lunes, 16 de junio de 2008

La miseria espiritual de Philip Pullman

Enrique Arias Valencia

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos.
Mt 5,3

Sé que esta reflexión es un tanto extemporánea, pero siempre he admirado lo inactual. Si Philip Pullman fuera un científico, como lo es el bello y hermoso Richard Dawkins, eso le valdría para perdonársele su discurso chabacano y simplón, carente de toda profundidad, ya no digamos humana, sino estética. Pero Pullman comete el peor pecado que escritor alguno pueda cometer, que es volverse contra su propia herramienta de trabajo. Un suicidio intelectual que bien podríamos dispensar en un filósofo, como por ejemplo, Nietzsche. Pero en un escritor, tal falta debe señalarse para que así su pecado sirva tanto para reírnos de su obra; como para que su concupiscencia sea perdonada por todos nosotros, los fieles discípulos de la rapsodia soñadora.

Entremos en materia. Los nuevos ateos, vetustos jacobinos, sueltan sin parar una frase que en un contexto científico quizá sea válida, pero que proviniendo del universo de la literatura se convierte en una declaración de ausencia de imaginación por parte de un autor; y perdónenme la sentencia, pero un autor sin imaginación es más trivial que una trivialidad matemática: es un atentado contra la estética. Pullman la suelta sin sonrojarse: “En cuanto al «espíritu», lo «espiritual», la «espiritualidad», son palabras que no uso nunca, porque no veo que se correspondan con nada real: carecen de significado”. Que estas atrocidades las diga un escritor, bastaría para desaconsejar la lectura de sus libros, pero que tales palabras las haya publicado en su blog un poeta, el capitán de “Razón atea”, sin apenas crítica, es cosa muy lamentable.

Sí, ya una vez el ateo Atilio, el de la testa con tirabuzones dilatados me dijo lo mismo, y eso sí, en un contexto más afortunado que el del desdichado de Pullman: un debate ateo. ¿Qué significaría admitir la idea de “espíritu” para un ateo? La demostración de la falsedad de su sistema de pensamiento. Pero, ¿qué debería significar el espíritu para un escritor? El abrevadero de la imaginación siempre estará ahí para quien quiera beber de él, pero la condición está en rendirse a los brazos de la fantasía poética. Y siempre será más bello aquel que sabe usar todos los recursos de la imaginación que aquel que se niega a usarlos sólo porque según su sistema, confusión de niveles, es capaz de decir que “los espíritus no existen”.

Ignoro si la lengua inglesa es menos rica que la española en esta cuestión. No lo creo, y doy por sentado que allá también espíritu vendría a tener, entre muchos otros significados, el que el DRAE reconoce en la acepción séptima, esto es, la más perfecta, porque el siete significa plenitud: “vivacidad, ingenio”. Eso es de lo que carece Pullman cuando renuncia a usar palabras sólo porque en su sistema significan quién sabe que cosa. Que Dawkins carezca de ingenio en cuestiones de arte cristiano, es un mal menor, pues no podemos pedirle peras a ese olmo, tan obstinado a su phila; pero que un literato ignore la riqueza de su lengua es un pecado espiritual que desmerece su obra, y que la hace poco, en verdad muy poco estimable.

Sin embargo, de risa loca es que Pullman sea el autor de una serie de libros para niños llamados La materia oscura, serie en la cual se plantea que el alma de cada persona habita fuera del cuerpo en la forma de un animal de sexo opuesto a la de su dueño. Y alma y espíritu, y toda su pompa y aparato, lo espiritual y la espiritualidad son términos equivalentes. ¡Y Pullman es un tío con toneladas de títulos académicos! No dejo de carcajearme cuando puedo comprobar que Pullman está ciego a su propia obra. Los ateos modernos no dejan de cacarear que son más inteligentes que los creyentes. Muchos de ellos, entre ellos Pullman no lo son, en la medida que podemos conocerlos por sus frutos, y los frutos de Pullman son tan rancios como su imaginación.

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