martes, 15 de abril de 2014

Celebración del erotismo satírico



Enrique Arias Valencia


Estoy en la Casa del Lago del bosque de Chapultepec, aguardando a que dé comienzo el recital de voz y piano que rescata algunas canciones del teatro de revista de principios del siglo pasado. El teatro de revista es un género satírico en el que las palabras tienen doble sentido, ingenioso y de buen humor. También se le conoció como café concierto.


Una anciana derriba la cuarta pared del escenario cuando me pide que cargue su maleta hasta un lado del piano. Y es así que la viejecita canta “El trancazo” de R. García Arellano. Y entonces, es el milagro, pues tras descubrirse el velo, la mezzosoprano Estrella Ramírez se alza garbosa. Interpreta su canción de cabaret, y de pronto, se sienta en mis piernas, y me canta al oído lo que para mí suena como una canción nueva: “Coqueta”, de F. Ruiz. Les juro que esto bastó para que yo decidiera faltar a mi sesión de Reiki, pues una jocosa copla vale más que mil terapias.


Para cantar “El teléfono sin hilos” de Chin Chun Chan, Conflicto chino en un acto y tres cuadros, una zarzuela de Luis G. Jordá, La mezzosoprano me pide prestado mi móvil. Lo toma en sus manos, y al encender la pantalla, descubre una estrella. Es así como Estrella celebra su nombre. Luis G. Jordá (1869-1951) no sólo fue un compositor festivo, también escribió música para órgano, y hasta ganó el premio para la música del primer centenario de la Independencia de México, a cuyo estreno asistí el año pasado.


“La mujer tabla”, a pesar de ser una canción muy vieja, trata un tema siempre nuevo y preocupante. ¿Quién sería el inhábil imprudente que convenció a las jovencitas de que la anorexia es sexy? La letra de esta pieza de domino público hace escarnio de esa idea.


“Los amoríos de Ana” cuenta las peripecias eróticas de una chica casquivana que recibe en su casa a todos los hombres del barrio. Al final, Anita intenta salvar su alma:



Anita que es piadosa fue a ver al confesor y encendida y ruborosa sus pecados le contó. “Acúsome, le dijo, que en un curso, no más, desfiló por mi ventana toda la Universidad”. Y ciego de furor rugía el confesor: “Ana, te vas a condenar, Ana, no tienes salvación, Ana, de buena gana negárate la absolución”. Ana, gemía: “¡Ay! yo pequé pero culpa mía no fue Padre, pues mi ventana tan baja está, pase usted y lo verá”.


Fue muy gratificante que Estrella nos enseñara a corear “Ana” cada vez que el nombre de la protagonista era mencionado en la canción. “Los amoríos de Ana” se canta regularmente entre las tunas mexicanas. Juan Martínez Abades (1862-1920) el compositor de tan chispeante pieza fue también un esmerado pintor, siempre gustoso de capturar en su lienzo los hechizos de las mares. Afuera, son las ondas del lago mayor. Las paletas que se hunden en el agua, el chapoteo de los patos, el efluvio de las fuentes. Dentro, son las labores del arte. Nada hay más lejos del la costumbre austera que las canciones de revista. La costumbre es una estructura austera, mecánica, repetitiva, equidistante. La revista libera al arte de la forma: sólo es el esplendor del color.


Juan José Cadenas es el autor de “La llave”, una pieza que juega con la idea de la enorme llave que cuelga y aquello que cuelga como símbolo de virilidad. En esta tanda, la cantante finge seducir a un ancianito. Sobre este asunto del doble sentido, dice Emilio Jiménez Díaz en su blog Desde Mi Torre Cobalto:



“El picante era la salsa exquisita del cuplé y nadie se asustaba antes ni nadie se va a asustar ahora de aquellas letras de doble intencionalidad tan substanciosas para la risa y para alegrar inocentemente las pajarillas a los viejos verdes. Quién se iba a molestar por aquella letrilla que decía: Tengo dos lunares,/ tengo dos lunares:/ el uno junto a la boca/ y el otro donde tú sabes”.


Volviendo al recital, Estrella Ramírez nos regaló el famoso chotís “La Lola ”, de J. M. Román (1892-1968) y Francisco Alonso (1887-1948).



Un mantón me'he compra'o con algún dinero que tenía ahorra'o y en él lo he gasta'o. El mantón alfombra'o que a una cigarrera va que ni pinta'o y eso está proba'o. El mantón alfombra'o sabe Dios las cosas que me habrá tapa'o y aún me ha de tapar. Y en mi barrio ¡ay de mí! todas las cotillas suelen murmurar y cantar así. La Lola dicen que no duerme sola porque han visto un mozalbete que la ronda por las noches y no ven donde se mete. La Lola, en las batas gasta cola y camisas de farola de las de tira bordá las camisas de la Lola quien no las conocerá.


Tras “Los amoríos de Ana”, para corear “La Lola” estábamos ya bien puestos. La mezzosoprano sacó a lucir su mantón de Manila.


Por cierto que para la interpretación de “La llave” de Juan José Cadenas, Estrella Ramírez pide al público que mueva las manos cono si estuviese lavando cristales, en el estilo del chotís de los años veinte.


Para cerrar la primera parte, la mezzosoprano interpretó de Pascual Marquina “Amor y olvido”. Una canción cuya seriedad nos permite disfrutar de la voz de Estrella desde otro punto de vista, el dramático.


Tras el intermedio, es el turno de “Las tardes del Ritz”, de Álvaro Retana (1890-1970)) y Genaro Monreal (1894-1974). La longevidad de sus autores es una muestra de que la alegría es sana para el corazón.


Manuel Font de Anta (1899-1936) es el autor de “Inés la pantalonera ”, pieza que juega con la idea de cómo se vería mejor la chica en cuestión: con o sin prenda.



Juan Antonio Palacios compuso la “Rumba de los monaguillos ”, una pieza que condensa el cielo tropical en las notas sincopadas que se dicen con la voz.


A. L. López: “El martilleo”. De nuevo, el efecto del ritmo es importante en esta música de principios del siglo pasado.


Una pieza más de Juan José Cadenas: “El ojo de cristal”. La letra explora una idea que más tarde estudiará la psicología académica: la asociación entre el ojo y el final del intestino. Algo, que de cualquier modo, ya era tratado por el pueblo desde hace mucho, mucho tiempo.


Para terminar. Estrella Ramírez cantó “La chula tanguista ”, con letra de Ernesto Tecglen y música de Juan Rica, la cual comienza diciendo:



¿No habéis observado lo que pasa hoy de noche en los soupers? Van cuatro pollitos que no valen ná, la gracia está en los pies.


Tras los aplausos, Estrella Ramírez nos compartió su pesar: recién había muerto su maestro Enrique Jaso, y quiso invitarnos a la misa. Y es entonces cuando se revela el alma de la artista en todo su esplendor, pues agradeció a su finado maestro de música la manera en que la inició en el arte. Al hablar del buen corazón del maestro Jaso, Estrella Ramírez reflejó su propio corazón en el público que la homenajeó con un largo y sonoro aplauso, una aclamación que alcanzó a Jaso, pues su alumna y los pianistas le debían mucho a un hombre que siempre estuvo dispuesto a compartir con todo aquel que lo buscaba.


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Casa del Lago Juan José Arreola


Presenta


Recital de voz y piano


Estrella Ramírez, mezzosoprano.


Víctor Manuel Hernández, piano.


Sábado 12 de febrero de 2011/ Salón José Emilio Pacheco / 12:00 horas


Con la colaboración de: Escuela Nacional de Música de la UNAM


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Los amoríos de Ana en YouTube


La llave, íbidem


El Blog Desde Mi Torre Cobalto, de Emilio Jiménez Díaz