miércoles, 31 de enero de 2007

Estética de la alegría. Augurios de inocencia

Enrique Arias Valencia

Todos los artistas saben que la naturaleza es una idea que nace en el corazón del espíritu. Todos podemos ser atistas, y así conoceremos la esencia del espíritu, la cual es alegría. Y sin embargo, a veces podemos tener una experiencia que nos impida disfrutarla. La vida incluso puede tornarse amarga o desabrida.

A pesar de todo, siempre podemos reemprender la búsqueda de la alegría. Y siempre que dicha búsqueda alcance el corazón del espíritu, la naturaleza nos regalará su más bello fruto en forma de alegría. La alegría que brota de la experiencia es más brillante que aquella que vivimos sin contrastes. El precio de la alegría luminosa es la vida. Quizá conocer este secreto pueda alentarnos en algún momento de nuestra existencia. Vamos a poner un caso concreto. Cuando Beethoven era un joven pianista, era un frívolo músico que coqueteaba con la superficialidad y se conformaba con pequeños bocados de fama y alegría. No obstante, sucedió que tras una serie de problemas con su oído, Beethoven se quedó sordo. Y sin embargo, fue entonces cuando comenzó a escribir con tal pasión, que fue conocido como El Sordo de Bonn. Beethoven compuso su Novena sinfonía cuando su sordera era absoluta.

El primer movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven es un Allegro ma non troppo, un poco maestoso con un principio tenue, aunque muy pronto se decide por la tonalidad menor, que el filósofo Schopenhauer identifica con el dolor. Un espléndido relámpago, el primer tema, deberá enfrentarse con el destino. Por momentos, la partitura descubrirá la paz, pero sólo para señalar el contraste que la caracteriza: una voluntad que busca una satisfacción, una voluntad que ha vislumbrado la alegría al final de una lucha heroica. La lucha le ha enseñado a desdeñar toda felicidad mezquina, por eso sólo se satisfará con una alegría que reúna a todos los hombres en torno suyo. Y cuando la encuentre, querrá celebrarla con un himno que la corone.

lunes, 29 de enero de 2007

Requiem redentor

Enrique Arias Valencia
“El arte sobreviene para salvarnos de la verdad”.
Nietzsche

Es así que las grandes preguntas de la humanidad no tienen respuesta. Así, la pregunta del Salvador en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” nos dice que Jesús era verdadero Dios, pero también, verdadero hombre. Y como hombre, Jesús estaba desesperado en la cruz. Y su pregunta no obtiene respuesta. Al menos, no en ese momento.

Ningún hombre sabe qué sucede al morir. Soy un hombre, por lo tanto, no sé qué me sucederá al morir. Mozart murió en la juventud, tras concluir una colosal herencia musical que le dio el regalo de la inmortalidad. Las obras de Mozart son redentoras. El mejor Requiem es de Mozart. Por lo tanto, el mejor Requiem es redentor. Sobre este asunto de la muerte, Heráclito sostuvo que: “A los hombres les aguardan cuando mueran tales cosas que ni esperan ni imaginan”.

Rayo de Ira divina desvanece al hombre en un instante. ¿Qué es el hombre, y qué es Dios en vista de que en la Escritura se proclama que el hombre está hecho a su imagen? ¿Cómo conseguiríamos acercarnos a lo divino sin ser calcinados por su poder? Si fuéramos producto del azar y del error, entonces ¿qué serían el entendimiento y el amor? ¿Quién puede saberlo? ¿Quién puede afirmarlo? ¿Quién es Dios? Por todo esto, sin embargo, ¿no deberíamos, en cierta forma, sonreír frente a nuestros orígenes? Después de todo, ¿no es el mundo una invitación a ser feliz? Y si la vida no es eso, entonces, ¿qué es?

Inclinaos: Introitus. El Requiem de Mozart es una enorme reflexión sobre la muerte de un ser querido. La muerte es el acertijo principal que se nos plantea cuando venimos a este mundo. “¿Qué sigue?” Cito de memoria: decía Schopenhauer que si supiéramos qué sigue tras la muerte, ni la religión ni la filosofía existirían.

¿Qué es la verdad? ¿A qué se refiere Nietzsche cuando dice que el arte nos redime de la verdad? Planteemos primero que el arte es la expresión simbólica de los sentimientos ideales. La verdad a la que se refiere Nietzsche es la verdad filosófica, que provisionalmente podríamos proponer como una adecuación entre el pensamiento y la realidad, y con esto creo seguir al Estagirita. Es así que Nietzsche nos pone en guardia contra la realidad, y el arte se yergue soberano como un reino feliz de fantasía metafísica.

Ustedes conocen la historia mejor que yo. Mozart era un enamorado de los números capicúa, y así, en varias de sus obras dichos números juegan un papel importante. Como todo buen músico, Mozart creía en la redención por medio del arte. Una obra de Mozart cuyo número de catálogo es un número capicúa es el Requiem K 626 en re menor. Circula por ahí una historia muy romántica pero también muy equivocada que sostiene que Mozart compuso su Requiem pensando que era el suyo propio porque Salieri lo había envenenado. Incluso se afirma que no pudo terminar su obra porque lo sorprendió la muerte y tras muchos problemas, la tarea de concluir la partitura recayó en su alumno Franz Xaver Süsmayer. Sin embargo, tales historias son falsas. Para comenzar, Mozart ya había recurrido a Süsmayer para componer una obra, su ópera La clemencia de Tito, en 1791. Por lo tanto, Mozart ya sabía que contaba con Süsmayer para emprender su obra más ambiciosa. Tal obra es el Requiem en re menor. A Mozart le gustaba componer. Esta frase en apariencia insulsa, cobra relieve si recordamos que varias veces tuvo que hacerlo por la fuerza: un encargo de un príncipe y así nacía una nueva sinfonía del genio de Salzburgo.

El Requiem fue escrito por Mozart como una expresión de libertad. Toda obra fruto de la libertad trasciende las convenciones de la forma, por eso el Requiem trasciende todos los convencionalismos de las misas de difuntos. ¿Estamos en el punto de partida o hemos avanzado? Es así que a las seis de la tarde del sábado 27 de enero de 2007, teniendo como marco el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, el Coro Cantus Hominum nos recreó con el Requiem de Mozart. Las voces entrelazadas de bajos, barítonos, tenores, contraltos, mezzosopranos, sopranos y solistas son una prueba de que “El mundo es un entretejido de relaciones”, tal y como, en un contexto muy distinto señala Paul Davies.

Ahora bien, Mahler dijo que una vez, tras una función de La Walkiria, se puso a aplaudir hasta desollarse los dedos. Pues bien, cuando el Coro Cantus Hominum terminó su excelente interpretación del Requiem de Mozart yo aplaudí y grité entusiasmado hasta desgañitarme. Me gusta mucho escuchar música, porque la música es parte del arte redentor.

Redonda medalla Mozart. ¿Es redonda la medalla Mozart? No lo sé, desde mi lugar se veía muy pequeñita. Para un filósofo, lo más maravilloso y sorprendente de la medalla Mozart es que es. Heidegger nos cuestiona, nos lleva al límite de la pregunta: “¿Es el «ser» meramente una palabra de un significado evanescente o es el destino espiritual de Occidente?”

¿Inició el mundo con una gran explosión? Hay quien dice que para darle vida a este universo, Dios hizo estallar un fortissimo de poderío que formó las sustancias y encendió las estrellas.

Al paso de los tiempos, el mundo cayó en pecado, y hubo de necesitar un Salvador. ¿Qué es el mal? A decir verdad, el mal es un misterio. El filósofo se arriesga a equivocarse, y así, también pide perdón por sus pecados.

Salvador, Soter en griego, es el nombre de un Dios redentor. Cuando Jesús dijo: “Tengo también otras ovejas, que no son de este rebaño”; ¿quién puede afirmar ser parte de ese otro rebaño? Los ortodoxos no pueden afirmarlo, porque ellos conforman el rebaño estándar de Cristo. Ahora bien, si nosotros nos declaráramos como el otro rebaño de Cristo, es porque asumimos que no pertenecemos al rebaño ortodoxo. ¿Quién puede interpretar este pasaje, si parece que a quienes se refiere no pertenecen al rebaño ortodoxo? Si el otro rebaño al que se refiere Jesús no es ortodoxo, ¿no tiene derecho, por definición, el rebaño no-ortodoxo de interpretar la expresión de Cristo al margen de la ortodoxia? Y sin embargo, ¿no es la ortodoxia quien nos alecciona sobre la forma correcta de interpretar el Evangelio? No hay que dejar de advertir que si admitimos a la ortodoxia, entonces no formamos parte del otro rebaño de Cristo, sino del rebaño estándar, y entonces sigue siendo un misterio a quién se refiere Cristo cuando dice que tiene otras ovejas. Y no obstante lo anterior, sabemos que ambos rebaños al pertenecer a Cristo, comparten características comunes. Los dos rebaños reconocen los aspectos esenciales de la doctrina de Cristo, en especial el que se refiere al amor, pues en el amor está el elemento principal del cristianismo, el cual debe ser en consecuencia, el elemento que esté a la base del ecumenismo. ¿Cómo podría ser el otro rebaño de Cristo? Quizá, si al rebaño estándar le corresponde la ortodoxia, entonces al otro rebaño le corresponde la heterodoxia. Si al primero le corresponde la fe, al segundo le corresponden la duda y la fe. El primero enfatiza la certidumbre, el segundo, la ciencia. Hay un inevitable conflicto entre duda y certidumbre porque ambos se enfrentan en la arena del mundo. Es así que Bertrand Russell sostenía que “La filosofía es la tierra de nadie entre la religión y la ciencia”. Por consiguiente, éste es el camino de en medio de la filosofía. Quizá el otro rebaño de Cristo sea el de los filósofos que estamos buscando la Verdad sin saber qué es. De tal forma que sé que puedo contestar sin temor a equivocarme a la pregunta ¿existe Dios?; pero no puedo contestar a la pregunta sobre si creo o no en Dios. Es así que a la pregunta: “¿Existe Dios?” Contesto: “No lo sé”, y sé que no me equivoco al dar esa respuesta. Pero, a la segunda pregunta, no sé qué contestar.

Vida es lo que celebra la música. En el caso del Requiem de Mozart se celebra la vida del difunto. Vida que pasa, pero que nos deja a nosotros los vivos los gratos recuerdos de aquello que el hoy difunto compartió con sus queridos familiares y amigos.

Azar es la pseudónimo que Dios utiliza cuando no quiere firmar su obra. Fausto, siempre Fausto. En un banquete de filósofos, endrinas más, endrinas menos, lo mejor de la lógica aún está por venir. El error hace el trabajo sucio; el azar hace lo demás. Ambos son un par de eficientes trenzas del destino. Todo en esta vida no son más que enredos que nos sujetan con hilos firmes e invisibles. Y ya lo dijo el buen Heráclito: “Los hilos invisibles son más fuertes que los visibles”. Y según Heráclito también, ser y pensar se identifican en el devenir. En este orden de ideas de los bucles, y para hacer divertida esta vida nos dice Hofstadter que: “El fenómeno del «Bucle extraño» ocurre cada vez que, habiendo hecho hacia arriba (o hacia abajo) un movimiento a través de los niveles de un sistema jerárquico dado, nos encontramos inopinadamente de vuelta en el punto de partida”.1 Quisiera poner a vuestra consideración un nuevo ejemplo de un «Bucle extraño» de mi autoría. Procede del Post Scriptum de mi tesis de licenciatura, y dice a la letra: “Este argumento es wagneriano. Nada de lo que es wagneriano es beethoveniano. Todo lo que es beethoveniano es válido. Por lo tanto, este argumento no es válido. Y sin embargo, lo es”. ¿Jugará el azar algún papel en la música?

Lacrimosa. Los artistas forman una cofradía de iniciados. Leonardo Villeda es un hombre con gran capacidad de convocatoria artística. Un saludo para todos mis amigos del Coro, con quienes he compartido muchas melodías. Yo aquí, ustedes allá. Yo en el público, ustedes en el escenario: es así como más me gusta. De hecho, esta postura me recuerda la del observador que mira sin inmutarse los fenómenos del mundo. Soy un par de ojos llorosos que el universo usa para mirarse a sí mismo.

El director de música es un sacerdote que todavía oficia de espaldas al pueblo. En este caso el director fue Fernando Lozano. Todas las voces maravillosas. Todos los tiempos perfectos. La orquesta, un deleite incomparable. El Coro Cantus Hominum en su mejor momento. Lourdes Ambriz conmovedora. Encarnación Vázquez, sensacional. Leonardo Villeda, magnífico. Jesús Suaste, voz inconmensurable. La Orquesta Nueva Filarmónica de México, en su punto. Yo disfruté el concierto desde el tercer piso, en la última fila. En el público, Eduardo me acompañó en la función. No cabe duda que Pascal tiene razón cuando dice que “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.

¡Nace de nuevo! El misterio lo ha dicho por nosotros. La nada, hija de la voluntad ilimitada, el inocente trasfondo, origen y fin del mundo manifiesto. La inexistencia es el trasfondo indiferenciado, el núcleo del mundo, su aspecto más misterioso. Y no hay nada más misterioso que la nada. La inexistencia es la nada que constituye el mundo. Es la nada en la que todo flota y todo fluye: es la más pura esencia de las cosas. La nada es el vacío por excelencia. Y Dios hizo el mundo sacándolo de la nada.

¿Conforman los pensamientos a la realidad o la realidad conforma el pensamiento? ¿Son reales los pensamientos? ¿Es la realidad un pensamiento? ¿Qué es un pensamiento? ¿Qué es, si es que es algo, la realidad?

Interroguemos al Ser. Heidegger de nuevo, viejo amigo. Al final de pasar revista a todas la vanidades del mundo, el pensador se pregunta: “¿Para qué?, ¿Hacia dónde, ¿Y luego qué?” Y por supuesto, nosotros continuamos: ¿Y qué sigue?

Ahora bien, según el filósofo Friedrich Nietzsche Apolo es medida prudente. Tomemos a Apolo como la intuición que constituye el espacio. Es así que Apolo nos entrega tres dimensiones: largo, ancho y alto. Por lo tanto, en esta concepción Apolo es el señor del espacio. El mundo visible es el mundo como representación, determinado por el tiempo y el espacio, que son la condición que hace que aquello que es uno, aparezca como múltiple, ya sea en serie, ya sea de manera simultánea. El tiempo y el espacio son el principium individuationis. Apolo es un elemento estético que nos otorga el don de la medida, y aunque puede enojarse, su imagen siempre estará adornada por el nimbo de la belleza. La mesura es un elemento Apolíneo en el arte, un elemento que distingue a la tragedia.

Génesis
“Si el pensar es tu destino, adora ese destino con honores divinos y ofréndale lo mejor, lo más querido”.
Nietzsche

Allende Apolo, el siguiente elemento de El nacimiento de la tragedia es la verdad de Dionisos, la cual nos dice que el mundo es uno. Dionisos es el desenfreno de la danza, la muerte del sentido común. Con una enorme licencia poética, consideraremos cómo los pensamientos apolíneos de Einstein contrastan con las evidencias dionisiacas de Bohr.
La física clásica y la relatividad son una medida mesurada. La mecánica cuántica es desenfrenada: en el mundo cuántico nada es como parece, y la lógica clásica debe abandonarse cuando exploramos los caracteres de las partículas subatómicas.
Ésta es la razón de la afirmación de Einstein: “No creo que Dios juegue a los dados con el Universo”. Es así que la teoría general de la relatividad es apolínea, pues se trata de un edificio elegante y mesuradamente planeado. Mesura que contrasta con la frenética danza de las partículas del mundo cuántico, lo cual la convierte en una teoría dionisiaca.
No obstante, algo hay de herético en los planteamientos de Einstein. Es así que Einstein fue uno de los científicos que revolucionó nuestra visión del universo con su planteamiento del espacio y el tiempo que se resuelven en una sola unidad, socavando la física newtoniana que nos hablaba de un espacio y un tiempo separados y absolutos. Por eso, si queremos conocer a un apolíneo puro, debemos buscar a Newton. Y en medio de nosotros, Newton como un Dios.
Las leyes de la naturaleza son inviolables. Así por ejemplo tenemos el mandamiento “No viajarás a una velocidad mayor que la de la luz”, el cual cumplimos todos los mortales. Los automóviles son rápidos si alcanzan los 150 kilómetros por hora, pero la luz viaja a 300,000 kilómetros por segundo. Nadie que yo conozca puede viajar tan rápido como la luz.
Y sin embargo, gracias a la física, todos nosotros podríamos viajar a la velocidad de la luz. Y nosotros lo estamos haciendo. Para conseguirlo, añadamos el tiempo a las tres dimensiones apolíneas, entonces tendremos un espacio-tiempo de cuatro dimensiones: largo, ancho, alto y el tiempo.
“Einstein afirmó que cualquier objeto del universo está siempre viajando a través del espacio-tiempo a una velocidad fija —la de la luz—. Esta idea resulta extraña; estamos acostumbrados a pensar que los objetos viajan a velocidades considerablemente menores que la de la luz. Hemos puesto el énfasis repetidas veces en esto, considerándolo como la razón por la cual los efectos de la relatividad son tan desconocidos en la vida cotidiana. Todo esto es verdad. En este momento estamos hablando de la velocidad combinada de un objeto a través del conjunto de las cuatro dimensiones —tres dimensiones espaciales y una temporal— y precisamente en este sentido de generalización es donde la velocidad del objeto es igual a la velocidad de la luz”.2
Es así que si consideramos el tiempo como la cuarta dimensión, podemos viajar a la velocidad de la luz.
Apolo: teoría especial de la relatividad: espacio y tiempo son influidos por el movimiento del observador. Teoría general de la relatividad: espacio y tiempo se curvan debido a los efectos de la gravedad.
Mi alma es un nudo Giordano. En todos los cultos dionisiacos se buscaría la disolución del individuo. Las religiones apolíneas son clara afirmación de la conciencia. La coincidencia de los contrarios mostrada por la fusión de lo apolíneo con lo dionisiaco nos conduciría a una teoría sobre todo, una explicación completa del mundo físico.
¿Qué es una fuerza? Si, como dicen los físicos, hay cuatro fuerzas que actúan en la naturaleza, la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravedad, ¿cuál de estas fuerzas es la responsable de que pueda mover la mano para escribir una nota en mi cuaderno? ¿Cuál sería, en última la fuerza responsable de la energía calorífica que irradia una vela?
Hay una relación entre Nietzsche y la física. Entre sus numerosos aforismos, él recurre a un lenguaje que podemos equiparar con el de la física moderna. Veamos un ejemplo.
“¿Y sabéis qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré que mostrároslo en mi espejo? Este mundo: una inmensidad de fuerza, sin comienzo, sin fin, una magnitud fija y broncínea de fuerza que no se hace grande ni más pequeña, que no se consume, sino que sólo se transforma, de magnitud invariable en su totalidad, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin aumento, sin ganancias, circundado por la «nada» como por su límite [...]”3
Nietzsche dice que este mundo está regido por una sola fuerza, con lo cual se acerca a los físicos de nuestros días, con su teoría de la súper fuerza. El asunto es muy rico y merece más atención. Nietzsche identifica esta fuerza única con Dionisos y la voluntad de poder. Al mencionar que la fuerza no se consume, sino que sólo se transforma, Nietzsche hace eco de la famosa ley de la conservación de la energía.

Al Coro Cantus Hominum

Si me preguntan qué es la santidad, pienso en un primer momento en mis amigos Gaby y su esposo Jaime. Su amable trato es una muestra del triunfo discreto del cristianismo: una religión para todos los hombres, de todas las naciones y de todas las condiciones. Compartir el pan con ellos es signo auténtico de la mesa de la amistad con Jesucristo.
Si me preguntan cómo se percibe la santidad, pienso en Leonardo, pues su compromiso con el arte es un reflejo feliz de su compromiso con lo más valioso del trabajo del hombre y para con la belleza de la armonía y el concierto. Y así, si me preguntan por la simpatía de la santidad, pienso en Claudia, la esposa de Leonardo y aquellas tardes en el Café Carusso, de tan gratos recuerdos.
Si me preguntan si la santidad es valiente, yo contesto que sí, y acude a mi mente la valiente Mariana, a quien he visto sortear las tormentas de la vida con la inigualable firmeza de una arrojada madre. Y tengo también un saludo cordial para su esposo, Sergio.
Si me preguntan si podemos confiar en la santidad, pienso en el trabajo de Paty, siempre dispuesta a tratar con el cuidado del alma.
Si me preguntan si la santidad es honesta, la charla del organista Pepe es la respuesta. Siempre escucho la verdad en las conversaciones que con él sostengo, y él y su esposa son mis vecinos de jornada.
Por supuesto que recuerdo a los médicos que me asistieron cuando un rufián furtivo me asaltó, y así puedo dar cuenta de que la santidad alivia al cuerpo herido.
Si me preguntan por la santidad solidaria está Alejandro, quien tendió su mano amiga en momentos de quebranto. A él y a Carla un afable abrazo.
Si me preguntan si la santidad descubre al artista, ahí están Federico y Ade para alentarlo, con su escuela.
Por supuesto que me faltan muchos nombres por mencionar, pero mi memoria es mala, y además, tengo muchos vecinos santos, por lo tanto, sólo puedo añadir que si me preguntan cómo se escucha la santidad, la respuesta es: Cantus Hominum.
P.S.
Algunas personas quizá se hayan dado cuenta de que yo tengo cierto afán de contradictorio diablillo sentimental; sin embargo, quizá por eso mismo puedo percibir con mucha claridad el bien y dónde está.

Coda

A la memoria de la señora Polita Villeda
Primavera sin fin.
Ella está en cada nota que entonas.
Y también en cada silencio.
Estío.
Ella está en la cálida lluvia.
Y también está en la primera gota de rocío.
Otoño.
Ella está en las hojas que caen.
Y la luna se mueve entre las nubes.
Invierno.
Ella está en el aliento del viento.
Y también está en tu corazón.

1 Douglas Hofstadter, Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle, Barcelona, Tusquets editores, 2003, p. 12.
2 Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 81-82.
3 Friedrich Nietzsche, aforismo 1 067 de La voluntad de poder apud. Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 212.

viernes, 26 de enero de 2007

Wagner esoterista

Enrique Arias Valencia

“Todas mis obras proceden de la Novena Sinfonía de Beethoven”.
Wagner

Si el gigantesco drama musical El anillo de los Nibelungos es una advertencia, dicha amonestación consiste en descubrir que toda tragedia relata una trasgresión, y la vida es una tragedia, un sueño hecho realidad. Sin embargo, la realidad es aparente; no hay nada más cercano al mito que la realidad.

Wagner fue el mago musical de una cultura en dolorosa transición, y nos ofreció su experiencia. Dividida en cuatro óperas, como las cuatro fases del mundo en la cosmología hindú, la tragedia comienza con El oro del Rhin, un drama en música que recrea el principio del mundo, con una naturaleza inocente protagonizada por el áureo metal, haciendo eco de la “Edad de Oro” durante la cual el universo se inaugura, enmedio de los cantos de las ninfas del río más sagrado de Alemania. El mineral amarillo reposa cándido en el fondo de las aguas cristalinas, y cuatro hermosas sirenas celebran su brillo y esplendor gloriosos.

Para darle vida al Cosmos, Dios hizo estallar un fortissimo de poderío que formó las sustancias y encendió las estrellas. Una de ellas fue la madre de varios planetas, y en uno de ellos podemos descubrir, amparado por la oscuridad de una cueva, al más grotesco de los enanos.

Esta retorcida criatura va en busca del placer. Alguien le dijo cantando que las ninfas del río son los seres más hermosos; y así, el enano va a buscarlas. Pero las jóvenes se niegan a retozar con el feo personaje; el enano ofendido, decide vengarse robando el oro que yacía en el fondo del Rhin. Una vez en su poder, el metal le confiere al enano el dominio de lo sobrenatural; pero ha atentado contra la naturaleza, y el fondo del Rhin se sume en tinieblas al ser despojado de una de sus riquezas. Sin embargo, un arcoiris desplegado por los dioses, constituye una promesa de redención musical.

Una de las escenas más exaltadas y violentas del romanticismo es el momento cuando, enmedio de relámpagos se escucha el canto de ocho jóvenes diosas llamadas Walkirias, quienes montan los más briosos corceles en los que transportan las almas de valientes guerreros muertos en combate. Las trompetas y su familia de bronces retratan la cabalgata de las Walkirias hacia su montaña sagrada.

Durante la Edad de Plata, será Brunhilda quien intente restablecer el orden del Universo. Por eso, contra la ley de su padre, ella lleva en su corcel, en vez de un soldado muerto, una mujer desmayada.

En el seno de esta joven exánime ha sido concebido el Salvador prometido. Por su nobleza, La Walkiria es el andante de esta enorme sinfonía.

Sin embargo, el Dios Wotan, el padre de la divina Brunhilda, no sabe entender a su hija y castiga a la Walkiria sumiéndola en un profundo sueño enmedio de la alucinante melodía del “Encantamiento de fuego”.

El paso de las edades nos permite descubrir la escena que sigue, pues el “Idilio de Sigfrido” es la más encantadora y juguetona miniatura musical de Wagner. Por medio de un diálogo entre los violines, la flauta, la trompa y sus amigos, nos enteramos de que Sigfrido puede interpretar los murmullos de la naturaleza; el joven también puede conversar con las aves y un pajarillo le revela los secretos de la floresta. Guiado por su astucia, y con un beso, por supuesto, Sigfrido consigue despertar a Brunhilda de su letargo.

Sigfrido representa a la naturaleza más pura e inocente, el posible regreso de la felicidad y la armonía. El héroe y Brunhilda se enamoran, y una orquesta sinfónica celebra el acontecimiento con una fanfarria de los bosques. Ambos entonan una canción de amor sincero. Tiempo atrás, Sigfrido forjó una espada mágica para combatir el mal. Él era en realidad el hijo de aquella mujer desmayada salvada por Brunhilda. Sigfrido es el campeón prometido.

Es en este momento crucial cuando resuena la llamada deslumbrante de la inexorable ley de Murphy: “Si algo puede fallar, fallará” pues la Edad de Hierro ha llegado al universo, y El ocaso de los dioses es el drama que retrata al sueño postrero. El ritmo se ha desquiciado: Sigfrido es seducido por una astuta hechicera y su pecado es castigado con la muerte del héroe. “La marcha fúnebre de Sigfrido” retrata la expresión de horror que la civilización occidental manifestó al contemplar el profundo abismo hacia donde se había estado dirigiendo desde su primera marcha imperial. Entonces se desata un coro gigantesco para despedir al mundo.

Al final, el fuego danza libremente, recitando incontenible la música que sirve para purificar un mundo que reclama volver a la inocencia perdida. La enorme sesión de musicoterapia que en realidad es El anillo de los Nibelungos nos enseña que, poco después de la catástrofe, el juego tranquilo de las hijas del Rhin enmedio de las olas del río, durante la escena que cierra el ciclo, nos canta serenamente al oído: “Sólo es real la alegría, sólo tenemos la alegría que hemos dado a los demás”. Que así sea.

jueves, 25 de enero de 2007

Apolo y Dionisos, por siempre

Enrique Arias Valencia

Apolo es un vals lento; Dionisos es danza frenética. Pienso en el Vals triste de Sibelius cuando quiero mostrar lo que constituye la música apolínea. En cambio, los estruendosos acordes de la música para bailar a la moda nos hablan de lo que es una danza dionisiaca. Es así que encuentro elementos apolíneos en la teoría de la relatividad de Einstein y elementos dionisiacos en la mecánica cuántica. La teoría de las supercuerdas, al conjuntar lo apolíneo y lo dionisiaco sería una teoría trágica, es decir, una teoría completa. No obstante, quisiera conservar estos rasgos apolíneos y dionisiacos que aparecen en las teorías de la relatividad y de los cuantos. El universo como danza, pero no una danza de Shiva, sino como danzas enfrentadas: Apolo frente a Dionisos. Nuestro amigo Brian Greene nos muestra la conjunción de estos dos bailes contrariados en la presentación de la teoría de las supercuerdas:

“La teoría de cuerdas posee el potencial de mostrar que todos los sorprendentes sucesos que se producen en el universo —desde la frenética danza de esas partículas subatómicas llamadas quarks, hasta el majestuoso vals de las estrellas binarias en sus órbitas; desde la bola de fuego inicial del big bang, hasta los elegantes remolinos de las galaxias celestes— son reflejos de un gran principio físico, de una ecuación magistral”.14

Una cuerda es un cuerpo de una sola dimensión, el constituyente más elemental de la materia y de todo cuanto existe. La teoría de cuerdas, al conciliar a la apolínea relatividad general con la dionisiaca mecánica cuántica, es una suerte de drama satírico donde los opuestos se reconcilian tras su trágica lucha. En hora buena.
Las dimensiones superiores están en el interior. El interior está en el mundo de las supercuerdas. Por lo tanto, las dimensiones superiores están en el mundo de las supercuerdas.

14) Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 17.

martes, 23 de enero de 2007

¿Qué son las supercuerdas?

Enrique Arias Valencia

“Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra”.
El Kybalión

Según la teoría de las supercuerdas, toda la materia está formada por unos cuerpos unidimensionales, en forma de cuerda, algunas de ellas anilladas, y otras abiertas. La teoría de las supercuerdas pretende ser una explicación de todos los procesos de la naturaleza según la vibración de las cuerdas. Es así que los átomos, los electrones y los protones son en realidad cuerdas de energía vibrante.
De hecho, las cuatro fuerzas de la naturaleza también son manifestaciones de las supercuerdas: la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil, electromagnetismo y la gravedad son explicadas por esta audaz teoría del todo.

lunes, 22 de enero de 2007

Una bella geometría

Enrique Arias Valencia

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche se acerca a este género teatral como elemento estético y metafísico; esta obra es un trabajo en el que este todavía joven filósofo tomará muchas de sus nociones de los trabajos de Schopenhauer. Así, dado que Schopenhauer sostiene que el mundo puede considerarse de dos maneras distintas, como representación y como voluntad, Nietzsche tomará esta pareja y la identificará con Apolo (representación) y Dioniso (voluntad).

Apolo es la bella geometría que da personalidad al mundo de las apariencias. Es el instinto figurativo de la forma del mundo. El instinto figurativo de la forma del mundo es el señor del espacio. Por lo tanto, Apolo es el señor del espacio.

“La mayoría de las personas que estudian la relatividad general se queda cautivada por su elegancia estética. Al reemplazar la fría y mecánica visión del espacio, el tiempo y la gravedad que nos daba Newton, por una descripción dinámica y geométrica que incluye un espacio-tiempo curvo, Einstein incorporó la gravedad a la estructura básica del universo. La gravedad no se impone como una estructura adicional, sino que se convierte en una parte del universo al nivel más fundamental. Insuflar vida al espacio y al tiempo, permitiendo que se curven, alabeen y ondulen, da como resultado lo que comúnmente llamamos gravedad.”(12)

No hay que olvidar que Apolo es la bella convención que está ahí para que las cosas funcionen. ¿Por qué está Apolo engalanando el mundo como representación? Los físicos alegan de continuo que sus ecuaciones son estéticas. Apolo se parece a la continuada belleza expresada por los físicos del siglo XX, incluso en sus detalles más absurdos:

“La incorporación de elementos imaginarios en la teorías físicas es una de las prácticas que el físico profesional encuentra más difíciles de justificar. Por supuesto, si un concepto particular como el de la simetría isotópica del spin, convierte al modelo en un brillante éxito, entonces el físico puede responder simplemente: “¡Lo puse porque funciona!”(13)

Apolo es el triunfo del mundo como representación. Recordemos que según Nietzsche, la tragedia consta de dos elementos: Apolo y Dionisos. De éstos, Apolo, se muestra como el juicioso responsable del pimpollo del mundo del ensueño metafísico. Para Nietzsche, el mundo del sueño es prudente y mesurado, una expresión de alegre reposo necesario para vivir de acuerdo con el mundo de la luz, pues Apolo es un Dios de apariencias, y éstas sólo pueden revelarse bajo el hechizo de la luz.


12) Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, pp. 117-118.
13) Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 66.

domingo, 21 de enero de 2007

Invitación a la nada

Enrique Arias Valencia

Dionisos, voluntad ilimitada, el inocente trasfondo, origen y fin del mundo manifiesto. Dionisos es el trasfondo indiferenciado, el núcleo del mundo, su aspecto más misterioso. Y no hay nada más misterioso que la nada.
Dionisos es la nada que constituye el mundo. Es la nada en la que todo flota y todo fluye: es la más pura esencia de las cosas. Dionisos es el vacío por excelencia. Considerar el vacío como materia de estudio de la física es ya una realidad.

“El vacío es el milagroso cuerno de la abundancia de energía en la naturaleza. En principio no hay límite a la cantidad de energía que puede autogenerarse por la expansión inflacionaria. Es un resultado revolucionario en total desacuerdo con la vieja tradición secular de que «nada puede surgir de la nada», una creencia que data al menos de tiempos de Parménides, en el siglo V a. de C. La idea de una creación a partir de la nada pertenecía, hasta recientemente sólo al reino de la religión. Los cristianos han creído desde hace mucho tiempo que Dios creó el universo de la nada, pero la posibilidad de que toda la materia y la energía cósmicas aparezcan espontáneamente como resultado de un proceso puramente físico hubiera sido considerado como algo absolutamente insostenible por los científicos de hace sólo una década”.(10)


Gracias al vacío cuántico, podemos darnos cuenta de que Dios hizo el mundo sacándolo de la nada, y en realidad, parece que las cosas no han cambiado mucho desde entonces.

Es así como Nietzsche también supo intuir el valor del vacío en su filosofía del nihilismo. Dionisos es la primera intuición de la nada, la verdad a partir de la cual todo brota y todo vuelve.

Dionisos es incomprensible. Dionisos es caos, Dionisos es la incomprensibilidad del sexo opuesto. Dionisos es la ininteligibilidad de la mecánica cuántica. Volvamos a comparar al Dionisos nietzscheano con la física teórica. Es así que Richard Feynman declaró:

“Por otra parte, creo que puedo afirmar sin riesgo de equivocarme que nadie comprende la mecánica cuántica”.(11)

Por lo tanto, hay ciertos paralelismos entre el Dionisos nietzscheano y la mecánica cuántica cuando nos damos cuenta de que ambos apelan a los más impenetrables misterios del mundo. Nadie entiende cabalmente a Dionisos, podríamos decir.

El aspecto dionisiaco de la tragedia es lo inenarrable del lenguaje: la música y el baile del coro; y lo apolíneo es aquello que se puede articular por medio de palabras: el diálogo y la forma y medida de la tragedia. Sin embargo, en este arte la última palabra, la expresión final, la tiene la palabra del coro: maridaje de Apolo (belleza) y Dioniso (Verdad). Así pues, al comienzo de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche nos presenta a Apolo y Dioniso como instintos artísticos que se enfrentan mutuamente, pero que, como en el caso de la guerra de los sexos, rinden un fruto que en este caso, consiste en la tragedia, la cual brotó del espíritu de la música. Lo más específico del arte trágico es una oposición y conciliación de elementos contrarios: uno de ellos es informe y desenfrenado, el otro es mesurado y por tanto, sabedor de sus límites. La belleza se contrapone a la verdad, porque ambas escenifican una lucha, que, sin embargo, las lleva a la reunión. En consecuencia, no obstante que la verdad termina por devorar a la belleza, aquélla conservará los rasgos de belleza en el fondo de verdad. En última instancia, Dionisos es el dios cuya corona de hiedra es el símbolo de la naturaleza.


10) Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 207.
11) Richard Feynman apud. Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 133.

sábado, 20 de enero de 2007

Génesis

Enrique Arias Valencia

“Si el pensar es tu destino, adora ese destino con honores divinos y ofréndale lo mejor, lo más querido”.
Nietzsche

Según el filósofo Friedrich Nietzsche Apolo es medida prudente. Tomemos a Apolo como la intuición que constituye el espacio. Es así que Apolo nos entrega tres dimensiones: largo, ancho y alto. Por lo tanto, en esta concepción Apolo es el señor del espacio.

El mundo visible es el mundo como representación, determinado por el tiempo y el espacio, que son la condición que hace que aquello que es uno, aparezca como múltiple, ya sea en serie, ya sea de manera simultánea. El tiempo y el espacio son el principium individuationis. Apolo es un elemento estético que nos otorga el don de la medida, y aunque puede enojarse, su imagen siempre estará adornada por el nimbo de la belleza. La mesura es un elemento Apolíneo en el arte, un elemento que distingue a la tragedia.

El siguiente elemento de El nacimiento de la tragedia es la verdad de Dionisos, la cual nos dice que el mundo es uno. Dionisos es el desenfreno de la danza, la muerte del sentido común. Con una enorme licencia poética, consideraremos cómo los pensamientos apolíneos de Einstein contrastan con las evidencias dionisiacas de Bohr.

La física clásica y la relatividad son una medida mesurada. La mecánica cuántica es desenfrenada: en el mundo cuántico nada es como parece, y la lógica clásica debe abandonarse cuando exploramos los caracteres de las partículas subatómicas.

Ésta es la razón de la afirmación de Einstein: “No creo que Dios juegue a los dados con el Universo”. Es así que la teoría general de la relatividad es apolínea, pues se trata de un edificio elegante y mesuradamente planeado. Mesura que contrasta con la frenética danza de las partículas del mundo cuántico, lo cual la convierte en una teoría dionisiaca.

No obstante, algo hay de herético en los planteamientos de Einstein. Es así que Einstein fue uno de los científicos que revolucionó nuestra visión del universo con su planteamiento del espacio y el tiempo que se resuelven en una sola unidad, socavando la física newtoniana que nos hablaba de un espacio y un tiempo separados y absolutos. Por eso, si queremos conocer a un apolíneo puro, debemos buscar a Newton. Y en medio de nosotros, Newton como un Dios.

Las leyes de la naturaleza son inviolables. Así por ejemplo tenemos el mandamiento “No viajarás a una velocidad mayor que la de la luz”, el cual cumplimos todos los mortales. Los automóviles son rápidos si alcanzan los 150 kilómetros por hora, pero la luz viaja a 300,000 kilómetros por segundo. Nadie que yo conozca puede viajar tan rápido como la luz.

Y sin embargo, gracias a la física, todos nosotros podríamos viajar a la velocidad de la luz. Y nosotros lo estamos haciendo. Para conseguirlo, añadamos el tiempo a las tres dimensiones apolíneas, entonces tendremos un espacio-tiempo de cuatro dimensiones: largo, ancho, alto y el tiempo.

“Einstein afirmó que cualquier objeto del universo está siempre viajando a través del espacio-tiempo a una velocidad fija —la de la luz—. Esta idea resulta extraña; estamos acostumbrados a pensar que los objetos viajan a velocidades considerablemente menores que la de la luz. Hemos puesto el énfasis repetidas veces en esto, considerándolo como la razón por la cual los efectos de la relatividad son tan desconocidos en la vida cotidiana. Todo esto es verdad. En este momento estamos hablando de la velocidad combinada de un objeto a través del conjunto de las cuatro dimensiones —tres dimensiones espaciales y una temporal— y precisamente en este sentido de generalización es donde la velocidad del objeto es igual a la velocidad de la luz”.8

Es así que si consideramos el tiempo como la cuarta dimensión, podemos viajar a la velocidad de la luz.

Apolo: teoría especial de la relatividad: espacio y tiempo son influidos por el movimiento del observador. Teoría general de la relatividad: espacio y tiempo se curvan debido a los efectos de la gravedad.

Mi alma es un nudo Giordano. En todos los cultos dionisiacos se buscaría la disolución del individuo. Las religiones apolíneas son clara afirmación de la conciencia. La coincidencia de los contrarios mostrada por la fusión de lo apolíneo con lo dionisiaco nos conduciría a una teoría sobre todo, una explicación completa del mundo físico.

¿Qué es una fuerza? Si, como dicen los físicos, hay cuatro fuerzas que actúan en la naturaleza, la fuerte, la débil, la electromagnética y la gravedad, ¿cuál de estas fuerzas es la responsable de que pueda mover la mano para escribir una nota en mi cuaderno? ¿Cuál sería, en última la fuerza responsable de la energía calorífica que irradia una vela?

Hay una relación entre Nietzsche y la física. Entre sus numerosos aforismos, él recurre a un lenguaje que podemos equiparar con el de la física moderna. Veamos un ejemplo.

“¿Y sabéis qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré que mostrároslo en mi espejo? Este mundo: una inmensidad de fuerza, sin comienzo, sin fin, una magnitud fija y broncínea de fuerza que no se hace grande ni más pequeña, que no se consume, sino que sólo se transforma, de magnitud invariable en su totalidad, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin aumento, sin ganancias, circundado por la «nada» como por su límite [...]”9


Nietzsche dice que este mundo está regido por una sola fuerza, con lo cual se acerca a los físicos de nuestros días, con su teoría de la súper fuerza. El asunto es muy rico y merece más atención. Nietzsche identifica esta fuerza única con Dionisos y la voluntad de poder. Al mencionar que la fuerza no se consume, sino que sólo se transforma, Nietzsche hace eco de la ley de la conservación de la energía, la cual vimos más arriba.


8 Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 81-82.
9 Friedrich Nietzsche, aforismo 1 067 de La voluntad de poder apud. Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 212.

viernes, 19 de enero de 2007

Fantasía

Enrique Arias valencia

“La belleza es la verdad, la verdad, belleza”.
Keats

La cultura popular sostiene que si algo es científico, es verdadero, así tenemos la conocida sentencia que reza: “Científicamente comprobado” expresión que en el alma colectiva significa “Rotundamente verdadero”. No obstante, si algo goza de la fama del pueblo, no haríamos mal en dudar de su autenticidad.

Estamos acostumbrados a considerar a la fantasía como lo opuesto a la realidad. En este artículo ensayaremos una aproximación entre ambos términos, e incluso, una posible inversión de papeles. Al respecto, seguramente el lector recordará con singular alegría el final del Anticristo, aquel en el que Friedrich Nietzsche nos exhortaba a la transmutación de todos los valores. Pues bien, sobre este asunto quisiera ahora preguntar: ¿no será la ciencia una ficción y la ficción una ciencia? Por eso en este trabajo intentaré mostrar que la naturaleza es la realidad; por lo tanto, una fantasía natural es una fantasía real.

La blanca espuma de los mares, la verde fronda de los trópicos, el trasluz sereno de los hielos, el amarillento grano del desierto; ¿qué es la naturaleza? ¿Qué es el mundo? La naturaleza no es un objeto, ni un amontonamiento de objetos sin más, tales como los átomos u otras partículas lanzadas al azar. La naturaleza es un tejido de relaciones armoniosamente compuestas.

“La naturaleza —dice Schelling en su poético discurso sobre las artes—, no es una masa inerte; es para aquel que sabe penetrarse de su sublime grandeza, la fuerza creadora del Universo, agitándose sin cesar, primitiva, eterna, que engendra en su propio seno, todo lo que existe, perece y renace sucesivamente”.2

Fue el riguroso Kant quien argumentó que el principio universal y necesario para conocer a la naturaleza es la legalidad. La naturaleza nos muestra un orden legal que nosotros le imponemos con base en nuestra razón. La ciencia parece proclamar que la joya de la corona del orden natural es la ley matemática. Debemos a Newton un Cosmos cuya elegancia está dada por los finos compases de las leyes de la gravitación universal
.
El físico Paul Davies parece no darse cuenta de que la razón determina el conocimiento de la naturaleza, pues ignora de dónde brota el orden racional del mundo. No obstante, sí se da cuenta de que las leyes matemáticas regulan el mundo físico, y ese es el aspecto más importante de la naturaleza:

“Quizá el mayor descubrimiento científico de todos los tiempos sea que la naturaleza está escrita en clave matemática. No sabemos cuál es la razón, pero es el hecho más importante que nos permite comprender, controlar y predecir el resultado de los procesos físicos. Una vez hemos descubierto la clave de un sistema físico, podemos leer la naturaleza como si fuera un libro”.3

Es así que el libro de la naturaleza está escrito en el lenguaje de las matemáticas, porque nosotros hemos escrito ese libro.
Que se trata de un universo de fantasía, un frágil juguete solamente, se encargarán de decírnoslo los demonios cuánticos y el asombroso espacio-tiempo de la relatividad. Pero no hay por qué asustarse: también las leyes de Plank y Einstein son convenciones. Después de todo,

“La ciencia auténtica no es atomista ni totalista”,4

nos recuerda muy bien Mario Bunge. De tal modo que la ciencia es una investigación, una serie de preguntas, un sistema de modelos que tratan de explicar el mundo.

En el mundo ordinario la realidad es natural, la ficción es artificial. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Si fuese al contrario? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es una ficción? ¿Qué es la ciencia? ¿Qué papel desempeña la ficción en la ciencia?

La idea de la invención científica no es del todo descabellada, e incluso, está prefigurada entre las páginas más serias de la filosofía de la ciencia. Mario Bunge es un conocido filósofo de la ciencia. Sus disertaciones podrían servirnos para comenzar a esbozar nuestro argumento. Veamos qué dice Bunge:

“las hipótesis no se nos imponen por la fuerza de los hechos, sino que son inventadas para dar cuenta de los hechos”.5

Por supuesto que en la cita anterior el asunto apenas y se deja ver, pero quien no nos deja lugar a dudas es el físico Paul Davies, quien sostiene:

“El hecho de que un proceso imaginario pueda ser de fundamental importancia en la física real del mundo real nos puede parecer sorprendente, pero es un instrumento valioso en manos del físico moderno”.6


Davies incluye los conceptos abstractos entre los elementos de los procesos imaginarios que forman parte de la ciencia física moderna. Es así como la transmutación de la ciencia en fantasía está apunto de efectuarse. No deja de regocijarme la identidad de la invención física más famosa. Davies afirma:

“Cuando un concepto abstracto alcanza tanto éxito que llega hasta el hombre de la calle, la distinción entre real e imaginario se hace imprecisa. La propiedad imaginaria del físico se ve arropada con una familiaridad que parece convertirla en algo real. Esto es lo que ocurrió en el caso de la energía. El concepto de energía fue introducido en la física como una idea abstracta. Lo que lo hizo atractivo fue la ley de que la energía siempre se conserva, nunca se crea o se destruye. Sin embargo, ¿qué es la energía? ¿Podemos verla o tocarla?”7

Tras la transmutación de todos los valores la ciencia es el reino de la fantasía, la poesía es el reino de la verdad. ¿Qué es la física? La física es una fantasía científica. Toda ciencia es ciencia ficción, porque nos muestra una ficción convencional. Nos ponemos de acuerdo con algunos términos y tenemos el comienzo de una ciencia. No hay ninguna diferencia entre la ciencia y la ficción, por lo tanto, la expresión “ciencia ficción” es un pleonasmo.

Los amigos poetas podrán mejor que yo, defender la tesis de que la poesía trata de la verdad. Por mi parte, mi esfuerzo llega hasta aquí.


2 Friedrich Schelling apud. Alexander Von Humboldt, Cosmos, versión en línea, p. 37.
3 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 50.
4 Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, Nueva Imagen, México, 2006, p. 19.
5 Mario Bunge, La ciencia, su método y su filosofía, Nueva Imagen, México, 2006, p. 44. (El subrayado es del original).
6 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 66.
7 Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 67.

jueves, 18 de enero de 2007

Una fantasía natural

Enrique Arias Valencia
La inmensidad del Cosmos

“Sin música, la vida sería un error”.
Nietzsche

Una amarga decepción amorosa puede cambiar el curso de un proyecto filosófico. Emprendí mi tesis “El arte redentor” con la idea de rendir un homenaje a la música. No obstante, la amarga decepción amorosa a la que me refiero ha terminado por marchitar mi devoción por la música en general, y por la música sacra en particular; si bien sigo creyendo que el proyecto de mi tesis vale la pena. Quisiera reconocer que este proyecto es deudor de la filosofía de Nietzsche expuesta en El nacimiento de la tragedia, pues ahí se presentó por vez primera la intuición nietzscheana que valoró al arte como instrumento principal de la filosofía.

“El arte se convierte en el organon de la filosofía; es considerado como el acceso más profundo, más propio, como la intelección más originaria, detrás de la cual viene luego a lo sumo el concepto; más aún, éste adquiere originariedad tan sólo cuando se confía a la visión más honda del arte; cuando re-piensa lo que el arte experimenta creadoramente”.1

Es así que ahora me dedico a practicar lo que he querido llamar música teórica, una música que se percibe por el intelecto, no por el oído. La música teórica nos conduce a la física subjuntiva. La física subjuntiva nos lleva a preguntarnos: ¿qué es el Universo? ¿Quién puede saberlo? El Universo es la unidad de lo diverso. ¿Tuvo el Universo un principio o ha existido siempre? Si el Universo tuvo un principio, ¿tendrá un fin?

Para darle vida a este Universo; Dios hizo estallar un fortissimo de energía que formó e hizo vibrar a las supercuerdas y con el transcurso de las edades, encendió las estrellas. Una de ellas fue madre de nueve planetas. Veamos esto con un poco más de detalle, para lo cual voy a presentar mi adaptación de la hipótesis de Kant-Laplace sobre el origen del Sistema Solar. Hace mucho tiempo una formidable nebulosa de gas flotaba en medio de un pianissimo que engalanaba un espacio vacío. Dicha nube empezaría a girar en torno a un esbozado eje, y al compás de una danza conducida por la gravedad, dicha nube se contraería, y al compactarse, adquiriría entonces forma de disco abultado.

Este disco despediría un anillo de gas que muy pronto sería acompañado por otros que empujarían al primero un poco más lejos. El centro de la nube con el tiempo llegaría a estar ocupado por un gran soberano estelar que con resplandeciente ley gobernaría toda su corte de planetas, pues a su vez, cada anillito formaría un planeta.

Casi siglo y medio antes de que Kant enunciara su hipótesis del origen del sistema solar, el astrónomo Kepler escribió un libro llamado La armonía del mundo, donde mostraba que los planetas cantan perennemente en varias voces, percibidas por el alma, no por el oído.
Kepler afirmaba que los planetas entonarían diferentes notas, según se encontrasen más cerca o más lejos del Sol, pues nuestro amigo había descubierto que los planetas se mueven en órbitas elípticas.

1 Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Alianza Universidad, Madrid, 2000, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p. 20.

lunes, 1 de enero de 2007

1789

Enrique Arias Valencia

Era de noche, y el broncíneo fragor de la metralla sólo era superado por los gritos de la chusma enfurecida que con un enorme ariete, logró por fin destrozar la puerta de gruesa madera labrada de aquella catedral gótica. La Luna ofrecía un mortecino rayo de luz a través de aquellos altos vitrales que hasta ese momento habían sobrevivido airosos al paso de los siglos. Desolada la oscura nave, al fondo apenas y se vislumbraba el objetivo de los atacantes. De inmediato, al amparo de las antorchas, los revolucionarios se dirigieron hacia el altar mayor, lanzaron una soga a la imagen del Crucificado que presidía el centro del ábside, y comenzaron a tirar con fuerza. Tras algunos violentos crujidos, el otrora imponente Cristo cedió y con un estruendo se desplomó, como aquel Viernes Santo de la tradición, para de inmediato despedazarse en el suelo.
En medio de la nube de polvo que brotó de la escultura caída, un ciudadano lanzó un exaltado discurso a tan singular congregación: “Creemos en la razón, y no en el Crucificado, levantemos pues, aquí un altar a la razón y que sea ella quien de ahora en adelante ilumine nuestro camino”. Con un gesto de triunfo, y tras dirigir una mirada de desprecio hacia los despojos de la imagen, el ciudadano colocó con esmero amoroso un libro de Voltaire sobre el marmóreo altar. Decenios atrás, aquel Voltaire, para referirse a la Iglesia Católica, no había dejado de afirmar: “Aplastad a la infame”. Con el ánimo embriagado, la muchedumbre lanzó un enjambre de pedradas a los añejos vitrales. Como una lluvia de estrellas, los delicados cristales en su veloz caída reflejaron en un instante de ocaso y de fulgor con sus variopintos colores la intensa luz despedida por una montaña de libros sagrados que ardían en la nave del templo. A la mañana siguiente, recias hordas de voluntarios descargaron pico y mazo para demoler la catedral. Algunos días más tarde, el humeante templo en ruinas era ya un mudo mártir que había muerto a manos de aquellos osados que no dudaban en autoproclamarse partidarios de las ideas de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

En cierta forma, muchas de mis ideas son parte del legado intelectual de aquellos revolucionarios y filósofos que lucharon por hacer de la razón la sola guía de la vida humana. Y sin embargo, mis padres trataron de formarme en las filas de la Iglesia Católica. Soy pues, descendiente de Cristo por parte de padre y de madre, pero soy filósofo por herencia intelectual. A veces me pregunto a favor de quién hubiera estado yo de haber vivido en la Francia revolucionaria o prerrevolucionaria. ¿Del guasón Voltaire o de la seria Iglesia? ¿No se les pasó la mano a quienes, en aras del progreso de la humanidad, derribaron obras de arte con un afán que sólo puede ser igualado por el de las termitas, quienes no dudarían en roer la misma cruz de Cristo de tenerla a su alcance?
El alma solitaria que contemplase aquel Cristo despedazado, bien podría preguntarse: ¿lograría la razón por sí sola ocupar el trono vacante que había dejado el Dios caído? ¿Era en efecto la razón la que se alzaba victoriosa en el altar mayor de la catedral en ruinas? ¿Qué sucedería en un mundo que fuera dirigido sólo por la razón? ¿Acaso expulsar a los dioses de su altar, transmuta al vacío que dejan, en la verdad? Además, ¿qué sería del pensamiento y de la ciencia si sólo la Iglesia dictara las normas de la educación? Tuve la fortuna de siempre ser educado en una escuela de las así llamadas laicas, si bien los domingos mis padres me hacían asistir a un culto que nunca he entendido bien, porque el objeto de la adoración jamás ha aparecido como protagonista de mi espíritu. Por eso me pregunto, si Dios existe, ¿por qué no se muestra a la luz de la razón? ¿Puede ser Dios objeto de experiencia? ¿Qué es la ciencia? ¿Descendemos del mono? ¿Qué es la geometría? Por supuesto que estas cuestiones no se resolverán derribando templos, pero tampoco podrían abordarse si la Iglesia fuera la dueña absoluta de la cultura. Creo que lo mejor es la tolerancia. En resumen: no estoy a favor del asesinato de sacerdotes, ni del cierre de templos, pero tampoco me gustaría ver a la Iglesia como dueña de única de la escuela. Y si hay quien quiera tener a sus hijos en un colegio religioso, que sea bajo su propia cuenta y riesgo: que los sacerdotes digan misa y que nosotros los pensadores intentemos pensar. ¿Pensar sobre qué? La danza entre Dios y el mundo, por ejemplo. Lo que sigue es un poco de reflexión en torno a los compases de esta misteriosa danza.