miércoles, 24 de noviembre de 2010

76 Aniversario del Centro Cultural Teatro del Pueblo

Enrique Arias Valencia

Hace más de quinientos años, cuando todavía ningún soldado europeo se había atrevido a gritar “¡Venecia!” al columbrar aquella Ciudad del Nuevo Mundo que se asentaba sobre un lago, el barrio de Tepito ya existía. Barrio bravo por antonomasia, su atrevida fama bien podía calificarse de chichimeca, con ese sabor violento que tanto ha dado de qué hablar en esta enorme ciudad, e incluso, en el mundo entero. Bajo el México occidentalizado a regañadientes por Hernán Cortés, tiene vida latente el México bárbaro que John Kenneth Turner retrató con motivo de la injusticia social que antecedió al estallido de la Revolución de 1910. Barbaridad que hoy se distribuye entre autoridades y gobernados por igual.

La vida es violenta; negarlo es candidez. Así pasa en Tepito. No obstante, no todo es sangre permanente en la historia del Barrio Bravo. Tepito regaló al siglo XX boxeadores, luchadores, futbolistas, actores y periodistas.

Se puede decir que la lengua del mexicano tiene su origen en Tepito. Ahí nació esa charla cotidiana que llamamos “albur”, un diálogo de doble sentido con referencias a la homosexualidad vergonzante de los contertulios. El albur lo gana quien puede afirmar que su oponente ha sido sodomizado sin poder replicar nada. Yo, el peor de los estetas, me he deleitado en este deporte nacional, prácticamente incomprensible para los extranjeros. Y puedo recomendar a los castos oídos del lector que si le dicen: “Chino”, conteste: “Vences”; algo tan vulgar que no merece la mayor explicación.

¿Qué es por lo tanto, Tepito? Su esencia se derrama en todo México, y alcanza al mundo entero. En él está el secreto de vertedero del Universo, y a la vez, ahí está el secreto de la persistencia de la vida aun en las peores condiciones. Una línea paralela sobre esto, la traza Alfonso Hernández, cronista de Tepito, cuando sostiene que:

«Al obstinado barrio de Tepito nos siguen llegando estudiantes de todas las carreras para corroborar si es cierto que México sigue siendo el Tepito del mundo, y Tepito, la síntesis de lo mexicano ».

En Tepito nace nuestra lengua y muere nuestra fe en el progreso. Pero no sólo importa sobrevivir. Más allá del ambulantaje, del crimen, de la política, de la revuelta y de la pobreza, nace el arte. O más bien, nace con ellos y de ellos. Uno de los triunfos poco comentados que se alcanzaron incluso durante el desarrollo de la Revolución Mexicana fueron los esfuerzos que los distintos gobiernos insurrectos hicieron por educar al pueblo. Así, por mencionar escuetamente: vemos hasta al usurpador Victoriano Huerta encargándole algún trabajo al compositor Juventino Rosas. Más tarde, Plutarco Elías Calles contaría como ministro de cultura al filósofo José Vasconcelos, y finalmente, la administración del Departamento del Distrito Federal durante la presidencia de Abelardo L. Rodríguez quiso regalar a sus ciudadanos un nuevo teatro, muy cerca de Tepito.

Tepito, al ser en tiempos prehispánicos la frontera entre Tlatelolco y México-Tenochtitlán, compartió su historia con el corazón de México. Por eso, aunque el Teatro del Pueblo no está en Tepito, sino en el Centro Histórico, parte de su tradición popular ha influido en la fisonomía del paisaje teatral y cultural del edificio. Al Nororiente de la Catedral es el desmadre, al Sur, y todo lo demás es Sur, es el misterio.

Mi amiga Tania Vázquez ha regresado de un periplo europeo, y me avisa por correo electrónico que el domingo 21 de noviembre se celebrará el 76 aniversario del Teatro del Pueblo, un lugar que no conozco todavía. Es la primera vez en este año que veré a mi querida Tania, compañera de estudios de Filosofía en la UNAM. Dos de los grupos de nuestros amigos tendrán papeles protagónicos en dicha celebración.

Comienza esta en el patio, que es al estilo jesuita: serie de arcos desde donde se asoma uno de los pasillos que conduce al teatro, ubicado éste en la segunda planta de un edificio que es flanqueado por un enorme mercado. Ahí vimos Tania y yo dos cuadros escénicos de Luisa Josefina Hernández, aquella en la que dialogan don Gonzalo y doña Florinda, y otro en la que una joven se entrevista con un dragón que va a devorarla. Los chicos también presentaron una dramatización del cuento “Francisca y la Muerte”, de Onelio Jorge Cardoso.

No puedo dejar de observar que el edificio está adornado con murales de discípulos de Diego Rivera, como Antonio Pujol, Ángel Bracho, el estadounidense Pablo O'Higgins y el japonés Isamu Noguchi. Los temas de la plástica nos hablan de un socialismo solferino.

Una vez en la segunda planta, todavía vemos que en el centro del escenario se lee una placa un tanto raspada que dice “Teatro Álvaro Obregón”. Pero quiso la voluntad que su nombre fuese Teatro del Pueblo. El escenario es enmarcado por madera adornada por espejos, marco seguido por paredes que recuerdan el glorioso barroco mexicano, sin llegar al rococó. Blancos y tersos flancos que cobijan nuestra tarde. Tania y yo disfrutaremos primeramente con una presentación de Azul 30 30, Compañía de Ballet Regional de la EIA 4 del INBA. Toma su nombre esta compañía de aquella canción revolucionaria que dice:

Carabina 30 30

que los rebeldes portaban

y decían los maderistas

¡que con ellas no mataban.


Con mi 30-30 me voy a marchar

a engrosar las filas de la rebelión

si mi sangre piden mi sangre les doy

por los explotados de nuestra nación.


Gritaba Francisco Villa:

-¿Dónde te hallas Argumedo,

ven párateme aquí enfrente

tú que nunca tienes miedo.


Ya me voy para Chihuahua

ya se va tu negro santo

si me para alguna bala

ve a llorarme al campo santo.


Ya se van los mercenarios

van huyendo a Quillabamba

las guerrillas los corrieron.

Posteriormente, se presenta el Taller de Ballet del Teatro del Pueblo, dirigido por Irving Contreras, un chico que ha sido muy celebrado el día de hoy. Me enternece y asombra ver a pequeñas niñas realizar con soltura pasos que yo no soy capaz ni de intentar. También hay jóvenes que hacen del listón danza geométrica, una Carmen que escapa del flamenco hacia el clásico e incluso movimientos contemporáneos para bailar el Huapango de Moncayo.

Es el turno de Los Fandangueros, uno de cuyos integrantes es un querido amigo de la carrera de filosofía, compañero de estudios de Tania y un servidor: Miguel Alberto Cuéllar. Cuéllar y sus amigos resucitan los sones de mariachi antiguo. Estamos tan acostumbrados al mariachi vestido de charro, acompañado por brillantes trompetas, que muchos no sabemos que hubo una vez que las cosas no fueron así. Gracias a Los Fandangueros escuchamos sones en la voz del violín, el guitarrón, la guitarra, un instrumento de percusión llamado caja y dos voces, una de varón y otra de hembra. Sus ropas son las del pueblo, sus voces son diabólicamente divinas, pues ¡hasta la inquisición se asombraría de lo que hoy hemos oído! Entre otras piezas, este mariachi tradicional interpreta el jarabe zacatecano “La chirriona”. El jarabe es un son que estuvo prohibido por el Santo Oficio. Hoy las cadenas que oprimían al arte han caído, y podemos disfrutarlo sin temor a ser juzgados. Los Fandangueros también nos traen a los oídos un son llamado “La alegría”, cuya letra de desamor desmiente su título o al menos lo deja en paradoja:

Como hiciera

como hiciera

para olvidar este amor.

Si cautiva me tiene el alma

y cautivo mi corazón.

Yo, el peor de los poetas, por vivir en quinto patio, fui abandonado por la aristocrática Lísida. En redentor contraste, ahora Tania me acompaña al último deleite de la tarde. En “Tierra y libertad”, el espectáculo escénico de César Salazar nos encontraremos con un Dios soberano y egoísta, obsesionado con el poder, hipostasiado con los dictadores de México. A este injusto Dios se enfrenta Satanás, un luchador social que reivindica la figura de la Adelita soldadera encarnada por bailarines que harán eco del pueblo oprimido que no deja de gemir, haciendo suyas las palabras de Baudelaire: “¡O Satán, ten piedad de mi prologada miseria!”. Las fuerzas oscuras de Dios son derrotadas por las armas, el conocimiento y el arte. Los rebeldes bailan, Dios se petrifica en su materialismo.

En vista de que mi ateísmo sólo es un compromiso para negar al Dios de los cristianos, hago mía la promesa de la Revolución Mexicana, promesa aun no cumplida y que sólo es una sutil esperanza, casi un viento imperceptible. Es la promesa del arte redentor que regala la Naturaleza prehispánica, un misterio del Sur, una diosa desconocida en Occidente, acompañada por Quetzalcóatl, dios del viento. Más allá de toda racionalidad, Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de literatura 2008, supo advertir esta fe mexicana cuando sostuvo:

“Conocemos la importancia de la leyenda del regreso de Quetzalcóatl para la conquista de México. Cuatrocientos años después el mito sigue con vida: en la región de Cuernavaca, en el estado de Morelos ¿no dicen que el alma del revolucionario Emiliano Zapata, asesinado a traición, regresa cuando sopla el viento?”

Y hoy sé que con el arte, Quetzalcóatl ha vuelto.

Para siempre,

amén.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Noviembre, mes dionisiaco de la música

Enrique Arias Valencia

He asistido a tantos conciertos en esta última quincena, que quiero más que reseñarlos, trazar en torno a ellos una pintura evanescente sobre mis impresiones ante tanto esplendor y belleza. He salido con mi domingo siete en el marco de los conciertos “Geometría sonora” cito en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte. Tengo a muy pocos metros de mí al flautista Rafael Urrusti y a la chelista Luz María Frenk. Estar muy cerca de los intérpretes permite descubrir que la música no sólo es una experiencia auditiva: el sonido nace del movimiento del cuerpo. Es Rafael quien me roba el corazón, pues como un arcángel musical su presencia me invita a reflexionar. ¿Qué es el arte? ¿Qué es el movimiento? ¿Qué es la belleza? Su estampa me recuerda aquella pintura de Manet en la que un flautista está derechito, grácil curva casi inadvertida, tocando su instrumento. Atendamos a Rafael Urrusti: detrás del atril hay una danza, el talón del pie derecho se levanta. No cabe duda de que el cuerpo que se mueve es un cuerpo hermoso. Con muy buen humor, Rafael nos cuenta el mito de Syrinx, la desdichada ninfa virgen que la voluntad de los dioses permutará en el carrizo con el que el dios Pan creará su primera flauta. Syrinx es el nombre de una pieza de Debussy que siempre me traerá a la memoria aquella muy querida estación de Radio, Estereomil, que se distinguía por transmitir piezas breves, como esta Syrinx, de apenas tres minutos, y un universo de recuerdos. Syrinx la pieza que conservaré como un tesoro del concierto. Yo soy, mas no así los inmortales, un breve destello, difuso esplendor de la identidad humana; pues una de las piezas interpretadas el 7 de noviembre de 2010 se inspiró en una poesía que más o menos decía así: “En el aire oscurecido vuelan las hojas. Mi fortuna también”.

Por la tarde la cita será en la Sala Manuel M. Ponce. Susana Herner y Santiago Piñeirúa han atraído la atención de una joven veracruzana, pues interpretarán un tema que es favorito de mi nueva amiga, Estrellita, del compositor que da nombre a la sala en la que nos encontramos, deliciosa autorreferencia que me deleita. De nuevo, ambos artistas están muy cerca de mí, y por ello puedo disfrutarlos mejor. La expresividad de las manos de Susana es digna de especial mención.

Y es el turno de los dos elencos de la Orquesta Juvenil Carlos Chávez. El jueves 11 en la Sala Neza y el sábado 13 en la Blas Galindo escucharemos por vez primera una pieza de Luis Pastor, El águila y la serpiente. Entre el público, conozco a Francisco, un amigo boliviano con quien charlaré sobre el científico viajero Alexander Von Humboldt, pues su padre escribió un libro sobre este maravilloso descubridor. El tema de la exploración geográfica conduce nuestra conversación hacia la asombrosa altura de La Paz, en la que la combustión, al ser casi imposible, impide los incendios. Francisco me habla de un barrio de La Paz que está a cuatro mil metros de altura. Nuestra águila imaginaria vuela de México a Bolivia saludando la independencia de las naciones Latinoamericanas. Francisco me comenta que el primer levantamiento del Continente fue precisamente en Bolivia, en 1809.

No hay documento que pruebe que Independencia, poema sinfónico y coral de Luis Gonzaga Jordá se haya estrenado alguna vez, cuando fuese premiado en 1910 como la obra que celebraría musicalmente el primer centenario del nacimiento de México. La obra me recuerda el tratamiento formal de la Obertura 1812 de Tchaikovski: un comienzo solemne con un par de chelos, y hasta una muy triunfalista intervención del “Formez vos bataillons” de La Marsellesa, contrastada por una fanfarria en lontananza. Cañonazos, campanadas y un órgano acentúan la celebración. La originalidad de Gonzaga se hará patente durante el coral: los números solistas de la Patria y el Progreso son aciertos melódicos, la orquesta asombra por su modernidad, su tesitura se hace mitológica, jamás creí que en tiempos de don Porfirio se escuchase música tan moderna, aunque en realidad, todo quedó en el olvido con el estallido de la Revolución, el 20 de noviembre de 1910.

Ahora bien, he asistido el viernes 12 de noviembre de 2010 al Antiguo Palacio del Arzobispado para escuchar al Cuarteto Latinoamericano, pues Saúl y Arón Bitrán, en los violines, Javier Montiel en la viola y Álvaro Bitrán en el chelo, interpretarán el Cuarteto virreinal mexicano, una obra que sólo he escuchado en la radio, nunca en vivo, hasta esta noche mágica, que uña de lunita en el cielo, puedo por fin tenerla recién nacida, de las manos de los virtuosos. Gracias al Cuarteto virreinal mexicano yo no encuentro diferencia alguna entre música popular y música académica, incluso creo que no hay diferencia entre música infantil y música adulta, pues Miguel Bernal Jiménez toma una conocida ronda infantil mexicana:

A la víbora, víbora de la mar
por aquí pueden pasar;
los de adelante corren mucho
y los de atrás se quedarán;
tras, tras, tras…


Durante todo el primer movimiento, Miguel Bernal Jiménez transforma la melodía de la ronda en un amable diálogo entre cuatro afectuosos contertulios. El segundo movimiento es un adagio en el que se escucha una melodía de las Posadas navideñas, que a la letra dice: “Naranja dulce, limón partido / dame un abrazo que yo te pido”. El último movimiento destaca por su viva insistencia, y de nuevo, Bernal Jiménez se inspira en una vieja ronda mexicana que canta mestiza:

Señora, su periquito
me quiere llevar al río
y yo le digo que no
porque me muero de frío.
Pica, pica perico,
pica, pica tu rama.


En México y en buena parte de Latinoamérica estamos de Bicentenario independentista, y en México, también estanos de Centenario revolucionario. Pues bien: Miguel Bernal Jiménez nació en 1910, en Morelia, Michoacán, un 16 de febrero. Su obra la conozco poco, y con vergüenza puedo referirme a las piezas que le he escuchado: El concertino para órgano y orquesta, un Aleluya, un arrullo navideño, cierto villancico pastoral y por supuesto, este Cuarteto virreinal.

Y fue la tarde y la mañana del tercer o cuarto día de música. No puedo referirles toda la música que he escuchado, pero no puedo dejar pasar contrales que el domingo 14 de noviembre mi hermano me acompaña al Foro Cultural Coyoacanense a escuchar a la soprano Martha Molinar, acompañada por el pianista Jósef Olechowski porque me he enterado de que interpretarán una obra de Rodolfo Halffter que me atrae personalmente porque es la puesta en música de dos poemas de la Musa Décima: Dos sonetos de sor Juana, op. 15. “Miró Celia una rosa” y “Feliciano me adora”. Que el racionalismo sea indulgente conmigo, pues he descubierto que en el segundo soneto, Sor Juana demuestra con jocosa lógica que el amor es intransitivo:

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.
A quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro,
y al que le hace desprecios, enriquezco.

Si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí, ofendido;
y a padecer de todos modos vengo,

pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste, con pedir lo que no tengo;
y aquél, con no tener lo que le pido.


***

lunes, 1 de noviembre de 2010

La clemencia del arte

Enrique Arias Valencia


Sostiene Schopenhauer que, vista en detalle, la vida es una pequeña comedia; en tanto que contemplada en conjunto, se trata de una gran tragedia. Cada episodio aislado es cómico; en tanto que el resultado final es espantoso.

¡Una comedia trágica! Es más o menos lo que descubro en el argumento de La clemencia de Tito. La celosa Vitelia urde el asesinato del nuevo emperador Tito, pues ella no sabe que más tarde él le pedirá matrimonio; y en cambio, Vitelia cree que Tito se casará con Berenice; cosa que en realidad, Tito sí ha anunciado. He aquí lo gracioso: ¡Vitelia ha mandado asesinar a su futuro pretendiente, de quien ella está enamorada! Y esto es también lo trágico. Conspiración tras conspiración, las cosas se complican hasta lo inimaginable cuando Tito anuncia que desea casarse con Vitelia. En un tono que a mí me recuerda El corazón delator de Edgar Allan Poe, Vitelia misma confesará su culpa. No obstante, como se trata de una ópera, y no de la vida real, en la última escena Tito actuará conforme a la virtud que da nombre a la partitura mozartiana, y disfrutaremos de un enredoso final feliz, de los que tanto desagradaban a Schopenhauer, y que tanto suplico que los dioses me brinden.

No conozco nada más clemente que el arte. La obertura de este trabajo de Mozart abrió el concierto de esta tarde a cargo de los chicos de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, y su hermoso regalo fue luz en mi casi extinta alma.

Violeta Cahuantzi tocará en el papel solista del Concierto para violín Número 3, de Camille Saint-Saëns. Esta obra me recuerda una estación de radio de mi adolescencia, Estereomil, que formaba parte de la iniciativa privada, dedicada a la difusión de la música clásica. Por eso, a Violeta la escucharé como una gaviota que canta en medio de un océano orquestal. Aplausos, y suma y sigue. Es el momento de escuchar la obertura de La italiana en Argel, de Gioachino Rossini, una obra cuyo argumento me evoca vagamente cierto episodio del Capítulo XXXVII de El Quijote, aquel en el que a una posada llegan unos jóvenes vestidos a la usanza mora. Sin embargo, interrumpo mis elucubraciones cuando leo que en el programa de mano Juan Arturo Brenan nos muestra un maravilloso descubrimiento, el cual transcribo para compartirlo con los lectores:


“¿Y qué se puede decir respecto a la obertura de esta ópera? De ella se puede decir que, después de un inicio suave y callado, comienza a subir de tono y emoción, llegando muy pronto a su primer clímax. La obertura tiene algunos interludios melódicos ligeros, a cargo principalmente de los alientos (flauta, oboe, clarinete), que se alternan en el manejo de ciertos temas característicos: Estos interludios están complementados con secciones en las que Rossini presenta breves pero efectivos motivos melódicos y rítmicos a los que aplica su recurso musical favorito: el crescendo orquestal de gran brillo y efectividad. La alternancia de estos elementos da lugar a una breve y brillante coda. ¿Saben ustedes qué es lo curioso de esta breve descripción? Que bien puede aplicarse a casi cualquiera de las oberturas de las óperas de Rossini. ¿Monotonía o consistencia? La cuestión queda en manos de la crítica”.


A mí no me parece monótono. ¡Me parece tan formal! Es así que Juan Arturo Brenan nos deleita con la huella digital de las oberturas de Rossini: el esquema del que pueden derivarse todas ellas. Como me fascina la revelación de estructuras musicales ocultas, quise dejarla aquí, en este ensayito. Algo tiene esto de hofstadteriano, de escheriano, de bachiano, de gödeliano. Creo que la formalización bien podría extenderse a los coros rossinianos, en los que cada voz lleva un parlamento distinto, mientras el demencial crescendo se apodera de la escena. Y aunque no hablo italiano, estos coros siempre me hacen reír.

Frente a mí están Leonardo Villeda y su esposa Claudia Cerón. No puedo evitar decirle a la pareja: “La suya es la única historia de amor que he visto en vivo”. Y es que hace muchos años, en el coro de un viejo templo católico, jugaba una bebé conmigo. Sus manitas me tomaban de una mano, y mientras el coro interpretaba un Kirie, la bebé y yo dábamos vueltas en aquella pieza que más bien parecía un desván. Años después fui recibido en el Café Carusso por un niño que me ofreció el menú. Carusso era idea de un ingenioso tenor que quería crear un ambiente artístico como marco de un negocio de cafetería. Su esposa y hasta las hermanas de su esposa compartieron el proyecto. Los niños de esta historia son los hijos de Claudia y Leonardo, y ahora cada uno ocupa sendos atriles de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez. A los zagales los escucho en vivo, y a eso me refiero con la realización del amor.

Es una lástima que el único éxito de Pietro Mascagni fuese Cavalleria Rusticana, pues su intermezzo habla de un autor que merecía mejor suerte. De nuevo, Brenan sale al rescate cuando nos aclara que la traducción más adecuada de esta ópera italiana bien podría ser “Caballerosidad rústica”.

Una ilusión auditiva puede tener dos fuentes: una deficiencia en la apreciación del escucha, o una hábil paradoja puesta por el compositor. Cuando escucho el tema principal del vals Sobre las olas, de Juventino Rosas, en la versión orquestada por Manuel Enríquez, no deja de asombrarme que, desde mi punto de vista, algunos instrumentos de la línea del bajo claramente suenan 2/4. ¿Deficiencia mía o delicada broma artística del compositor? ¡En medio de la selva de sonidos, un conjunto de notas nos da un ritmo binario en un vals! En caso de equivocarme, espero que el juicio sobre mí sea clemente.

Hace muchos años, cuando el barítono Armando Gama se unió al equipo del Café Carusso, una vez, entre café y café le comenté mi afición por concentrarme en la línea del bajo de las obras que escucho. Él me comentó que entonces, lo mío era la búsqueda de la armonía. Y hasta en un sentido extramusical, Armando tenía razón.


El esteta asistió dos días seguidos a los conciertos, pero sólo pudo escuchar uno, como todos los demás asistentes.


***


Programa 6

30 de octubre de 2010, 13:30 horas :(

31 de octubre de 2010, 18:00 horas :)


Director: Jesús Medina

Solista: Violeta Cahuantzi


Auditorio Blas Galindo

Centro Nacional de las Artes (Cenart)


- Obertura La Clemenza di Tito / Wolfgang A. Mozart

- Concierto No 3 Op. 61 en Si menor Para Violín y Orquesta / C. Saint Saens

- Obertura La Italiana en Argel / G. Rossini

- Intermezzo de “Cavalleria Rusticana” / P. Mascagni

- Vals “Sobre las olas” / J. ROSAS – M. Enríquez