miércoles, 25 de junio de 2008

Mahler, un músico de muy supersticiosa virtud

Enrique Arias Valencia


Yo moriré para vivir.
Gustav Mahler

Cuando Gustav Mahler compuso su Sinfonía trágica nuestro delicioso posromántico había pensado incluir tres golpes de martillo en el último movimiento de la partitura; pero al final, hizo lo que todo buen supersticioso hubiese hecho enfrentando una situación semejante: justo cuando los violines anuncian la tonalidad de La Mayor, el sabio compositor, raudo de corcheas, con decidido lirismo eliminó la tercera y fatal intervención del martillazo.

No olvidemos que entre los músicos, munícipes estéticos, el golpe del martillo es una metáfora sonora que nos manifiesta el insondable poder del destino. La figura del destino aparece en el universo polifónico a partir de que Beethoven compuso su Quinta sinfonía. Desde entonces, desafiar al destino que llama a la puerta se considera como algo muy peligroso, sobre todo porque Beethoven advirtió que lo hacía a cuenta y riesgo propios: “Lo tomaré del cuello y le daré pelea, no importa que al final me destroce”.

Mahler, más prudente quiso encarar al destino en pequeñito. Alma, la esposa de Mahler escribió: “En los Kindertotenlieder, al igual que en la Sexta, (Mahler) anticipó su propia vida en términos musicales. También él hubo de sentir los golpes del destino, y el último le derribó totalmente”. Al mencionar los Kindertotenlieder, Alma se refiere al hecho de que mientras su apasionado esposo componía esa obra, unas Canciones para los niños muertos,* ella tenía miedo de que el músico estuviese condenando a muerte a alguna de sus hijas; cosa que por desgracia, sucedió con la pequeña Mariana. Mahler nunca olvidó que Alma se lo había advertido.

Tras la fatal experiencia, el precavido Gustav Mahler decidió dejar de tentar al inescrutable destino, y en su Sinfonía trágica, a pesar de que en esta obra sombría el hombre es el gran derrotado, pareciera que no le va tan mal: gracias a un certero plumazo falta un martillazo estentóreo.

Tengo algo que confesarles sobre mi experiencia con la Sexta: la tarde del sábado 23 de junio de 2007 en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli se presentó esta obra, bajo la batuta de Enrique Barrios. Pues bien, durante la intervención, la luz se fue dos veces. Nunca antes me había tocado presenciar nada semejante, y juro por los dioses que de haberse ido la luz una vez tercera, me habría dado pánico. Por cierto que Barrios decidió jugársela con el destino, y a pesar de la inestimable corrección mahleriana la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México ejecutó la obra con los tres martillazos. Y entonces, la oscuridad. ¿Fatal coincidencia? Yo estoy seguro de que Mahler y su esposa dirían que no.


ADVERTENCIA: LA REPRODUCCIÓN POR TRES VECES DEL SIGUIENTE VIDEO ES POR CUENTA Y RIESGO DEL USUARIO:


* Gracias, Simbol, por la corrección del título de la obra.

martes, 24 de junio de 2008

Moisés del Talmud

Enrique Arias Valencia


En El virus de la fe, entre muchas otras cosas, el científico Richard Dawkins se pregunta si Moisés sería un buen modelo a seguir, y tras mostrarnos una serie de descalabros éticos del caudillo profeta, Dawkins contesta que no, que Moisés no es un buen modelo moral. Según el célebre etólogo, su conclusión es un buen motivo para rechazar la religión. Quizá el científico no leyó muy bien su Biblia, pues el juicio que Dawkins sentenció contra Moisés, es el mismo que dictó Dios contra nuestro legislador, pues no hay que olvidar que al mayor de todos los profetas Dios no le permitió la entrada en la Tierra Prometida.
Donde Dawkins ve amenazas y juicios sumarios, podemos encontrar motivos de regocijo. ¿Qué pensaba Moisés de Dios? En el Talmud hay una divertida historia sobre esto. Resulta que Dios llama a Moisés y le dice: “Sube al monte, para que te entregue las Tablas de Mi pueblo”. Moisés sube y mientras espera las tablas, Dios se encoleriza, y le espeta a Moisés: “Baja, baja, que tu pueblo ha pecado”. Moisés se da cuenta de la actitud de Dios, y se le enfrenta con estas palabras: “¡Señor, Señor! Si se trata de algo que he de entregarle, dices que es Tu pueblo; en cambio, si peca , dices que es mi pueblo. Yo creo que en ambos casos, tanto para que reciba algo, como si peca, es Tu pueblo”.

No cabe duda de que Dios es celoso de Su pueblo, pero también hay que saber confrontarlo.
***
A continuación, el video donde Dawkins nos quiere espantar con el petate del muerto:
Dawkins

lunes, 23 de junio de 2008

El materialismo idealista de Gustavo Bueno

Enrique Arias Valencia

ADVERTENCIA PRELIMINAR:
El siguiente texto no pretende ser una crítica dogmática del materialismo filosófico, sino un ensayo de crítica, basado en la destrucción de la tradición occidental con un proceder esteticista y jovial. La lectura de este texto en voz alta en una reunión con mis amigos, llevó a las caracajadas a uno de ellos, y a observar que yo soy un nihilista. Por el contrario, un airado lector de la red advirtió deshonestidad intelectual en mi página. En todo caso, yo juzgo mi ensayito como irreverente y gracioso. Tiempo ha que los políticos saben que pueden ser caricaturizados. ¿Llegará el tiempo de que las ideas también lo sean? No esperéis a que ese tiempo llegue; tomad vosotros la iniciativa, pues hay quien amenaza con quedarse hasta con vuestra sonrisa. De cualquier manera, quizá lo más valioso de este documento esté en las apostillas de Fernando G. Toledo, en las que se refutan mis tesis.

El idealismo y el materialismo filosóficos son dos caras de la misma moneda.

Demostración: tanto el materialismo filosófico como su contrapartida idealista afirman poseer un conocimiento indiscutible de las condiciones inherentes del universo. Luego entonces, según esta definición, ambos son idealismo. Sin embargo, esta misma definición sujeta las ideas a especificaciones estrictamente dadas, esto es, a materia. Así que, ambos son, en este caso, materialismo.

Desarrollo: el materialismo supone que todo, incluso la conciencia, está contenido en la materia y se sujeta a fuerzas materiales o leyes de la materia. No obstante, a partir de que la materia ostenta propiedades concretas, como las adjudicadas en fuerzas o leyes o géneros de materialidad M1, M2, M3, es por consiguiente, ideal. *

Sin lugar a dudas el materialismo filosófico nos permite una explicación del mundo con una óptica rigurosamente idealista, como la impecable diferenciación y actividad de aquellos géneros que se toman como representativos de la materia: M1, M2, M3. Por lo tanto, el materialismo filosófico es una forma de idealismo.

Por otro lado, el idealismo presupone que el universo entero, incluyendo la materia, está contenido en la idea. Con todo, si el universo es y sólo puede ser la idea, esto es dado inmediatamente y no tiene manera de ser otra cosa más que sí mismo, por consiguiente no es ideal sino material, porque la materia es lo dado sin mediación. Por lo tanto, el idealismo es una forma de materialismo.

1° Escolio: lo que se ha hecho con Bueno hacedlo con Leibniz, y podréis hablar del materialismo de Godofredo.

Pasatiempo: intercambiad las palabras mónada y género de materialidad en las obras de los autores mencionados en el escolio. Quizá obtengáis vuestra propia explicación del mundo. Si necesitáis una M más, no dudéis en incorporarla: que la materia no os limite.

2° Escolio: Si eres idealista, prueba a decirle a Gustavo Bueno: “¡Usted no sabe de la materia más que yo!”. Si eres materialista, también puedes decírselo.


3° Escolio: Si eres idealista, prueba a decirle a Gustavo Bueno: “¡Usted no sabe de la la materia trascendental (M), más que yo!”. Si eres materialista, también puedes decírselo.**



-------


* Crítica de Fernando G. Toledo: ¿Qué menjunje es éste? El fragmento pide el principio de identificar materia exclusivamente con materia primogenérica (por eso habla de propiedades sujetas a «fuerzas»). Sin embargo, luego, a pesar habla de que hay tres géneros de materialidad y entre ellos M3 (ideal), dice que la materia es (sólo) ideal.

**Refutación de de Fernando G. Toledo: ARIAS: "No, hombre. La frase correcta deberías escucharla en tus oídos: «¡Usted no sabe de idealismo más que yo!»".

-------

Juro por Dios y por Su Majestad que no he leído El mito de la felicidad, y que el título de este ensayo es fruto de un devaneo propio, y que no tiene que ver con el subcapítulo 1 del capítulo 12 de dicho libro: ¡Una de cal por las que van de arena!

domingo, 22 de junio de 2008

La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime

Junio 2, 2006
Por Mario Bunge Para La Nación

MONTREAL.- En mi colegio secundario estudiábamos estética (es un decir, como suele decirse). El profesor era un viejo sainetero. Lo único que nos enseñó fue que hay tres categorías estéticas: lo bonito, lo bello y lo sublime. No nos exhibió ejemplos ni nos hizo analizar textos literarios, pinturas o piezas musicales. Tampoco habló de Kitsch ni, menos aún, de arte feo. Pero al menos en todas sus lecciones daba un elocuente ejemplo de fealdad: llenaba la tarima de enormes escupitajos.
Nuestro profesor creía, evidentemente, que los valores artísticos son objetivos. Pero nunca nos habló de la controversia entre el absolutismo (u objetivismo) y el relativismo (o subjetivismo) en el terreno de los valores. Daba por sentado que lo bello es bello en sí mismo, independientemente del sujeto que lo contempla.
O sea, la belleza estaría localizada en el objeto artístico, no en el cerebro. ¿Cómo lo sabemos? ¡Ah, esto no se preguntaba! Ni siquiera se nos decía que la tesis absolutista, propuesta por Platón, había sido discutida durante veintitrés siglos. Se nos vendía mera opinión por verdad demostrada.
Cuidado con las apariencias
Por el mero hecho de ser objeto de enseñanza, la estética aparenta ser una disciplina tan honorable como la geometría, la botánica o la contabilidad. Pero, ¿quién probó que la estética es una disciplina, o sea, un cuerpo de conocimientos bien fundados y bien organizados? ¿Cuál es la primera ley de la estética? ¿Y la segunda y la tercera? ¿Y qué consecuencias se deducen de estas leyes? Si no hay leyes, ¿habrá al menos datos firmes que representen hechos objetivos? Para obtenerlos, ¿habrá que recurrir a la historia, la sociología y la psicología del arte? Una pregunta aún más radical es ésta: ¿cómo debería de estudiarse la obra de arte? ¿Al igual que los demás productos concretos de la actividad humana, tales como las máquinas, las organizaciones y las lenguas? ¿O más bien como los productos abstractos, tales como las teorías y las ideologías? ¿O bien de una manera totalmente diferente, porque la apreciación artística no es totalmente objetiva ni transcultural?
En particular, las personas que no han tenido experiencia artística, ¿están facultadas para estudiar la obra de arte? Esta pregunta viene al caso, porque ninguno de los tratadistas de estética, de Aristóteles en adelante, produjo obra de arte alguna. Siendo así, ¿por qué considerarlos expertos en la materia?
El fanático del rigor dirá que sólo los artistas pueden opinar sobre arte. Esta posición es razonable, pero tiene el defecto de que, de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema.
Es verdad que algunos fundadores de "ismos" (dadaísmo, constructivismo, minimalismo, etcétera) han escrito manifiestos estéticos. Pero, ¿qué queda de éstos? Nada, porque eran declaraciones excesivamente radicales y esquemáticas, y además meramente programáticas. A la distancia se los ve como meros anuncios de movimientos efímeros.
El tolerante dirá en cambio que todo el mundo tiene derecho a opinar sobre arte, pero nadie tiene derecho a pontificar sobre él. Más aún, hay derecho a estudiar las obras de arte en sí mismas, los procesos de su creación y apreciación, y las ideas generales involucradas, tales como las de estilo e interpretación. Miremos estos tres enfoques diferentes.
La voz de los críticos
Lo primero es lo que hacen de hecho los cronistas artísticos: los críticos literarios, musicales, plásticos, cinematográficos, etcétera. Estos periodistas especializados nos dicen, por ejemplo, que tal novela está bien escrita, pero es anacrónica; que tal cuarteto tiene pasajes brillantes, pero que carece de unidad; que la fotografía de tal film es hermosa, pero su guión es trivial, y así sucesivamente.
Los juicios de los cronistas artísticos son opiniones más o menos expertas, y pueden ser de utilidad tanto para los artistas como para el público. Pero, ¿constituyen una disciplina con principios y métodos, o son mera opinión ilustrada (a diferencia de la ignara)?
El segundo enfoque del estudio del arte es la investigación objetiva de los procesos de creación y apreciación artísticos. Este estudio forma parte de la investigación objetiva de lo subjetivo, o sea, la psicología científica. Está en un pie de igualdad con el estudio de la percepción, la imaginación, la emoción y el raciocinio. Por lo tanto, se lo puede llamar estética científica.
El investigador en este campo observa, experimenta y conjetura. Con talento y suerte llega a formular algunas hipótesis interesantes y plausibles, que él mismo u otros investigadores pondrán a prueba y, con más suerte aún, comprobarán.
Esta sí es una disciplina propiamente dicha y, en particular, una rama de la ciencia, aunque emergente antes que madura. Esta, la rama científica de la estética, nació en la década del 60, en el cerebro del psicólogo anglocanadiense David Berlyne.
Finalmente, el tercer campo mencionado hace un rato podría llamarse estética analítica. Esta se ocupa de analizar y relacionar entre sí categorías estéticas tales como las de obra de arte, forma y estilo. ¿Es ésta una disciplina propiamente dicha? Por ahora, no. Pero nada se opone a que llegue a serlo.
Quizás el principal obstáculo a su desarrollo es que casi todos sus cultores son filósofos sin experiencia estética. José Ferrater Mora, filósofo y artista, habría sido la primera excepción. Desgraciadamente, murió sin terminar el tratado de estética que yo lo había instado a escribir.
¿Cuál de los tres campos cultivaba mi profesor de estética, el viejo sainetero? Ninguno. ¿Qué era entonces? Profesor de una disciplina que entonces sólo existía en algunos manuales. Vendía una ilusión académica, como otros venden ilusiones comerciales o políticas.
En resumen, la estética existe como crónica artística, está a punto de nacer como rama de la psicología y puede ser que algún día nazca como rama del análisis filosófico.
Ninguno de estos campos es "la ciencia de lo bonito, lo bello y lo sublime". Y ninguno de ellos tiene poder preceptivo. Los propios artistas crean los preceptos artísticos. Los estudiosos del arte sólo pueden identificarlos y examinarlos.

***

*Tomado de: La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime

sábado, 21 de junio de 2008

Si pé, entonces qú

Enrique Arias Valencia


Si el mundo físico está regido por leyes tan precisas que hacen a los científicos hablar de la belleza de la naturaleza,
si el hombre sólo puede pensar correctamente cuando hace buen uso de las leyes de la lógica,
si Dios vio que era bueno cuando hizo el mundo,
si Richard Dawkins es un científico tan brillante,
y todo esto es tan espléndido y maravilloso,
luego entonces,
¿por qué el mundo es una porquería?

viernes, 20 de junio de 2008

México mágico, ¿barbarie sensata?

Enrique Arias Valencia

Mi ingenio es efímero, mi carne palpitante; y mi espíritu, un elemento del conjunto vacío. Quizá sea cierto aquello de que cada quien habla de la feria según le va en ella. Todo comienza… con la negación. Aquella vivienda no era un lugar feliz. Estrecha, diminuta y llena de libros, tenía pinta de todo, excepto de ser un lugar para que floreciese la felicidad.

Y sin embargo, aquella mañana, el Sol prometía que iba a brillar en todo su esplendor. No cabe duda que Dios hace brillar el Sol sobre justos e injustos. Por eso, a una invitación de los primeros rayos solares, en aquella humilde vivienda; flaco, desgarbado, poco atractivo, el aprendiz de filósofo se despertó, y como era su costumbre, saludó al nuevo día con las siguientes palabras de Nietzsche:

“Gran astro, si faltasen aquellos a quienes alumbras, ¿qué sería de tu felicidad si te faltasen aquellos a quienes alumbras?”

El aprendiz de filósofo salió a dar un paseo, y llegó por casualidad a una calle poco transitada. Por desgracia, de la nada salió un individuo que, buscando camorra, amenazó a aquel pacífico individuo. Con un rostro embrutecido por las drogas, el desconocido preguntó al aprendiz de filósofo: “¿Por qué te estás riendo de mí?” Ante tal pregunta, al aprendiz de filósofo sólo se le ocurrió correr, y aquel anónimo asaltante comenzó a perseguirlo sin más.

El aprendiz de filósofo cometió el error de buscar refugio en un restaurante, pues raudo y veloz su perseguidor le dio alcance, y ahí, en la cafetería el monstruo le propinó una zurra de antología a nuestro pensador.

Tras la brutal golpiza, aquel desafortunado individuo salió corriendo de la cafetería y buscó refugio en un templo que conocía. El instinto le dijo que tenía que llamar la atención, pues no sabía si el asaltante había osado seguirlo. Una vez en el templo, el hombre gritó con todas sus fuerzas para pedir ayuda.

Un grupo de amigos reconoció al aprendiz de filósofo caído en desventura, y no dudó en prestarle auxilio.

Ya en su casa, el aprendiz de filósofo pudo disfrutar de un sueño reparador. Ese aprendiz de aprendiz de filósofo era yo.

Quizá por eso, cuando me entero de que una multitud vulgar, justiciera por propia mano pretende linchar a un delincuente, no dejo de simpatizar con la multitud. ¡Ah, en mis sueños de venganza me entrego a mi solaz y fantaseo: si hubiese aparecido una muchedumbre para linchar a aquel infeliz que me atacó! Pero es bien cierto que Dios no cumple antojos ni endereza jorobados.

La práctica del linchamiento es muy vieja en México, y forma parte de la tradición conocida como el México bárbaro. En las poblaciones pequeñas es una práctica constante, y ha costado el cargo de al menos uno de los jefes de la policía de gobiernos recientes.

México bárbaro. Hagamos un poco de ucronía. De haber acompañado a Cortés en su colosal conquista, ¿qué hubiese pensado el ilustre etólogo Richard Dawkins de los dioses mexicas? Ellos, ávidos siempre de sangre, sombríos y atrapados en un tiempo perfectamente medido por un calendario venusino, ¿qué pensaría Dawkins de Coatlicue y Huitzilopochtli?

Bien mirados, tanto el cristianismo como el ateísmo son un invento europeo. Acá, en México, siempre adoramos a dioses mucho más elementales, mucho más sombríos, y mucho más verdaderos que las importaciones de la civilización de allende los mares. Por eso México nunca fue, y nunca ha sido y espero que nunca sea, una nación cien por ciento occidental. Bajo la capa de barniz neoliberal del gobierno, siempre late acechante una bestia más feroz que Dioniso, esperando que llegue su hora para despertar desde el fondo del corazón de cada mexicano sensato.

Hace unos días leí en el periódico que un grupo de entre los más valientes y selectos pobladores de San Jerónimo Ixtapantongo pretendía linchar a tres repugnantes plagiarios que habían secuestrado a un niño cuando éste se dirigía a la escuela. La enardecida multitud no consiguió su bárbaro objetivo. A los secuestradores no les deseo suerte en la cárcel, y espero que con la debacle de su honor paguen su osadía; y que Coatlicue vele por la justicia en es este mundo, abandonado de la mano de Dios, pero no de la barbarie sensata.

jueves, 19 de junio de 2008

La vesania dawkinsiana

Enrique Arias Valencia

La impúdica vesania dawkinsiana merece ser replicada. No soy tan resplandeciente como el brillante etólogo, pero sus insanas blasfemias no deben permanecer incólumes. Es así que más allá de mis fuerzas emprendo este trabajo, y hago un llamado a todos los hombres de buena voluntad para que sea extendido y reforzado en los términos del arte más puro, y por tanto, más verdadero que ciencia humana alguna pretendiese llegar a ser con secular industria.
Por hacer una analogía, nuestro problema artístico es a la teología lo que el contexto social es al ecosistema.
En México se llevó a cabo un experimento secular ininterrumpido que duró 150 años. Pareciera que en este sentido, México llevaba ventaja tanto a Estados Unidos como a Gran Bretaña, lugares donde aparentemente hay evidencia de que las leyes contra la blasfemia siguen operando.
Por tanto: el contexto social de Dawkins es un ecosistema muy distinto al contexto social que me tocó vivir en México, hasta el año 2000, lo cual hace muy difícil, quizá imposible, que yo pueda entender los quejumbres del etólogo en lo que a religión se refiere, quejumbres que han cristalizado en blasfemias de índole cuasi científica, y que sólo pueden pasar como retratos de la condición psíquica de un hombre que no se encuentra a gusto en su entorno, porque le resulta hostil.
Dawkins nunca ha vivido en un entorno en el que el ateo no es la presa, sino el depredador. En México, ser anticlerical durante el siglo XIX significó estar a favor de la demolición literal del patrimonio cultural de la Iglesia Católica, descalabro autoinfligido por los gobernantes liberales del gabinete de Benito Juárez y sus partidarios, cuyas consecuencias aún se pueden sentir en la población mexicana.
Dawkins continuamente alega alegremente que los científicos son superiores a los creyentes porque los primeros tienen la humildad de reconocer sus errores. Quizá los científicos en general lo hagan, pero hasta donde yo sé, y a veces quisiera estar equivocado, Dawkins jamás ha reconocido un error propio.

miércoles, 18 de junio de 2008

De la insensible filosofía del arte de Bunge

Enrique Arias Valencia

“Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo”.
Nietzsche

¿Debería causar sorpresa que Mario Bunge haya escrito un Tratado de filosofía* en 8 tomos (1973-1989), y que ni uno de ellos se haya dedicado a la estética? Pues según el autor, en esta obra se trata de construir un sistema de lo que el pensador argentino considera el núcleo de la filosofía contemporánea: la semántica, la ontología, la gnoseología y la ética), con concreta atención a los asuntos planteados por el conocimiento científico y técnico. Sus herramientas son la matemática y el propio saber científico.

Si Bunge quiere dejar a la estética fuera del ámbito filosófico, eso lo puede hacer a título personal. Sin embargo, lo que me ha horrorizado sobremanera es enterarme de lo que Bunge entiende por estética, y que puede verse aquí, si bien lo voy a subir a mi blog para que sea expuesto en todo su horror de la representación.

Muy lamentable que la ciencia y los filósofos de la ciencia quieran maltratar los más elevados empeños del espíritu humano, esto es, los artísticos.

Lo de la nula utilidad de la filosofía es un asunto tan viejo como ésta. Ya Platón en el libro gordo del Teeteto contaba la siguiente anécdota: "Estando ocupado Tales en la astronomía y mirando a lo alto, cayó un día en un pozo, y que una sirvienta de Tracia, de espíritu despierto y burlón, se rió, diciendo que quería saber lo que pasaba en el cielo y se olvidaba de lo que tenía frente a sí y ante sus pies". Por dar un ejemplo muchísimo más tardío, quisiera apuntar que Kant, a su vez, se valió de la metafísica para criticar a la razón, y de la razón para criticar a la metafísica. Por esto, varios filósofos han llamado “sepulturero de la metafísica” a Kant. Por supuesto, los filósofos posteriores a Kant quisieron superarlo también.

Parece que es un tópico de la historia de la filosofía el que la metafísica se niegue a reconocer su muerte. O hay quienes no se enteran de dicha muerte. Hay cierto afán suicida en la filosofía. Cada filósofo busca superar la visión anterior: Platón al mismísimo Sócrates, Aristóteles a Platón, Diógenes a Platón, y suma y sigue: los idealistas a los materialistas, Leibniz a Locke, Kant a Hume y Locke; Nietzsche a todos ellos, Heidegger a Nietzsche.

Yo acepto que la filosofía se basa en el discurso, y es, por lo tanto, un género literario, uno de los refugios de la imaginación, así que cuando Bunge, en otro lugar llama “pillos” a filósofos como Heidegger, debemos considerar tal epíteto como fruto del horizonte de pensamiento del ilustre pensador argentino, y por tanto, dispensarlo; es sólo un punto de vista de un científico sobre una cuestión de gusto. Claro que la visión utilitaria de la filosofía es otra cosa. Otra muy distinta es la racionalista. En fin.

Dada su filiación, a mí no debería resultarme raro que Bunge no reconozca la estética como parte del núcleo de la filosofía contemporánea, al menos no en sus ocho tomos del Treatise on Basic Philosophy, y sin embargo, yo sí necesito a la estética para seguir viviendo; por eso he leído con sumo interés las tres páginas que Bunge dedica a la estética en el enlace que cito arriba; si bien no puedo sino estar en desacuerdo con nuestro filósofo. Según entiendo, en el artículo “La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime”, Bunge descarta la estética de la filosofía. Yo soy de quienes la incluyen como una rama indispensable de la filosofía. A continuación, trataré de comentar y criticar algunos de los argumentos bungianos. Para empezar, Bunge hace eco de un acontecimiento de la historia de la filosofía, que podríamos resumir así: Nos preguntamos: “¿Es la estética filosófica una ciencia?”, y Bunge responde que no. Digo que es un acontecimiento de la historia de la filosofía porque la pregunta se ha formulado con variaciones. Quizá podríamos poner en paralelo este aserto bungiano con la pregunta kantiana “¿Es la metafísica una ciencia?” Y Kant contesta también que no. Por supuesto, ambos presentarán las condiciones para que ambas actividades sean ciencias. Al hacerlo, sin embargo, Bunge expulsará a la estética de la filosofía y la dirigirá a la ciencia. El resultado kantiano no lo analizaré aquí. Así, Bunge sostiene:

“El segundo enfoque del estudio del arte es la investigación objetiva de los procesos de creación y apreciación artísticos. Este estudio forma parte de la investigación objetiva de lo subjetivo, o sea, la psicología científica. Está en un pie de igualdad con el estudio de la percepción, la imaginación, la emoción y el raciocinio. Por lo tanto, se lo puede llamar estética científica.
El investigador en este campo observa, experimenta y conjetura. Con talento y suerte llega a formular algunas hipótesis interesantes y plausibles, que él mismo u otros investigadores pondrán a prueba y, con más suerte aún, comprobarán.
Esta sí es una disciplina propiamente dicha y, en particular, una rama de la ciencia, aunque emergente antes que madura. Esta, la rama científica de la estética, nació en la década del 60, en el cerebro del psicólogo anglocanadiense David Berlyne.”

En consecuencia, Bunge sólo reconoce la estética si esta forma parte de la ciencia. A contracorriente nos movemos los románticos, como más adelante intentaré mostrar. Ahora bien, en su artículo Bunge también repite un tópico de los académicos (las negritas son mías):

“El fanático del rigor dirá que sólo los artistas pueden opinar sobre arte. Esta posición es razonable, pero tiene el defecto de que, de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”.

Beethoven dijo algo parecido: “No se han levantado estatuas a los críticos”. Bunge y Beethoven se equivocan. Varios artistas, entre ellos en particular los románticos, se han preocupado por reflexionar y criticar en términos filosóficos la actividad del artista. Robert Schumann fundó una revista para analizar el papel filosófico de la música, Richard Wagner escribió varios tratados de estética, Liszt y Wagner se carteaban sobre el particular, Sostakovich escribió sobre las relaciones entre política y música, y la lista podría prolongarse (y eso que no pondré aquí nada sobre Goethe). Para terminar comentaré que el poeta Friedrich Schiller escribió Kallias y las Cartas sobre la educación estética del hombre para contestar la estética kantiana. En el prólogo a La novia de Mesina, Schiller incluso reflexiona sobre la actividad creativa del artista en estos términos:

“Cuando la naturaleza ha dotado al artista de una comprensión exacta y un sentido íntimo adecuado, rehusándole el don de una fantasía creadora, pintará fielmente lo real y representará con verdad los fenómenos accidentales; pero no, por consiguiente, el espíritu de la naturaleza. Sólo nos ofrecerá su materia exterior, pero no será la suya una obra propiamente artística, la libre creación de nuestro espíritu en esa esfera; y carecerá del bienhechor carácter del arte, que tan sólo debe consistir en la libertad. [...] Aquel otro, al que, por el contrario, tocóle en suerte una viva fantasía, pero sin carácter ni sentimiento, curará poco de la verdad y mucho del mundo exterior; y sólo buscará sorprendernos por lo singular y fantástico de sus combinaciones; y como su obra toda no pasa de ser espuma y vana apariencia, nos divertirá unos instantes, pero sin dejar en nuestro ánimo nada perdurable”.

Es así que quizá la diferencia entre Bunge y los estetas románticos sea una cuestión de enfoque: para Bunge el arte y la estética deben ser vistos con la óptica de la ciencia, para los románticos el arte es el órgano de la filosofía: “Ver la ciencia con la óptica del arte, y el arte con la de la vida”, en palabras de Nietzsche. Eincluso, puedo añadir: vet la vida misma con la óptica del arte.

Repitámoslo: Bunge se equivoca cuando sostiene que “de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”. Si le rascamos, más bien sería lo contrario. Además de los ejemplos que vertí, ahora mismo me viene a la cabeza que Milan Kundera escribió un ensayo estético titulado El arte de la novela. Y mucho del Quijote tiene también su parte filosófica, por ejemplo, los consejos a Sancho.

Para continuar con mi perversa crítica del argumento de Bunge, no dejaré de mencionar un interesantísimo artículo titulado “Narnia: Con el lastre de la religión” tras terminarlo el lector puede explorar preguntas como las siguientes: Si una obra tiene inspiración cristiana, ¿su mérito estético es menor? Luego entonces, ¿hay un vínculo entre moral y arte? ¿Trata de estética este artículo? Sobre la última pregunta yo estoy seguro de que así es, y que conste que el autor de aquel artículo es un poeta.

Quizá algunas mis preguntas nos sean muy atinadas; pero de todas maneras el aliento de la reflexión estética sopla con gran fuerza, aun a pesar de que Bunge sostenga que “de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”. La hacen, y con gran enjundia.

Saludos cordiales

*Originalmente en inglés, el Treatise on Basic Philosophy

martes, 17 de junio de 2008

La guerra de las dos rosas

Enrique Arias Valencia

En vista de que Dios no quiso tratarme como lo que soy, y yo soy una rosa delicadísima, él no puede esperar que lo ame, y menos aún que lo ame con una condición tan formidable como la que él quiere imponerme: amar a alguien sobre todas las cosas exige del amante que propone tal cosa, amar a la amada en la misma medida, y la vida que Dios me ha dado no es prueba de que el amor de Dios sea tan maravilloso como su fanfarrón mandamiento plantea.

Como respuesta declaro pues, a Dios, una guerra, pero será ahora una guerra de amor, a la manera de las rosas. Que Dios no espere de mí un trato de amante, pero tampoco recibirá un trato de guerrero. Recibirá mis espinas y mi ponzoña, porque entre las flores los tóxicos son respuesta cuando somos maltratadas.

Que Dios no crea que puede fanfarronear impunemente: que sus óbices se truequen en reproches; y que su salmodia de amor sea así expuesta; y es así que si Dios recibe de mí trato de amante; será de amante despechado.

Yo soy una rosa pisoteada, vejada, y abandonada por el más fanfarón de los amantes. El más fanfarrón de los amantes es Dios. En consecuencia, yo soy una rosa pisoteada, vejada y abandonada por Dios.

¡Oh sí, los impúdicos racionalistas, como Dawkins, que creen que con la razón pueden demostrar que los amantes ausentes no existen! ¡La razón! Que con su pan se la coman.

lunes, 16 de junio de 2008

La miseria espiritual de Philip Pullman

Enrique Arias Valencia

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos.
Mt 5,3

Sé que esta reflexión es un tanto extemporánea, pero siempre he admirado lo inactual. Si Philip Pullman fuera un científico, como lo es el bello y hermoso Richard Dawkins, eso le valdría para perdonársele su discurso chabacano y simplón, carente de toda profundidad, ya no digamos humana, sino estética. Pero Pullman comete el peor pecado que escritor alguno pueda cometer, que es volverse contra su propia herramienta de trabajo. Un suicidio intelectual que bien podríamos dispensar en un filósofo, como por ejemplo, Nietzsche. Pero en un escritor, tal falta debe señalarse para que así su pecado sirva tanto para reírnos de su obra; como para que su concupiscencia sea perdonada por todos nosotros, los fieles discípulos de la rapsodia soñadora.

Entremos en materia. Los nuevos ateos, vetustos jacobinos, sueltan sin parar una frase que en un contexto científico quizá sea válida, pero que proviniendo del universo de la literatura se convierte en una declaración de ausencia de imaginación por parte de un autor; y perdónenme la sentencia, pero un autor sin imaginación es más trivial que una trivialidad matemática: es un atentado contra la estética. Pullman la suelta sin sonrojarse: “En cuanto al «espíritu», lo «espiritual», la «espiritualidad», son palabras que no uso nunca, porque no veo que se correspondan con nada real: carecen de significado”. Que estas atrocidades las diga un escritor, bastaría para desaconsejar la lectura de sus libros, pero que tales palabras las haya publicado en su blog un poeta, el capitán de “Razón atea”, sin apenas crítica, es cosa muy lamentable.

Sí, ya una vez el ateo Atilio, el de la testa con tirabuzones dilatados me dijo lo mismo, y eso sí, en un contexto más afortunado que el del desdichado de Pullman: un debate ateo. ¿Qué significaría admitir la idea de “espíritu” para un ateo? La demostración de la falsedad de su sistema de pensamiento. Pero, ¿qué debería significar el espíritu para un escritor? El abrevadero de la imaginación siempre estará ahí para quien quiera beber de él, pero la condición está en rendirse a los brazos de la fantasía poética. Y siempre será más bello aquel que sabe usar todos los recursos de la imaginación que aquel que se niega a usarlos sólo porque según su sistema, confusión de niveles, es capaz de decir que “los espíritus no existen”.

Ignoro si la lengua inglesa es menos rica que la española en esta cuestión. No lo creo, y doy por sentado que allá también espíritu vendría a tener, entre muchos otros significados, el que el DRAE reconoce en la acepción séptima, esto es, la más perfecta, porque el siete significa plenitud: “vivacidad, ingenio”. Eso es de lo que carece Pullman cuando renuncia a usar palabras sólo porque en su sistema significan quién sabe que cosa. Que Dawkins carezca de ingenio en cuestiones de arte cristiano, es un mal menor, pues no podemos pedirle peras a ese olmo, tan obstinado a su phila; pero que un literato ignore la riqueza de su lengua es un pecado espiritual que desmerece su obra, y que la hace poco, en verdad muy poco estimable.

Sin embargo, de risa loca es que Pullman sea el autor de una serie de libros para niños llamados La materia oscura, serie en la cual se plantea que el alma de cada persona habita fuera del cuerpo en la forma de un animal de sexo opuesto a la de su dueño. Y alma y espíritu, y toda su pompa y aparato, lo espiritual y la espiritualidad son términos equivalentes. ¡Y Pullman es un tío con toneladas de títulos académicos! No dejo de carcajearme cuando puedo comprobar que Pullman está ciego a su propia obra. Los ateos modernos no dejan de cacarear que son más inteligentes que los creyentes. Muchos de ellos, entre ellos Pullman no lo son, en la medida que podemos conocerlos por sus frutos, y los frutos de Pullman son tan rancios como su imaginación.

domingo, 15 de junio de 2008

La danza del ateísmo

La danza del ateísmo



Disfrútenla en ritmo de rap

Reparto a la manera de Dios

Enrique Arias Valencia

Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Mateo, 13:12

Los nuevos ateos, viejos jacobinos, dicen que Dios no existe, y con eso afirman que hacen ciencia, y campechanamente evaden el problema. Los creyentes exotéricos, de interior exacerbado, dicen que Dios es infinitamente bueno, y con eso creen cancelar el mismo problema. Anticlericales revolucionarios y religiosos institucionales no pueden ni siquiera sospechar que bajo las aguas de lo que ellos creen que es la realidad siempre ha nadado y nadará, el Leviatán resplandeciente y glorioso.

La ortodoxia no puede ver con buenos ojos el misticismo porque el misticismo nada no sólo contracorriente, sino que también lo sabe hacer en aguas profundas. Y hay ortodoxos en ambos bandos: Ratzinger entre los creyentes, y Dawkins entre los ateos. Por lo tanto ni unos ni otros nos solucionarán el problema. Y el problema es: ¿cuál es la naturaleza de Dios?

Entre los musulmanes hay un movimiento místico, el de los sufíes, que ha dado dos maravillosos frutos: la poesía de Rumi y un personaje legendario de nombre Nasrudín. Érase un sabio tonto, o un tonto que nos hacía ver que no somos tan sabios como creíamos ser o incluso, si el discípulo era verdaderamente valiente, Nasrudín se convertía en un maestro que nos hacía reír de las tonterías de este mundo; y más aún, si hoy nos dejásemos conducir por un momento de sublime indefensión, Nasrudín nos hará reír de nuestras propias tonterías.

A continuación, en un cuento de Nasrudín se expone con toda claridad la naturaleza de Dios, naturaleza que han esquivado tanto ateos como creyentes, atrapados por el corsé de hierro de sus propios mitos.

Es así que un día, cuatro chicos del barrio llevaron a Nasrudín un saco lleno de nueces, y con candor le suplicaron: “Maestro, no hemos logrado compartir las nueces. Por favor hágalo usted por nosotros”.

Nasrudín les preguntó: “¿Qué tipo de reparto deseáis, el de Dios o el del hombre?” Y los niños, con sobrada ingenuidad, contestaron: “El de Dios”.

Para sorpresa de los pequeñuelos, Nasrudín abrió el saco, y al primer niño le dio dos puñados de nueces, al segundo un puñado, al tercero sólo dos nueces y al último no le dio nada.

Los niños quedaron asombrados, y preguntaron a Nasrudín: “¿Qué manera es ésta repartir las nueces, maestro?”

A lo que Nasrudín replicó seguro: “La de Dios. Él da mucho a unos, poco a otros, y nada a algunos otros. Si me hubierais pedido el reparto de las nueces a la manera del hombre, ¡os hubiese entregado vuestras nueces a partes iguales!”

sábado, 14 de junio de 2008

De cómo Richard Dawkins se volvió bello y hermoso

Enrique Arias Valencia

A toda capillita le llega su fiestecita, o para decir casi lo mismo en lenguaje secularista: no hay plazo que no se cumpla, ni mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista. El problema con las traducciones al lenguaje secular de expresiones de justa y preciosa tradición religiosa, es que se pierde gran parte del rico contenido expresivo que las frases religiosas tienen en beneficio de un dudoso prestigio racional.

Anteposteriormente habíamos tenido ocasión de carcajearnos justamente con las divertidísimas puntadas de nuestro querido y nunca bien reconocido, el señor don doctor Richard Dawkins, quien siempre tiene una genial respuesta para asombrarnos a nosotros, los grandes espíritus.

El colmo del descaro dawkinsiano corrió a cargo de Fernando G. Toledo, quien en su blog “Razón atea” fue capaz de contestarme que Dawkins también usa expresiones como “¡Dios mío!” cuando el ilustre etólogo se halla en apuros.

Por mi parte, a mí no me cabe duda de que un secularista es alguien que se avergüenza de reconocer sus rasgos de santidad, porque dichos rasgos son la prueba de la falsedad de su sistema.

Que Dawkins no pueda evitar decir “¡Dios mío!” en un momento embarazoso, acusa su buena fe. Vamos, que yo en momentos cruciales soy capaz de soltar ya no digamos una blasfemia blanca, sino las más terribles y repugnantes palabrotas que ser vivo haya sido capaz de proferir sobre la faz de la Tierra.

Cuando discuto con un secularista contra nuestro querido Richard, el secularista en cuestión nunca ha sido capaz de reconocer que, en dicha discusión, yo asumo deliberadamente el papel del malo, para así colocar a Dawkins en la difícil situación de ser el bueno, y por lo tanto, el santo de la historia.

Y es así como en mi devorador planteamiento estético-irracionalista estoy a punto de dar cumplimiento a una preciosa ambición que tiempo atrás ya venía yo acariciando: incluir a las obras de Dawkins entre los fenómenos estéticos de la Santa Belleza.

En consecuencia, a regañadientes del propio Dawkins llevo a sus obras, El gen egoísta y El espejismo de Dios, para ser consagradas en el altar del más bello de todos los Dionisos, el del reconocimiento de cómo Dawkins se volvió bello y hermoso, y muy a su pesar, un santo de Dios.

Amén.

viernes, 13 de junio de 2008

Un predicador fuera de lo común

Enrique Arias Valencia

Si bien desde mi punto de vista la belleza es superior y por lo tanto muchas veces se opone a la verdad; no puedo dejar de reconocer que los buscadores de la verdad son capaces de crear mucha belleza. Por eso ahora quiero presentar a su consideración a un Predicador fuera de lo común.
Su blog tiene una agradable interfaz, plena de ilustraciones, admirables poesías, y el gusto de su autor, entre muchas otras cosas, se reparte entre los pulpos, Sherlock Holmes, los comics, lo que él llama ateología y un fascinante y suculento etcétera.
Así, pues, con ustedes, El Predicador Malvado:

http://predicadormalvado.blogspot.com/

Que lo disfruten.

jueves, 12 de junio de 2008

Lágrimas de hermano

Con sus lágrimas, Teodoro González de León construyó un mausoleo de conmovedora arquitectura, homenaje imperecedero al poeta, al amigo, al hermano.
Susurrado desde el público por Enrique Arias Valencia el 19 de abril de 2008, con ocasión del Aniversario Luctuoso del poeta Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México

miércoles, 11 de junio de 2008

Así es

La estética se basa en la representación.
Äriastóteles Lumínico

martes, 10 de junio de 2008

¿Será?

La educación estética de la música nos permite descubrir que la realidad esplendorosa es siempre bella.
Äriastóteles Lumínico

lunes, 9 de junio de 2008

La rendición incondicional

Para con el Universo espiritual, sólo vale la rendición incondicional.
Äriastóteles Lumínico

domingo, 8 de junio de 2008

Baroque



Música barroca: lleno de formas, pero sin forma.
Äriastóteles Lumínico

sábado, 7 de junio de 2008

La magia del capital

Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente.
(Mt, X.8)

Enrique Arias Valencia

El 6 de marzo de 2010 ¡por fin! terminará uno de los más absurdos retos que hombre alguno haya lanzado al mundo desde que a Herodes se le ocurrió exigirle a Jesús que le hiciera un milagro sobre pedido.

El pecado que casi ha estado a punto de cometer James Randi todos estos años se llama simonía, y no es nada nuevo en el universo espiritual. Ni más ni menos que un colega de Randi quiso persuadir a Pedro para que el apóstol le transmitiese el secreto de hacer milagros para así acrecentar el dudoso poder del maguito. Pedro, por supuesto, no accedió a los chantajes del oportunista, y parecía que todos contentos desde entonces.

Pero el ilusionista (nunca antes mejor dicho) Randi, al ser una figura representativa del capitalista secular, parece que no conoce la historia. Y todavía hoy ofrece un millón de dólares para todo aquel que demuestre tener un poder sobrenatural. Su perversa ingenuidad (como lo es en el fondo toda ingenuidad secular) radica en creer que la gente que tiene un bondadoso poder sobrenatural va a prestarse a hacer negocios con el capitalismo desalmado, del que la ideología de Randi es deudora al cien por ciento.

Irónicamente, que no haya ningún santo dispuesto a transigir con el capital, es el poder sobrenatural que Randi no es, y no será capaz de reconocer, y que debería pagar si fuese consecuente con su oferta. No obstante el siguiente aticismo es que estoy seguro de que ningún santo de verdad va a seguir el juego cobrándole a un viejo tan necio.

Hay que estar doblemente ciego para creer que con un experimento basado en el control del doble ciego puede llegar a saberse algo sobre el universo sobrenatural. Basta con que nos demos cuenta de que aquel que estuviese en condiciones de cobrar la apuesta de Randi, no querría cobrarla. Pues quien tuviese un poder sobrenatural, no se sentiría tentado a demostrarle a Randi nada; que un millón de dólares no son nada para el universo espiritual.

El capitalista cree que todo puede ser comprado, necedad que podemos equiparar con la del científico, y que consiste en creer que todo puede ser medido. Necedades ambas que confluyen en un solo punto: creer que todo lo real puede ser evidenciado. Majadería esta última de la que es figura representativa la obra de nuestro siempre muy querido aunque nunca bien ponderado Richard Dawkins.

Paradoja

Afirmar que este mundo no paradójico es una paradoja.
Äriastóteles Lumínico

viernes, 6 de junio de 2008

Preludio del materidialomismo

Da lo mismo afirmar A y no A si es bello y hermoso hacerlo. Por lo tanto, me gusta afirmar A y no A.
Äriastóteles Lumínico

jueves, 5 de junio de 2008

La caída de lo bello y hermoso

Äriastóteles Lumínico

Quizá la libre interpretación de la Biblia condujo a la libertad de pensamiento. Tal vez la libertad de pensamiento condujo, inesperadamente, a la interpretación literal de la realidad, lo cual desembocó en la ciencia moderna, y marcó el inicio de la pugna entre ciencia y arte, asunto este último que fue tratado por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia.
La interpretación literal de la realidad es una proeza de la ciencia y una ofensa para el arte, pues demerita lo bello y hermoso en beneficio de la así llamada objetividad científica.