miércoles, 18 de junio de 2008

De la insensible filosofía del arte de Bunge

Enrique Arias Valencia

“Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo”.
Nietzsche

¿Debería causar sorpresa que Mario Bunge haya escrito un Tratado de filosofía* en 8 tomos (1973-1989), y que ni uno de ellos se haya dedicado a la estética? Pues según el autor, en esta obra se trata de construir un sistema de lo que el pensador argentino considera el núcleo de la filosofía contemporánea: la semántica, la ontología, la gnoseología y la ética), con concreta atención a los asuntos planteados por el conocimiento científico y técnico. Sus herramientas son la matemática y el propio saber científico.

Si Bunge quiere dejar a la estética fuera del ámbito filosófico, eso lo puede hacer a título personal. Sin embargo, lo que me ha horrorizado sobremanera es enterarme de lo que Bunge entiende por estética, y que puede verse aquí, si bien lo voy a subir a mi blog para que sea expuesto en todo su horror de la representación.

Muy lamentable que la ciencia y los filósofos de la ciencia quieran maltratar los más elevados empeños del espíritu humano, esto es, los artísticos.

Lo de la nula utilidad de la filosofía es un asunto tan viejo como ésta. Ya Platón en el libro gordo del Teeteto contaba la siguiente anécdota: "Estando ocupado Tales en la astronomía y mirando a lo alto, cayó un día en un pozo, y que una sirvienta de Tracia, de espíritu despierto y burlón, se rió, diciendo que quería saber lo que pasaba en el cielo y se olvidaba de lo que tenía frente a sí y ante sus pies". Por dar un ejemplo muchísimo más tardío, quisiera apuntar que Kant, a su vez, se valió de la metafísica para criticar a la razón, y de la razón para criticar a la metafísica. Por esto, varios filósofos han llamado “sepulturero de la metafísica” a Kant. Por supuesto, los filósofos posteriores a Kant quisieron superarlo también.

Parece que es un tópico de la historia de la filosofía el que la metafísica se niegue a reconocer su muerte. O hay quienes no se enteran de dicha muerte. Hay cierto afán suicida en la filosofía. Cada filósofo busca superar la visión anterior: Platón al mismísimo Sócrates, Aristóteles a Platón, Diógenes a Platón, y suma y sigue: los idealistas a los materialistas, Leibniz a Locke, Kant a Hume y Locke; Nietzsche a todos ellos, Heidegger a Nietzsche.

Yo acepto que la filosofía se basa en el discurso, y es, por lo tanto, un género literario, uno de los refugios de la imaginación, así que cuando Bunge, en otro lugar llama “pillos” a filósofos como Heidegger, debemos considerar tal epíteto como fruto del horizonte de pensamiento del ilustre pensador argentino, y por tanto, dispensarlo; es sólo un punto de vista de un científico sobre una cuestión de gusto. Claro que la visión utilitaria de la filosofía es otra cosa. Otra muy distinta es la racionalista. En fin.

Dada su filiación, a mí no debería resultarme raro que Bunge no reconozca la estética como parte del núcleo de la filosofía contemporánea, al menos no en sus ocho tomos del Treatise on Basic Philosophy, y sin embargo, yo sí necesito a la estética para seguir viviendo; por eso he leído con sumo interés las tres páginas que Bunge dedica a la estética en el enlace que cito arriba; si bien no puedo sino estar en desacuerdo con nuestro filósofo. Según entiendo, en el artículo “La ciencia de lo bello, lo bonito y lo sublime”, Bunge descarta la estética de la filosofía. Yo soy de quienes la incluyen como una rama indispensable de la filosofía. A continuación, trataré de comentar y criticar algunos de los argumentos bungianos. Para empezar, Bunge hace eco de un acontecimiento de la historia de la filosofía, que podríamos resumir así: Nos preguntamos: “¿Es la estética filosófica una ciencia?”, y Bunge responde que no. Digo que es un acontecimiento de la historia de la filosofía porque la pregunta se ha formulado con variaciones. Quizá podríamos poner en paralelo este aserto bungiano con la pregunta kantiana “¿Es la metafísica una ciencia?” Y Kant contesta también que no. Por supuesto, ambos presentarán las condiciones para que ambas actividades sean ciencias. Al hacerlo, sin embargo, Bunge expulsará a la estética de la filosofía y la dirigirá a la ciencia. El resultado kantiano no lo analizaré aquí. Así, Bunge sostiene:

“El segundo enfoque del estudio del arte es la investigación objetiva de los procesos de creación y apreciación artísticos. Este estudio forma parte de la investigación objetiva de lo subjetivo, o sea, la psicología científica. Está en un pie de igualdad con el estudio de la percepción, la imaginación, la emoción y el raciocinio. Por lo tanto, se lo puede llamar estética científica.
El investigador en este campo observa, experimenta y conjetura. Con talento y suerte llega a formular algunas hipótesis interesantes y plausibles, que él mismo u otros investigadores pondrán a prueba y, con más suerte aún, comprobarán.
Esta sí es una disciplina propiamente dicha y, en particular, una rama de la ciencia, aunque emergente antes que madura. Esta, la rama científica de la estética, nació en la década del 60, en el cerebro del psicólogo anglocanadiense David Berlyne.”

En consecuencia, Bunge sólo reconoce la estética si esta forma parte de la ciencia. A contracorriente nos movemos los románticos, como más adelante intentaré mostrar. Ahora bien, en su artículo Bunge también repite un tópico de los académicos (las negritas son mías):

“El fanático del rigor dirá que sólo los artistas pueden opinar sobre arte. Esta posición es razonable, pero tiene el defecto de que, de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”.

Beethoven dijo algo parecido: “No se han levantado estatuas a los críticos”. Bunge y Beethoven se equivocan. Varios artistas, entre ellos en particular los románticos, se han preocupado por reflexionar y criticar en términos filosóficos la actividad del artista. Robert Schumann fundó una revista para analizar el papel filosófico de la música, Richard Wagner escribió varios tratados de estética, Liszt y Wagner se carteaban sobre el particular, Sostakovich escribió sobre las relaciones entre política y música, y la lista podría prolongarse (y eso que no pondré aquí nada sobre Goethe). Para terminar comentaré que el poeta Friedrich Schiller escribió Kallias y las Cartas sobre la educación estética del hombre para contestar la estética kantiana. En el prólogo a La novia de Mesina, Schiller incluso reflexiona sobre la actividad creativa del artista en estos términos:

“Cuando la naturaleza ha dotado al artista de una comprensión exacta y un sentido íntimo adecuado, rehusándole el don de una fantasía creadora, pintará fielmente lo real y representará con verdad los fenómenos accidentales; pero no, por consiguiente, el espíritu de la naturaleza. Sólo nos ofrecerá su materia exterior, pero no será la suya una obra propiamente artística, la libre creación de nuestro espíritu en esa esfera; y carecerá del bienhechor carácter del arte, que tan sólo debe consistir en la libertad. [...] Aquel otro, al que, por el contrario, tocóle en suerte una viva fantasía, pero sin carácter ni sentimiento, curará poco de la verdad y mucho del mundo exterior; y sólo buscará sorprendernos por lo singular y fantástico de sus combinaciones; y como su obra toda no pasa de ser espuma y vana apariencia, nos divertirá unos instantes, pero sin dejar en nuestro ánimo nada perdurable”.

Es así que quizá la diferencia entre Bunge y los estetas románticos sea una cuestión de enfoque: para Bunge el arte y la estética deben ser vistos con la óptica de la ciencia, para los románticos el arte es el órgano de la filosofía: “Ver la ciencia con la óptica del arte, y el arte con la de la vida”, en palabras de Nietzsche. Eincluso, puedo añadir: vet la vida misma con la óptica del arte.

Repitámoslo: Bunge se equivoca cuando sostiene que “de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”. Si le rascamos, más bien sería lo contrario. Además de los ejemplos que vertí, ahora mismo me viene a la cabeza que Milan Kundera escribió un ensayo estético titulado El arte de la novela. Y mucho del Quijote tiene también su parte filosófica, por ejemplo, los consejos a Sancho.

Para continuar con mi perversa crítica del argumento de Bunge, no dejaré de mencionar un interesantísimo artículo titulado “Narnia: Con el lastre de la religión” tras terminarlo el lector puede explorar preguntas como las siguientes: Si una obra tiene inspiración cristiana, ¿su mérito estético es menor? Luego entonces, ¿hay un vínculo entre moral y arte? ¿Trata de estética este artículo? Sobre la última pregunta yo estoy seguro de que así es, y que conste que el autor de aquel artículo es un poeta.

Quizá algunas mis preguntas nos sean muy atinadas; pero de todas maneras el aliento de la reflexión estética sopla con gran fuerza, aun a pesar de que Bunge sostenga que “de hecho, los artistas no suelen hacer estética. Están tan ocupados haciendo arte que no tienen tiempo para formularse preguntas filosóficas sobre el tema”. La hacen, y con gran enjundia.

Saludos cordiales

*Originalmente en inglés, el Treatise on Basic Philosophy

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