viernes, 2 de febrero de 2007

La experiencia de la alegría

Enrique Arias Valencia

La poesía más elevada es aquella que trata de los actos del hombre y nos descubre su contradicción. La tragedia nos habla del conflicto de la voluntad en su máxima y terrible manifestación, y siendo el hombre el lugar donde la voluntad se manifiesta con todo su horror y majestad, la tragedia es la obra donde se trata con poesía de la contradicción más intensa de la voluntad. La tragedia es la obra poética que habla del conflicto humano con la belleza de las palabras medidas.
No obstante, Beethoven recurrirá a una poesía ajena a la tragedia para culminar su Novena sinfonía. Tomará un himno de Schiller donde se exaltan la alegría y la fraternidad humanas. El himno A la alegría es un Trinkenlied, melodía para ser cantada mientras se escancia el vino durante un banquete. Una canción que nos redime del dolor de la vida y nos exhorta a una vida buena. Una vida buena acompañada por el vino tiene que ser una vida acompañada por un buen vino. Así lo señala Esteban Buch: “An die Freude se inscribe en una tradición de elogios a la alegría propia del siglo XVIII, marcada por la enunciación amistosa de las canciones báquicas, las Trinkenlieder. Schiller es de los primeros en asociar la alegría a un Weltgefühl, un «sentimiento del mundo»; la felicidad terrestre de la Humanidad desempeña en el texto un papel esencial”.15
Una vez que la sordera ha hecho presa de él, y tan pronto como ha aceptado su destino, Beethoven usará una divisa, “A la alegría por el sufrimiento”,16 frase que lo hermana con la tradición romántica que sabe ver el valor del sufrimiento, y que no lo rechaza, sino que lo asimila como parte del proceso que desemboca en la alegría. La alegría es un anhelo que muchos hombres comparten. Mientras más intenso sea nuestro anhelo, más intenso será nuestro dolor. Ante todo, debido a que todo anhelo brota como resultado de una carencia, y por lo tanto, de un dolor. Por eso, la calma transitoria de todos los anhelos, que se produce cuando el hombre se entrega a la contemplación de lo bello es por eso mismo, un elemento de redención. La serena mirada del Apolo del Belvedere es una invitación a entregarnos a lo bello: rendido al imperio de lo bello, el hombre apacigua sus anhelos y se abandona al placer estético, y por lo tanto, redime su dolor momentáneamente. Lo mismo hace por nosotros la música, porque nos invita a olvidar la falta de armonía que hay entre los hombres por medio de la armonía de las notas melódicas. La música, convertida en el lenguaje de la pasión, sin ser ella misma pasión, es el símbolo de una sociedad utópica en la que la emoción contribuye a la armonía de los hombres que conforman dicha sociedad. En el horizonte simbólico, la voz colectiva es inherente al coro báquico, y dicha congregación se expresa por medio de un himno A la alegría.
Schiller, en su himno A la alegría, retrata un ambiente equivalente al dionisiaco, pero expresado con el equilibrio de la forma apolínea de la métrica de la poesía:
“Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo,
ebrios de tu fuego, entramos,
¡Oh celestial!, en tu santuario.
Tus encantos unen de nuevo
lo que rigurosamente separó la sociedad,
todos los hombres se hermanan
allí donde se posa tu suave ala”.17
Estos son algunos de los versos de Schiller que Beethoven toma para componer la parte vocal del finale de su Novena sinfonía. Miremos los cuatro primeros versos de este himno. En los dos del comienzo, la belleza es reconocida como alegría que procede de un mundo superior, el primer resplandor de Apolo. En los dos siguientes, se afirma que la manera de entrar a la residencia de la alegría es la embriaguez, el carácter de Dioniso. En el principio, están pues, la música y Beethoven, así como la poesía de Schiller; y el maridaje de estas artes afirma que lo verdadero es idéntico a lo divino, y lo divino es idéntico a la naturaleza, mensaje de la fuerza íntima presente en todo, y es en el arte donde se reúnen Apolo y Dioniso; arte que puede hacernos soportable la verdad terrible del fondo último de las cosas. La magia de la Alegría es el símbolo de la ascensión que es capaz de reunir aquello que la costumbre austera dividió pérfidamente. La Alegría es un estado del alma que en cálido abrazo fraterno se manifiesta en todos los seres humanos. Es producto de la ebriedad que incendia todas las divisiones, borra las fronteras entre los individuos.
El himno A la alegría de Schiller es una revelación que procede del mundo del ensueño y del deleite embriagador. La alegría honrada por la pluma del poeta es la preciosa hija de los más luminosos dioses, señores del mundo. Y en tanto que los amigos lo compartan todo, quien se haga amigo de los dioses podrá disponer del mundo. En conclusión: “Ama y haz lo que quieras”; decía San Agustín.


15 Esteban Buch, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001, pág. 85.
16 Beethoven apud. Esteban Buch, op. cit., pág. 174.
17 Friedrich Schiller apud. Kurt Pahlen, La música sinfónica, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963, pág. 124.

1 comentario:

RosaMaría dijo...

Todo lo exp4esado por distintos autores, compositores o santos, coincide en cierta forma y fondo con lo que escribe Lyn Yutang en El arte de vivir. Más complicado luego en El arte de comprender.