sábado, 16 de abril de 2011

Stabat Mater de Dvořák

Enrique Arias Valencia

Mi objetivo es ser totalmente subjetivo. ¿Pueden los sentimientos ser objetivos? No, no pueden, pues son el núcleo de la subjetividad. El sentimiento de alegría y aflicción es nuestro, y si actúa sin conceptualizar, descubre la belleza en su atención. Por eso es inútil buscar la belleza en el objeto. La belleza está en el sujeto, y la proyecta hacia el objeto. Por lo tanto, la belleza es un juego de la subjetividad. Sin embargo, no somos el único sujeto del mundo, y cuando otro sujeto nos comunica su descubrimiento de belleza, así nace el arte. Quien es capaz de comunicar belleza es artista.

El arte no sólo es asunto de alegría. También lo es de dolor. Los artistas que tratan con orden y decoro temas cristianos tienen en su haber algunas de las obras maestras más grandes sobre el asunto del dolor humano. Mensaje de enigma, en estos tiempos de Semana Santa, el Stabat Mater de Dvořák es una muestra acabada y perfecta del papel de la subjetividad del dolor, misterio humano que apunta a lo Trascendente. Inigualable la pluma de Ernesto Nosthas en Oído Fino en el pasaje siguiente:
Invito a los lectores a navegar por esta obra, y usen la versión del poema en la sublime traducción de Lope de Vega y recreen una expresión clara del dolor y la resignación de María con la presencia del solo de oboe inglés que introduce la pregunta existencial del «Quis est homo, qui non fleret, Matrem Christi si videret, in tanto supplicio…?» («Y, ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara, de Cristo en tanto dolor?») desarrollada por el cuarteto de solistas en el segundo movimiento o la tenebrosa expresión de temor ante la muerte que se reproduce con la oscura marcha fantasmagórica entre coros y orquesta que se da en el tercer movimiento.

En cierta forma, el misterio de la Cruz es más profundo que la religión que le dio origen, pues trasciende sus límites, y se dirige a nuestro corazón. Sin embargo, el dolor que nos comunica el Stabat Mater debe ser sin concepto, desinteresado, universal y apuntar necesariamente, por tanto, a la finalidad sin fin. Aquellos que vemos dolor sin sentido en este mundo, bien podemos de vez en cuando darle sentido con el propósito de la música. El arte nos redime de nuestro dolor entregándonos un dolor desinteresado. Es así que el dolor de la Virgen María al ver a su hijo muerto es el dolor universal: es el dolor del poeta Javier Sicilia al enterarse de que su hijo ha muerto. Es el dolor de Antonín Dvořák al enfrentar la muerte, primero de su hija y después de sus dos hijos sobrevivientes. Y sin embargo, el dolor de la música no es ninguno de estos dolores: está más allá del dolor particular.




Este viernes 15 de abril, a las 19:00 horas, en el Museo de la SHCP, Antiguo Palacio del Arzobispado he podido escuchar el Stabat Mater de Dvořák. El Stabat Mater es el Requiem del eterno femenino. El eterno femenino no es un concepto, se revela a la intuición intelectual.

Tui nati vulnerati es la más pura expresión de la belleza que se encuentra en sabernos vulnerables, y por lo tanto, heridos por el poder de Dios.

Quiero destacar que esta noche la mezzosoprano Lydia Elena Rendón Olvera, de los Solistas Ensamble del INBA me ha regalado una de las más bellas versiones de Inflammatus et accensus, del Stabat Mater de Dvořák.

Fuga

La versión que he escuchado esta tarde es la partitura para soprano, tenor, alto, bajo, coro y piano de 1876, recientemente descubierta. He actualizado la página del Stabat Mater de Dvořák en la Wikipedia en español para referirme a dicha versión. La primera cita del Quando corpus morietur está en si menor, con los primeros compases a cargo de la mezzosoprano y el bajo, pieza sombría que cederá el terreno a una colosal e intensa fuga. Dice Sócrates en el Hipias mayor que “Las cosas bellas son difíciles”. Por su conspicua belleza, la brillante fuga del final de esta obra es difícil para el escucha. Belleza enérgica donde las haya, la intervención de la cuerda de la soprano hiela la sangre. El unánime Quando corpus morietur es todo un triunfo sobre la muerte. En versión de Lope de Vega:

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
La intención de Xavier Ribes al dirigir a los solistas es comunicarnos con la aflicción de la idea de la razón que se identifica con el eterno femenino. Al final, los solistas nos han quitado a todos el aliento, y tardamos en aplaudir, pues ¿cómo interrumpir el mensaje del gran dolor del mundo?

***

I Temporada 2011
Solistas Ensamble del INBA
Xavier Ribes, director huésped
Antonín Dvořák
Stabat Mater

Viernes 15 de abril, 19:00 horas
(Moneda 4, Centro Histórico)

Actividades Web:


lunes, 11 de abril de 2011

Hermosa luz del arte plumario

Enrique Arias Valencia

Si uno no espera lo inesperado, no lo encontrará, que es difícil e inaccesible.
Heráclito

Este sábado 9 de abril he asistido con gran alegría a la exposición “El vuelo de las imágenes. Arte plumario en México y Europa” en el Museo Nacional de Arte de esta ciudad de México. Lo que sigue lo he elaborado a partir de los cuadros explicativos del museo y mi propia investigación.

Alrededor del siglo XVI el centro de nuestro México era un lugar privilegiado por una animadísima fauna aviar. Las plumas son uno de los elementos más coloridos y sorprendentes del reino animal. En aquel dichoso tiempo se cultivaban en esta región varias artes. Una de ellas era el arte plumario. Los indígenas mexicanos sabían utilizar las plumas de ave para engalanar sus atuendos, y también para elaborar lienzos y escudos. Por lo tanto, en México se desarrolló una habilidad conforme a los hermosos caracteres de las plumas en concierto. Los artistas de la plumaria eran los amantecas. Ellos usaban sobre todo quetzal, garza, loro, guacamaya, zacuán, águila y colibrí.

La más famosa de las piezas de arte plumario es el penacho de Moctezuma, el Quetzalapanecayotl. Sin embargo, en el México antiguo no sólo se elaboraban penachos. También se hacían escenas en papel de maguey o de amate e incluso tela, en las que se pintaba la más pura fantasía. En los escudos los temas eran las elaboradas geometrías de la compleja mitología guerrera mexicana.

La labor de los artistas de la plumaria se reseña en el Códice Florentino, donde se explican detalladamente los procedimientos de la elaboración de las obras. Para fijar las plumas en el papel de amate o de maguey o la tela se usa el mucílago de la orquídea tzauhtli.

En el rico universo de la mitología indígena, las aves y sus plumas juegan un papel destacado. Así tenemos que Quetzalcoatl estaba muy triste porque asustaba su forma de serpiente. Entonces leemos en la guía del museo que: “Coyotl Inahual adornó de plumas de quetzal a Quetzalcoatl para liberarlo del aislamiento en que su apariencia de serpiente lo había relegado”. Desde entonces, Quetzalcoatl fue la orgullosa Serpiente Emplumada. Hasta en la Conquista Española estuvieron involucradas las aves y sus plumas: “La llegada de los españoles, adornados con yelmos emplumados es anunciada, según el Códice Florentino, en el espejo de obsidiana que un pájaro habría llevado al tlatoani Moctezuma”. Termina diciendo la guía del museo.

Sacra plumaria de la eucaristía, tras la Conquista de México, los temas autóctonos del arte plumario cedieron su lugar a la imaginería religiosa cristiana. Es así que desde el siglo XVI México se convirtió en el proveedor de obras plumarias del Imperio Español. Con esta técnica los amantecas elaboraron mosaicos piadosos, cubre cálices, mitras e ínfulas, entre muchos otros objetos. El arte plumaria se exportaba a Europa, China, Japón y Mozambique.

No plumaria en la materia, pero sí en el espíritu, una de las más curiosas representaciones del escudo nacional, aparece un águila Habsburgo. Bicéfala posada sobre un nopal. ¡Sincretismo de dos mundos! Plumaria, sí, podemos ver un cubre cáliz del siglo XVI con un motivo geométrico completamente mexica. El autor anónimo novohispano, hizo un mosaico de plumas que hoy se conserva en el Museo Nacional de Antropología.

Podemos ver una mitra e ínfulas, piezas anónimas novohispanas del siglo XVI. Mosaico de plumas sobre papel de maguey y tela. Piezas del museo del Duomo, Venerada Fabrica de Duomo di Milano, Italia.

En un curioso mosaico de plumas sobre lámina de cobre, del siglo XVI, anónimo, hoy en la colección Mario Uvence Rojas, vemos que la Mujer del Apocalipsis, identificada con la Virgen María, calza huaraches.

Aparentemente envejecido por el tiempo, el Cristo Pantocrator Salvator Mundi es un mosaico plumario novohispano del siglo XVI que se encuentra originalmente en el Museo Nacional del Virreinato. Allá en Tepotzotlán pudimos verlo Lísida y yo en 2008. Se trata de Cristo como soberano victorioso del Universo, conjunción de arte plumario e iconografía bizantina cristiana.

En el universo espiritual de la Nueva España las aves son ángeles. La exposición está animada por muestras musicales del tiempo de mayor esplendor del arte plumaria. Es así que podemos escuchar entre muchas otras obras, los villancicos de sor Juana, “A la cima, al monte, a la cumbre” con música de Blas Tardío Guzmán, activo durante la segunda mitad del siglo XVIII y “A este edificio célebre” con música de Andrés Flores (1690-1754). De otro poeta, cuyo nombre no sé “Si el pan y el vino son dos”, con música de Gaspar Fernández (1566-1629) con la Capella Cervantina bajo la dirección de nuestro muy querido y admirado Horacio Franco.

Fue mi padre primer jilguero del alba poética. A él le escuché los primeros poemas de sor Juana. En México, la poesía siempre ha sido muy importante. Los Cantares mexicanos en la traducción de Berenice Alcántara dicen:

“Que tus alas,
tus orillas, las sacudas delante de Dios,
Aquel por quien vivimos”.

La forma “Aquel por quien se vive” es de origen prehispánico y siempre que la escucho me pone la piel de gallina. ¡Mis plumas reniegan de mi ateísmo!

En la colección que se expone temporalmente en el Museo Nacional de Arte, podemos ver de José Rodríguez, activo en la segunda mitad del siglo XIX un Escudo de la República Mexicana de 1829. Las plumas del águila son autorreferenciales.

Alguna vez, entre brumas, verde de los pastos, vi una madrugada varias garzas posarse en mi patio. Vivía entonces en Milpa Alta. En la exposición del museo, han traído varias aves disecadas, mencionaré sólo algunas. Chrysolophus pictus, conocido como faisán dorado. Es quizá el faisán celebrado por Lerdo de Tejada en forma de música. Casmerodius albus, es quizá la garza blanca que se posaba en mi patio. Llamada también garza de dedos dorados. El ejemplar pertenece a la Colección Nacional de Aves del Instituto de Biología de la UNAM. Aquila chrysactos, el águila real, de la misma colección.

Hoy el arte plumario se encuentra en peligrosa decadencia. Sé que estando en Nueva España, el barón explorador Alexander Von Humboldt compró un mosaico de plumas con una imagen de la Virgen, que ya en otra exposición pude contemplar alguna vez. El museo incluye una sala con piezas actuales de arte plumario. Manuel de Jesús Medina es uno de los artistas que todavía lo practican. Se exhibe una Virgen de Guadalupe, mosaico de plumas sobre cobre, colección particular.

Sin embargo, la plumaria influyó durante breve tiempo a las artes del mundo. Hay un anónimo europeo con la imagen del pájaro huitzilin, esto es, el colibrí. Dionisio Minaggio, influido por el arte plumario compuso el Libro de las plumas en 1618. Como ejemplo señalaré la “Imagen que muestra un escenario coompleto de la comedia escrita por Nicolo Barbieri, 1618”. Esta pieza pertenece a la colección de la Blacker-Word Library of Zoology and Ornithology, McGill University, Montreal, Canadá. Hoy también podemos ver en México cinco ilustraciones de aves de Dionisio Minaggio.

El arte plumario fue digno de atención de científicos y artistas del siglo XVI. Ulisse Aldrovandi en su libro Ornithologiae, de 1599 llega a hacer afirmaciones que sostienen que los mosaicos novohispanos de arte plumario están entre la ciencia y el arte. El boloñés Ulisse Aldrovandi pudo ver el San Bernardo del siglo XVI, arte plumaria anónima novohispana, que hoy se guarda en el Musei Civici d'Arte Antica de Bologna, Italia.

Siempre he tenido la gran fortuna de contar con la valiosa ayuda de científicos que aparecen en el momento justo para hacerme disfrutar mejor con el arte, y hoy no ha sido la excepción. Un físico óptico cuyo nombre no me ha sido posible recoger, me revela personalmente un gran secreto que pongo aquí para que sea deleite de quien pueda admirar obras de arte plumario.

Hemos dicho que las plumas de ave son sorprendentes y coloridas. Veamos porqué. Podemos observar que en las plumas el carácter de la luz varía según el ángulo en que sea observada. Dicho fenómeno óptico se llama iridiscencia, y también podemos encontrarlo en las pompas de jabón y las manchas de aceite. Este secreto de las plumas era conocido por los indígenas.

En los cuadros plumarios las plumas de azul turquesa representan el cielo y el manto de la Virgen y las plumas pardas serán trajes de santos y apóstoles.

A continuación, el secreto. Los mosaicos plumarios se elaboraban para ser contemplados desde abajo. Por lo tanto, mi amigo el óptico me indica que es menester que humildemente renuncie a mi ateísmo, y me arrodille frente al mosaico de San Pedro, de los siglos XVI-XVII, procedente de la Capilla del Espíritu Santo de la Catedral Metropolitana de Puebla. Al arrodillarse se hace el milagro visual: frente a mí San Pedro adquiere el brillo de la asombrosa majestad del Universo. Por primera vez en mi vida contemplo extasiado la iridiscencia de la pluma azul turquesa. La materia se desploma, y por un instante lleno de gloria mayestática queda sólo el Espíritu Santo a quien se le canta sin cesar: “Dios Itlazonantzine”. ¡Santa Madre de Dios! Los mosaicos de San Francisco de Asís, San Juan Bautista, la Sagrada Familia y San Juan Evangelista también adquieren un inusitado esplendor. Se trata del libre juego de la imaginación y el entendimiento gracias al efecto de unos mosaicos del periodo virreinal.

Lo quiera o no, dejo de interesarme en un viejísimo mosaico del siglo XVI para admirar la luz prístina de los primeros días de la Creación, cuando vio Dios que todo era bueno. El breve relámpago por el que soy bañado trasciende los conceptos. La naturaleza universal de su belleza nos acerca al reino de los fines, donde la vida se realiza en su sublime necesidad. Una voz en lo alto, la de Kant resuena vigorosa: “El cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral dentro de mí”. Es así como la experiencia estética cobijase bajo sus suaves alas a la razón práctica y a la razón pura.



El milagro del juicio del que he sido testigo en el siglo XXI me transporta a otro que viví veinticinco años antes de que terminara el siglo pasado. En junio de 1975 para celebrar el fin de cursos en el jardín de niños, la profesora nos enseñó a untar mucílago en una cartulina redonda con el fin de sujetar unas plumas blancas alrededor de un diseño con grecas de colores. El círculo era acompañado por una diadema a la que se le sujetaron unas plumas en forma vertical. Fue así como en forma mágica, mi profesora de párvulos nos hizo partícipes a los niños de un arte ancestral. Quizá mi desbordado interés por el arte plumario se derive de lo que pasó aquella mañana, cuando en la escuela descubrí la emoción de vestir un tocado indígena. En cierta forma, todavía soy ese niño travieso de la fotografía: no puedo ser ni cristiano ni ateo. Aquel feliz día, en el parque público, mis padres toman algunas fotografías. Acompañado por mi hermano el querube, soy heredero de un culto secreto, que supo ver en las plumas el emblema de un espíritu que está siempre dispuesto a abandonar este oscuro mundo material en pos de un Universo de belleza y esplendor en las blancas alas de la libertad estética.

jueves, 7 de abril de 2011

Soneto imperfecto con estrambote solidario

Enrique Arias Valencia

Tras el asesinato de su hijo, Javier Sicilia ha dicho que abandona la poesía. Por mi parte, yo no sé ni sumar, ni restar, por lo que mis poemas son siempre de metros y versos imperfectos; pero el dolor me ha revelado el valor de las lágrimas. Si Javier se calla, yo gritaré, pero la mía será una voz sin Dios.


Me acompañaste, casi sin saberlo,
venías, tú con Cristo y yo sin nada,
y alegraste mi tarde desconsuelo,
tu pluma en la Musa transformada.


Escucha, Javïer lo que te digo:
pues según las Escrituras el Padre
vio morir a su hijo, y höy tu hijo
mártir, se encüentra entre los caídos.


No comparto tu fe, has de saberlo;
mas abrazo tu dolor, y lo hago mío,
y agradezco tu voz viva de poeta


en torpes líneas del ateo esteta.
No, no dejes de gritar tu fe, bardo,
sabemos bien que eres santo con huevos.



***
La Carta abierta de Javier en el blog de Ego

sábado, 2 de abril de 2011

Misa Breve, Alma Sublime

Enrique Arias Valencia

La Pequeña misa solemne fue mi último pecado de juventud.

Rossini


El domingo pasado, al comenzar la misa, el sacerdote exclamó: “El señor esté con vosotros”. Cerca de mí, una anciana sobresaltada, se rascó las orejas y preguntó a su compañera: “¿Qué quiere decir eso?” A lo que la señora contestó: “Dominus vobiscum”. No cabe duda de que el latín es la lengua favorita de la Iglesia. Más ahora, que hay un papa conservador en el trono de San Pedro.

Este viernes 1° de abril de 2011, a las 19:00 horas, he asistido a una misa laica o más bien, musical. El Antiguo Palacio del Arzobispado es donde, asegura el poeta del orden y el concierto, llegó Juan Diego con la capa llena de rosas de Castilla, la que al desplegarse, reveló el milagro guadalupano. Ahí, en este añejo edificio que hoy es el Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, he podido deleitarme con la Pequeña misa solemne de Gioachino Rossini en las voces de los Solistas Ensamble del INBA, bajo la batuta del director huésped Xavier Ribes y Éric Fernández al piano.

Con el Kirie y el Gloria he descubierto que la batuta del catalán Xavier Ribes es una forma. Todas las formas están más allá de lo físico. Por lo tanto, la batuta de Xavier Ribes está más allá de lo físico.

El museo colinda con una de las calles más estruendosas de la ciudad de México, y durante los pianissimos alcanzo a escuchar en la lejanía los gritos de los vendedores ambulantes que ofrecen sus productos en forma pintoresca: “¡Mercarán chichicuilotitos vivos!” vocea plañideramente uno de ellos. Sin embargo, gracias a Dios, poco a poco el silencio de la noche enmarca el patio central del palacio. Así, sólo los grillos son la compañía que la naturaleza ha provisto al trío que desde los arcos canta sin cesar: “Gratias agimus tibi”. Eva Santana, contralto, Mauricio Esquivel, tenor, y Enrique Ángeles, bajo, son dirigidos por la forma de una forma encarnada en las manos de Xavier Ribes.

Domine Deus, en la voz del tenor Mauricio Esquivel, es un metro marcial.

“Qui tollis” con la soprano Violeta Dávalos y la contralto Eva santana. El más bello dueto que haya yo escuchado en vivo. Ahora bien, tomemos en cuenta lo siguiente de la estética kantiana. El juicio de gusto, según la cantidad, es universal. Según la modalidad es necesario. Por lo tanto, según la cantidad y la modalidad, el juicio de gusto es un principio a priori, porque los principios a priori son universales y necesarios. Sin embargo, según la cualidad es desinteresado. Según la relación, es finalidad sin fin. Por consiguiente, según estos dos caracteres, el juicio de gusto es subjetivo, pues lo desinteresado y el reino de los fines son subjetivos, al ser puestos por el sujeto en su reflexión.

“Qui tollis” de esta misa musical es bello porque place sin concepto alguno. Es, si se me permite la muy osada metáfora, una oración al Dios de los estetas, que dice así: “Tú que quitas los conceptos del mundo”.

El siglo XIX fue el siglo de un par de conspicuos colosos: el compositor Gioachino Rossini y el filósofo Arthur Schopenhauer. De Rossini, ya lo vemos, hoy disfrutamos con su Pequeña misa solemne. En buena parte heredero de la metafísica kantiana, pero con un sistema propio, Schopenhauer es el filósofo de la voluntad, la cual descubre fundamento del mundo. En el capítulo tercero de Verdad y belleza. Un ensayo sobre ontología y estética, nuestro querido maestro, el doctor Crescenciano Grave Tirado, partiendo de la metafísica schopenhaueriana, nos habla del acto reflexivo que tiene lugar en esta búsqueda incesante de la verdad:
“La filosofía es la apertura de luz que penetra en el fondo del mundo logrando que la esencia de éste se señale a sí misma en el pensamiento”.
Dicha reflexión nos asombra porque nos hace partícipes de la verdad al sabernos fundados por ella, fondo que se desvanece en la lucha que, más allá de conceptos, se desarrolla trágicamente en su seno.

Y es así que en vista de que según Schopenhauer la música es el lenguaje del fundamento del mundo, por consiguiente la música es el lenguaje de la voluntad. La voluntad sólo sabe de alegría y dolor, pues está volcada contra sí misma. Por eso la música sólo habla el lenguaje de la alegría y del dolor, y no nos comunica concepto alguno, pues es el lenguaje del corazón, sin determinación intelectual.

“Quoniam” en la voz de Enrique Ángeles. El mundo como representación es apariencia individual. Sin embargo el mensaje no conceptual y desinteresado de la música nos dice incesantemente que hay una voluntad que trasciende todos los dolores mezquinos del mundo ordinario.

“Cum sancto spiritu”. Coro y solistas. El objetivo de la música, esto es, su finalidad, es redimirnos de la representación, para mostrarnos el fundamento metafísico del mundo: una sola y la misma voluntad.

El mundo ordinario es un mundo de dolores ad hoc. En Oriente, los budistas sostienen que se trata de una rueda desajustada. ¿Por qué el mundo ordinario es fuente de sufrimiento sin fin? Los artistas tienen una respuesta para tan terrible pregunta. En una escena de El mundo y el pantalón, Samuel Beckett lo responde así:

—El cliente: ¡Dios ha hecho el mundo en seis días y usted, usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses!

—El sastre: Pero señor, mire el mundo, mire su pantalón y admire la diferencia.

En serio contraste con lo anterior, dirijámonos ahora a la analítica de lo sublime que Immanuel Kant propone en su sistema. Advirtamos la naturaleza de lo sublime dinámico que Kant introduce en la Crítica del juicio. Tanto lo bello como lo sublime constan de motivos idóneos. En lo bello, el motivo idóneo está fuera de nosotros. El doctor Crescenciano Grave Tirado, siguiendo a Kant, sostiene que en lo sublime, el motivo idóneo:
“hay que buscarlo en nosotros y en el modo de pensar que ponga sublimidad en la representación de la naturaleza”.
Para ilustrar lo anterior recurramos al “Credo”. Coro y solistas. “Crucifixus”. Violeta Dávalos, soprano. Una de las partes más importantes de la misa en tanto que música. “Et resurrexit” es una solemne fuga. El instante de la resurrección de Cristo es el momento más sublime de toda la misa, y es el instante más sublime del misterio pascual. Es cuando el espíritu de Dios hace frente al poder de la muerte, lo resiste y lo vence. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿dónde está la enérgica belleza del “Et resurrexit”? Ni más ni menos que en nosotros, pues somos nosotros quienes lo hemos descubierto en el fondo de nuestra alma. Por lo tanto, para que pueda emerger la enérgica belleza de lo sublime, para que la belleza sea una consecuencia del alma, lo bello debe ser aquello que place sin concepto, que es desinteresado de su objeto, que sea un sentimiento universal, que apunta a una finalidad sin fin y que sea percibido como necesario.

En esta ocasión, el preludio religioso ha estado a cargo de un solo de piano. El pianista es Éric Fernández. Schopenhauer tenía en la más alta estima a Rossini, y este trabajo prueba que el músico italiano sabía comunicarnos con el lenguaje directo de la voluntad.

“Sanctus”. Coro y solistas. Debajo de este mundo hay otro mundo, que lo funda. Por ejemplo, debajo del Palacio del Arzobispado yacen las ruinas del Templo de Tezcatlipoca. En mi muy arriesgada intuición, esto significa que el negro espejo del mundo es fundamento verdadero de la apariencia.

“O salutaris”, con Violeta Dávalos, soprano. Es el arte el que nos redime de los dolores del mundo. Schopenhauer no ocultaba su predilección por la música, y es así que en su obra capital, El mundo como voluntad y representación, el filósofo nos muestra la posibilidad de la música como si fuese necesaria: “el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el de las otras artes, pues estas sólo nos reproducen sombras, mientras que ella esencias”.

El cierre, “Agnus Dei”, está a cargo de Eva Santana, contralto, y el coro Solistas Ensamble del INBA. ¡Aplausos estruendosos!

Al final, me da gusto que yo ya haya aprendido a reconocer las fugas. Es así que, por ejemplo, hemos visto que “Et resurrexit” es una fuga. Al terminar el concierto, me acerco a saludar a la mezzosoprano Lydia Rendón. A Lydia la conocí cuando ambos gozábamos de una época de libertad en los deberes, gusto de trabajar, ella para el arte, yo para el pensamiento. Lydia se integró a un coro del que era yo devoto, y ahí escuché por vez primera su vigorosa voz. Poco después, Lydia desapareció de mi oído durante varios años, hasta que el miércoles 19 de enero de 2011 en el Templo Expiatorio a Cristo Rey, Antigua Basílica de Guadalupe pude escuchar el Oratorio David penitente de Wolfgang Amadeus Mozart con el Ensamble Solistas de Bellas Artes, con una orquesta formada exprofeso, bajo la batuta de Xavier Ribes. Entonces pude escuchar la belleza enérgica de la voz de Lydia Rendón, y gracias a la magia de música, pude revivir un instante de mi perdida juventud, cándida felicidad de los ayeres. A Lydia le corresponde ser, por derecho propio, de las tres bellezas que conozco en persona, y la única que ha sabido proyectar dicha belleza en la más sublime de las artes, esto es, el canto vocal.

Somos como una pieza musical, cuya existencia consiste únicamente en fluir, devenir y transformarnos. Cuando el flujo se interrumpe, y tras los aplausos, empieza el misterio del silencio.