domingo, 22 de junio de 2008

La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime

Junio 2, 2006
Por Mario Bunge Para La Nación

MONTREAL.- En mi colegio secundario estudiábamos estética (es un decir, como suele decirse). El profesor era un viejo sainetero. Lo único que nos enseñó fue que hay tres categorías estéticas: lo bonito, lo bello y lo sublime. No nos exhibió ejemplos ni nos hizo analizar textos literarios, pinturas o piezas musicales. Tampoco habló de Kitsch ni, menos aún, de arte feo. Pero al menos en todas sus lecciones daba un elocuente ejemplo de fealdad: llenaba la tarima de enormes escupitajos.
Nuestro profesor creía, evidentemente, que los valores artísticos son objetivos. Pero nunca nos habló de la controversia entre el absolutismo (u objetivismo) y el relativismo (o subjetivismo) en el terreno de los valores. Daba por sentado que lo bello es bello en sí mismo, independientemente del sujeto que lo contempla.
O sea, la belleza estaría localizada en el objeto artístico, no en el cerebro. ¿Cómo lo sabemos? ¡Ah, esto no se preguntaba! Ni siquiera se nos decía que la tesis absolutista, propuesta por Platón, había sido discutida durante veintitrés siglos. Se nos vendía mera opinión por verdad demostrada.
Cuidado con las apariencias
Por el mero hecho de ser objeto de enseñanza, la estética aparenta ser una disciplina tan honorable como la geometría, la botánica o la contabilidad. Pero, ¿quién probó que la estética es una disciplina, o sea, un cuerpo de conocimientos bien fundados y bien organizados? ¿Cuál es la primera ley de la estética? ¿Y la segunda y la tercera? ¿Y qué consecuencias se deducen de estas leyes? Si no hay leyes, ¿habrá al menos datos firmes que representen hechos objetivos? Para obtenerlos, ¿habrá que recurrir a la historia, la sociología y la psicología del arte? Una pregunta aún más radical es ésta: ¿cómo debería de estudiarse la obra de arte? ¿Al igual que los demás productos concretos de la actividad humana, tales como las máquinas, las organizaciones y las lenguas? ¿O más bien como los productos abstractos, tales como las teorías y las ideologías? ¿O bien de una manera totalmente diferente, porque la apreciación artística no es totalmente objetiva ni transcultural?
En particular, las personas que no han tenido experiencia artística, ¿están facultadas para estudiar la obra de arte? Esta pregunta viene al caso, porque ninguno de los tratadistas de estética, de Aristóteles en adelante, produjo obra de arte alguna. Siendo así, ¿por qué considerarlos expertos en la materia?
El fanático del rigor dirá que sólo los artistas pueden opinar sobre arte. Esta posición es razonable, pero tiene el defecto de que, de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema.
Es verdad que algunos fundadores de "ismos" (dadaísmo, constructivismo, minimalismo, etcétera) han escrito manifiestos estéticos. Pero, ¿qué queda de éstos? Nada, porque eran declaraciones excesivamente radicales y esquemáticas, y además meramente programáticas. A la distancia se los ve como meros anuncios de movimientos efímeros.
El tolerante dirá en cambio que todo el mundo tiene derecho a opinar sobre arte, pero nadie tiene derecho a pontificar sobre él. Más aún, hay derecho a estudiar las obras de arte en sí mismas, los procesos de su creación y apreciación, y las ideas generales involucradas, tales como las de estilo e interpretación. Miremos estos tres enfoques diferentes.
La voz de los críticos
Lo primero es lo que hacen de hecho los cronistas artísticos: los críticos literarios, musicales, plásticos, cinematográficos, etcétera. Estos periodistas especializados nos dicen, por ejemplo, que tal novela está bien escrita, pero es anacrónica; que tal cuarteto tiene pasajes brillantes, pero que carece de unidad; que la fotografía de tal film es hermosa, pero su guión es trivial, y así sucesivamente.
Los juicios de los cronistas artísticos son opiniones más o menos expertas, y pueden ser de utilidad tanto para los artistas como para el público. Pero, ¿constituyen una disciplina con principios y métodos, o son mera opinión ilustrada (a diferencia de la ignara)?
El segundo enfoque del estudio del arte es la investigación objetiva de los procesos de creación y apreciación artísticos. Este estudio forma parte de la investigación objetiva de lo subjetivo, o sea, la psicología científica. Está en un pie de igualdad con el estudio de la percepción, la imaginación, la emoción y el raciocinio. Por lo tanto, se lo puede llamar estética científica.
El investigador en este campo observa, experimenta y conjetura. Con talento y suerte llega a formular algunas hipótesis interesantes y plausibles, que él mismo u otros investigadores pondrán a prueba y, con más suerte aún, comprobarán.
Esta sí es una disciplina propiamente dicha y, en particular, una rama de la ciencia, aunque emergente antes que madura. Esta, la rama científica de la estética, nació en la década del 60, en el cerebro del psicólogo anglocanadiense David Berlyne.
Finalmente, el tercer campo mencionado hace un rato podría llamarse estética analítica. Esta se ocupa de analizar y relacionar entre sí categorías estéticas tales como las de obra de arte, forma y estilo. ¿Es ésta una disciplina propiamente dicha? Por ahora, no. Pero nada se opone a que llegue a serlo.
Quizás el principal obstáculo a su desarrollo es que casi todos sus cultores son filósofos sin experiencia estética. José Ferrater Mora, filósofo y artista, habría sido la primera excepción. Desgraciadamente, murió sin terminar el tratado de estética que yo lo había instado a escribir.
¿Cuál de los tres campos cultivaba mi profesor de estética, el viejo sainetero? Ninguno. ¿Qué era entonces? Profesor de una disciplina que entonces sólo existía en algunos manuales. Vendía una ilusión académica, como otros venden ilusiones comerciales o políticas.
En resumen, la estética existe como crónica artística, está a punto de nacer como rama de la psicología y puede ser que algún día nazca como rama del análisis filosófico.
Ninguno de estos campos es "la ciencia de lo bonito, lo bello y lo sublime". Y ninguno de ellos tiene poder preceptivo. Los propios artistas crean los preceptos artísticos. Los estudiosos del arte sólo pueden identificarlos y examinarlos.

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*Tomado de: La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime

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