sábado, 15 de septiembre de 2007

Viva México, my country

I'm mexican. My nickname when I was a little boy was "Cachito". I admire you, Wenarto. Therefore, Is this song interpreted by your beautiful voice only a coincidence?

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Soy mexicano. Mi apodo cuando era un niño era "Cachito". Le admiro, Wenarto. Por lo tanto, ¿es esta canción interpretada por su maravillosa voz solamente una coincidencia?

Text by: Enrique Arias Valencia, mexican philosopher
Singer: Wenarto, the best artist if YouTube

miércoles, 21 de marzo de 2007

Mahler y Nietzsche, una sutil combinación

Enrique Arias Valencia

“La dicha ansía profunda eternidad”.
Nietzsche

El sábado 17 de Marzo de 2007 en la Sala Silvestre Revueltas a las seis de la tarde, minutos más, minutos menos, tuve el raro privilegio de escuchar la Tercera sinfonía de Gustav Mahler, obra que considero la mejor sinfonía compuesta en toda la historia de la humanidad porque incluye un poema del Zaratustra de Nietzsche, filósofo a quien considero el mejor pensador de toda la historia de la humanidad. Y es así que a Nietzsche lo considero el mejor filósofo porque forma parte de esta sinfonía y a ésta la considero la mejor sinfonía porque incluye a Nietzsche. Pongamos a los actores de este maravilloso acontecimiento. Carla López-Speziale, mezzosoprano, Schola Cantorum, Coro Femenino de Marina, Coro Femenino Pro Música México, todos bajo la batuta de Enrique Barrios. La de Mahler se trata de una colosal composición que parece hacer referencia a la Gran Cadena del Ser. Lo que sigue a continuación es una reflexión sobre las sensaciones que me provoca cada movimiento de esta sinfonía en particular. El primer movimiento es un conjuro que me hace pensar que en la blanca flama de la dignidad inmaculada forjaré el carácter de mi corazón sangrante. Es la llegada del más violento de los estíos. A continuación, los capullos del campo tratan de plasmarnos uno de esos paisajes románticos que continúan con la ascensión en la escala de los seres. Por eso, los animales suceden a las plantas en el tercer movimiento. Y entonces llegamos al movimiento del hombre. En el corazón del hombre late una contradicción. Ora contento, ora triste con aquello que lo había puesto contento. No cabe duda de que el hombre es una paradoja. Por eso resulta muy apropiado reflexionar sobre ciertos aspectos paradójicos del ser humano. Hay una mística mexicana que escribió algunas de las más brillantes páginas del arrebato y el éxtasis. Así tenemos que Concepción Cabrera de Armida nos dice:

“Hoy me duele el corazón y el brazo izquierdo hasta exteriormente, consecuencia de lo que hay por dentro. Me parece que tengo por dentro un volcán sin respiradero, una máquina de vapor con válvula, un horno sin tiro, y me dan ganas de poderlo romper para desahogarlo… El consuelo en estos momentos, o en esta situación, es la comunicación con el Señor, la oración, las jaculatorias, las penitencias, pero estas cosas, al mismo tiempo, Padre mío, son combustible que hace crecer el fuego”.


No deja de ser sorprendente esta frase de la apasionada Concha, quien se queja de llevar fuego en el alma, pero que no puede darle salida; porque cuando es a Dios a quien se ama, ¿cómo poder saciar ese amor? Uno de los aspectos más terrible de la condición humana es que a veces planeamos dedicarnos a las más grandes misiones, pero la vida nos conduce por un sinfín de frustraciones, y no podemos exteriorizar toda lo poesía de nuestro genio creador. Ésa es la tragedia del hombre, en palabras de Anaïs Nin: “Tengo la fuerza de un caballo atrapada en un caracol”. Ésta es la razón de que sólo podamos esperar la redención por el amor. Y lo que nos dice el amor llega con el esplendor y la gloria de los timbales, que presiden el Finale de una sinfonía que sólo puede entregarnos una guía para vivir mejor la vida que nos ha tocado vivir. Por eso la alegría desea la eternidad, porque cuando estamos alegres pareciera que compartimos el esplendor de la eternidad. Y sin embargo, bien sabemos que la profundidad de la noche apunta a una eternidad sin nosotros. Por eso es que debemos hacernos como niños para entrar en el reino de los Cielos, pues la inocencia infantil nos regresa al Dios que nos ha abandonado en este valle de lágrimas. La más alegre de todas las sabidurías consiste entonces en saber ansiar la eternidad de la dicha, de la mano de un Dios que sólo puede ser entendido como amor.

viernes, 2 de marzo de 2007

El efluvio de lo ridículo

El efluvio de lo ridículo

Enrique Arias Valencia

Los músicos son terriblemente irrazonables. Siempre quieren que uno sea totalmente mudo en el preciso momento que uno desea ser completamente sordo.
Oscar Wilde

Cuando la célebre soprano se levantó antes de tiempo para prepararse a cantar en medio del quinto movimiento de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler, el trance bochornoso no pasó a mayores, pues su interpretación vocal sí se presentó en el momento adecuado. También pude advertir que a uno de los miembros del coro se le cayó la partitura a un lugar inalcanzable, con el correspondiente ruidito. Todo esto sucedió el pasado sábado 24 de febrero de 2007, en la Sala Silvestre revueltas, del Centro Cultural Ollin Yoliztli. No obstante, hay algo más sobre el papel del ridículo en la Segunda sinfonía de Mahler. Y éste es el motivo para reflexionar en torno al ridículo en esta nota.
Nosotros los posmodernos ya estamos acostumbrados a los desvaríos melódicos de la hoy rapada Britney Spears; pero los oídos del siglo XIX no estaban listos para las sinfonías de Mahler, y en su tiempo éstas fueron catalogadas como “inejecutables”. Entre otras cosas, debió resultar atroz la representación de una marcha militar en medio de una sinfonía. La vulgaridad y su hermano de leche, el ridículo, tienen un papel preponderante en el exaltadísimo quinto movimiento de la Segunda sinfonía. ¡Una marcha militar para levantar a los muertos de sus tumbas! Pues el tema de esta obra es la resurrección. No dejó de parecerme risible que los miembros del Coro de la Secretaría de Marina ostentaban sus bien plantados uniformes, mientras las notas paródicas del buen Gustav contrastaban con la supuesta solemnidad del acto.
Por cierto que los expertos saben que el primero que se atrevió a incluir una marcha militar en el final de una sinfonía vocal fue maese Beethoven, ni más ni menos que en su archiconocida Novena sinfonía. Pero en este nuevo milenio, tan neoliberal, tan poco artístico, parece que somos insensibles a las bromas de los grandes compositores.
Punto y aparte merece el primer Scherzo de la obra. Tengo unos amigos, muy entendidos de la lengua italiana, quienes han tenido la gentileza de traducirme Scherzo como una suerte de broma muy especial, aguda, profunda. Las maderas y los bronces de esta pieza son una celebración de la ironía de lo ridículo. Y conste que el último movimiento se abre con un In tempo des Scherzos”, que es tanto como decir que la ironía aún está por comenzar. Y al son de la fanfarria metafísica, la soprano de turno se levanta antes de tiempo. Nada que lamentar.

miércoles, 28 de febrero de 2007

Resurrección redentora

Resurrección redentora
Enrique Arias Valencia

“Mi tiempo aún está por llegar”.
Mahler

La Sociedad Coral Cantus Hominum acaba de participar en la ejecución de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler en la Sala Silvestre Revueltas; lo cual me invita a reflexionar sobre este compositor, pues escribir sobre Gustav Mahler es remitirme a uno de mis ídolos de juventud, aquellos en quienes creí cuando parecía que las verdades eran ciertas, y el mundo tenía pinta de ser un hogar mejor. Dicen los entendidos que Mahler compuso sus sinfonías como si fuesen una sola obra. Además, a Mahler le gustaba componer con base en un programa, si bien él mismo eliminó después cualquier referencia programática en sus sinfonías. También estaba interesado en la filosofía. De modo que quizá con estos elementos pueda hacer algunos apuntes sobre Mahler.
A veces me gusta jugar con los elementos nietzscheanos de El nacimiento de la tragedia. Así, si Apolo es pensamiento, entonces Dionisos es intuición. Y como no podemos pensar sin palabras, por consiguiente Apolo es palabra. La música es la mayor intuición. Y en vista de que a Dionisos le agrada la mayor intuición, en consecuencia, a Dionisos le gusta la música en grado sumo. Es así que la reunión de la palabra de Apolo y la música de Dionisos en esta sinfonía será por parte de un coro que aparecerá en el quinto movimiento.

Primer movimiento
“Yo moriré para vivir”.
Gustav Mahler

Resulta que el Titán de la Primera sinfonía ha muerto. Por lo tanto, el primer movimiento de la Segunda sinfonía es un Allegro moderato estructurado en una colosal forma sonata descubierta en ritmo de marcha. Mahler comentó sobre este movimiento: “¿Qué es la vida? y ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna continuación para nosotros? ¿Es esto un puro sueño o esta vida y esta muerte tienen un significado? Y nos vemos forzados a contestar a estas preguntas si queremos seguir viviendo”. Y sin embargo, no quisiera contestar a estas preguntas, pues me deleito más en la esencia de su enigma que en el supuesto esplendor de su respuesta. No dejo de recomendar el trémolo de violines y violas que sirve de base para uno de los temas fúnebres más colosales que violonchelos y contrabajos hayan ejecutado jamás.

Segundo movimiento
Sigue un Andante moderato que fue una de mis piezas favoritas en mi juventud. De hecho, el comentario de Mahler para este movimiento es que se trata de “Un momento de la vida de la persona desaparecida y un recuerdo de su juventud y su perdida inocencia”. Recuerdo el papel de la flauta en este Rondó y variaciones. La música parece una llamada a preguntar ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Tercer movimiento
Y entonces los timbales nos conducen a un Scherzo basado en la canción de Mahler “San Antonio de Padua predica a los peces”: una de las más deliciosas melodías con aire judío que hace que le dé gracias a Dios por haberme dado oídos. Las maderas se encargan de llevar la voz cantante en esta composición sinuosa. Mahler introdujo un contraste: tres llamadas de los metales parecen interrumpir la melodía de vez en cuando.

Cuarto movimiento
El cuarto movimiento, a cargo de una contralto, se llama “Luz prístina” y es una traslación literal de una canción de un libro de poemas cuyo título es El cuerno mágico del doncel o algo así. Mahler estaba muy interesado en esos versos, frutos deliciosos de la tradición popular, y musicalizó varios de ellos. De hecho, el “San Antonio” del Scherzo anterior también había sido puesto en voz por Mahler, pero en esta Segunda sinfonía prefirió transcribirlo para orquesta.

Quinto movimiento
“El amor de Dios en el hombre es Dios”.
Pedro Ruiz de Alcaraz (s. XVI)

¿Qué estarás haciendo el Día del Juicio Final? Ésa es la pregunta. Llegamos así al más metafísico de todos los movimientos de esta sinfonía. Los contrabajos preceden a una grandiosa explosión que le pone punto final al mundo tal y como lo conocemos. En palabras de Mahler: “Retumban los truenos, el final de todas las cosas vivas se avecina, el juicio final está sobre nosotros y todo el terror de ese Día entre los días nos atenaza”. Mahler se atreve a escribir la partitura que ejecutarán las trompetas del Apocalipsis. No contento con eso, toma prestado el Dies irae de la Edad Media para que intervenga en esta composición. Un ruiseñor solitario, representado por la flauta entona un postrer responsorio con las trompetas del Juicio Final. Y de pronto, un coro en un dulce pianissimo hace su aparición, y entonces sucede lo más maravilloso que músico alguno haya escrito jamás: la resurrección anunciada por Mahler es una tierna caricia de un Dios clemente y compasivo. Si Dios admitiese sugerencias para el día del Juicio Final, nada me gustaría más que atendiera a las palabras de Mahler sobre la resurrección de los muertos: “Un coro de santos y bienaventurados se escucha quedamente: «resucita, sí, resucitarás»; ¡aparece la Gloria de Dios! Una luz maravillosa llena nuestros corazones, todo está ya bendito. Y, atención, no hay Juicio, no hay pecadores, no hay justos –no hay grandes ni humildes–, no hay castigos ni recompensas. Un glorioso sentido del amor nos invade con el conocimiento de sabernos salvados”. En lugar de una resurrección apocalíptica presidida por gritos descomunales, Mahler imagina a los muertos levantarse de sus tumbas al amparo de una melodía que casi parece un arrullo: una serena canción de cuna que el coro entona con matices de inocente disonancia y cambios de ritmo de gran valor expresionista. Poco después, la contralto nos exhorta a recuperar la fe. Y el coro interviene de nuevo para festejar en pleno una salvación musical. Mahler lo ha logrado: ha compuesto una sinfonía que supera a la Novena de Beethoven por su valor redentor universal. Que Dios nos ame con toda la capacidad de un Dios personal. Que Dios nos perdone con toda la fuerza de su misericordia, y que Dios nos guíe con todo su poder paternal. Ése es mi mayor deseo para el Día del Juicio Final.

sábado, 24 de febrero de 2007

Segunda Sinfonía de Mahler

Segunda Sinfonía de Mahler

Enrique Arias Valencia

"Deja de temblar, prepárate a vivir".
Klopstock


La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, la soprano Conchita Julián, la mezzosoprano Ana Caridad Acosta, la Sociedad Coral Cantus Hominum, el Coro de la Secretaría de Marina, todos bajo la batuta de Enrique Barrios, en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli han participado en la ejecución de una de las sinfonías más maravillosas que existen, al menos en opinión de quien esto escribe.
Tuve oportunidad de asistir al concierto del sábado 24 de Febrero de 2007 en el cual se presentó la Segunda sinfonía en do menor, Resurrección de Gustav Mahler, una obra que estimo por su mensaje que en definitiva dice: “Sal a vivir”.
Estuve acompañado por mi hermano y un amigo, aunque distribuidos en la sala pude reconocer a muchas otras entrañables amistades. La obra está llena de efectos especiales, como la dotación de una fanfarria que toca fuera de la sala, para que se escuche en la distancia. También los aficionados podemos jugar a reconocer los temas que influyeron a Mahler durante la composición de esta obra. Es así que el trémolo del primer movimiento recuerda la quinta vacía con la que comienza la Novena sinfonía de Beethoven, trémolo que tomará Wagner para la obertura de El holandés errante.
Por lo tanto, Mahler es el heredero del posromanticismo. De hecho, el primer movimiento, una colosal forma sonata que dura más de media hora, es sin lugar a dudas, una grandiosa desintegración de la forma sinfónica.
El segundo movimiento deleita por los timbres precisos de los instrumentos, pues en medio de la gigantesca orquesta, el arpa y sus amigos destacan cada vez que actúan, por lo tanto, la densidad del sonido no devora a los protagonistas.
La enorme ironía del tercer movimiento marca una sinuosa melodía cuyo ritmo se entresaca con la participación de las percusiones.
La mezzosoprano del cuarto movimiento nos prepara para la experiencia de la fe.
Y entonces llegamos a los Scherzos del último movimiento. Los metales, las fanfarrias en la lejanía, el desesperado canto de la flauta y la llegada del juicio final nos convocan a una llamada vocal de un coro etéreo que surca el espacio hasta la Gloria de Dios. La resurrección que plantea Mahler es para todos: es una salvación universal, fruto del amor de Dios. Y eso es el fortissimo del finale. Enhorabuena para la humanidad.

jueves, 22 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (4/4)

Enrique Arias Valencia

“La amistad no pide nada a cambio, excepto un poco de mantenimiento”.
Georges Brassens

Los afectos son un tema sustancial en los seres humanos. Hoy sabemos que los sentimientos nos permiten tomar decisiones. El asunto de los sentimientos es tan fundamental que nos cuesta llegar a la médula. Es un tema que camina entre lo psicológico y lo filosófico. Por eso son importantes los amigos, porque ellos nos ayudan a descubrir mejor nuestros sentimientos.

También por eso la amistad se basa en el contacto, pues así es como podemos conocernos. Como seres humanos, nos damos cuenta de que nos falta algo. Al descubrir que somos incompletos, buscamos el reconocimiento y el cariño de los demás. Aquel que responde a nuestro llamado, entregándonos su consideración, tiempo y respeto, bien podrá convertirse en nuestro amigo.

Cuando un amigo comparte con nosotros un estado de ánimo, enriquece nuestra alma con un nuevo punto de vista: quizá nosotros no podíamos ver un asunto con toda claridad. Él nos enseña una nueva perspectiva. Y así también nosotros buscaremos enriquecer la vida de nuestros amigos con puntos de vista, abrazos, sonrisas y palabras de aliento.
Nadie crece solo, el lenguaje lo aprendemos de nuestros padres, y las charlas de sobremesa las aprendemos a disfrutar con los amigos. Por eso la amistad florece en medio de palabras y se cultiva con gestos cordiales. Su fruto es la trascendencia: sabemos que hay un mañana porque tenemos buenos amigos.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (3/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta.
Ralph Waldo Emerson

Parafraseando a Aristóteles, bien podríamos decir que un amigo es un feliz encuentro entre dos cuerpos y una sola alma. Es decir, un amigo es alguien que nos entiende, a veces incluso más que nosotros mismos, por es eso un amigo es un encuentro que nos regocija.

¿Qué tipos de comunicación son importantes en una relación de amistad? La amistad es una fantástica mezcla de lealtad y sinceridad. Es por eso que un amigo nos espera sin cansancio. Un amigo sabe cuándo ha llegado la hora de preguntar: “¿Quieres que platiquemos?”

Un amigo nos enseña a disfrutar más de las cosas buenas de la vida, nos puede ayudar a no tomarnos tan en serio nuestros problemas, y también nos tiende la mano en momentos verdaderamente difíciles. Digamos, como dice el refrán que “Los verdaderos amigos son como la sangre acude a la herida sin necesidad de llamarlos”.

¿Cómo sabemos que estamos siendo buenos amigos? Los verdaderos amigos son un diamante bastante raro. Comparten con nosotros nuestras sonrisas y carcajadas, y con ello nos exhortan a que tengamos éxito, y nos enseñan que las palabras del corazón pueden compartirse en todo momento.

La confianza y la sinceridad son las semillas de una gran amistad. Si un amigo se preocupa por nosotros, compartirá tanto nuestros problemas como nuestros logros. El amigo más grande es aquel que sabe que no somos perfectos, pero que sí somos perfectibles. Un amigo experimenta como propios los sentimientos de su amigo, ya sean tristezas, ya alegrías. Por eso, dicen que Pitágoras estaba convencido de que la amistad es una igualdad armónica.

martes, 20 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (2/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

“En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”.
Proverbios 17:17

La amistad y el tiempo van de la mano. Nos sorprenden con su movimiento, y nos dan una lección con su juego de relaciones.

Confiar en el porvenir es un aspecto en el cual nuestra mente se muestra más abierta. Imaginar el futuro de nada sirve, sino para que nos sorprendamos con su caprichoso desarrollo. Nos cambiamos a un barrio que no conocíamos, entablamos amistad con los nuevos vecinos y un buen día nos aventuramos en el bosquecillo que rodea nuestra casa de los suburbios. Cuando le tomamos afecto a la casita, es tiempo de marcharnos porque las circunstancias así nos lo piden.

El espíritu tiene el poder de ayudarnos a admitir que el desapego no significa que el tomarle cariño a las cosas está mal, como tampoco está mal tener que abandonarlas si el destino nos lo exige. Pues hay amigos que sólo se ven una vez en la vida, pues sus sendas sólo se encontraron un instante.

También puede suceder que tengamos un amigo desde hace varios años, muy serio y correcto. El tipo jamás ha roto un plato, y un día nos dice que se ha casado con la primera tiple de un cabaret. Su acto nos sorprende y nos divierte. No sabemos que sucederá con nosotros y con nuestros amigos. La incertidumbre puede ser iluminada con la valentía del desapego y el buen humor de la esperanza.

Un amigo ensancha nuestro mundo de mil maneras preciosas. Nos hace ver cosas que permanecerían desconocidas para nuestros ojos, y es así como enriquece nuestros conocimientos. Por eso la escritora Anais Nin decía que “Cada amigo representa un mundo dentro de nosotros, un mundo que tal vez no habría nacido si no lo hubiéramos conocido”.

lunes, 19 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (1/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
Aristóteles

Según el diccionario, “La amistad es una relación afectiva entre dos o más personas, o entre personas y animales”.

Compartir una sonrisa es la semilla de una gran amistad. Compartir una lágrima es el sello de que esa amistad perdurará mucho tiempo.

Cuando el destino nos abre una puerta, nos entrega a un amigo para que crucemos esa senda hacia lo desconocido. Los amigos nos extienden su mano para que tomemos nuevo impulso, así también nosotros extendemos nuestras manos en señal de cordialidad y unión; pues idealmente, la amistad debe ser recíproca. Sin embargo, hay casos de deliciosas amistades desequilibradas, que sólo Dios sabe porqué funcionan. Después de todo, la amistad es dar sin exigir. Por eso también la amistad debe estar dispuesta a perdonar. No debemos olvidar que perdonarse a uno mismo es renacer y perdonar a los demás es una puerta hacia la paz. Para los momentos espinosos, lo mejor es contar con muchos amigos, pues siempre serán bienvenidas varias perspectivas.

Los amigos que nos critican en forma constructiva son maravillosos, porque nos ayudan a sacar provecho de nuestras grandes potencialidades. Por eso también son muy valiosos los aplausos de nuestros amigos, pues nos permiten reconocer nuestros mejores dones.

También puede suceder que por el momento no tengamos amigos. Si ése es el caso, quizá deberíamos tratar de hacer nuevas amistades. Después de todo, cada nuevo amigo nos invita a hacer una labor de descubrimiento, es como el Cristóbal Colón de nuestra alma. Por eso dice Miguel de Unamuno que: “Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da”. Y sin embargo, ¡cuántas cosas recibimos de nuestros amigos! Alegrías, penas, chistes, apoyo y mil situaciones más.

martes, 6 de febrero de 2007

Ensayo sobre la santidad

Enrique Arias Valencia

¿Existe Dios? Y de existir, ¿cómo será? ¿Será un Dios tan viejo como el del hinduismo o tan joven como el del cristianismo? ¿Acaso se tratará de un Dios personal o de un absoluto impersonal? ¿Quién puede saberlo?
Fue el inmortal Borges quien dijo que la teología es una rama de la literatura fantástica. Ahora me gustaría añadir que Dios es la mayor fantasía, mayor que la cual nada puede fantasearse.
Soy un ateo en busca de Dios, si bien a veces creo que Dios no existe; por eso supongo que la santidad en caso de existir, sería una característica humana. Es decir, pueden ser santos los humanos aunque no haya Dios.
¿Qué es la santidad? Es una manifestación de bondad que distigue a la persona que la practica. No deja de sorprenderme el estilo literario de Benedicto XVI, quien en su primera encíclica Deus caritas est nos deleita con la idea de un Dios que es amor. La encíclica incluye un tiempo para el buen humor, y su estilo ágil nos invita a profundizar en el aspecto amoroso de Dios.
“El epicúreo Gassendi, bromenado, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!» Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma”. (18)
Esta unión inseparable del cuerpo y del alma llamada hombre vive la dimensión completa del amor. Una obra de amor vale más que mil demostraciones de la existencia de Dios. De hecho, Jesús dice que seremos juzgados por lo que hagamos y no por lo que demostremos con argumentos. Por su parte, Benedicto XVI sostiene que:
“3. Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos”.(19)
Sólo desde el punto de vista biológico podemos considerar al corazón como una bomba sanguínea. Desde un punto de vista más humano, el corazón es la fuente del amor.
Benedico XVI nos enseña así que hay, en general, tres tipos de amor: erótico, filial y agápico. Cada uno con una dimensión propia, y sin embargo, están comunicados. Por eso, si bien el Nuevo Testamento nunca emplea la palabra eros, Benedicto XVI nos conduce a un encuentro con el eros de Dios, el cual está unido con el agapé en una perfecta armonía.
Debido a que Dios nos hizo, él sabe qué es lo que necesitamos. Sabe que tenemos un cuerpo y un alma, unidos en nuestra condición humana. Por eso Dios nos amó primero en forma erótica y agápica, es decir, en forma plena. Cuando el hombre es capaz de sentir el amor de Dios, el mundo entero se transforma. Y el amor de Dios es fruto de la gracia y el hombre dispuesto puede siempre recibir el amor de Dios, en cuerpo y alma, por completo.

“10. El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona”. (20)

En el párrafo anterior Benedicto XVI nos muestra la perla del cristianismo: el perdón. ¿Qué es el perdón? Al margen de la Encíclica del papa, quisiera apuntar que perdonarse a uno mismo es un maravilloso renacimiento; perdonar a los demás es una puerta hacia la paz. Perdonar significa reconocer con amor los límites y defectos de la condición humana. Es así que quien perdona, ama, y quien ama, comparte. Y sin embargo, perdonar no es permitir un abuso, porque el perdón promueve el amor y no el sufrimiento.
Benedicto XVI demuestra un profundo respeto por las tradiciones precristianas y en lo que estas tienen de acertado sabe reconocer la semilla de verdad que contienen:
“Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre —aquello por lo que el hombre vive— era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor”. (21)
Muy bien: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”; ¿y cuál es el trato? Porque si hay amor hay una relación; ¿o no? ¿Y cuál es la actitud de Dios? Un silencio angustioso. Por eso, en un mundo tan neoliberal siempre me asalta esta pregunta: ¿Está Dios de más? Yo lo echo de menos. ¡Qué quieren que haga! Mi vicio es no creer en Dios, y sin embargo extrañarlo como a un amante muerto.
Es así que la santidad, en caso de existir es un asunto humano, y nada más, pero también, nada menos. Y en vista de que los seres humanos tenemos defectos y limitaciones, por lo tanto la santidad que yo anuncio es una santidad con defectos y limitaciones.
El saber de los sentidos no es todo el saber; eso podemos sentirlo. El conocimiento racional no agota el conocimiento. Eso podemos argumentarlo. Sólo el amor puede darnos una dimensión más amplia, más humana, más rica, más plena.
Amar es decidirse a ver las cosas desde una óptica nueva. ¿Qué importa si la realidad está constituida por átomos, quarks, supercuerdas, Apolo o Dionisos? El amor trasciende todas estas dimensiones, si bien puede perdonarlas. Después de todo, un conocimiento bien empleado podría salvarnos la vida. Pensemos en los triunfos de la medicina. Por eso el Eclesiastés dice que “Todo tiene su tiempo”. Divertirnos con las supercuerdas es interesante, pero el asunto del amor es irresistible. Y el amor nos lleva al perdón y el perdón nos lleva al amor. Perdonar es ver con amor los límites y defectos de los demás y es una cordial invitación a identificar y enmendar nuestros propios errores.
Los místicos nos demuestran que Dios puede invitarnos a vivir un delirio de amor. Para ellos es muy clara esta expresión de Benedicto XVI: “Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento”. El místico nos hace ver que es posible vivir un amor pleno y perfecto, que trasciende los límites y defectos de lo humano.


18) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 8.
19) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 6
20) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 14.
21) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 17.

viernes, 2 de febrero de 2007

La experiencia de la alegría

Enrique Arias Valencia

La poesía más elevada es aquella que trata de los actos del hombre y nos descubre su contradicción. La tragedia nos habla del conflicto de la voluntad en su máxima y terrible manifestación, y siendo el hombre el lugar donde la voluntad se manifiesta con todo su horror y majestad, la tragedia es la obra donde se trata con poesía de la contradicción más intensa de la voluntad. La tragedia es la obra poética que habla del conflicto humano con la belleza de las palabras medidas.
No obstante, Beethoven recurrirá a una poesía ajena a la tragedia para culminar su Novena sinfonía. Tomará un himno de Schiller donde se exaltan la alegría y la fraternidad humanas. El himno A la alegría es un Trinkenlied, melodía para ser cantada mientras se escancia el vino durante un banquete. Una canción que nos redime del dolor de la vida y nos exhorta a una vida buena. Una vida buena acompañada por el vino tiene que ser una vida acompañada por un buen vino. Así lo señala Esteban Buch: “An die Freude se inscribe en una tradición de elogios a la alegría propia del siglo XVIII, marcada por la enunciación amistosa de las canciones báquicas, las Trinkenlieder. Schiller es de los primeros en asociar la alegría a un Weltgefühl, un «sentimiento del mundo»; la felicidad terrestre de la Humanidad desempeña en el texto un papel esencial”.15
Una vez que la sordera ha hecho presa de él, y tan pronto como ha aceptado su destino, Beethoven usará una divisa, “A la alegría por el sufrimiento”,16 frase que lo hermana con la tradición romántica que sabe ver el valor del sufrimiento, y que no lo rechaza, sino que lo asimila como parte del proceso que desemboca en la alegría. La alegría es un anhelo que muchos hombres comparten. Mientras más intenso sea nuestro anhelo, más intenso será nuestro dolor. Ante todo, debido a que todo anhelo brota como resultado de una carencia, y por lo tanto, de un dolor. Por eso, la calma transitoria de todos los anhelos, que se produce cuando el hombre se entrega a la contemplación de lo bello es por eso mismo, un elemento de redención. La serena mirada del Apolo del Belvedere es una invitación a entregarnos a lo bello: rendido al imperio de lo bello, el hombre apacigua sus anhelos y se abandona al placer estético, y por lo tanto, redime su dolor momentáneamente. Lo mismo hace por nosotros la música, porque nos invita a olvidar la falta de armonía que hay entre los hombres por medio de la armonía de las notas melódicas. La música, convertida en el lenguaje de la pasión, sin ser ella misma pasión, es el símbolo de una sociedad utópica en la que la emoción contribuye a la armonía de los hombres que conforman dicha sociedad. En el horizonte simbólico, la voz colectiva es inherente al coro báquico, y dicha congregación se expresa por medio de un himno A la alegría.
Schiller, en su himno A la alegría, retrata un ambiente equivalente al dionisiaco, pero expresado con el equilibrio de la forma apolínea de la métrica de la poesía:
“Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo,
ebrios de tu fuego, entramos,
¡Oh celestial!, en tu santuario.
Tus encantos unen de nuevo
lo que rigurosamente separó la sociedad,
todos los hombres se hermanan
allí donde se posa tu suave ala”.17
Estos son algunos de los versos de Schiller que Beethoven toma para componer la parte vocal del finale de su Novena sinfonía. Miremos los cuatro primeros versos de este himno. En los dos del comienzo, la belleza es reconocida como alegría que procede de un mundo superior, el primer resplandor de Apolo. En los dos siguientes, se afirma que la manera de entrar a la residencia de la alegría es la embriaguez, el carácter de Dioniso. En el principio, están pues, la música y Beethoven, así como la poesía de Schiller; y el maridaje de estas artes afirma que lo verdadero es idéntico a lo divino, y lo divino es idéntico a la naturaleza, mensaje de la fuerza íntima presente en todo, y es en el arte donde se reúnen Apolo y Dioniso; arte que puede hacernos soportable la verdad terrible del fondo último de las cosas. La magia de la Alegría es el símbolo de la ascensión que es capaz de reunir aquello que la costumbre austera dividió pérfidamente. La Alegría es un estado del alma que en cálido abrazo fraterno se manifiesta en todos los seres humanos. Es producto de la ebriedad que incendia todas las divisiones, borra las fronteras entre los individuos.
El himno A la alegría de Schiller es una revelación que procede del mundo del ensueño y del deleite embriagador. La alegría honrada por la pluma del poeta es la preciosa hija de los más luminosos dioses, señores del mundo. Y en tanto que los amigos lo compartan todo, quien se haga amigo de los dioses podrá disponer del mundo. En conclusión: “Ama y haz lo que quieras”; decía San Agustín.


15 Esteban Buch, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001, pág. 85.
16 Beethoven apud. Esteban Buch, op. cit., pág. 174.
17 Friedrich Schiller apud. Kurt Pahlen, La música sinfónica, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963, pág. 124.

jueves, 1 de febrero de 2007

Cantares de experiencia

Enrique Arias Valencia

Debido a su sordera, Beethoven se deprimía tanto, que llegó a pensar que su vida era un abismo. Y sin embargo, hay contados ejemplos de individuos que muestren un grado similar de implacable coraje humano. Pareciera que la opinión que uno tiene del mundo en general depende del carácter espiritual que preside su sentido de identidad social. Por eso, Beethoven no puede inmolarse sin abandonar aquello que considera su identidad como persona en la sociedad: su música es aquello por lo que vive, porque su música es lo que le permite “acometer grandes acciones” con las cuales puede expresar “los más tiernos sentimientos de bondad” hacia la humanidad. Y en el sentido en el que Beethoven desea legar una obra a sus semejantes, comparte con el dios Prometeo su afán creador. El espíritu prometeico es aquel que busca redimirse en su creación. Y considera la libertad de la voluntad como acción del hombre.
El Scherzo de la Novena retrata la energía del carácter que sabe que triunfará a pesar de que tiene que enfrentar a un poder inmenso. Después de tan febril actividad, la dulce melodía del tercer movimiento es una invitación a reflexionar sobre nuestras metas de madurez.

miércoles, 31 de enero de 2007

Estética de la alegría. Augurios de inocencia

Enrique Arias Valencia

Todos los artistas saben que la naturaleza es una idea que nace en el corazón del espíritu. Todos podemos ser atistas, y así conoceremos la esencia del espíritu, la cual es alegría. Y sin embargo, a veces podemos tener una experiencia que nos impida disfrutarla. La vida incluso puede tornarse amarga o desabrida.

A pesar de todo, siempre podemos reemprender la búsqueda de la alegría. Y siempre que dicha búsqueda alcance el corazón del espíritu, la naturaleza nos regalará su más bello fruto en forma de alegría. La alegría que brota de la experiencia es más brillante que aquella que vivimos sin contrastes. El precio de la alegría luminosa es la vida. Quizá conocer este secreto pueda alentarnos en algún momento de nuestra existencia. Vamos a poner un caso concreto. Cuando Beethoven era un joven pianista, era un frívolo músico que coqueteaba con la superficialidad y se conformaba con pequeños bocados de fama y alegría. No obstante, sucedió que tras una serie de problemas con su oído, Beethoven se quedó sordo. Y sin embargo, fue entonces cuando comenzó a escribir con tal pasión, que fue conocido como El Sordo de Bonn. Beethoven compuso su Novena sinfonía cuando su sordera era absoluta.

El primer movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven es un Allegro ma non troppo, un poco maestoso con un principio tenue, aunque muy pronto se decide por la tonalidad menor, que el filósofo Schopenhauer identifica con el dolor. Un espléndido relámpago, el primer tema, deberá enfrentarse con el destino. Por momentos, la partitura descubrirá la paz, pero sólo para señalar el contraste que la caracteriza: una voluntad que busca una satisfacción, una voluntad que ha vislumbrado la alegría al final de una lucha heroica. La lucha le ha enseñado a desdeñar toda felicidad mezquina, por eso sólo se satisfará con una alegría que reúna a todos los hombres en torno suyo. Y cuando la encuentre, querrá celebrarla con un himno que la corone.

lunes, 29 de enero de 2007

Requiem redentor

Enrique Arias Valencia
“El arte sobreviene para salvarnos de la verdad”.
Nietzsche

Es así que las grandes preguntas de la humanidad no tienen respuesta. Así, la pregunta del Salvador en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” nos dice que Jesús era verdadero Dios, pero también, verdadero hombre. Y como hombre, Jesús estaba desesperado en la cruz. Y su pregunta no obtiene respuesta. Al menos, no en ese momento.

Ningún hombre sabe qué sucede al morir. Soy un hombre, por lo tanto, no sé qué me sucederá al morir. Mozart murió en la juventud, tras concluir una colosal herencia musical que le dio el regalo de la inmortalidad. Las obras de Mozart son redentoras. El mejor Requiem es de Mozart. Por lo tanto, el mejor Requiem es redentor. Sobre este asunto de la muerte, Heráclito sostuvo que: “A los hombres les aguardan cuando mueran tales cosas que ni esperan ni imaginan”.

Rayo de Ira divina desvanece al hombre en un instante. ¿Qué es el hombre, y qué es Dios en vista de que en la Escritura se proclama que el hombre está hecho a su imagen? ¿Cómo conseguiríamos acercarnos a lo divino sin ser calcinados por su poder? Si fuéramos producto del azar y del error, entonces ¿qué serían el entendimiento y el amor? ¿Quién puede saberlo? ¿Quién puede afirmarlo? ¿Quién es Dios? Por todo esto, sin embargo, ¿no deberíamos, en cierta forma, sonreír frente a nuestros orígenes? Después de todo, ¿no es el mundo una invitación a ser feliz? Y si la vida no es eso, entonces, ¿qué es?

Inclinaos: Introitus. El Requiem de Mozart es una enorme reflexión sobre la muerte de un ser querido. La muerte es el acertijo principal que se nos plantea cuando venimos a este mundo. “¿Qué sigue?” Cito de memoria: decía Schopenhauer que si supiéramos qué sigue tras la muerte, ni la religión ni la filosofía existirían.

¿Qué es la verdad? ¿A qué se refiere Nietzsche cuando dice que el arte nos redime de la verdad? Planteemos primero que el arte es la expresión simbólica de los sentimientos ideales. La verdad a la que se refiere Nietzsche es la verdad filosófica, que provisionalmente podríamos proponer como una adecuación entre el pensamiento y la realidad, y con esto creo seguir al Estagirita. Es así que Nietzsche nos pone en guardia contra la realidad, y el arte se yergue soberano como un reino feliz de fantasía metafísica.

Ustedes conocen la historia mejor que yo. Mozart era un enamorado de los números capicúa, y así, en varias de sus obras dichos números juegan un papel importante. Como todo buen músico, Mozart creía en la redención por medio del arte. Una obra de Mozart cuyo número de catálogo es un número capicúa es el Requiem K 626 en re menor. Circula por ahí una historia muy romántica pero también muy equivocada que sostiene que Mozart compuso su Requiem pensando que era el suyo propio porque Salieri lo había envenenado. Incluso se afirma que no pudo terminar su obra porque lo sorprendió la muerte y tras muchos problemas, la tarea de concluir la partitura recayó en su alumno Franz Xaver Süsmayer. Sin embargo, tales historias son falsas. Para comenzar, Mozart ya había recurrido a Süsmayer para componer una obra, su ópera La clemencia de Tito, en 1791. Por lo tanto, Mozart ya sabía que contaba con Süsmayer para emprender su obra más ambiciosa. Tal obra es el Requiem en re menor. A Mozart le gustaba componer. Esta frase en apariencia insulsa, cobra relieve si recordamos que varias veces tuvo que hacerlo por la fuerza: un encargo de un príncipe y así nacía una nueva sinfonía del genio de Salzburgo.

El Requiem fue escrito por Mozart como una expresión de libertad. Toda obra fruto de la libertad trasciende las convenciones de la forma, por eso el Requiem trasciende todos los convencionalismos de las misas de difuntos. ¿Estamos en el punto de partida o hemos avanzado? Es así que a las seis de la tarde del sábado 27 de enero de 2007, teniendo como marco el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, el Coro Cantus Hominum nos recreó con el Requiem de Mozart. Las voces entrelazadas de bajos, barítonos, tenores, contraltos, mezzosopranos, sopranos y solistas son una prueba de que “El mundo es un entretejido de relaciones”, tal y como, en un contexto muy distinto señala Paul Davies.

Ahora bien, Mahler dijo que una vez, tras una función de La Walkiria, se puso a aplaudir hasta desollarse los dedos. Pues bien, cuando el Coro Cantus Hominum terminó su excelente interpretación del Requiem de Mozart yo aplaudí y grité entusiasmado hasta desgañitarme. Me gusta mucho escuchar música, porque la música es parte del arte redentor.

Redonda medalla Mozart. ¿Es redonda la medalla Mozart? No lo sé, desde mi lugar se veía muy pequeñita. Para un filósofo, lo más maravilloso y sorprendente de la medalla Mozart es que es. Heidegger nos cuestiona, nos lleva al límite de la pregunta: “¿Es el «ser» meramente una palabra de un significado evanescente o es el destino espiritual de Occidente?”

¿Inició el mundo con una gran explosión? Hay quien dice que para darle vida a este universo, Dios hizo estallar un fortissimo de poderío que formó las sustancias y encendió las estrellas.

Al paso de los tiempos, el mundo cayó en pecado, y hubo de necesitar un Salvador. ¿Qué es el mal? A decir verdad, el mal es un misterio. El filósofo se arriesga a equivocarse, y así, también pide perdón por sus pecados.

Salvador, Soter en griego, es el nombre de un Dios redentor. Cuando Jesús dijo: “Tengo también otras ovejas, que no son de este rebaño”; ¿quién puede afirmar ser parte de ese otro rebaño? Los ortodoxos no pueden afirmarlo, porque ellos conforman el rebaño estándar de Cristo. Ahora bien, si nosotros nos declaráramos como el otro rebaño de Cristo, es porque asumimos que no pertenecemos al rebaño ortodoxo. ¿Quién puede interpretar este pasaje, si parece que a quienes se refiere no pertenecen al rebaño ortodoxo? Si el otro rebaño al que se refiere Jesús no es ortodoxo, ¿no tiene derecho, por definición, el rebaño no-ortodoxo de interpretar la expresión de Cristo al margen de la ortodoxia? Y sin embargo, ¿no es la ortodoxia quien nos alecciona sobre la forma correcta de interpretar el Evangelio? No hay que dejar de advertir que si admitimos a la ortodoxia, entonces no formamos parte del otro rebaño de Cristo, sino del rebaño estándar, y entonces sigue siendo un misterio a quién se refiere Cristo cuando dice que tiene otras ovejas. Y no obstante lo anterior, sabemos que ambos rebaños al pertenecer a Cristo, comparten características comunes. Los dos rebaños reconocen los aspectos esenciales de la doctrina de Cristo, en especial el que se refiere al amor, pues en el amor está el elemento principal del cristianismo, el cual debe ser en consecuencia, el elemento que esté a la base del ecumenismo. ¿Cómo podría ser el otro rebaño de Cristo? Quizá, si al rebaño estándar le corresponde la ortodoxia, entonces al otro rebaño le corresponde la heterodoxia. Si al primero le corresponde la fe, al segundo le corresponden la duda y la fe. El primero enfatiza la certidumbre, el segundo, la ciencia. Hay un inevitable conflicto entre duda y certidumbre porque ambos se enfrentan en la arena del mundo. Es así que Bertrand Russell sostenía que “La filosofía es la tierra de nadie entre la religión y la ciencia”. Por consiguiente, éste es el camino de en medio de la filosofía. Quizá el otro rebaño de Cristo sea el de los filósofos que estamos buscando la Verdad sin saber qué es. De tal forma que sé que puedo contestar sin temor a equivocarme a la pregunta ¿existe Dios?; pero no puedo contestar a la pregunta sobre si creo o no en Dios. Es así que a la pregunta: “¿Existe Dios?” Contesto: “No lo sé”, y sé que no me equivoco al dar esa respuesta. Pero, a la segunda pregunta, no sé qué contestar.

Vida es lo que celebra la música. En el caso del Requiem de Mozart se celebra la vida del difunto. Vida que pasa, pero que nos deja a nosotros los vivos los gratos recuerdos de aquello que el hoy difunto compartió con sus queridos familiares y amigos.

Azar es la pseudónimo que Dios utiliza cuando no quiere firmar su obra. Fausto, siempre Fausto. En un banquete de filósofos, endrinas más, endrinas menos, lo mejor de la lógica aún está por venir. El error hace el trabajo sucio; el azar hace lo demás. Ambos son un par de eficientes trenzas del destino. Todo en esta vida no son más que enredos que nos sujetan con hilos firmes e invisibles. Y ya lo dijo el buen Heráclito: “Los hilos invisibles son más fuertes que los visibles”. Y según Heráclito también, ser y pensar se identifican en el devenir. En este orden de ideas de los bucles, y para hacer divertida esta vida nos dice Hofstadter que: “El fenómeno del «Bucle extraño» ocurre cada vez que, habiendo hecho hacia arriba (o hacia abajo) un movimiento a través de los niveles de un sistema jerárquico dado, nos encontramos inopinadamente de vuelta en el punto de partida”.1 Quisiera poner a vuestra consideración un nuevo ejemplo de un «Bucle extraño» de mi autoría. Procede del Post Scriptum de mi tesis de licenciatura, y dice a la letra: “Este argumento es wagneriano. Nada de lo que es wagneriano es beethoveniano. Todo lo que es beethoveniano es válido. Por lo tanto, este argumento no es válido. Y sin embargo, lo es”. ¿Jugará el azar algún papel en la música?

Lacrimosa. Los artistas forman una cofradía de iniciados. Leonardo Villeda es un hombre con gran capacidad de convocatoria artística. Un saludo para todos mis amigos del Coro, con quienes he compartido muchas melodías. Yo aquí, ustedes allá. Yo en el público, ustedes en el escenario: es así como más me gusta. De hecho, esta postura me recuerda la del observador que mira sin inmutarse los fenómenos del mundo. Soy un par de ojos llorosos que el universo usa para mirarse a sí mismo.

El director de música es un sacerdote que todavía oficia de espaldas al pueblo. En este caso el director fue Fernando Lozano. Todas las voces maravillosas. Todos los tiempos perfectos. La orquesta, un deleite incomparable. El Coro Cantus Hominum en su mejor momento. Lourdes Ambriz conmovedora. Encarnación Vázquez, sensacional. Leonardo Villeda, magnífico. Jesús Suaste, voz inconmensurable. La Orquesta Nueva Filarmónica de México, en su punto. Yo disfruté el concierto desde el tercer piso, en la última fila. En el público, Eduardo me acompañó en la función. No cabe duda que Pascal tiene razón cuando dice que “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.

¡Nace de nuevo! El misterio lo ha dicho por nosotros. La nada, hija de la voluntad ilimitada, el inocente trasfondo, origen y fin del mundo manifiesto. La inexistencia es el trasfondo indiferenciado, el núcleo del mundo, su aspecto más misterioso. Y no hay nada más misterioso que la nada. La inexistencia es la nada que constituye el mundo. Es la nada en la que todo flota y todo fluye: es la más pura esencia de las cosas. La nada es el vacío por excelencia. Y Dios hizo el mundo sacándolo de la nada.

¿Conforman los pensamientos a la realidad o la realidad conforma el pensamiento? ¿Son reales los pensamientos? ¿Es la realidad un pensamiento? ¿Qué es un pensamiento? ¿Qué es, si es que es algo, la realidad?

Interroguemos al Ser. Heidegger de nuevo, viejo amigo. Al final de pasar revista a todas la vanidades del mundo, el pensador se pregunta: “¿Para qué?, ¿Hacia dónde, ¿Y luego qué?” Y por supuesto, nosotros continuamos: ¿Y qué sigue?

Ahora bien, según el filósofo Friedrich Nietzsche Apolo es medida prudente. Tomemos a Apolo como la intuición que constituye el espacio. Es así que Apolo nos entrega tres dimensiones: largo, ancho y alto. Por lo tanto, en esta concepción Apolo es el señor del espacio. El mundo visible es el mundo como representación, determinado por el tiempo y el espacio, que son la condición que hace que aquello que es uno, aparezca como múltiple, ya sea en serie, ya sea de manera simultánea. El tiempo y el espacio son el principium individuationis. Apolo es un elemento estético que nos otorga el don de la medida, y aunque puede enojarse, su imagen siempre estará adornada por el nimbo de la belleza. La mesura es un elemento Apolíneo en el arte, un elemento que distingue a la tragedia.

Génesis
“Si el pensar es tu destino, adora ese destino con honores divinos y ofréndale lo mejor, lo más querido”.
Nietzsche

Allende Apolo, el siguiente elemento de El nacimiento de la tragedia es la verdad de Dionisos, la cual nos dice que el mundo es uno. Dionisos es el desenfreno de la danza, la muerte del sentido común. Con una enorme licencia poética, consideraremos cómo los pensamientos apolíneos de Einstein contrastan con las evidencias dionisiacas de Bohr.
La física clásica y la relatividad son una medida mesurada. La mecánica cuántica es desenfrenada: en el mundo cuántico nada es como parece, y la lógica clásica debe abandonarse cuando exploramos los caracteres de las partículas subatómicas.
Ésta es la razón de la afirmación de Einstein: “No creo que Dios juegue a los dados con el Universo”. Es así que la teoría general de la relatividad es apolínea, pues se trata de un edificio elegante y mesuradamente planeado. Mesura que contrasta con la frenética danza de las partículas del mundo cuántico, lo cual la convierte en una teoría dionisiaca.
No obstante, algo hay de herético en los planteamientos de Einstein. Es así que Einstein fue uno de los científicos que revolucionó nuestra visión del universo con su planteamiento del espacio y el tiempo que se resuelven en una sola unidad, socavando la física newtoniana que nos hablaba de un espacio y un tiempo separados y absolutos. Por eso, si queremos conocer a un apolíneo puro, debemos buscar a Newton. Y en medio de nosotros, Newton como un Dios.
Las leyes de la naturaleza son inviolables. Así por ejemplo tenemos el mandamiento “No viajarás a una velocidad mayor que la de la luz”, el cual cumplimos todos los mortales. Los automóviles son rápidos si alcanzan los 150 kilómetros por hora, pero la luz viaja a 300,000 kilómetros por segundo. Nadie que yo conozca puede viajar tan rápido como la luz.
Y sin embargo, gracias a la física, todos nosotros podríamos viajar a la velocidad de la luz. Y nosotros lo estamos haciendo. Para conseguirlo, añadamos el tiempo a las tres dimensiones apolíneas, entonces tendremos un espacio-tiempo de cuatro dimensiones: largo, ancho, alto y el tiempo.
“Einstein afirmó que cualquier objeto del universo está siempre viajando a través del espacio-tiempo a una velocidad fija —la de la luz—. Esta idea resulta extraña; estamos acostumbrados a pensar que los objetos viajan a velocidades considerablemente menores que la de la luz. Hemos puesto el énfasis repetidas veces en esto, considerándolo como la razón por la cual los efectos de la relatividad son tan desconocidos en la vida cotidiana. Todo esto es verdad. En este momento estamos hablando de la velocidad combinada de un objeto a través del conjunto de las cuatro dimensiones —tres dimensiones espaciales y una temporal— y precisamente en este sentido de generalización es donde la velocidad del objeto es igual a la velocidad de la luz”.2
Es así que si consideramos el tiempo como la cuarta dimensión, podemos viajar a la velocidad de la luz.
Apolo: teoría especial de la relatividad: espacio y tiempo son influidos por el movimiento del observador. Teoría general de la relatividad: espacio y tiempo se curvan debido a los efectos de la gravedad.
Mi alma es un nudo Giordano. En todos los cultos dionisiacos se buscaría la disolución del individuo. Las religiones apolíneas son clara afirmación de la conciencia. La coincidencia de los contrarios mostrada por la fusión de lo apolíneo con lo dionisiaco nos conduciría a una teoría sobre todo, una explicación completa del mundo físico.
¿Qué es una fuerza? Si, como dicen los físicos, hay cuatro fuerzas que actúan en la naturaleza, la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravedad, ¿cuál de estas fuerzas es la responsable de que pueda mover la mano para escribir una nota en mi cuaderno? ¿Cuál sería, en última la fuerza responsable de la energía calorífica que irradia una vela?
Hay una relación entre Nietzsche y la física. Entre sus numerosos aforismos, él recurre a un lenguaje que podemos equiparar con el de la física moderna. Veamos un ejemplo.
“¿Y sabéis qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré que mostrároslo en mi espejo? Este mundo: una inmensidad de fuerza, sin comienzo, sin fin, una magnitud fija y broncínea de fuerza que no se hace grande ni más pequeña, que no se consume, sino que sólo se transforma, de magnitud invariable en su totalidad, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin aumento, sin ganancias, circundado por la «nada» como por su límite [...]”3
Nietzsche dice que este mundo está regido por una sola fuerza, con lo cual se acerca a los físicos de nuestros días, con su teoría de la súper fuerza. El asunto es muy rico y merece más atención. Nietzsche identifica esta fuerza única con Dionisos y la voluntad de poder. Al mencionar que la fuerza no se consume, sino que sólo se transforma, Nietzsche hace eco de la famosa ley de la conservación de la energía.

Al Coro Cantus Hominum

Si me preguntan qué es la santidad, pienso en un primer momento en mis amigos Gaby y su esposo Jaime. Su amable trato es una muestra del triunfo discreto del cristianismo: una religión para todos los hombres, de todas las naciones y de todas las condiciones. Compartir el pan con ellos es signo auténtico de la mesa de la amistad con Jesucristo.
Si me preguntan cómo se percibe la santidad, pienso en Leonardo, pues su compromiso con el arte es un reflejo feliz de su compromiso con lo más valioso del trabajo del hombre y para con la belleza de la armonía y el concierto. Y así, si me preguntan por la simpatía de la santidad, pienso en Claudia, la esposa de Leonardo y aquellas tardes en el Café Carusso, de tan gratos recuerdos.
Si me preguntan si la santidad es valiente, yo contesto que sí, y acude a mi mente la valiente Mariana, a quien he visto sortear las tormentas de la vida con la inigualable firmeza de una arrojada madre. Y tengo también un saludo cordial para su esposo, Sergio.
Si me preguntan si podemos confiar en la santidad, pienso en el trabajo de Paty, siempre dispuesta a tratar con el cuidado del alma.
Si me preguntan si la santidad es honesta, la charla del organista Pepe es la respuesta. Siempre escucho la verdad en las conversaciones que con él sostengo, y él y su esposa son mis vecinos de jornada.
Por supuesto que recuerdo a los médicos que me asistieron cuando un rufián furtivo me asaltó, y así puedo dar cuenta de que la santidad alivia al cuerpo herido.
Si me preguntan por la santidad solidaria está Alejandro, quien tendió su mano amiga en momentos de quebranto. A él y a Carla un afable abrazo.
Si me preguntan si la santidad descubre al artista, ahí están Federico y Ade para alentarlo, con su escuela.
Por supuesto que me faltan muchos nombres por mencionar, pero mi memoria es mala, y además, tengo muchos vecinos santos, por lo tanto, sólo puedo añadir que si me preguntan cómo se escucha la santidad, la respuesta es: Cantus Hominum.
P.S.
Algunas personas quizá se hayan dado cuenta de que yo tengo cierto afán de contradictorio diablillo sentimental; sin embargo, quizá por eso mismo puedo percibir con mucha claridad el bien y dónde está.

Coda

A la memoria de la señora Polita Villeda
Primavera sin fin.
Ella está en cada nota que entonas.
Y también en cada silencio.
Estío.
Ella está en la cálida lluvia.
Y también está en la primera gota de rocío.
Otoño.
Ella está en las hojas que caen.
Y la luna se mueve entre las nubes.
Invierno.
Ella está en el aliento del viento.
Y también está en tu corazón.

1 Douglas Hofstadter, Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle, Barcelona, Tusquets editores, 2003, p. 12.
2 Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 81-82.
3 Friedrich Nietzsche, aforismo 1 067 de La voluntad de poder apud. Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 212.

viernes, 26 de enero de 2007

Wagner esoterista

Enrique Arias Valencia

“Todas mis obras proceden de la Novena Sinfonía de Beethoven”.
Wagner

Si el gigantesco drama musical El anillo de los Nibelungos es una advertencia, dicha amonestación consiste en descubrir que toda tragedia relata una trasgresión, y la vida es una tragedia, un sueño hecho realidad. Sin embargo, la realidad es aparente; no hay nada más cercano al mito que la realidad.

Wagner fue el mago musical de una cultura en dolorosa transición, y nos ofreció su experiencia. Dividida en cuatro óperas, como las cuatro fases del mundo en la cosmología hindú, la tragedia comienza con El oro del Rhin, un drama en música que recrea el principio del mundo, con una naturaleza inocente protagonizada por el áureo metal, haciendo eco de la “Edad de Oro” durante la cual el universo se inaugura, enmedio de los cantos de las ninfas del río más sagrado de Alemania. El mineral amarillo reposa cándido en el fondo de las aguas cristalinas, y cuatro hermosas sirenas celebran su brillo y esplendor gloriosos.

Para darle vida al Cosmos, Dios hizo estallar un fortissimo de poderío que formó las sustancias y encendió las estrellas. Una de ellas fue la madre de varios planetas, y en uno de ellos podemos descubrir, amparado por la oscuridad de una cueva, al más grotesco de los enanos.

Esta retorcida criatura va en busca del placer. Alguien le dijo cantando que las ninfas del río son los seres más hermosos; y así, el enano va a buscarlas. Pero las jóvenes se niegan a retozar con el feo personaje; el enano ofendido, decide vengarse robando el oro que yacía en el fondo del Rhin. Una vez en su poder, el metal le confiere al enano el dominio de lo sobrenatural; pero ha atentado contra la naturaleza, y el fondo del Rhin se sume en tinieblas al ser despojado de una de sus riquezas. Sin embargo, un arcoiris desplegado por los dioses, constituye una promesa de redención musical.

Una de las escenas más exaltadas y violentas del romanticismo es el momento cuando, enmedio de relámpagos se escucha el canto de ocho jóvenes diosas llamadas Walkirias, quienes montan los más briosos corceles en los que transportan las almas de valientes guerreros muertos en combate. Las trompetas y su familia de bronces retratan la cabalgata de las Walkirias hacia su montaña sagrada.

Durante la Edad de Plata, será Brunhilda quien intente restablecer el orden del Universo. Por eso, contra la ley de su padre, ella lleva en su corcel, en vez de un soldado muerto, una mujer desmayada.

En el seno de esta joven exánime ha sido concebido el Salvador prometido. Por su nobleza, La Walkiria es el andante de esta enorme sinfonía.

Sin embargo, el Dios Wotan, el padre de la divina Brunhilda, no sabe entender a su hija y castiga a la Walkiria sumiéndola en un profundo sueño enmedio de la alucinante melodía del “Encantamiento de fuego”.

El paso de las edades nos permite descubrir la escena que sigue, pues el “Idilio de Sigfrido” es la más encantadora y juguetona miniatura musical de Wagner. Por medio de un diálogo entre los violines, la flauta, la trompa y sus amigos, nos enteramos de que Sigfrido puede interpretar los murmullos de la naturaleza; el joven también puede conversar con las aves y un pajarillo le revela los secretos de la floresta. Guiado por su astucia, y con un beso, por supuesto, Sigfrido consigue despertar a Brunhilda de su letargo.

Sigfrido representa a la naturaleza más pura e inocente, el posible regreso de la felicidad y la armonía. El héroe y Brunhilda se enamoran, y una orquesta sinfónica celebra el acontecimiento con una fanfarria de los bosques. Ambos entonan una canción de amor sincero. Tiempo atrás, Sigfrido forjó una espada mágica para combatir el mal. Él era en realidad el hijo de aquella mujer desmayada salvada por Brunhilda. Sigfrido es el campeón prometido.

Es en este momento crucial cuando resuena la llamada deslumbrante de la inexorable ley de Murphy: “Si algo puede fallar, fallará” pues la Edad de Hierro ha llegado al universo, y El ocaso de los dioses es el drama que retrata al sueño postrero. El ritmo se ha desquiciado: Sigfrido es seducido por una astuta hechicera y su pecado es castigado con la muerte del héroe. “La marcha fúnebre de Sigfrido” retrata la expresión de horror que la civilización occidental manifestó al contemplar el profundo abismo hacia donde se había estado dirigiendo desde su primera marcha imperial. Entonces se desata un coro gigantesco para despedir al mundo.

Al final, el fuego danza libremente, recitando incontenible la música que sirve para purificar un mundo que reclama volver a la inocencia perdida. La enorme sesión de musicoterapia que en realidad es El anillo de los Nibelungos nos enseña que, poco después de la catástrofe, el juego tranquilo de las hijas del Rhin enmedio de las olas del río, durante la escena que cierra el ciclo, nos canta serenamente al oído: “Sólo es real la alegría, sólo tenemos la alegría que hemos dado a los demás”. Que así sea.

jueves, 25 de enero de 2007

Apolo y Dionisos, por siempre

Enrique Arias Valencia

Apolo es un vals lento; Dionisos es danza frenética. Pienso en el Vals triste de Sibelius cuando quiero mostrar lo que constituye la música apolínea. En cambio, los estruendosos acordes de la música para bailar a la moda nos hablan de lo que es una danza dionisiaca. Es así que encuentro elementos apolíneos en la teoría de la relatividad de Einstein y elementos dionisiacos en la mecánica cuántica. La teoría de las supercuerdas, al conjuntar lo apolíneo y lo dionisiaco sería una teoría trágica, es decir, una teoría completa. No obstante, quisiera conservar estos rasgos apolíneos y dionisiacos que aparecen en las teorías de la relatividad y de los cuantos. El universo como danza, pero no una danza de Shiva, sino como danzas enfrentadas: Apolo frente a Dionisos. Nuestro amigo Brian Greene nos muestra la conjunción de estos dos bailes contrariados en la presentación de la teoría de las supercuerdas:

“La teoría de cuerdas posee el potencial de mostrar que todos los sorprendentes sucesos que se producen en el universo —desde la frenética danza de esas partículas subatómicas llamadas quarks, hasta el majestuoso vals de las estrellas binarias en sus órbitas; desde la bola de fuego inicial del big bang, hasta los elegantes remolinos de las galaxias celestes— son reflejos de un gran principio físico, de una ecuación magistral”.14

Una cuerda es un cuerpo de una sola dimensión, el constituyente más elemental de la materia y de todo cuanto existe. La teoría de cuerdas, al conciliar a la apolínea relatividad general con la dionisiaca mecánica cuántica, es una suerte de drama satírico donde los opuestos se reconcilian tras su trágica lucha. En hora buena.
Las dimensiones superiores están en el interior. El interior está en el mundo de las supercuerdas. Por lo tanto, las dimensiones superiores están en el mundo de las supercuerdas.

14) Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 17.

martes, 23 de enero de 2007

¿Qué son las supercuerdas?

Enrique Arias Valencia

“Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra”.
El Kybalión

Según la teoría de las supercuerdas, toda la materia está formada por unos cuerpos unidimensionales, en forma de cuerda, algunas de ellas anilladas, y otras abiertas. La teoría de las supercuerdas pretende ser una explicación de todos los procesos de la naturaleza según la vibración de las cuerdas. Es así que los átomos, los electrones y los protones son en realidad cuerdas de energía vibrante.
De hecho, las cuatro fuerzas de la naturaleza también son manifestaciones de las supercuerdas: la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil, electromagnetismo y la gravedad son explicadas por esta audaz teoría del todo.

lunes, 22 de enero de 2007

Una bella geometría

Enrique Arias Valencia

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche se acerca a este género teatral como elemento estético y metafísico; esta obra es un trabajo en el que este todavía joven filósofo tomará muchas de sus nociones de los trabajos de Schopenhauer. Así, dado que Schopenhauer sostiene que el mundo puede considerarse de dos maneras distintas, como representación y como voluntad, Nietzsche tomará esta pareja y la identificará con Apolo (representación) y Dioniso (voluntad).

Apolo es la bella geometría que da personalidad al mundo de las apariencias. Es el instinto figurativo de la forma del mundo. El instinto figurativo de la forma del mundo es el señor del espacio. Por lo tanto, Apolo es el señor del espacio.

“La mayoría de las personas que estudian la relatividad general se queda cautivada por su elegancia estética. Al reemplazar la fría y mecánica visión del espacio, el tiempo y la gravedad que nos daba Newton, por una descripción dinámica y geométrica que incluye un espacio-tiempo curvo, Einstein incorporó la gravedad a la estructura básica del universo. La gravedad no se impone como una estructura adicional, sino que se convierte en una parte del universo al nivel más fundamental. Insuflar vida al espacio y al tiempo, permitiendo que se curven, alabeen y ondulen, da como resultado lo que comúnmente llamamos gravedad.”(12)

No hay que olvidar que Apolo es la bella convención que está ahí para que las cosas funcionen. ¿Por qué está Apolo engalanando el mundo como representación? Los físicos alegan de continuo que sus ecuaciones son estéticas. Apolo se parece a la continuada belleza expresada por los físicos del siglo XX, incluso en sus detalles más absurdos:

“La incorporación de elementos imaginarios en la teorías físicas es una de las prácticas que el físico profesional encuentra más difíciles de justificar. Por supuesto, si un concepto particular como el de la simetría isotópica del spin, convierte al modelo en un brillante éxito, entonces el físico puede responder simplemente: “¡Lo puse porque funciona!”(13)

Apolo es el triunfo del mundo como representación. Recordemos que según Nietzsche, la tragedia consta de dos elementos: Apolo y Dionisos. De éstos, Apolo, se muestra como el juicioso responsable del pimpollo del mundo del ensueño metafísico. Para Nietzsche, el mundo del sueño es prudente y mesurado, una expresión de alegre reposo necesario para vivir de acuerdo con el mundo de la luz, pues Apolo es un Dios de apariencias, y éstas sólo pueden revelarse bajo el hechizo de la luz.


12) Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, pp. 117-118.
13) Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 66.

domingo, 21 de enero de 2007

Invitación a la nada

Enrique Arias Valencia

Dionisos, voluntad ilimitada, el inocente trasfondo, origen y fin del mundo manifiesto. Dionisos es el trasfondo indiferenciado, el núcleo del mundo, su aspecto más misterioso. Y no hay nada más misterioso que la nada.
Dionisos es la nada que constituye el mundo. Es la nada en la que todo flota y todo fluye: es la más pura esencia de las cosas. Dionisos es el vacío por excelencia. Considerar el vacío como materia de estudio de la física es ya una realidad.

“El vacío es el milagroso cuerno de la abundancia de energía en la naturaleza. En principio no hay límite a la cantidad de energía que puede autogenerarse por la expansión inflacionaria. Es un resultado revolucionario en total desacuerdo con la vieja tradición secular de que «nada puede surgir de la nada», una creencia que data al menos de tiempos de Parménides, en el siglo V a. de C. La idea de una creación a partir de la nada pertenecía, hasta recientemente sólo al reino de la religión. Los cristianos han creído desde hace mucho tiempo que Dios creó el universo de la nada, pero la posibilidad de que toda la materia y la energía cósmicas aparezcan espontáneamente como resultado de un proceso puramente físico hubiera sido considerado como algo absolutamente insostenible por los científicos de hace sólo una década”.(10)


Gracias al vacío cuántico, podemos darnos cuenta de que Dios hizo el mundo sacándolo de la nada, y en realidad, parece que las cosas no han cambiado mucho desde entonces.

Es así como Nietzsche también supo intuir el valor del vacío en su filosofía del nihilismo. Dionisos es la primera intuición de la nada, la verdad a partir de la cual todo brota y todo vuelve.

Dionisos es incomprensible. Dionisos es caos, Dionisos es la incomprensibilidad del sexo opuesto. Dionisos es la ininteligibilidad de la mecánica cuántica. Volvamos a comparar al Dionisos nietzscheano con la física teórica. Es así que Richard Feynman declaró:

“Por otra parte, creo que puedo afirmar sin riesgo de equivocarme que nadie comprende la mecánica cuántica”.(11)

Por lo tanto, hay ciertos paralelismos entre el Dionisos nietzscheano y la mecánica cuántica cuando nos damos cuenta de que ambos apelan a los más impenetrables misterios del mundo. Nadie entiende cabalmente a Dionisos, podríamos decir.

El aspecto dionisiaco de la tragedia es lo inenarrable del lenguaje: la música y el baile del coro; y lo apolíneo es aquello que se puede articular por medio de palabras: el diálogo y la forma y medida de la tragedia. Sin embargo, en este arte la última palabra, la expresión final, la tiene la palabra del coro: maridaje de Apolo (belleza) y Dioniso (Verdad). Así pues, al comienzo de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche nos presenta a Apolo y Dioniso como instintos artísticos que se enfrentan mutuamente, pero que, como en el caso de la guerra de los sexos, rinden un fruto que en este caso, consiste en la tragedia, la cual brotó del espíritu de la música. Lo más específico del arte trágico es una oposición y conciliación de elementos contrarios: uno de ellos es informe y desenfrenado, el otro es mesurado y por tanto, sabedor de sus límites. La belleza se contrapone a la verdad, porque ambas escenifican una lucha, que, sin embargo, las lleva a la reunión. En consecuencia, no obstante que la verdad termina por devorar a la belleza, aquélla conservará los rasgos de belleza en el fondo de verdad. En última instancia, Dionisos es el dios cuya corona de hiedra es el símbolo de la naturaleza.


10) Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 207.
11) Richard Feynman apud. Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 133.

sábado, 20 de enero de 2007

Génesis

Enrique Arias Valencia

“Si el pensar es tu destino, adora ese destino con honores divinos y ofréndale lo mejor, lo más querido”.
Nietzsche

Según el filósofo Friedrich Nietzsche Apolo es medida prudente. Tomemos a Apolo como la intuición que constituye el espacio. Es así que Apolo nos entrega tres dimensiones: largo, ancho y alto. Por lo tanto, en esta concepción Apolo es el señor del espacio.

El mundo visible es el mundo como representación, determinado por el tiempo y el espacio, que son la condición que hace que aquello que es uno, aparezca como múltiple, ya sea en serie, ya sea de manera simultánea. El tiempo y el espacio son el principium individuationis. Apolo es un elemento estético que nos otorga el don de la medida, y aunque puede enojarse, su imagen siempre estará adornada por el nimbo de la belleza. La mesura es un elemento Apolíneo en el arte, un elemento que distingue a la tragedia.

El siguiente elemento de El nacimiento de la tragedia es la verdad de Dionisos, la cual nos dice que el mundo es uno. Dionisos es el desenfreno de la danza, la muerte del sentido común. Con una enorme licencia poética, consideraremos cómo los pensamientos apolíneos de Einstein contrastan con las evidencias dionisiacas de Bohr.

La física clásica y la relatividad son una medida mesurada. La mecánica cuántica es desenfrenada: en el mundo cuántico nada es como parece, y la lógica clásica debe abandonarse cuando exploramos los caracteres de las partículas subatómicas.

Ésta es la razón de la afirmación de Einstein: “No creo que Dios juegue a los dados con el Universo”. Es así que la teoría general de la relatividad es apolínea, pues se trata de un edificio elegante y mesuradamente planeado. Mesura que contrasta con la frenética danza de las partículas del mundo cuántico, lo cual la convierte en una teoría dionisiaca.

No obstante, algo hay de herético en los planteamientos de Einstein. Es así que Einstein fue uno de los científicos que revolucionó nuestra visión del universo con su planteamiento del espacio y el tiempo que se resuelven en una sola unidad, socavando la física newtoniana que nos hablaba de un espacio y un tiempo separados y absolutos. Por eso, si queremos conocer a un apolíneo puro, debemos buscar a Newton. Y en medio de nosotros, Newton como un Dios.

Las leyes de la naturaleza son inviolables. Así por ejemplo tenemos el mandamiento “No viajarás a una velocidad mayor que la de la luz”, el cual cumplimos todos los mortales. Los automóviles son rápidos si alcanzan los 150 kilómetros por hora, pero la luz viaja a 300,000 kilómetros por segundo. Nadie que yo conozca puede viajar tan rápido como la luz.

Y sin embargo, gracias a la física, todos nosotros podríamos viajar a la velocidad de la luz. Y nosotros lo estamos haciendo. Para conseguirlo, añadamos el tiempo a las tres dimensiones apolíneas, entonces tendremos un espacio-tiempo de cuatro dimensiones: largo, ancho, alto y el tiempo.

“Einstein afirmó que cualquier objeto del universo está siempre viajando a través del espacio-tiempo a una velocidad fija —la de la luz—. Esta idea resulta extraña; estamos acostumbrados a pensar que los objetos viajan a velocidades considerablemente menores que la de la luz. Hemos puesto el énfasis repetidas veces en esto, considerándolo como la razón por la cual los efectos de la relatividad son tan desconocidos en la vida cotidiana. Todo esto es verdad. En este momento estamos hablando de la velocidad combinada de un objeto a través del conjunto de las cuatro dimensiones —tres dimensiones espaciales y una temporal— y precisamente en este sentido de generalización es donde la velocidad del objeto es igual a la velocidad de la luz”.8

Es así que si consideramos el tiempo como la cuarta dimensión, podemos viajar a la velocidad de la luz.

Apolo: teoría especial de la relatividad: espacio y tiempo son influidos por el movimiento del observador. Teoría general de la relatividad: espacio y tiempo se curvan debido a los efectos de la gravedad.

Mi alma es un nudo Giordano. En todos los cultos dionisiacos se buscaría la disolución del individuo. Las religiones apolíneas son clara afirmación de la conciencia. La coincidencia de los contrarios mostrada por la fusión de lo apolíneo con lo dionisiaco nos conduciría a una teoría sobre todo, una explicación completa del mundo físico.

¿Qué es una fuerza? Si, como dicen los físicos, hay cuatro fuerzas que actúan en la naturaleza, la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravedad, ¿cuál de estas fuerzas es la responsable de que pueda mover la mano para escribir una nota en mi cuaderno? ¿Cuál sería, en última la fuerza responsable de la energía calorífica que irradia una vela?

Hay una relación entre Nietzsche y la física. Entre sus numerosos aforismos, él recurre a un lenguaje que podemos equiparar con el de la física moderna. Veamos un ejemplo.

“¿Y sabéis qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré que mostrároslo en mi espejo? Este mundo: una inmensidad de fuerza, sin comienzo, sin fin, una magnitud fija y broncínea de fuerza que no se hace grande ni más pequeña, que no se consume, sino que sólo se transforma, de magnitud invariable en su totalidad, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin aumento, sin ganancias, circundado por la «nada» como por su límite [...]”9


Nietzsche dice que este mundo está regido por una sola fuerza, con lo cual se acerca a los físicos de nuestros días, con su teoría de la súper fuerza. El asunto es muy rico y merece más atención. Nietzsche identifica esta fuerza única con Dionisos y la voluntad de poder. Al mencionar que la fuerza no se consume, sino que sólo se transforma, Nietzsche hace eco de la ley de la conservación de la energía, la cual vimos más arriba.


8 Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 81-82.
9 Friedrich Nietzsche, aforismo 1 067 de La voluntad de poder apud. Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 212.

viernes, 19 de enero de 2007

Fantasía

Enrique Arias valencia

“La belleza es la verdad, la verdad, belleza”.
Keats

La cultura popular sostiene que si algo es científico, es verdadero, así tenemos la conocida sentencia que reza: “Científicamente comprobado” expresión que en el alma colectiva significa “Rotundamente verdadero”. No obstante, si algo goza de la fama del pueblo, no haríamos mal en dudar de su autenticidad.

Estamos acostumbrados a considerar a la fantasía como lo opuesto a la realidad. En este artículo ensayaremos una aproximación entre ambos términos, e incluso, una posible inversión de papeles. Al respecto, seguramente el lector recordará con singular alegría el final del Anticristo, aquel en el que Friedrich Nietzsche nos exhortaba a la transmutación de todos los valores. Pues bien, sobre este asunto quisiera ahora preguntar: ¿no será la ciencia una ficción y la ficción una ciencia? Por eso en este trabajo intentaré mostrar que la naturaleza es la realidad; por lo tanto, una fantasía natural es una fantasía real.

La blanca espuma de los mares, la verde fronda de los trópicos, el trasluz sereno de los hielos, el amarillento grano del desierto; ¿qué es la naturaleza? ¿Qué es el mundo? La naturaleza no es un objeto, ni un amontonamiento de objetos sin más, tales como los átomos u otras partículas lanzadas al azar. La naturaleza es un tejido de relaciones armoniosamente compuestas.

“La naturaleza —dice Schelling en su poético discurso sobre las artes—, no es una masa inerte; es para aquel que sabe penetrarse de su sublime grandeza, la fuerza creadora del Universo, agitándose sin cesar, primitiva, eterna, que engendra en su propio seno, todo lo que existe, perece y renace sucesivamente”.2

Fue el riguroso Kant quien argumentó que el principio universal y necesario para conocer a la naturaleza es la legalidad. La naturaleza nos muestra un orden legal que nosotros le imponemos con base en nuestra razón. La ciencia parece proclamar que la joya de la corona del orden natural es la ley matemática. Debemos a Newton un Cosmos cuya elegancia está dada por los finos compases de las leyes de la gravitación universal
.
El físico Paul Davies parece no darse cuenta de que la razón determina el conocimiento de la naturaleza, pues ignora de dónde brota el orden racional del mundo. No obstante, sí se da cuenta de que las leyes matemáticas regulan el mundo físico, y ese es el aspecto más importante de la naturaleza:

“Quizá el mayor descubrimiento científico de todos los tiempos sea que la naturaleza está escrita en clave matemática. No sabemos cuál es la razón, pero es el hecho más importante que nos permite comprender, controlar y predecir el resultado de los procesos físicos. Una vez hemos descubierto la clave de un sistema físico, podemos leer la naturaleza como si fuera un libro”.3

Es así que el libro de la naturaleza está escrito en el lenguaje de las matemáticas, porque nosotros hemos escrito ese libro.
Que se trata de un universo de fantasía, un frágil juguete solamente, se encargarán de decírnoslo los demonios cuánticos y el asombroso espacio-tiempo de la relatividad. Pero no hay por qué asustarse: también las leyes de Plank y Einstein son convenciones. Después de todo,

“La ciencia auténtica no es atomista ni totalista”,4

nos recuerda muy bien Mario Bunge. De tal modo que la ciencia es una investigación, una serie de preguntas, un sistema de modelos que tratan de explicar el mundo.

En el mundo ordinario la realidad es natural, la ficción es artificial. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Si fuese al contrario? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es una ficción? ¿Qué es la ciencia? ¿Qué papel desempeña la ficción en la ciencia?

La idea de la invención científica no es del todo descabellada, e incluso, está prefigurada entre las páginas más serias de la filosofía de la ciencia. Mario Bunge es un conocido filósofo de la ciencia. Sus disertaciones podrían servirnos para comenzar a esbozar nuestro argumento. Veamos qué dice Bunge:

“las hipótesis no se nos imponen por la fuerza de los hechos, sino que son inventadas para dar cuenta de los hechos”.5

Por supuesto que en la cita anterior el asunto apenas y se deja ver, pero quien no nos deja lugar a dudas es el físico Paul Davies, quien sostiene:

“El hecho de que un proceso imaginario pueda ser de fundamental importancia en la física real del mundo real nos puede parecer sorprendente, pero es un instrumento valioso en manos del físico moderno”.6


Davies incluye los conceptos abstractos entre los elementos de los procesos imaginarios que forman parte de la ciencia física moderna. Es así como la transmutación de la ciencia en fantasía está apunto de efectuarse. No deja de regocijarme la identidad de la invención física más famosa. Davies afirma:

“Cuando un concepto abstracto alcanza tanto éxito que llega hasta el hombre de la calle, la distinción entre real e imaginario se hace imprecisa. La propiedad imaginaria del físico se ve arropada con una familiaridad que parece convertirla en algo real. Esto es lo que ocurrió en el caso de la energía. El concepto de energía fue introducido en la física como una idea abstracta. Lo que lo hizo atractivo fue la ley de que la energía siempre se conserva, nunca se crea o se destruye. Sin embargo, ¿qué es la energía? ¿Podemos verla o tocarla?”7

Tras la transmutación de todos los valores la ciencia es el reino de la fantasía, la poesía es el reino de la verdad. ¿Qué es la física? La física es una fantasía científica. Toda ciencia es ciencia ficción, porque nos muestra una ficción convencional. Nos ponemos de acuerdo con algunos términos y tenemos el comienzo de una ciencia. No hay ninguna diferencia entre la ciencia y la ficción, por lo tanto, la expresión “ciencia ficción” es un pleonasmo.

Los amigos poetas podrán mejor que yo, defender la tesis de que la poesía trata de la verdad. Por mi parte, mi esfuerzo llega hasta aquí.


2 Friedrich Schelling apud. Alexander Von Humboldt, Cosmos, versión en línea, p. 37.
3 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 50.
4 Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, Nueva Imagen, México, 2006, p. 19.
5 Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, Nueva Imagen, México, 2006, p. 44. (El subrayado es del original).
6 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 66.
7 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 67.

jueves, 18 de enero de 2007

Una fantasía natural

Enrique Arias Valencia
La inmensidad del Cosmos

“Sin música, la vida sería un error”.
Nietzsche

Una amarga decepción amorosa puede cambiar el curso de un proyecto filosófico. Emprendí mi tesis “El arte redentor” con la idea de rendir un homenaje a la música. No obstante, la amarga decepción amorosa a la que me refiero ha terminado por marchitar mi devoción por la música en general, y por la música sacra en particular; si bien sigo creyendo que el proyecto de mi tesis vale la pena. Quisiera reconocer que este proyecto es deudor de la filosofía de Nietzsche expuesta en El nacimiento de la tragedia, pues ahí se presentó por vez primera la intuición nietzscheana que valoró al arte como instrumento principal de la filosofía.

“El arte se convierte en el organon de la filosofía; es considerado como el acceso más profundo, más propio, como la intelección más originaria, detrás de la cual viene luego a lo sumo el concepto; más aún, éste adquiere originariedad tan sólo cuando se confía a la visión más honda del arte; cuando re-piensa lo que el arte experimenta creadoramente”.1

Es así que ahora me dedico a practicar lo que he querido llamar música teórica, una música que se percibe por el intelecto, no por el oído. La música teórica nos conduce a la física subjuntiva. La física subjuntiva nos lleva a preguntarnos: ¿qué es el Universo? ¿Quién puede saberlo? El Universo es la unidad de lo diverso. ¿Tuvo el Universo un principio o ha existido siempre? Si el Universo tuvo un principio, ¿tendrá un fin?

Para darle vida a este Universo; Dios hizo estallar un fortissimo de energía que formó e hizo vibrar a las supercuerdas y con el transcurso de las edades, encendió las estrellas. Una de ellas fue madre de nueve planetas. Veamos esto con un poco más de detalle, para lo cual voy a presentar mi adaptación de la hipótesis de Kant-Laplace sobre el origen del Sistema Solar. Hace mucho tiempo una formidable nebulosa de gas flotaba en medio de un pianissimo que engalanaba un espacio vacío. Dicha nube empezaría a girar en torno a un esbozado eje, y al compás de una danza conducida por la gravedad, dicha nube se contraería, y al compactarse, adquiriría entonces forma de disco abultado.

Este disco despediría un anillo de gas que muy pronto sería acompañado por otros que empujarían al primero un poco más lejos. El centro de la nube con el tiempo llegaría a estar ocupado por un gran soberano estelar que con resplandeciente ley gobernaría toda su corte de planetas, pues a su vez, cada anillito formaría un planeta.

Casi siglo y medio antes de que Kant enunciara su hipótesis del origen del sistema solar, el astrónomo Kepler escribió un libro llamado La armonía del mundo, donde mostraba que los planetas cantan perennemente en varias voces, percibidas por el alma, no por el oído.
Kepler afirmaba que los planetas entonarían diferentes notas, según se encontrasen más cerca o más lejos del Sol, pues nuestro amigo había descubierto que los planetas se mueven en órbitas elípticas.

1 Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 20.

lunes, 1 de enero de 2007

1789

Enrique Arias Valencia

Era de noche, y el broncíneo fragor de la metralla sólo era superado por los gritos de la chusma enfurecida que con un enorme ariete, logró por fin destrozar la puerta de gruesa madera labrada de aquella catedral gótica. La Luna ofrecía un mortecino rayo de luz a través de aquellos altos vitrales que hasta ese momento habían sobrevivido airosos al paso de los siglos. Desolada la oscura nave, al fondo apenas y se vislumbraba el objetivo de los atacantes. De inmediato, al amparo de las antorchas, los revolucionarios se dirigieron hacia el altar mayor, lanzaron una soga a la imagen del Crucificado que presidía el centro del ábside, y comenzaron a tirar con fuerza. Tras algunos violentos crujidos, el otrora imponente Cristo cedió y con un estruendo se desplomó, como aquel Viernes Santo de la tradición, para de inmediato despedazarse en el suelo.
En medio de la nube de polvo que brotó de la escultura caída, un ciudadano lanzó un exaltado discurso a tan singular congregación: “Creemos en la razón, y no en el Crucificado, levantemos pues, aquí un altar a la razón y que sea ella quien de ahora en adelante ilumine nuestro camino”. Con un gesto de triunfo, y tras dirigir una mirada de desprecio hacia los despojos de la imagen, el ciudadano colocó con esmero amoroso un libro de Voltaire sobre el marmóreo altar. Decenios atrás, aquel Voltaire, para referirse a la Iglesia Católica, no había dejado de afirmar: “Aplastad a la infame”. Con el ánimo embriagado, la muchedumbre lanzó un enjambre de pedradas a los añejos vitrales. Como una lluvia de estrellas, los delicados cristales en su veloz caída reflejaron en un instante de ocaso y de fulgor con sus variopintos colores la intensa luz despedida por una montaña de libros sagrados que ardían en la nave del templo. A la mañana siguiente, recias hordas de voluntarios descargaron pico y mazo para demoler la catedral. Algunos días más tarde, el humeante templo en ruinas era ya un mudo mártir que había muerto a manos de aquellos osados que no dudaban en autoproclamarse partidarios de las ideas de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

En cierta forma, muchas de mis ideas son parte del legado intelectual de aquellos revolucionarios y filósofos que lucharon por hacer de la razón la sola guía de la vida humana. Y sin embargo, mis padres trataron de formarme en las filas de la Iglesia Católica. Soy pues, descendiente de Cristo por parte de padre y de madre, pero soy filósofo por herencia intelectual. A veces me pregunto a favor de quién hubiera estado yo de haber vivido en la Francia revolucionaria o prerrevolucionaria. ¿Del guasón Voltaire o de la seria Iglesia? ¿No se les pasó la mano a quienes, en aras del progreso de la humanidad, derribaron obras de arte con un afán que sólo puede ser igualado por el de las termitas, quienes no dudarían en roer la misma cruz de Cristo de tenerla a su alcance?
El alma solitaria que contemplase aquel Cristo despedazado, bien podría preguntarse: ¿lograría la razón por sí sola ocupar el trono vacante que había dejado el Dios caído? ¿Era en efecto la razón la que se alzaba victoriosa en el altar mayor de la catedral en ruinas? ¿Qué sucedería en un mundo que fuera dirigido sólo por la razón? ¿Acaso expulsar a los dioses de su altar, transmuta al vacío que dejan, en la verdad? Además, ¿qué sería del pensamiento y de la ciencia si sólo la Iglesia dictara las normas de la educación? Tuve la fortuna de siempre ser educado en una escuela de las así llamadas laicas, si bien los domingos mis padres me hacían asistir a un culto que nunca he entendido bien, porque el objeto de la adoración jamás ha aparecido como protagonista de mi espíritu. Por eso me pregunto, si Dios existe, ¿por qué no se muestra a la luz de la razón? ¿Puede ser Dios objeto de experiencia? ¿Qué es la ciencia? ¿Descendemos del mono? ¿Qué es la geometría? Por supuesto que estas cuestiones no se resolverán derribando templos, pero tampoco podrían abordarse si la Iglesia fuera la dueña absoluta de la cultura. Creo que lo mejor es la tolerancia. En resumen: no estoy a favor del asesinato de sacerdotes, ni del cierre de templos, pero tampoco me gustaría ver a la Iglesia como dueña de única de la escuela. Y si hay quien quiera tener a sus hijos en un colegio religioso, que sea bajo su propia cuenta y riesgo: que los sacerdotes digan misa y que nosotros los pensadores intentemos pensar. ¿Pensar sobre qué? La danza entre Dios y el mundo, por ejemplo. Lo que sigue es un poco de reflexión en torno a los compases de esta misteriosa danza.