El efluvio de lo ridículo
Enrique Arias Valencia
Los músicos son terriblemente irrazonables. Siempre quieren que uno sea totalmente mudo en el preciso momento que uno desea ser completamente sordo.
Oscar Wilde
Cuando la célebre soprano se levantó antes de tiempo para prepararse a cantar en medio del quinto movimiento de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler, el trance bochornoso no pasó a mayores, pues su interpretación vocal sí se presentó en el momento adecuado. También pude advertir que a uno de los miembros del coro se le cayó la partitura a un lugar inalcanzable, con el correspondiente ruidito. Todo esto sucedió el pasado sábado 24 de febrero de 2007, en la Sala Silvestre revueltas, del Centro Cultural Ollin Yoliztli. No obstante, hay algo más sobre el papel del ridículo en la Segunda sinfonía de Mahler. Y éste es el motivo para reflexionar en torno al ridículo en esta nota.
Nosotros los posmodernos ya estamos acostumbrados a los desvaríos melódicos de la hoy rapada Britney Spears; pero los oídos del siglo XIX no estaban listos para las sinfonías de Mahler, y en su tiempo éstas fueron catalogadas como “inejecutables”. Entre otras cosas, debió resultar atroz la representación de una marcha militar en medio de una sinfonía. La vulgaridad y su hermano de leche, el ridículo, tienen un papel preponderante en el exaltadísimo quinto movimiento de la Segunda sinfonía. ¡Una marcha militar para levantar a los muertos de sus tumbas! Pues el tema de esta obra es la resurrección. No dejó de parecerme risible que los miembros del Coro de la Secretaría de Marina ostentaban sus bien plantados uniformes, mientras las notas paródicas del buen Gustav contrastaban con la supuesta solemnidad del acto.
Por cierto que los expertos saben que el primero que se atrevió a incluir una marcha militar en el final de una sinfonía vocal fue maese Beethoven, ni más ni menos que en su archiconocida Novena sinfonía. Pero en este nuevo milenio, tan neoliberal, tan poco artístico, parece que somos insensibles a las bromas de los grandes compositores.
Punto y aparte merece el primer Scherzo de la obra. Tengo unos amigos, muy entendidos de la lengua italiana, quienes han tenido la gentileza de traducirme Scherzo como una suerte de broma muy especial, aguda, profunda. Las maderas y los bronces de esta pieza son una celebración de la ironía de lo ridículo. Y conste que el último movimiento se abre con un “In tempo des Scherzos”, que es tanto como decir que la ironía aún está por comenzar. Y al son de la fanfarria metafísica, la soprano de turno se levanta antes de tiempo. Nada que lamentar.
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