Enrique Arias Valencia
En vista de que Dios no quiso tratarme como lo que soy, y yo soy una rosa delicadísima, él no puede esperar que lo ame, y menos aún que lo ame con una condición tan formidable como la que él quiere imponerme: amar a alguien sobre todas las cosas exige del amante que propone tal cosa, amar a la amada en la misma medida, y la vida que Dios me ha dado no es prueba de que el amor de Dios sea tan maravilloso como su fanfarrón mandamiento plantea.
Como respuesta declaro pues, a Dios, una guerra, pero será ahora una guerra de amor, a la manera de las rosas. Que Dios no espere de mí un trato de amante, pero tampoco recibirá un trato de guerrero. Recibirá mis espinas y mi ponzoña, porque entre las flores los tóxicos son respuesta cuando somos maltratadas.
Que Dios no crea que puede fanfarronear impunemente: que sus óbices se truequen en reproches; y que su salmodia de amor sea así expuesta; y es así que si Dios recibe de mí trato de amante; será de amante despechado.
Yo soy una rosa pisoteada, vejada, y abandonada por el más fanfarón de los amantes. El más fanfarrón de los amantes es Dios. En consecuencia, yo soy una rosa pisoteada, vejada y abandonada por Dios.
¡Oh sí, los impúdicos racionalistas, como Dawkins, que creen que con la razón pueden demostrar que los amantes ausentes no existen! ¡La razón! Que con su pan se la coman.
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