sábado, 23 de octubre de 2010

Si se detuviese de improviso

Enrique Arias Valencia

Es mi mejor corcel: Juveno o Estrella, que indistinto le llaman sus dueños, ha cabalgado conmigo a todo galope durante casi media hora. Estoy a punto de entregarlo. Alcanzo a ver a una familia, y a mi izquierda, un automóvil. Los dioses, envidiosos, ya saben de mi nueva afición, y de la nada, harán rechinar las llantas del automóvil. Estrella se detiene abruptamente. Al no ser yo quien ha dado la orden, no puedo maniobrar con pericia, y salgo proyectado hacia el frente.

Soy el juguete de las leyes de la inercia. Como en el cuento de H. G. Wells que comenté hace unas semanas, al cesar el movimiento de mi cabalgadura, ésta, como la Tierra inmóvil “lanzó fuera de su superficie todo cuanto sobre ella había”. No hay culpables de mi accidente: es la física la que me ha hecho volar fuera de mi Estrella, y a continuación, mi cuerpo sólo obedece la inflexible ley de gravedad. En su relato de ciencia ficción, H. G. Wells imagina a un hombre llamado George McWhirter Fotheringay, quien recibió el don de obrar milagros, y que un día, con orgullo imprudente, le ordena a la Tierra detenerse, y como efecto, la fuerza inercial convulsiona al mundo entero, pues todos los objetos que no estaban firmemente sujetos a su superficie, salieron despedidos. Libres de las ataduras de la Tierra, las aguas y los vientos desatan un colosal huracán, y tras el enfrenón, los diminutos terrícolas se estrellan todos contra el suelo. Tras constatar los efectos de su estupidez, el personaje se enfrenta a las consecuencias de sus actos.


Fotheringay comprendió que el prodigio que acababa de hacer le había salido mal. Sintió una profunda repulsión por todo hecho semejante y se prometió a sí mismo no hacer más prodigios en su vida. Pero antes tenía que reparar el mal que había causado, y que no era pequeño. La tempestad seguía desencadenada, nubes de polvo eclipsaban la Luna y se oía ruido de agua que se acercaba. Brilló un relámpago y a su luz pudo ver Fotheringay cómo un muro de agua avanzaba hacia él vertiginosamente.

Cobró valor, y dirigiéndose al agua gritó:

— ¡Alto! ¡Ni un paso más!


Acá, en Xochimilco, me asombro de que pueda seguir pensando; incluso, disfruto del inusitado brillo que todos los objetos toman antes de que se consume la desgracia. Veo con detalle cómo suelto las riendas, y siento todo mi peso hacia el frente. Trato de sujetarme a la silla, y al ser infructuoso, sujeto el cuello palpitante de mi montura. Por unos breves momentos, mis manos en precipicio acarician el pelaje de Estrella, en un intento inútil y desesperado por evitar la caída. El día intensifica su azul luminoso, centellea solemne el Sol en lo alto, sus rayos generosos besan mi rostro, y yo, como un Satán despechado, lanzo un grito desgarrador antes de que en las indiferentes curvas del polvo del mundo me estrelle de costado izquierdo contra un piso de grava, duro y seco. Al alzarlos, no me golpeo ni la cabeza ni las extremidades. El noble corcel hace la guardia al lado de su jinete desplomado.

Uno de los miembros de la familia, el varón, se acerca a auxiliarme. Me tiende su mano, y me asegura que por el grito de terror que lancé, pensaba él que no iba a poder ponerme en pie. Me ayuda a montar de nuevo, y despacito, cabalgo para entregar a Estrella. Nada le comento a su dueña. Sólo quiero asegurarme del nombre del caballo, que creo que me han dicho que más bien es Juveno.

Tengo una mano lastimada, y el dolor que nace en el costado atenaza mis tripas. Me es difícil convencer a los demás de que aún en la más repugnante convulsión de mi estómago, que como nuevo Fotheringay testifico que lo que hago en este mundo no es bueno, brilla sin embargo en mi desgracia un elemento estético. Quizá Schopenhauer me entendería, pues él sobre la tragedia nos dice:

“La tragedia nos representa el triunfo de la voluntad consigo misma en todo su horror y en el desarrollo más completo del grado supremo de objetivación. Y nos presenta este cuadro, ya provengan nuestros dolores del azar o del error que gobiernan el mundo con tal perfidia que tiene todas las apariencias de una persecución personal deliberada, ya tengan su origen en la misma voluntad humana, en los proyectos y esfuerzos individuales que se entrecruzan y combaten, o en la malicia y estupidez de la mayor parte de los mortales”.

O quizá él tampoco me entendería. Es el esplendor del horror en lo sublime. A pesar de mis magulladuras, ese mismo día iré al concierto de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez. Los chicos disfrutan de la semana Académica: maestros vinculados con el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela FESNO-JIV visitan México, y comparten sus enseñanzas y experiencias con los jóvenes de la OSJCC.

Son dos días con programas diferentes. En mi desolación, este sábado sólo el primer movimiento de la Serenata para cuerdas de Tchaikovski me redime.

Al día siguiente, entre el público, al tenor Leonardo Villeda le comento que duelen más los golpes morales. Es curioso, Leonardo me confiesa que él también se ha caído, pero en unas escaleras. Allá en el escenario, los hijos de Leonardo ocupan sus puestos para integrarse a los números en los que su cuerda interviene hoy.

Bach o un dios caritativo me regalan el Tercer Concierto de Brandemburgo. Su primer movimiento, con la ágil bravura de un tema que atraviesa todas las cuerdas es un asombro en mundo que se distingue por lo perfecto de su barroco.

Rítmica No. 5 de Amadeo Roldán, con el ensamble de percusiones de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, bajo la batuta del maestro Gustavo Olivar hace las delicias de mi corazón. Gustavo Olivar rompe la cuarta pared y nos pone a aplaudir al tiempo de la percusión: es la magia de la rítmica, de la invitación del corazón a latir hasta que un día, cansado quizá de los horrores estentóreos del mundo, se detenga de improviso.


***

Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez

16 de octubre de 2010, 13:30 horas

17 de octubre de 2010, 18:00 horas

Conciertos de la Semana Académica. Con la participación de maestros de El Sistema (Orquesta Simón Bolivar de Venezuela) y los Bolivar Soloist.

Auditorio Blas Galindo

Centro Nacional de las Artes (Cenart)

martes, 12 de octubre de 2010

Danza de ideas macabras

Enrique Arias Valencia

Con paciencia indulgente, Leonardo Villeda me explica en qué consiste la scordatura, un cambio en la afinación del violín que interpreta el solo de la Danza macabra de Camille Saint-Saëns. En breve, su hija Ana Caridad se encargará de ejecutar dicho papel durante nuestra más reciente audición de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, en el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes.

La Danza macabra de Camille Saint-Saëns es una de mis piezas favoritas. Su esmerado esqueleto académico, en el que dos temas perfectamente definidos intercambian diálogos orquestales con la intervención del violín a la scordatura, la convierten en una de mis piezas favoritas de concierto.

Amén de que el tema del xilófono se convertirá en el personaje de los fósiles en el Carnaval de los animales. De los fósiles ya he hablado en este espacio, así que huelga decir que los que más me llamaban la atención de niño, eran los de los dinosaurios. Creo recordar que Saint-Saëns caricaturizó su propio tema porque había sido celebrado hasta el exceso. Era una manera de tomar distancia con su propia obra, doce años después de compuesta.

Sobre este mismo asunto humorístico, recuerdo que cuando niño quise ser paleontólogo, pues ésta es la profesión de aquellos que estudian la vida prehistórica, y por lo tanto, es a ellos a quienes corresponde habérselas con los dinosaurios. Pero varios de los adultos con quienes platicaba no entendían qué era lo que yo quería hacer, y varias veces me aseguraron que entonces, debía interesarme por lo que hicieron los mayas, los mexicas y los teotihuacanos, seguramente porque confundían la paleontología con la arqueología, o peor aún, con la antropología. Después de todo, estas profesiones, en cierta forma, se encargan de andar desenterrando el pasado.

Poco antes de terminar mi adolescencia, mi interés por la paleontología se extinguió, y me dirigí hacia el desfiladero de la estética. Así llegué a la Facultad de Filosofía y Letras, y en la carrera de filosofía, me encontré con una materia que, sin tener que ver con los dinosaurios, su raíz hacía eco de aquel ser antiguo que quise estudiar alguna vez: la ontología. Es así que leo con cierto humor una expresión que José Luis Ferreira suelta entre los comentarios de Todo lo que sea verdad:

“La filosofía avanza y ciertos caminos ya están desterrados, como la tierra plana, como las ideas platónicas, como la metafísica, como la dialéctica, ...”

Al desterrar esos caminos, al descubrir su anacronismo, la ciencia convierte a la metafísica en una paleontología del saber: con fósiles nos hacemos, y eso es lo que estudiamos los filósofos.

El tema con el que Camille Saint-Saëns inaugura su poema sinfónico, con el que la misma muerte templa su violín es el Dies irae medieval, jamás tratado en forma tan jocosa como en la Danse macabre. Porque el Dies irae ha sido utilizado por varios compositores. No olvidemos que Rachmaninoff lo convierte en un conjuro de sus Variaciones sobre un tema de Paganini.

Así, pues, yo también saco mi disfraz de esqueleto y bailo con los huesos de las ideas de Platón, la metafísica y la dialéctica socrática, bien muertas que están, en esta tierra plana, mapamundi que es una proyección de una Tierra esférica. Bailan conmigo así, la idea de bien, la idea del uno, la idea de cama y la idea de mundo, pues eso es lo que son las ideas de Platón, amén de la idea de número, la idea de sujeto y la idea de predicado. ¡Hasta las proposiciones lógicas bailan conmigo, pues A = A se admite como:

Inmaterial
Absoluta
Perfecta
Infinita
Eterna
Inmutable (no
cambia)
Independiente del mundo físico

Su conocimiento lleva a la verdad universal. Veamos un ejemplo que les aprendí a los materialistas dialécticos: una vez admitida la idea de círculo, y una vez definida la idea de cuadrado, luego no hay círculos cuadrados.

Allá, en la orquesta, los temas se alternan con regocijo. Cuando canta el oboe (no confundir con la idea de gallo), la fiesta se interrumpe, y los aparecidos debemos decir adiós a nuestro jolgorio. Al terminar la audición, esto es, la danza mental, voy a besar la mano de la violinista, le doy un abrazo a Miguel Ángel, su hermano chelista y ambos me dan su autógrafo.

Programa 4
10 de octubre de 2010, 18:00 horas
Marcos Escalante, Manuel Piñera, David Pérez. (Becarios de Dirección de Orquesta del SNFM)

Auditorio Blas Galindo
Centro Nacional de las Artes (Cenart)
Danza Macabra Op. 40 / Camille Saint-Saëns
Pavana para una infanta difunta / Maurice Ravel
Preludio a la siesta de un fauno / Claude-Achille Debussy
Noche en la árida montaña (arreglo Rimsky-Korsakov) / Modest Mussorgsky
Guía orquestal para los jóvenes Op. 34 / Benjamin Britten

domingo, 10 de octubre de 2010

Horacio Franco en el Casino Español

Enrique Arias Valencia

Para Eduardo Salceda, por la compañía.
Noche de luna nueva, jamás celebrada como ahora por serenata alguna, estoy frente a los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía. Al frente de su imperecedera representación se ha montado el escenario, escena frente a escena, luz frente a luz, resonancia frente a resonancia. Me acompaña Eduardo, para escuchar a mi muy querida Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, ahora en el Salón de los Reyes, en el Casino Español de la Ciudad de México. Mudéjar, neoclásico, el medio punto de tres arcos trilobulados es toda una delicia.

Horacio Franco dirige sin batuta, pues todo él, el satín, la seda, es una señal de dirección la mano y el brazo, y hasta la cadera. Horacio desciende su grácil cuerpo para señalar el pianissimo, y se yergue orgulloso para marcar el forte. Dirige la Sinfonía en Re Mayor RV 122 de Antonio Vivaldi, y es el deleite el Allegro, la filosofía del Largo y la agilidad del Presto.

Tras el aplauso, Horacio se quita el saco para dirigir la Sinfonía en Re Mayor, Hob: 1:19, de Franz J. Haydn. El primer movimiento, Allegro molto, es una chispeante luz armoniosa. Pero Haydn me ha robado el corazón esta noche con sus movimientos lentos. Escucharé dos esta noche. El andante de la Sinfonía en Re mayor es una de las expresiones más acabadas de la serenidad y la reflexión. Si a Beethoven lo amo por sus allegros, a Haydn lo adoro por sus Andantes, por sus movimientos largos, sinuosos, llenos de filosofía y de amor al conocimiento. El Presto es un regalo extra.

Y es hora de que Horacio saque su instrumento, para dirigir la orquesta desde el solio, con su flauta en la boca. Es el Concierto en Do Mayor, P 78, para Flauta de pico, Cuerdas y Continuo, de Antonio Vivaldi. Allegro non molto, Largo y Allegro molto. Atilio estaría complacido de ver esta delicada reunión de tradición y tecnología, pues un discreto altavoz permite elevar la dinámica de la intensidad del volumen del instrumento barroco.

La Sinfonía en Re menor, Hob: 1:26 “Lamentatione”, de Franz J. Haydn es un monumento clásico. Tras el Allegro assai con spirito es la magia del Adagio. No deja de asombrarme cómo la lentitud es fuente de pasión, de vigor y de reflexión. Para esta vida tan frenética, el Adagio de Haydn es una invitación para descubrir que de la calma pueden salir las mejores cosas. Y llegamos a la forma ternaria Menuet-Trio-Menuet.

Horacio Franco ha tenido a bien reconstruir unos trabajos de Bach para presentarlos en forma sinfónica. Es así que escuchamos con gratitud el Concierto en Re menor para Flauta de pico y orquesta, basado en las Sinfonías de las Cantatas BWV 29, 35, y de la Suite BWV 997, por Johann S. Bach. El programa marca cuatro movimientos: Allegro, presto, Sarabanda y Presto.

Tras los estruendosos y muy merecidos aplausos, el encore es, me parece, el primer movimiento de la Sinfonía en Re Mayor de Haydn. Todas las obras las aplaudí de pie. Eduardo y yo nos asomamos al breve balcón. Necesitamos una cerveza. Acompañándola por una orden de tacos en el Salón Corona así termina la velada, creyendo haber visto por ahí la sombra de mi hermano…

Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez
Director y Solista: Horacio Franco
Segunda Temporada de conciertos 2010
7 de octubre de 2010, 20:30 horas
Casino Español, Salón Los Reyes
Centro Histórico, Ciudad de México