chica comenzó a dibujar un barco en la pared. Ante los asombrados ojos del celador, la Mulata abordó el bajel dibujado, y escapó en él. El guardia se volvió loco.

He seguido las tres presentaciones del grupo de Solistas Ensamble del INBA, el cual, en el marco de las Fiestas Patrias nos obsequió una tertulia musical integrada por fragmentos de ópera mexicana. El miércoles 14 de septiembre de 2011 en el Salón de Recepciones del MUNAL, el miércoles 21 de septiembre en el patio principal del Palacio del Arzobispado, y el viernes 23 de septiembre en el Recinto de Homenaje a Benito Juárez en Palacio Nacional. Uno de los números musicales consistió en la bella escena de La Mulata de Córdoba, en la partitura del compositor José Pablo Moncayo (1912-1958) con libreto del poeta Xavier Villaurrutia (1903-1950) y el dramaturgo Agustín Lazo (1896-1971), interpretada por Lydia Rendón en el papel de la Mulata Soledad, Gerardo Reynoso como Anselmo, encarnando al Inquisidor a Emilio Carsi, el coro masculino del ensamble como los monjes, acompañados al piano por Eric Fernández, todos bajo la dirección de Xavier Ribes. No puedo dejar de apuntar que la voz de Gerardo Reynoso es un hermoso regalo para el corazón.
Amor, amor divino
que en ardoroso anhelo
nos transportas unidos
a las bodas del Cielo.(4)
La versión de Moncayo difiere de la que me contó mi padre, pues incluye una trama más elaborada. Hace poco le he pedido a papá que me contara la historia de la Mulata otra vez. Lo hizo, pero en su ancianidad, rendido a la razón, mi padre añadió al final: “Según mi parecer, la Mulata tuvo amores con el guardia y éste la dejó escapar”. En cierta forma, las palabras de mi padre son un incómodo epitafio de las ideas del atardecer de la filosofía: Dios, el alma y el mundo.

¿Acaso soy un eco del ocaso? Y sin embargo, mi alma es la de la Mulata de Córdoba, quien ante los horrores del mundo, no duda en trazar un velero con la imaginación, y al amparo de sus velas hinchadas atracar en el reino del arte divino, y huir así de las falsas acusaciones de la muy Santa Inquisición.

Post scriptum

El viernes 23 de septiembre del presente tuve el honor de asistir a la interesantísima Conferencia Magistral “Schelling-Kierkegaard: la génesis de la angustia contemporánea”, dada por el doctor Fernando Pérez-Borbujo. La tesis principal de Pérez-Borbujo es que Schelling es el primer existencialista, y que Kierkegaard le calcó varias ideas, siendo, por tanto el danés no el primero, sino el segundo existencialista. Al final, durante la ronda de preguntas, el filósofo Jorge Juanes tomó la palabra, para, entre otras cosas, señalar que según su parecer, el problema con Schelling es que éste restauró el asunto de Dios, ya superado, y lo reinsertó como problema filosófico. No me considero capaz de siquiera esbozar la sabrosa discusión, pues mi intención más bien, consistirá en sostener que, desde mi punto de vista, Jorge Juanes se equivoca en el punto que señalé. El asunto de Dios, como problema filosófico no está de ninguna manera agotado, y tengo que reconocer la pésima manera en que yo mismo lo he tratado en este ensayo que ahora el lector tiene enfrente.



De hecho, este tanteo tuvo ya en mi blog una salida en falso, pues me parece que no faltará aquel que crea que “Diablo” se refiere al espíritu malvado, opositor de Dios. Si Dios no existe, tampoco existe el Diablo. Lo he rehabilitado como instinto estético, y nada más. Si me he decidido publicar mi reflexión, es porque finalmente me he dado cuenta de que refleja varias de mis intenciones en filosofía, sea sobre todo, estética.

***
NOTAS

  1. Tomado de: René Descartes (1596 – 1650) en A Short Account of the History of Mathematics (4th edition, 1908) by W. W. Rouse Ball. (La traducción es mía, con ayuda del traductor de Google).
  2. El cual reza completo: “juntáis Diablo, carne y mundo”.
  3. Templo de San Francisco El Grande, México. Ese día fue el 2° concierto de la 2° temporada de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez. Foto cortesía de MC.
  4. He transcrito el poema de oído. No conozco su forma, si bien sé que se trata de un heptasílabo. Las palabras las recita Anselmo, con réplica inmediata de Soledad. El dueto es hermoso en la poesía y las voces.

jueves, 15 de septiembre de 2011

domingo, 4 de septiembre de 2011

Acústica y danza de la chacona



Enrique Arias Valencia

1974. Quiosco de Tlaquepaque, en el estado mexicano de Jalisco. El niñito que aparece en las escaleras soy yo. Tenía tres años. Algunos minutos más tarde, el quiosco fue ocupado por un mariachi, un grupo musical originado en Jalisco y que en la actualidad se destaca por la brillantez de las trompetas, la estridencia de los violines, la claridad de las guitarras y guitarrones, el aire tradicional de la vihuela y la hombría de las voces. Quizá se originó en el siglo XVIII. El mariachi es uno de los más importantes símbolos nacionales, por lo que desde 1930 no se limita a tocar música de su comarca, sino que incorpora en su catálogo rancheras, corridos, huapangos, sones jarochos y valses, es decir, música de todas las regiones de México.

Quizá fue la primera vez que escuché música viva. ¿Qué puede sentir un niño cuando escucha por primera vez instrumentos y voces en vivo? Sólo puedo hablar a partir de mi experiencia: el aire del mediodía, la alegría de la vida que comienza, las promesas de la naturaleza siempre inocente, y la persuasión del ritmo. Entonces no lo sabía, pero esa fue la primera vez que fui poseído por el espíritu de Dioniso, y al son de la música, me despojé de toda mi ropa. Un bebé de tres años puede hacerlo con mayor libertad que un adulto, y así, entregarse al disfrute del esplendor de la vida en medio del marco perfecto de una danza improvisada conducida por un son.

Fue así que antes de que me hablaran de la doctrina de Jesús en el catecismo, antes de que me hablasen de moral laica en la escuela, participé de una danza extática en la que tuve una experiencia de primera mano de la metafísica del artista primigenio, con el instinto de lo dionisíaco.

Dicen que genio y figura, hasta la sepultura. Si bien no soy un genio, mi talante espiritual siempre ha tendido a la pasión y el arrebato. Por eso, cuando muchos años más tarde me dirigí hacia la filosofía para intentar poner en orden mis ideas estéticas, no fueron ni Santo Tomás, ni Spinoza, ni Leibniz ni Kant, ni Hegel quienes me persuadieron a seguir sus pasos. En cambio, desde la primera vez que leí a Nietzsche, fue la llamada deslumbrante de su broncínea voz la que me habló directamente al oído, como un viejo amigo, al que de nuevo veía después de que, siendo niños, bailamos juntos en un quiosco.

Decía líneas arriba que el mariachi nació en el Occidente de México, concretamente en Jalisco. Sin embargo, entre su repertorio se encuentran algunas muestras del son jarocho. El son jarocho es hijo de la lujuria del trópico. Mar, sol y melodía lo constituyen. Ahora bien, hay algunos musicólogos quienes, recientemente han forjado una sorprendente teoría que sostiene que la chacona de la música manierista y barroca es originaria del México Virreinal. De hecho, chacona sería una deformación de la expresión “son jarocho” o “choque”. La chacona original era un baile tan persuasivo que llegó a ser prohibido por la inquisición: se bailaba con un choque de caderas.

La chacona llegó a Europa, y en manos de hombres como Dietrich Buxtehude (1637-1707) se convirtió en una muy elegante y recatada danza lenta, con metro de 3/4, en la que el tema se repite cíclicamente en la parte del bajo, y sobre dicho tema se construyen una serie de variaciones. Todavía hoy mucha música indígena y mestiza mexicana recurre a este patrón repetitivo. Buxtehude y los barrocos europeos enriquecieron la chacona mexicana con una gran destreza contrapuntística. En 1937, cautivado por los alardes contrapuntísticos de la Chacona para órgano en mi menor, BuxWV 160 de Buxtehude, el compositor mexicano Carlos Chávez, (1899-1974) se entregó con entusiasmo de escribir una magnífica transcripción para orquesta sinfónica.

Este sábado 3 de septiembre de 2011, en el foro al aire libre de la Casa del Lago Juan José Arreola, del Bosque de Chapultepec, la Orquesta Filarmónica de la UNAM, bajo la dirección del maestro Rodrigo Macías hemos disfrutado de un concierto en el que una de las piezas que escuchamos fue la Chacona para órgano en mi menor, BuxWV 160 de Buxtehude, en la orquestación choncha del compositor mexicano Carlos Chávez. Si bien esta obra es de una solemne espiritualidad en extremo arrebatadora, he sonreído más de una vez al deleitarme con el insistente despliegue contrapuntístico del tema, como si él y yo fuésemos viejos conocidos, cómplices del quebranto de la austeridad.

Quizá aquella tarde de 1974, lo que los mariachis tocaron en el quiosco de Tlaquepaque fuese un son jarocho, que según hemos visto, tal vez es el abuelo de la chacona. De cualquier forma, seducido por el ritmo, un anónimo bebé dio muestras de que entendía perfectamente el lenguaje secreto de la música. Ninguna otra cosa importante hizo desde entonces, sólo saber responder con pasión a las invitaciones de la pasión.

En el mundo ordinario se le dice sí a lo que sí es, y se le dice no a lo que no es. ¿Puse en orden mis ideas estéticas? Sí y no, porque la labor del filósofo no consiste en quedarse en la seguridad de lo ordinario, sino en atreverse a desnudar el alma, y desnudo, caminar perpetuamente asombrado por las más diversas regiones del mundo, y de vez en cuando, ofrecer al prójimo una visión nueva: no es la razón la que se encuentra al final para darnos la respuesta a nuestras más grandes interrogantes, la respuesta palpita anhelante en la más oscura comarca de nuestro corazón, aguardando pacientemente para aflorar en forma de danza, poesía y música.