martes, 6 de febrero de 2007

Ensayo sobre la santidad

Enrique Arias Valencia

¿Existe Dios? Y de existir, ¿cómo será? ¿Será un Dios tan viejo como el del hinduismo o tan joven como el del cristianismo? ¿Acaso se tratará de un Dios personal o de un absoluto impersonal? ¿Quién puede saberlo?
Fue el inmortal Borges quien dijo que la teología es una rama de la literatura fantástica. Ahora me gustaría añadir que Dios es la mayor fantasía, mayor que la cual nada puede fantasearse.
Soy un ateo en busca de Dios, si bien a veces creo que Dios no existe; por eso supongo que la santidad en caso de existir, sería una característica humana. Es decir, pueden ser santos los humanos aunque no haya Dios.
¿Qué es la santidad? Es una manifestación de bondad que distigue a la persona que la practica. No deja de sorprenderme el estilo literario de Benedicto XVI, quien en su primera encíclica Deus caritas est nos deleita con la idea de un Dios que es amor. La encíclica incluye un tiempo para el buen humor, y su estilo ágil nos invita a profundizar en el aspecto amoroso de Dios.
“El epicúreo Gassendi, bromenado, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!» Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma”. (18)
Esta unión inseparable del cuerpo y del alma llamada hombre vive la dimensión completa del amor. Una obra de amor vale más que mil demostraciones de la existencia de Dios. De hecho, Jesús dice que seremos juzgados por lo que hagamos y no por lo que demostremos con argumentos. Por su parte, Benedicto XVI sostiene que:
“3. Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos”.(19)
Sólo desde el punto de vista biológico podemos considerar al corazón como una bomba sanguínea. Desde un punto de vista más humano, el corazón es la fuente del amor.
Benedico XVI nos enseña así que hay, en general, tres tipos de amor: erótico, filial y agápico. Cada uno con una dimensión propia, y sin embargo, están comunicados. Por eso, si bien el Nuevo Testamento nunca emplea la palabra eros, Benedicto XVI nos conduce a un encuentro con el eros de Dios, el cual está unido con el agapé en una perfecta armonía.
Debido a que Dios nos hizo, él sabe qué es lo que necesitamos. Sabe que tenemos un cuerpo y un alma, unidos en nuestra condición humana. Por eso Dios nos amó primero en forma erótica y agápica, es decir, en forma plena. Cuando el hombre es capaz de sentir el amor de Dios, el mundo entero se transforma. Y el amor de Dios es fruto de la gracia y el hombre dispuesto puede siempre recibir el amor de Dios, en cuerpo y alma, por completo.

“10. El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona”. (20)

En el párrafo anterior Benedicto XVI nos muestra la perla del cristianismo: el perdón. ¿Qué es el perdón? Al margen de la Encíclica del papa, quisiera apuntar que perdonarse a uno mismo es un maravilloso renacimiento; perdonar a los demás es una puerta hacia la paz. Perdonar significa reconocer con amor los límites y defectos de la condición humana. Es así que quien perdona, ama, y quien ama, comparte. Y sin embargo, perdonar no es permitir un abuso, porque el perdón promueve el amor y no el sufrimiento.
Benedicto XVI demuestra un profundo respeto por las tradiciones precristianas y en lo que estas tienen de acertado sabe reconocer la semilla de verdad que contienen:
“Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre —aquello por lo que el hombre vive— era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor”. (21)
Muy bien: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”; ¿y cuál es el trato? Porque si hay amor hay una relación; ¿o no? ¿Y cuál es la actitud de Dios? Un silencio angustioso. Por eso, en un mundo tan neoliberal siempre me asalta esta pregunta: ¿Está Dios de más? Yo lo echo de menos. ¡Qué quieren que haga! Mi vicio es no creer en Dios, y sin embargo extrañarlo como a un amante muerto.
Es así que la santidad, en caso de existir es un asunto humano, y nada más, pero también, nada menos. Y en vista de que los seres humanos tenemos defectos y limitaciones, por lo tanto la santidad que yo anuncio es una santidad con defectos y limitaciones.
El saber de los sentidos no es todo el saber; eso podemos sentirlo. El conocimiento racional no agota el conocimiento. Eso podemos argumentarlo. Sólo el amor puede darnos una dimensión más amplia, más humana, más rica, más plena.
Amar es decidirse a ver las cosas desde una óptica nueva. ¿Qué importa si la realidad está constituida por átomos, quarks, supercuerdas, Apolo o Dionisos? El amor trasciende todas estas dimensiones, si bien puede perdonarlas. Después de todo, un conocimiento bien empleado podría salvarnos la vida. Pensemos en los triunfos de la medicina. Por eso el Eclesiastés dice que “Todo tiene su tiempo”. Divertirnos con las supercuerdas es interesante, pero el asunto del amor es irresistible. Y el amor nos lleva al perdón y el perdón nos lleva al amor. Perdonar es ver con amor los límites y defectos de los demás y es una cordial invitación a identificar y enmendar nuestros propios errores.
Los místicos nos demuestran que Dios puede invitarnos a vivir un delirio de amor. Para ellos es muy clara esta expresión de Benedicto XVI: “Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento”. El místico nos hace ver que es posible vivir un amor pleno y perfecto, que trasciende los límites y defectos de lo humano.


18) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 8.
19) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 6
20) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 14.
21) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 17.

2 comentarios:

nora dijo...

Los amores defectuosos, son los amores que perduran, son amores humanos, defectuosos pero amores al fin...;)
kahat

nora dijo...

Aceptar los errores del amor es asumirse en el error también...como "perdonar" que es pese a todo una palabra que no me cierra en este contexto...para perdonar hay que haberse perdonado muchas veces y esta tarea llevaría tres vidas por lo menos....
abrazote
kahat