domingo, 17 de julio de 2011

El luminoso Scherzo de la noche eterna de los dioses

Enrique Arias Valencia

Bendita sea la noche eterna.
Novalis


Que quede bien claro que sólo soy ateo del Dios de los católicos. Sin embargo, esto no me hace universalmente ateo. Si soportáis la ironía, bien podría deciros que soy ateo católico. En fin, que a lo largo de mi vida he podido constatar que dioses hay muchos, y no sólo uno, como quieren hacernos creer el teísmo, el monismo, el no-dualismo y (al negar sólo uno: Creador Eterno e infinitamente bueno) el ateísmo. Después de todo, ¿qué diablos podría ser un dios?

He salido a buscarlos, y los he encontrado. No sólo dioses santos varones, también diosas. He podido advertir que esta legión de dioses comparten un rasgo común que me permite sostener una apófansis que quizá calmará los ánimos de los ateos fuertes. “Todos los dioses son mortales”. Pero, si todos los dioses son mortales, ¿qué los hace dioses?




Hace varios meses, tras mi lenta recuperación de mi caída del corcel, me atreví a montar de nuevo. En aquella ocasión me tocó por caballerango un niñito de nombre Alexis. La conversación que sostuvimos casi se ha borrado de mi memoria, pero recuerdo que, de alguna manera, el niño me preguntó si había yo escuchado hablar de La Llorona, un mito famoso entre los mexicanos. Fingí no saber nada de la fábula, y le pedí que me hablara de ella. “La Llorona también es una diosa” me aseguró. La expresión del chaval me encantó, pues hasta ese momento nadie había mencionado dios alguno, y ahora, con un niño por mozo de espuela, en mi montura pude disfrutar de una versión de la historia de La Llorona de la que yo no me había enterado.




“La Llorona se enfrenta a sus cuatrocientos hijos, quienes terminan por matarla, si bien cada cierto periodo puntual, ella revive”. Ingenio hermoso de la razón mítica, hieros logos nahuatlato, el niño me puso en comunión con toda la gloria del pasado indígena. Minutos antes, yo era Quijote y él fiel Sancho, ahora, el mozo de espuela el sabio que aleccionaba al tozudo jinete.

Con su breve relato, el niñito me puso en contacto con muchos conceptos de los antiguos mexicanos. Sabed que el número cuatrocientos, centzontli, está relacionado con el número de las estrellas más importantes. Sería entonces La Llorona en esta versión una figura solar, que se enfrenta a la noche. Es vencida, sí, pero vuelve con cada amanecer.

¿Muere la diosa del día para, transfigurada en espíritu gemir la muerte de sus hijos en la noche? Indudablemente. El nuevo ateísmo, con candidez involuntaria, cree que su principal enemigo está en las creencias en un Dios judeocristiano. Aquí, en un bosque perdido en el Sur de la Ciudad de México, un mocito no habla de Jesús ni del Creador ni del Espíritu Santo. Sabio como es todo su pueblo, su religiosidad se ha dirigido a un mito fundacional, de veracidad innegable: la eterna batalla entre las fuerzas del día y las de la noche.




¿Qué es la Epifanía sino la manifestación de la divinidad en el mundo? Toda epifanía es una apófansis, por lo tanto toda epifanía nace de la aserción de una experiencia, por lo tanto toda epifanía nos conduce a los caminos claroscuros de los sentidos, por lo tanto, de un indefinido sufrimiento.

Meses después, la tarde del domingo 17 de julio de 2011 he escuchado en la Sala Nezahualcóyotl la Séptima sinfonía de Mahler, aquella que José Luis Pérez de Arteaga llama La canción de la noche, en la espléndida biografía homónima del músico austriaco que este año cuenta cien años de haber muerto. La Orquesta Sinfónica de Minería se ha enriquecido con la participación de YOA, Orquesta de las Américas, todos bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto, director principal.

El Scherzo Schattenhaft de esta obra me ha evocado el recuerdo que señalo arriba. La noche no sólo es un idilio, como en el cuarto movimiento, ni una colosal llamada, como en el primero, ni una resurrección de esqueletos, como en el segundo, ni una ronda infantil, como en el último, es ante todo, el asombro entre la sombras indefinidas de la noche, que nos sugieren que, a pesar de todos nuestros científicos esfuerzos, los hombres no sabemos nada, y la noche misma siempre será capaz de asustarnos con sus fuegos fatuos y los horrísonos lamentos de una diosa muerta.

***


viernes, 1 de julio de 2011

Música, Imagen y Cuenca



Música e imagen en feliz reunión.