Enrique Arias Valencia
“Si admitimos, como luego se verá, que el laicismo es un principio indisociable de un sistema político verdaderamente democrático, resulta sorprendente que multitud de gentes, y a veces muy cultivadas, ignoren realmente su esencia y sus consecuencias”.
Gonzalo Puente Ojea
Sean tres candidatos: A, B y C. El candidato A es odiado por los seguidores de los candidatos B y C. Por su parte, el candidato B es detestado por los partidarios de los candidatos A y C. Y por supuesto, el candidato C es defenestrado por los incondicionales de los candidatos A y B.
Ahora, supongamos que un 40 % de los votantes es férvido seguidor del candidato A. La encarnizada oposición se encuentra dividida entre un 30 % para B y un 30 % para C. En este caso, A será ganador a pesar de que el 60 % de los electores le son adversos.
En 1972 Kenneth J. Arrow compartió el premio Nobel de economía porque demostró que todos los procesos en los que haya que elegir de entre tres o más opciones contienen siempre agazapada la paradoja de la elección. La lindura recibe el nombre de teorema de imposibilidad, y ha sido descubierta varias veces a lo largo de la historia. El marqués de Condorcet la desenmascaró a finales del siglo XVIII, motivo por el cual los franceses le llaman el efecto Condorcet. Dicen los entendidos que en el siglo XIX el famoso lógico y escritor Lewis Carroll la redescubrió. En 1940 el economista Duncan Black se encontró con ella cuando escribía una colosal obra dedicada a los acuerdos por medio de comités.
¿Qué tan monstruosa es la paradoja? Con un poco de muy mal intencionado ingenio podemos reemplazar a los candidatos A, B, y C por las siguientes propuestas legislativas:
1. creacionismo en las escuelas públicas.
2. darwinismo en las escuelas públicas.
3. irracionalismo en las escuelas públicas.
Y podremos constatar con qué facilidad y sin recurrir a la ilegalidad bien sabría el partido en el poder dirigir a su antojo la decisión de una cámara sin más que determinar qué par de iniciativas deberán elegirse en primera instancia. Por supuesto, yo me inclinaría por el punto 3, y que el Diablo se lleve a Darwin y al Creacionismo.
Una deliciosa solución a la paradoja que se ha propuesto consiste en elegir por sorteo un dictador, que tome una solución que resuelva el problema… al azar, digamos. La monarquía constitucional cuenta con este sistema, pues el rey, revestido de poderes prudentemente confinados, bien puede romper el cerco en cuestiones extremas, solucionando los puntos muertos que aparecerán siempre en la muy deficiente e irracional democracia.
¿Es el laicismo un principio indisociable de la democracia? No tanto como lo es la irracionalidad no transitiva. En fin, por lo anterior queda demostrado que la democracia tiene una ineludible raíz irracional, y tratar de hacerla pasar por otra cosa sólo es querer darnos gato por liebre, y no llamaré a elecciones a los racionalistas para que me desmientan.
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