domingo, 28 de agosto de 2011

La Gran Trinidad

Enrique Arias Valencia
“La sinfonía ha de ser como el mundo, debe implicarlo todo”.
Gustav Mahler
Érase que se era una lejana ciudad provinciana en una de cuyas casas, una noche, una jovencita escuchó una propuesta de amor del mismo Dios. ¿Qué contestaría si Dios le dijese que se ha enamorado de usted? ¿Aceptaría? Después de todo, jugar a ser la noviecita de Dios parece implicar un gran compromiso. Y sin embargo, la mexicana Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) contestó con entusiasmo a la voz de Dios, voz de amor, voz de misticismo. Y si bien Conchita visitó en vida el mundo celestial, ella también se movió en el mundo ordinario, pues se casó y tuvo nueve hijos. Concepción Cabrera retrató su amor por la Eucaristía en una obra teológica de sesenta y seis volúmenes manuscritos, entre la que se puede advertir una prosa poética asombrosa:
“¡Quisiera ser tu sagrario, tu copón, la oscuridad misma que te envuelve, y las especies sacramentales que te llevan consigo, y tu misma substancia y calor y luz!”
¡Quisiera ser tú!, dice la amante enamorada. Nosotros, menesterosos hombres hijos de la Razón, nada sabemos de la identidad contemplativa de Concepción Cabrera con el pan y con el vino, un amor espiritual que culminará con la encarnación mística de Conchita en 1906. Entre los papeles que nos dejó esta visionaria mujer hay un libro, Ven oh Santo Espíritu en el que incluye el himno del siglo IX “Veni Creator”. En esta obra, la mística mexicana celebra sus esponsales con el Espíritu Santo. Alma arrebatada, Conchita sabe que si uno entra en contacto con Dios, la prueba de su existencia sale sobrando.
Ven, Creador, Espíritu amoroso,
ven y visita el alma que a Ti clama
y con tu soberana gracia inflama
los pechos que creaste poderoso.
¿Vendrá? Vida paralela, pues en el mismo año de la encarnación mística, pero en el otro extremo del globo el compositor austriaco Gustav Mahler (1860-1911) escribió la primera parte de su Octava sinfonía en mi bemol mayor basándose también en este himno de pentecostés, atribuido a Rabano Mauro, arzobispo de Maguncia. Mahler aborda su Octava como una obra completamente vocal. Escuchada entre líneas, nos damos cuenta de que si prestamos una muy delicada atención, Dios nos ofrece una serenata cada madrugada para crear con su omnipotente voz el mundo que habitamos. La música de las esferas de la filosofía idealista es testimonio vivo de esto.



No puedo resistirme a la tentación de confesar que Mahler habla directamente a mi niño interior cuando desata la llamada postrera de los metales en lontananza, los bronces del escenario, los ocho cornos de los maravillosísimos donceles y las voces en agudísimo, un efecto estético gozoso, todo un sonido de la naturaleza en un cuento de hadas que deja de ser un símbolo de la infancia y se hace triunfante realidad.

¿Qué es el hombre, y qué es Dios en vista de que en la Escritura se proclama que el hombre está hecho a su imagen? ¿Quién puede saberlo? ¿Quién puede afirmarlo? ¿Quién es Dios? ¿Quién es mi prójimo? Os contaré una parábola auténtica. Cien años después de la muerte de Gustav Mahler, yo, el más infeliz de los estetas entré a la página de la Orquesta Sinfónica de Minería, y vi con tristeza que los organizadores anunciaban que los boletos para la Octava de Mahler estaban agotados para sus tres días. Hubiera sido capaz de venderle mi alma al Diablo con tal de obtener un boleto. No obstante, la orquesta invitaba a asistir al ensayo general del miércoles. Asistí con ánimo renovado. Y hete aquí que dicho ensayo estuvo abarrotado. Fue espléndido, un auténtico concierto. ¡Una de las mejores versiones de la Octava que he escuchado en mi vida! Al finalizar el fastuoso recital, un amigo y yo fuimos a felicitar a algunos de los cantantes que intervinieron en tan emotiva interpretación de Mahler. Y entonces fue el milagro: una generosa soprano del Coro Filarmónico Universitario me obsequió un boleto para la gala del día siguiente.

Es así que puedo abrazar y felicitar en persona y por orden de aparición a mis amigos de los coros, los cantantes Adriana Ruiz y su esposo José Luis Sosa, Sergio Méndez y su esposa Mariana Peña, José Antonio Díaz y si novia Alejandra Jiménez, Alejandro González y su esposa Karla Giancaterino, el bajo Javier Platas y la contralto Patricia Palacios. El jueves obtuve el autógrafo de María Alejandres, quien interpretó el papel de la Madre Gloriosa.

La mística potosina Concepción Cabrera es la primera persona de mi trinidad estética. El kalisteano Gustav Mahler es la segunda. Mis amigos de los coros más importantes de México, gente cristiana toda ella, son la tercera persona: la humanidad generosa que sabe cantar la gloria de Dios en el mejor lenguaje de todos, la música; y que con su ejemplo vivo hace fracasar mi ateísmo al compartir la llama de la gracia que se derrama sobre mí cada vez que la lengua universal del Espíritu Santo sopla en mi cabeza transfigurando mi mundo en sonido.



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Sala Nezahualcóyotl
Carlos Miguel Prieto, Director

Ensayo abierto: agosto 24 de 2011
Programa de Gala Agosto 25 y 27, 20:00 hrs. Agosto 28 12:00 hrs.

Gustav Mahler (1860-1911)
Movimiento de cuarteto para piano en La menor

Fernando Mino, violín
Luis Abbott, viola
Vitali Roumanov, violonchelo
Edith Ruiz, piano

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Gustav Mahler (1860-1911)
Octava sinfonía en mi bemol mayor

Jennifer Grimaldi, soprano
María Alejandres, soprano
Carla López-Speziale, mezzosoprano
Marjorie Elinor Dix, mezzosoprano
Carlo Scibelli, tenor
Jorge Lagunes, barítono
Andrea Silvestrelli, bajo
Niños y Jóvenes Cantores ENM / UNAM /Patricia Morales, directora coral
Schola Cantorum de México /Alfredo Mendoza, director coral
Coro Filarmónico Universitario / Alejandro León, director coral
New York Choral Society / John Daly Goodwin, director coral
Coral Ars Iovialis / Facultad de Ingeniería / Óscar Herrera, director coral
Coro Convivium Musicum /Víctor Luna, director coral
Coro ProMúsica /Samuel Pascoe, director coral
Grupo Coral Cáritas /Carlos Alberto Vázquez, director coral

domingo, 21 de agosto de 2011

La caída de Gustav Mahler

Enrique Arias Valencia

“Las notas son huesos cubiertos de carne”.

Gustav Mahler (1860-1911) el artista cuyo pentagrama audaz compuso el siglo XX, era un músico supersticioso. Para ser audaz hay que arriesgarse a ser un exagerado, y para ser supersticioso hace falta creer en el poder metafísico de la música.

A la más apolínea de las agrupaciones musicales de México, la Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la batuta perfecta de José Areán le tocará interpretar la sinfonía maldita de Gustav Mahler. ¿Cuál es el origen de la maldición de la Décima? Desde que Beethoven estableció el canon de nueve sinfonías, muchos han sido los músicos que temen componer la décima de su ciclo propio. Así Schumann, así Schubert, así Bruckner, así Dvorak y suma y sigue. Gustav Mahler quiso evitarse contrariedades por medio de un truco con el que pretendería engañar al destino. Así, cuando Mahler terminó su Octava, escribió La Canción de la tierra como una nueva sinfonía, a la que no numeró como su novena. Luego hizo su propia Novena, y después, creyendo que había vencido la maldición, confiadamente empezó a redactar su Décima, en fa sostenido mayor. Sin embargo, el espíritu de Mahler estaba ya muy quebrantado cuando emprendió el proyecto de la Décima, y las notas que acompañan la partitura son estremecedoras. ¿Cómo podría un irracionalista como yo combatir la maldición de la Décima sinfonía?





Sala Nezahualcóyotl. He asistido a la función del sábado por la noche. Se trata de la versión ejecutable de Deryck Cooke, pues Mahler murió sin terminar la partitura fatal. El fantasmal Adagio que abren las cuerdas, motivo coreado por los bronces me recuerda por momentos la “Muerte de amor” wagneriana. Me resulta imposible identificar el primer y segundo sujetos del primer movimiento, pues el ambiente sombrío y sarcástico de la orquesta lo que predomina, por encima de cualquier sujeto. Citas de la noche de amor de la Séptima del propio Mahler perfilan una atmósfera que contrasta sutilmente con el carácter general del colosal Adagio.

En el segundo movimiento la dramática irrupción de la broncínea llamada de los alientos sobrecoge el espíritu. Quizá sean mis delirios irracionales, pero la rítmica del primer Scherzo me recuerda la marcha turca de Las ruinas de Atenas de Beethoven.

El tercer movimiento es chinesco. “¿Purgatorio?”, me pregunto. Y es que esta música es, desde mi muy personal punto de vista, sencillamente celestial. Amo el tratamiento pentatónico en las obras de Mahler. Hace ya un cuarto de siglo que leí en el clásico Mahler de José Luis Pérez de Arteaga que el compositor austriaco escribió en la partitura de este Allegretto Moderato las siguientes palabras: “Purgatorio o Infierno”, y que de forma muy supersticiosa tachó la palabra “Infierno”.

El cuarto movimiento me convence de que Mahler ya se había convertido en el amo del Scherzo. De nuevo, se hace en mí el recuerdo de la biografía de Pérez de Arteaga, pues fue al comienzo del segundo Scherzo de su incompleta Décima sinfonía, que Mahler apunta en la partitura: “El diablo baila conmigo, ¡locura, poséeme, maldito de mí! ¡Destrúyeme para que pueda olvidar que existo!” Mahler escribió estas notas cuando ya sabía que su querida y bella Alma era la amante del arquitectosete del universo Bauhaus. También la hija del desdichado matrimonio ya había muerto. En consecuencia, para un alma atormentada, es irrelevante que Dios y el Diablo no existan. Los científicos podrán llevar razón al sostener que Dios es un peligroso espejismo, y sin embargo, el hombre perdido en este tiempo que siglos son, selva que es mundo confuso y espantoso, no dejará de creer en los seres del mundo suprasensible sólo porque la ciencia sea el supuesto adalid de la verdad. Las escalofriantes palabras de Mahler acerca de la satánica posesión de la locura las leí casi veinte años antes de que fuera yo testigo de primera fila del espeluznante brote de locura de la Señorita Sin Nombre. En más de un sentido, Mahler ha sido para mí un asombroso profeta musical. Cuando reflexiono en estos acontecimientos, no puedo dejar de escapar una carcajadita de conmiseración, dirigida a quienes piensan que la ciencia es la mejor manera de conocer el mundo. Mahler, más humano que cualquier científico, y por lo tanto, más acertado que lo que pueda llegar a ser cualquier teoría científica, anota en su pentagrama: “¡Piedad, oh, Dios!, ¿por qué me has abandonado?”. Y al final: “¡Hágase tu voluntad!” En las manos de un artista, Dios es la mayor metáfora, mayor que la cual no hay nada más metafórico.

Antes de terminar su Décima, Gustav Mahler había muerto, pero su Evangelio musical vivirá por siempre. Sí, es cierto que Dios es sólo un prodigioso espejismo, una mentira con la que la mente se miente a sí misma. No obstante, en la sala de conciertos una detonación anuncia el final. La tuba y los metales replican a la violenta percusión. En vivo es más impresionante que cualquier grabación: del gran tambor me espanta su rugido, y cada vez que interviene me sobrecoge el corazón. A continuación, la flauta y las cuerdas nos ofrendan una de las páginas más bellas de Mahler. La catarsis es perfecta. A pesar del imbécil de Walter Gropius, a pesar de las infidelidades de su propia Alma, a pesar de las líneas mal trazadas de la naturaleza, como la bebé que parte prematuramente, la vida se impone como una esmerada danza apolínea que celebra ditirambos dionisíacos. ¿Qué es pues la Décima sinfonía para mí, el más irracional de los estetas? He digerido en mis venas las palabras de Aristóteles, y encuentro en su tesis de la purificación de las pasiones amén de la obra de arte, la respuesta al significado de la página incompleta de Mahler. Éste es el milagro del amor hermoso que cura mi cuerpo y embellece mi alma. Y que me sea deparado un futuro clemente.

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Programa VIII | Agosto 18 y 20, 20 hrs. | Agosto 21, 12 hrs. |

Johann Sebastian Bach (1685-1750) - (orquestación de Luciano Berio)|
Contrapunctus XIX de “El arte de la fuga“

Gustav Mahler (1860-1911)
Décima sinfonía en fa sostenido mayor (versión ejecutable de Deryck Cooke)

sábado, 13 de agosto de 2011

Kindertotenlieder

Enrique Arias Valencia

Fue en una tranquila noche de noviembre. Mis padres habían salido, y mi hermano y yo estábamos solos en casa. Llamaron a la puerta, y los hermanos nos asomamos por un huequito de la cortina para ver quién podría ser. Afuera, un par de niños, quizá de cinco años, aguardaban disfrazados. Un vampiro y una bruja. No abrimos. Yo me los quedé viendo unos instantes. Ahí, un par de niños, algo menores que nosotros, insistieron un poco, y después se fueron. Jamás los volví a ver. Éste es uno de mis recuerdos más misteriosos, pues persiste a lo largo de los años. Ese par de niños, en cierta forma, eran yo mismo. ¿Qué fue de ellos? No lo sé, como no sé qué fue del niño que yo era. ¿Crecieron, como yo lo hice? ¡Pero si yo no he madurado aún! ¿Están contentos con su vida, como lo estoy yo? ¡Pero si yo no estoy contento con mi vida! Lo cual no quiere decir que en este momento no me encuentre alegre. La alegría es hermana del desenfreno, y a mí ella siempre me ha parecido muy fácil de invocar y tener.

¿Qué sucede con un niño cuando crece? ¿Acaso no es crecer morir en pequeño? Después de todo, la muerte es el destino final de todo individuo ahora viviente. Los niños, pues, no sólo pueden morir cuando niños, sino que madurar es matar al niño, como la crisálida mata al gusano para que pueda nacer la mariposa.

El arte es la representación perfecta del mundo metafísico. Mahler, en los Kindertonenlieder, quiso retratar la tragedia de Rückert, y terminó representando su propia tragedia. ¿Qué pueden significar ambas desgracias? Al ser los Kindertonenlieder una obra de arte, ¿qué es lo que representan?

Mahler en su superstición proyectó sus más sombríos temores. En cambio yo, esteta de la alegría, al escuchar la perfecta relación entre acorde y melodía, no puedo sino asombrarme del hermoso matrimonio de la música con un mundo ideal, mundo metafísico que trasciende todos los sentidos.

Algo he hecho este año bien e incluso muy bien, pues este 2011 he tenido la oportunidad de escuchar dos veces los Kindertotenlieder de Mahler, en dos versiones distintas. La primera, con la Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la batuta de José Areán y con la voz de la mezzosoprano Barbara Dever en el marco del Ciclo Gustav Mahler II, el 10 de julio, a las 12:00 hrs. La segunda versión es una reducción para piano y voz en el Museo Nacional de Arte.

No cabe duda de que el Mahler monumental de la Orquesta Sinfónica de Minería es apolíneo por sobre todas las cosas. Solemnemente triste, bello y en cierta forma inaccesible por monumental y perfecto, este Mahler hiere como el hielo.

En cambio, la versión de los Kindertotenlieder que he escuchado este mes de agosto es entrañable y cálida: una verdadera catarsis del espíritu. Que Mahler amaba la música de cámara nos lo dicen los momentos camerísticos de sus colosales sinfonías: en algunos pasajes de sus obras sólo intervienen unos cuantos instrumentos en esmerado pianissimo para después ceder el paso a los estruendos del tutti.

El domingo 7 de agosto, a las 12:00 horas, en el elegantísimo Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte la mezzosoprano Carla López-Speziale, y el pianista Józef Olechowsky, nos regalan un concierto llamado “Homenajes a la vuelta de un siglo 1811-1911” pues nos llevarán del bicentenario de Franz Liszt al centenario de Gustav Mahler. Los Kindertotenlieder de Carla López-Speziale y Józef Olechowsky son apolíneos por íntimos. En vez de una colosal orquesta, estamos ante una transcripción para piano que transparenta el alma del artista en forma diáfana.

Dionisos duerme: sólo la belleza está presente, pues la verdad terrible no es capaz de ensombrecer nuestra senda, pues aunque la mente se agite con la angustia de los poemas de Rückert y su fatal relación con Mahler, el alma entiende que aquello sólo es una representación, y que el mensaje profundo de la música está escrito en el lenguaje del espíritu sereno, muestra sensible y apolínea del arte, reflejo perfecto del mundo suprasensible, manifestado en forma de música y poesía.

domingo, 7 de agosto de 2011

Primer atisbo del mundo suprasensible

Enrique Arias Valencia

Para Diego Cárcano, en admiración y respuesta.

Érase que se era un mundo que no era concebible sino para unos pocos, si bien todos podíamos advertirlo. ¿Paradoja? No; en eso residía el encanto de aquel mundo.

Hay muchísimos quienes niegan la existencia del mundo suprasensible, y sin embargo, son capaces de “ver” a sus habitantes. Pongamos por caso, los números.

Si son sensibles, deben poder descubrirse por medio los sentidos. Por lo tanto, si son visibles, ¿de qué color son? Si podemos advertirlos mediante el tacto, ¿cuál es su temperatura? Si podemos escucharlos, ¿cuál es su timbre? Si podemos degustarlos, ¿cuál es su sabor? Si podemos olerlos, ¿cuál es su perfume? Luego, los nómeros no son habitantes del mundo sensible.

Por supuesto que eso no los hace habitantes del mundo suprasensible, del mismo modo que no ser francés no lo hace a uno coreano.




¿Qué haría a los números habitantes del mundo suprasensible?

Ser reconocibles por todos sin lugar a dudas. Los números son razón común. ¿Se imaginan que cada quien tuviese su concepto del uno? ¡Las transacciones comerciales serían tan subjetivas como lo es la noción de belleza! Luego, la belleza no es un concepto, aunque eso no la expulsa del mundo suprasensible, pero sí la aleja de la categoría de los conceptos. En cambio, los números ostensiblemente son universales. Son suprasensibles, sin lugar a dudas.

Que no cambien con el tiempo. Por lo menos, desde que se regristró por primera vez el uno en una tablilla babilónica, el uno ha campeado igual en todos los libros de contabilidad. Los números son permanentes en sí mismos a lo largo del tiempo. Hoy tenemos una novia, y mañana no. De nuevo, los números son suprasensibles.

Los números deben ser únicos en sí mismos. Es decir, debe haber sólo un uno, y ninguno más que ocupe su lugar, sólo una raíz cuadrada de dos, y ninguna otra. En cambio, los habitantes del mundo sensible son sustituibles. En una cadena de montaje, puede entrar otra pieza para sustitiur una ya gastada. El papel del uno no se gasta, es único e irrepetible. No puede sustituirse. Así, además de que no decaen con el tiempo, cada uno de ellos ocupa un lugar único. Nuestra exnovia se consiguió un nuevo novio, pero el uno es el uno, sin sustitutos. Por lo tanto, el uno es suprasensible.

Los números osn inmóviles. Podemos ver a un tipo corriendo detrás de un autobús para intentar darle alcance. Pero, ¿cúal es la velocidad del 2/3? De nuevo, los números son suparsensibles.

Los seres vivos sensibles nacen, crecen y mueren. ¿Cuál es la edad del cubo de diez a la menos ocho? De nuevo, sin edad, los números son suprasensibles.

Los números pues, comparten los caracteres del ser suprasensible: son una idea, son permanentes en sí mismos, son inmutables.

Ahora bien, de nuevo. Si los números no pertenecen al mundo suprasensible, ¿eso los hace habitantes del mundo sensible? No. Luego, hay algo más que el mundo sensible, y aquí hemos dado un atisbo del mundo suprasensible.

¡Salud e inquieta alegría!

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martes, 2 de agosto de 2011

La flauta china

Enrique Arias Valencia

Ya centellea el vino en copas de oro
mas no son estos los sonidos todavía:
antes de apurarlo, les cantaré.
La dolorosa canción del espíritu
deslumbra hilarante al sonar la llamada del dolor.
Li Bai (Li Tai-Po)*

Tomar contacto con una pieza que sólo una vez escuché en la radio en mi lejana juventud es una experiencia que me hace encarar como a un extraño a alguien que creía un viejo conocido. De Mahler escuché cientos, quizá miles de veces el Scherzo de su Primera Sinfonía en Estereomil FM, El sonido de los clásicos. No tardé en oír con devoción el ciclo “Todo sinfonías de Mahler” en esa misma estación. Devoré los comentarios de apreciación musical de Alberto Muñoz Flores en los programas dedicados a Mahler en “Estereomil y una noches con la música”. Más tarde pude escuchar el Titán en vivo, en el Palacio de Bellas Artes. Invité a varios de mis amigos, y a la chica guapa que en aquella época me había robado el corazón. En XELA FM, Buena música desde la ciudad de México programaban frecuentemente la Cuarta sinfonía de Mahler, con una hermosa introducción comentada de la obra, a cargo del locutor.

La primera vez que escuché la Octava Sinfonía de Mahler fue tras salir del quirófano, en la radio. Es curioso, pero la Sinfonía de los Mil es una de las obras de Mahler que más veces he escuchado en vivo, en sala de conciertos. El año pasado la escuché ya, en la Sala Nezahualcóyotl, con la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, para conmemorar los 150 años del nacimiento del compositor y los 100 años del estreno de la obra. Posiblemente la escuche de nuevo este año, con la Orquesta Sinfónica de Minería. En fin, que hasta he tenido la osadía de cantar “Ging heut Morgen übers Feld”.

Y sin embargo, La canción de la Tierra sólo la escuché una vez, por radio, allá (cuando) las verdades eran ciertas, antes de que la tormenta de los rayos y truenos de Nietzsche terminara con el camino hacia el reino-verdad. Esta tarde, cansado del día anterior, pedales, remos y trotes, he llegado exhausto al concierto en el que por vez primera escucharé en vivo La canción de la tierra, que cobrará vida gracias a la Orquesta Sinfónica de Minería.

Los primeros movimientos de la obra me suenan extraños: son Mahler, sí, pero también no lo son. A esta sinfonía la olvidé porque nunca la escuché de nuevo. Ahora, aquí, en la Sala Nezahualcóyotl el tenor debió luchar bravamente contra la colosal orquesta, y muchas veces fue vencido. De pronto, es el milagro. Ramón Vargas interpreta “Von der Jugend” y un relámpago ilumina la escena: es un lied, es chinesco, es sinfonía que se destroza en el alto vuelo de la fantasía: es Mahler. La lírica voz del tenor es ideal para este papel. Es como volver a ser joven. En muchos aspectos, yo me he propuesto vivir en carne propia las canciones de Mahler: son los corceles, los lagos, los brindis y la amada ausente. Este mundo es sólo un reflejo de otro mundo.

Todo se ve al revés
en el pabellón de porcelana
verde y blanca.

Y sin embargo, soy yo el que hace las cosas al revés, el mundo del arte muestra las cosas en su justa dimensión. No puedo evitar asociar algunos giros del movimiento con una canción de Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, pues este autor también recurrió a la escala pentatónica para narrar las desventuras de un chinito que vivía en un jarrón. Cuando la pieza se hace más intensa y profunda, el mundo, como un sueño se desvanece.



La mezzosoprano rumana Ruxandra Donose luce dulcísima, el matiz de su voz, evocación oscura de las profundidades del alma es el más asombroso semblante de la tentación de existir eternamente. La despedida de esta sinfonía de Mahler es también, la bienvenida de la esencia del arte.

*traducido al alemán por Hans Bethge, quien se basó en la traducción de Marie-Jean-Léon Le Coq de poemas chinos, y de aquélla en versión libre por Enrique Arias Valencia.

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Orquesta Sinfónica de Minería
Programa V | Julio 28 y 30 20 hrs | Julio 31 12 hrs |
Carlos Miguel Prieto | Director
Ruxandra Donose | mezzosoprano
Ramón Vargas | tenor

Richard Strauss | 1864-1949
Metamorfosis
Gustav Mahler | 1860-1911
La canción de la tierra

Sala Nezahualcóyotl

lunes, 1 de agosto de 2011

Un esteta en Xochimilco



Polvo y buena fortuna acompañan mis zapatos.