martes, 1 de enero de 2013

La nada calumniada

Enrique Arias Valencia


La primera vez que la nada fue calumniada fue cuando la Iglesia Católica incluyó en sus enseñanzas aquello de que Dios había hecho el mundo sacándolo de la nada. Desde entonces la ciencia, sí, pero sobre todo la filosofía, no ha dejado de señalar que tal cosa es un disparate.

Es curioso que ahora que la Iglesia se encuentra en un declive inexorable, sea la ciencia la que trate de tomar la estafeta del absurdo, y con la teoría del Big Bang, continuar con la pretensión de ofuscar las mentes con un cuento tan viejo como el mundo, pero que no a fuer de repetirse, ha terminado por ser verdad. Goebels se equivocaba: una mentira repetida mil veces no termina por ser verdad, aunque esté muy bien contada. Por lo tanto, aún sigue siendo verdadero, le pese a quien le pese, lo dicho por Lucrecio: “De la nada, nada”. Y el Big Bang es tan sólo una metáfora de un misterio que quizá carezca de sentido: el mundo no comenzó nunca, es el mito de origen sostener que alguna vez hubo un principio prestigioso.

Sin embargo, en parte creo saber porqué la ciencia nos habla tanto de la nada, pues ésta ejerce una fascinación que va más allá del concepto que engalana. Mi fascinación por la nada no procede de la ciencia, sino de mi anhelo de dejar de ser algún día. Para los cientificistas, un óvolo fecundado no es un ser humano, pues carece de sistema nervioso. Para los creyentes, un óvulo fecundado es un alma con un cuerpo. Desde mi punto de vista, un óvulo fecundado es demasiado, pues es una promesa en un mundo miserable que quizá no pueda satisfacer dicha promesa. La verdad es que envidio a mis hijos: ellos no deberán morir para no ser, ser nada. Ellos, al no haber sido concebidos nunca, son hermanos de leche de la nada. Están ahí, en ese lugar que supera al limbo en paz: “la sagrada paz de la nada”, como la llamó Schopenhauer.

Sabido es para quienes siguen este blog que no suelo simpatizar con los argumentos de Richard Dawkins, quien por cierto, y como la mayoría de los científicos, admite la teoría del Big Bang. Sin embrago, cuando en “¿Es la ciencia una religión?” su pluma toca el tema del destino de la vida humana individual, llega a conmoverme hasta la simpatía su reflexión, pues entonces, el célebre etólogo sostiene:



“Moviéndonos a la escatología, sabemos por la segunda ley de la termodinámica que toda complejidad, toda vida, toda risa, toda pena, está condenada al final a la fría nada. Ellos, y nosotros, no somos sino rizos temporales del resbalón universal hacia los abismos de la uniformidad”.



Suena tan bello lo que dice, que quizá no sea verdad. ¿Y a la nada, nada? ¿Qué sucederá cuando me muera? Si la nada siguiese a la muerte, sería algo: la nada sería el estado que le sigue a la muerte. Pero la nada no es nada, y por lo tanto, no sigue a la muerte.


Pero si la nada no sigue a la muerte, ¿fue o no fue un necio quien dijo una noche de negra quietud “¡No hay Dios!”?

No sé si el resto sea silencio…