domingo, 21 de enero de 2007

Invitación a la nada

Enrique Arias Valencia

Dionisos, voluntad ilimitada, el inocente trasfondo, origen y fin del mundo manifiesto. Dionisos es el trasfondo indiferenciado, el núcleo del mundo, su aspecto más misterioso. Y no hay nada más misterioso que la nada.
Dionisos es la nada que constituye el mundo. Es la nada en la que todo flota y todo fluye: es la más pura esencia de las cosas. Dionisos es el vacío por excelencia. Considerar el vacío como materia de estudio de la física es ya una realidad.

“El vacío es el milagroso cuerno de la abundancia de energía en la naturaleza. En principio no hay límite a la cantidad de energía que puede autogenerarse por la expansión inflacionaria. Es un resultado revolucionario en total desacuerdo con la vieja tradición secular de que «nada puede surgir de la nada», una creencia que data al menos de tiempos de Parménides, en el siglo V a. de C. La idea de una creación a partir de la nada pertenecía, hasta recientemente sólo al reino de la religión. Los cristianos han creído desde hace mucho tiempo que Dios creó el universo de la nada, pero la posibilidad de que toda la materia y la energía cósmicas aparezcan espontáneamente como resultado de un proceso puramente físico hubiera sido considerado como algo absolutamente insostenible por los científicos de hace sólo una década”.(10)


Gracias al vacío cuántico, podemos darnos cuenta de que Dios hizo el mundo sacándolo de la nada, y en realidad, parece que las cosas no han cambiado mucho desde entonces.

Es así como Nietzsche también supo intuir el valor del vacío en su filosofía del nihilismo. Dionisos es la primera intuición de la nada, la verdad a partir de la cual todo brota y todo vuelve.

Dionisos es incomprensible. Dionisos es caos, Dionisos es la incomprensibilidad del sexo opuesto. Dionisos es la ininteligibilidad de la mecánica cuántica. Volvamos a comparar al Dionisos nietzscheano con la física teórica. Es así que Richard Feynman declaró:

“Por otra parte, creo que puedo afirmar sin riesgo de equivocarme que nadie comprende la mecánica cuántica”.(11)

Por lo tanto, hay ciertos paralelismos entre el Dionisos nietzscheano y la mecánica cuántica cuando nos damos cuenta de que ambos apelan a los más impenetrables misterios del mundo. Nadie entiende cabalmente a Dionisos, podríamos decir.

El aspecto dionisiaco de la tragedia es lo inenarrable del lenguaje: la música y el baile del coro; y lo apolíneo es aquello que se puede articular por medio de palabras: el diálogo y la forma y medida de la tragedia. Sin embargo, en este arte la última palabra, la expresión final, la tiene la palabra del coro: maridaje de Apolo (belleza) y Dioniso (Verdad). Así pues, al comienzo de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche nos presenta a Apolo y Dioniso como instintos artísticos que se enfrentan mutuamente, pero que, como en el caso de la guerra de los sexos, rinden un fruto que en este caso, consiste en la tragedia, la cual brotó del espíritu de la música. Lo más específico del arte trágico es una oposición y conciliación de elementos contrarios: uno de ellos es informe y desenfrenado, el otro es mesurado y por tanto, sabedor de sus límites. La belleza se contrapone a la verdad, porque ambas escenifican una lucha, que, sin embargo, las lleva a la reunión. En consecuencia, no obstante que la verdad termina por devorar a la belleza, aquélla conservará los rasgos de belleza en el fondo de verdad. En última instancia, Dionisos es el dios cuya corona de hiedra es el símbolo de la naturaleza.


10) Paul Davies, Superfuerza, Salvat, Barcelona, 1985, trad. Domingo Santos, p. 207.
11) Richard Feynman apud. Brian Greene, El universo elegante, Drakontos, Barcelona, trad. Mercedes García Garmilla, p. 133.

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