sábado, 21 de mayo de 2011

El alma del mundo es la belleza

Enrique Arias Valencia

Kant en la Crítica del juicio nos habla de las condiciones de posibilidad del tercer momento de la facultad de juzgar. Un objeto es bello si al juzgarlo según la relación lo consideramos en tanto que finalidad sin fin.

Se llama finalidad sin fin al propósito que permanece en nosotros mismos. Por lo tanto, bella es la finalidad que permanece en nosotros. Ahora bien, en vista de que “Fin final es el fin que no necesita ningún otro como condición de su posibilidad” [Kant, Cdj, § 84]. Siguiendo a Kant, el fin final es subjetivo.

Uno de los aspectos más enigmáticos de la belleza consiste en que nos muestra un propósito que no se encuentra ni en el objeto ni en la naturaleza, ni en teleología alguna. ¿Dónde se encuentra el propósito de la belleza? En nosotros mismos.

Éste es el carácter de lo bello que advertimos en el tercer momento de la facultad de juzgar según Kant; pero también se hace patente en el primer momento, cuando advertimos que según la cualidad, un objeto place o displace sin interés, pues al carecer de éste, el objeto tampoco apunta a finalidad alguna fuera de nosotros. Su finalidad, por tanto, al ser desinteresada, es sin fin.

Por lo tanto, el primer y el tercer momento de la facultad de juzgar nos revelan el aspecto subjetivo y en cierta forma “particular” del juicio estético, particularidad, que sin embargo, aparece como si fuese gobernada por un principio a priori. El arte, por lo tanto, carece de concepto alguno que mostrarnos.

Do es una nota bella. Tratándose de música clásica, no podemos escuchar una nota do pura: cada vez que escuchamos un do, aun a capella, aun en solitario, do se escucha como la más destacada nota que es acompañada por una serie de sonidos. Los armónicos suceden a do, y así, son los que otorgan el timbre a cada nota. Gracias a ellos sabemos que una soprano es una soprano, que un oboe es un oboe y que un clavecín es un clavecín. Do no es bella por sí misma, es bella porque es siempre acompañada por otras notas, acordes secretos de la música, aun de la que se canta en soledad.

Do nos invita a desentendernos de ella tan pronto como la escuchamos, en primer lugar por los armónicos, y en segundo lugar porque las notas que le siguen son las que le otorgan la belleza. Los artistas hacen bella la nota Do al lograr que nos desentendamos de ella.

El Ensamble Anima Mundi está compuesto por tres bellas mujeres que han sabido dirigir el espejo de su alma para reflejar la imagen de Dios por medio de la más bella de las artes. Es así que el Martes 17 de mayo, a las 20:00 horas, en la Catedral Metropolitana se escucha a Luz Angélica Uribe, soprano, Carmen Thierry, en el oboe d'amore y Águeda González, en el clavecín

En el Altar de los Reyes se festeja la música con soprano, oboe y clavecín. El Altar de los Reyes reluce grandioso: el oro lo colma, el espíritu lo enarbola. La cúspide es el Padre Eterno.

La música de Bach interpretada en un contexto religioso, esto es, el Ensamble Anima Mundi en el Altar de los Reyes, es capaz de comunicarnos un mensaje bello cuyo propósito no surge del arte mismo, sino de nuestro propio corazón. Por lo tanto, bello es el propósito sin fin que permanece en nosotros mismos.

Al ser absolutamente grande el marco de las intérpretes, el churrigueresco nos comunica el propósito espléndido del alma. Y es así que las artes, arquitectura, escultura, pintura, poesía y música se reúnen en armonía para brindarnos los más preclaros atisbos del universo de los fines.

Tras el concierto, hoy pudimos entrar al altar de San Felipe de Jesús, donde reposan los restos del emperador Agustín de Iturbide.

domingo, 15 de mayo de 2011

De la Voluntad o La Valquiria

Enrique Arias Valencia

Le estás hablando a tu voluntad,
cuando me dice tu voluntad.
¿Quién soy yo
sino tu propia voluntad?
Brunhilda en La Valquiria


La ciencia es sólo un modelo de la realidad, pero no es la realidad misma. Hay que recordarlo cuando la ciencia refuta temas fuertes como la existencia de Dios o el libre albedrío. Según el modelo de la ciencia, yo no tendría libre albedrío porque según el modelo de la ciencia yo no debería tenerlo. No obstante, no hay que olvidar que la ciencia es un modelo de la realidad, y no la realidad misma. La ciencia se acerca lo más posible a la realidad, pero no puede sustituirla. La realidad no se aprehende por completo con un modelo, siempre hay algo que se desase del modelo, que es rebelde a él, y cuyo comportamiento no puede reducirse a la explicación del modelo. La realidad es superior a cualquier modelo: sea éste científico o moral.

Ése es el defecto de la ciencia: su rotundo sí y su rotundo no sobre temas fuertes, olvidando su carácter de representación. ¿Que todo puede explicarse en términos de las partículas y las fuerzas y que en vista de que en ellas no hay propósito, luego el mundo en sí no tiene propósito? ¿Que por lo tanto no hay libre albedrío? No olvidemos: si lo que hay en última instancia son fuerzas y partículas, eso lo sostiene un modelo, con un montón de supuestos.

Por eso el arte es rebelde al modelo científico, y nos muestra arquetipos en lo que podemos ver el despliegue de la voluntad. En mi caso, no es Richard Dawkins quien me habla al fondo de mi corazón, pero tampoco es el catolicismo. No es el cine tampoco. Son la poesía y la música. La poesía no habla de modelos: habla de arquetipos. La música ni siquiera habla de arquetipos: su mensaje supera al intelecto, y habla directo el lenguaje de la voluntad.

Con Richard Wagner encontramos la más bella metáfora del triunfo del libre albedrío en La Valquiria. Wotan le ordena a su hija Brunhilda hacer algo que repugnará a la valquiria. Y ella procederá a seguir los dictados de su conciencia, aunque esto implique desobedecer los aparentes dictados de su padre. Desobedecer a un dios significa modificar el orden cósmico, y eso es lo que hará Brunhilda. Es curioso, pero la orden de Wotan también repugnaba al propio dios.



Ante una situación trágica sólo el libre albedrío ilumina la escena. Somos más libres que Dios cuando procedemos desde nuestra conciencia, y no desde los dictados de Dios. Dios es esclavo de sus pactos y leyes, y atado como está a ellas, sólo puede confiar en alguien que trascienda los pactos y leyes: un alma libre, y esa es Brunhilda.

Por eso, algunos de nosotros, estetas, preferimos ver trastocado el orden del Valhala y el de la torre de marfil de la ciencia antes que claudicar ante un poder de oscuros pactos y leyes.

En pantalla gigante, desde el Met de Nueva York he podido disfrutar en pantalla gigante de La valquiria: todo un triunfo de la voluntad, capaz de desobedecer al propio Dios para seguir los más oscuros senderos del corazón. Cuando la ciencia llegue a la edad adulta, entonces descubrirá el libre albedrío que ahora niega. Después de todo, la libertad de acción es un signo de madurez.

¡Muera, por tanto el Valhala, con todo su esplendor!

domingo, 1 de mayo de 2011

Primero ensayo en Do

Enrique Arias Valencia


¿Acaso es bella la nota Do? En cierta forma, Kant nos ha enseñado que sí. Incluso es bella porque sabemos desentendernos de ella. La nota Do es bella porque nos contenta o descontenta sin brindarnos concepto alguno. Por consiguiente, Bach, Mozart, Beethoven, y hasta los compositores contemporáneos han encontrado bella la nota Do. Do ha sido aceptada universalmente como una nota bella. Por lo tanto, es necesario que Do sea bella, como si cumpliese un propósito que, sin embargo, permanece oculto a la razón. El sentimiento que despierta en nosotros la nota Do: bello propósito sin fin que permanece en nosotros.


La palabra acuerdo significaría que las cuerdas se conforman a una norma: digamos, la 432, Do 256. Y pasamos a otra nota. Por lo tanto, decíamos, Do es bella porque sabemos desinteresarnos de ella. Por lo tanto, el sentimiento que despierta en nosotros la nota Do es necesario para amar la música. No es bella por sí misma, es bella cuando la referimos a nuestros sentimientos.


Lo mismo podríamos decir de cada nota, de cada acorde, de cada motivo, aunque quizá ya no de cada melodía ni de cada estilo musical. Encontramos belleza en lo más general, lo que sigue es cuestión de agrado, quizá. Sostendremos lo mismo de la luz y la oscuridad, y de cada color.


¿Y en poesía, qué decir en poesía sino que nos placen la rima y el metro? En 1670 Sor Juana escribió un poema para celebrar la construcción del Templo de San Bernardo, en la muy noble e insigne, muy leal e imperial ciudad de México. El metro y la rima de sor Juana son perfectos, modelo de arte elevada:




A este edificio célebre


sirva pincel mi cálamo


aunque es hacerlo mínimo


medida de lo máximo.




Pues de su bella fábrica


el espacioso ámbito


excede a la aritmética,


deja vencido el cálculo.




Donde aquel Pan angélico,


entre accidentes cándidos,


asiste como antídoto,


quiere estar por viático.





Le he leído a Nietzsche un pensamiento que también ha cristalizado en la imaginería popular del siguiente modo: “Los dioses tejen las desdichas de los hombres para que los poetas tengan algo que cantar”. Es así que en 1861, durante la guerra de Reforma, el célebre convento de San Bernardo de México, fue demolido por completo. Sólo se salvó una parte del templo. El pintor José María Velasco pintó algunas escenas de tan triste acontecimiento. Advirtamos que al disgustarnos sin interés, en un juicio de gusto universal, bello despropósito sin fin, es necesario descubrir la enérgica belleza del sublime nacimiento del México moderno entre las ruinas del templo de san Bernardo en el pincel de Velasco.








¿Qué pasa cuando el dolor es sin interés ni concepto, cuando se antoja universal y necesario? Tal dolor deja de ser fuente de infelicidad y se convierte en manantial de belleza. ¿Cómo llamaríamos a aquel ateo que sabe cultivar dicho dolor, sino esteta, y su dolor sería, por lo tanto, bello? No soy optimista, soy ateo, pero no veo la vida como un Valle de Lágrimas, salvo en su misteriosa belleza.


¿Cómo era de hermoso el templo de San Bernardo que arrancó a sor Juana un bello trabajo de poesía? No lo sé. Lo que sí sé es que en vista del triste papel que la Iglesia Católica desempeña ahora que se acerca al ocaso, no puedo dejar de advertir que liberales de Juárez hicieron bien en procurar el laicismo para nuestro México. Sin embargo, al ser partícipe de la destrucción del patrimonio cultural, el partido de Juárez se hace odioso para el ateo esteta. Por lo tanto, la historia de México es con Juárez, trágica; y sin Juárez, trágica.








He partido de la nota Do para comenzar este ensayo, y me he dirigido a lo muy particular del martirio del templo de San Bernardo. Para regresar a la tónica, modularé este ensayo con una visita al Museo José Luis Cuevas. Este recinto cultural está alojado en lo que fuera el Convento de Santa Inés. Con su belleza, ¿da una idea de la magnificencia del extinto convento de san Bernardo? No podemos saberlo.


Este sábado 30 de abril asistí a un concierto que el Ensamble Alter Voce brindó en el patio de la Giganta del Museo José Luis Cuevas. Dirigido por Rodrigo Castañeda, Alter Voce nos deleitó con un concierto a capella, que comenzó al mediodía en el siglo XVI con el Tourdion de Pierre Attaignant (1494-1552) y terminó en la tarde del siglo XX, con MKL (1984) de U2.


Con un anónimo del Cancionero de palacio “Dindirindin”, del siglo XVI los cantantes nos llevaron al deleite de las notas ágiles. “Triste España sin ventura” bien podríamos hacerla nuestra los mexicanos, pues por ejemplo, lo que le sucedió al muy célebre templo de san bernardo en México es parte del martirio de España. Una canción catalana “El cant des ocells” fue coreado por los pájaros que viven en el patio del museo. La filosofía también estuvo presente en ese juego de espejos que es el yo: “Yo no soy yo” del compositor Inocente Carreño y poesía de Juan Ramón Jiménez. Creo que a ésta siguió “Esta tierra” de Javier Busto.


La música popular tuvo su parte con el Bullerengue de José Antonio Rincón. También escuchamos tres piezas mexicanas: “A la orilla de un palmar”, de Manuel M. Ponce y la sandunga y la bamba, todas en arreglo de Ramón Noble. La aventura estética incluyó un paseo por África, con una pieza llamada “Caminando en la luz de Dios”.


Y así regresamos a la tónica de este ensayo: la nota Do estuvo presente en el concierto, pero los estetas pudimos desentendernos de ella, al fundirla en la cascada de melodías con que nos agasajó Alter Voce.