Enrique Arias Valencia
La impúdica vesania dawkinsiana merece ser replicada. No soy tan resplandeciente como el brillante etólogo, pero sus insanas blasfemias no deben permanecer incólumes. Es así que más allá de mis fuerzas emprendo este trabajo, y hago un llamado a todos los hombres de buena voluntad para que sea extendido y reforzado en los términos del arte más puro, y por tanto, más verdadero que ciencia humana alguna pretendiese llegar a ser con secular industria.
Por hacer una analogía, nuestro problema artístico es a la teología lo que el contexto social es al ecosistema.
En México se llevó a cabo un experimento secular ininterrumpido que duró 150 años. Pareciera que en este sentido, México llevaba ventaja tanto a Estados Unidos como a Gran Bretaña, lugares donde aparentemente hay evidencia de que las leyes contra la blasfemia siguen operando.
Por tanto: el contexto social de Dawkins es un ecosistema muy distinto al contexto social que me tocó vivir en México, hasta el año 2000, lo cual hace muy difícil, quizá imposible, que yo pueda entender los quejumbres del etólogo en lo que a religión se refiere, quejumbres que han cristalizado en blasfemias de índole cuasi científica, y que sólo pueden pasar como retratos de la condición psíquica de un hombre que no se encuentra a gusto en su entorno, porque le resulta hostil.
Dawkins nunca ha vivido en un entorno en el que el ateo no es la presa, sino el depredador. En México, ser anticlerical durante el siglo XIX significó estar a favor de la demolición literal del patrimonio cultural de la Iglesia Católica, descalabro autoinfligido por los gobernantes liberales del gabinete de Benito Juárez y sus partidarios, cuyas consecuencias aún se pueden sentir en la población mexicana.
Dawkins continuamente alega alegremente que los científicos son superiores a los creyentes porque los primeros tienen la humildad de reconocer sus errores. Quizá los científicos en general lo hagan, pero hasta donde yo sé, y a veces quisiera estar equivocado, Dawkins jamás ha reconocido un error propio.
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