Enrique Arias Valencia
Engalanado con ricas prendas y collares, ungido con óleos de aroma celeste, el absoluto y omnipotente Dios de faz a todos lados vuelta, resplandecía de manera tal que si mil soles brillasen juntos en el firmamento, sería su luz tan sólo penumbra de la esplendorosa gloria de aquella alma, grande entre las grandes.
Bhagavad Gita
Cuando tomé mi primera teta, él aún no había nacido. Más tarde, cuando yo todavía era un bebé, él también era un bebé. Por eso, a veces he llegado a pensar que yo soy Uh-Hunapú y él era Ixbalanqué. Y sin embargo, cuando para mí era de noche, para él fue el Sol fatal que le arrebató la vida en el fasto de las llamas de un sacrificio ritual del que seguramente nunca pensó ser la indispensable víctima.
Cuando yo aprendí a leer y escribir, él aprendió a leer y escribir. Cuando yo terminé la preparatoria, él estaba preparado para una carrera, en verdad, meteórica; pues sólo al final su vida se reveló como trágica. El hasta ayer secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño Terrazo es el héroe eternamente desgraciado que no verá los frutos de su trabajo; cual nuevo Moisés, sólo pudo vislumbrar de lejos la tierra prometida.
¿Quién podría pensar que tras de su gallarda apostura se encontraba agazapado el aguijón del órgano del mundo, siempre invisible para los racionalistas? Pero el pueblo, sabio sempiterno, y más sabio que el tío Dawkie, lo sabía, y fue entonces cuando un ancianito me dijo, frente a los calcinados despojos: “Ansí descendió nuestro señor Guatemuz, ansí con fuego e lumbre que venía anunciando la caída del cielo”. Y no puedo menos que darle la razón al señorcito.
Con vergüenza, un racionalista debería confesar que sólo alcanza a ver el corazón palpitante del mundo cuando, según él, se incurre en una falacia. Pero una falacia dictada por las Musas es más verdadera que la verdadera verdad verdadera, y de esta manera, en el caso que ahora nos ocupa, Mouriño muere inmolado frente al altar que él mismo quiso, en opinión de los inescrutables dioses, deshonrar.
Es así como Mouriño, quizá sin saberlo, candor del político mediante, revivió el mito de Prometeo, en una tierra en la que en vez de Zeus, quien reina es Huehuetéotl; y no pagó con su hígado, sino devorado entero por el fuego que quiso arrebatar a los dioses, y por eso ayer fue sancionado. Su nave, brida de Faetón desbocada, se precipitó ardiente al mundo sublunar de los munícipes inocentes. A mí no me cabe la menor duda de que el petróleo, no sólo es la sangre del diablo; sino que es la negra sustancia de los aun más oscuros designios de un dios embravecido, siempre sediento de sangre y sacrificio.
No, no me malinterpretéis como los racionalistas de Toledo: lo que quiero sostener es que la estructura del mundo, con sus huesos, es mágica: un gesto del cielo es más veraz que cualquier malhadado pilotaje silogístico. Por lo que alcanzo a ver, el astuto artífice privatizador del petróleo mexicano se desplomó frente a la Fuente de Petróleos, pirotecnia de espíritus, conspiración de astros, como una señal de que todo, absolutamente todo lo que sigue, es capricho de los dioses. Por eso, no estoy conforme con lo que los dioses decretan, no les creo; pero desde mi punto de vista no creer en los dioses no significa que los dioses no existan; sólo quiere decir que en los dioses, sobre todo Huehuetéotl, no se puede confiar. Es así que yo nunca he estado de acuerdo con la voluntad de los dioses.
¿Quién podría pensar que tras de su gallarda apostura se encontraba agazapado el aguijón del órgano del mundo, siempre invisible para los racionalistas? Pero el pueblo, sabio sempiterno, y más sabio que el tío Dawkie, lo sabía, y fue entonces cuando un ancianito me dijo, frente a los calcinados despojos: “Ansí descendió nuestro señor Guatemuz, ansí con fuego e lumbre que venía anunciando la caída del cielo”. Y no puedo menos que darle la razón al señorcito.
Con vergüenza, un racionalista debería confesar que sólo alcanza a ver el corazón palpitante del mundo cuando, según él, se incurre en una falacia. Pero una falacia dictada por las Musas es más verdadera que la verdadera verdad verdadera, y de esta manera, en el caso que ahora nos ocupa, Mouriño muere inmolado frente al altar que él mismo quiso, en opinión de los inescrutables dioses, deshonrar.
Es así como Mouriño, quizá sin saberlo, candor del político mediante, revivió el mito de Prometeo, en una tierra en la que en vez de Zeus, quien reina es Huehuetéotl; y no pagó con su hígado, sino devorado entero por el fuego que quiso arrebatar a los dioses, y por eso ayer fue sancionado. Su nave, brida de Faetón desbocada, se precipitó ardiente al mundo sublunar de los munícipes inocentes. A mí no me cabe la menor duda de que el petróleo, no sólo es la sangre del diablo; sino que es la negra sustancia de los aun más oscuros designios de un dios embravecido, siempre sediento de sangre y sacrificio.
No, no me malinterpretéis como los racionalistas de Toledo: lo que quiero sostener es que la estructura del mundo, con sus huesos, es mágica: un gesto del cielo es más veraz que cualquier malhadado pilotaje silogístico. Por lo que alcanzo a ver, el astuto artífice privatizador del petróleo mexicano se desplomó frente a la Fuente de Petróleos, pirotecnia de espíritus, conspiración de astros, como una señal de que todo, absolutamente todo lo que sigue, es capricho de los dioses. Por eso, no estoy conforme con lo que los dioses decretan, no les creo; pero desde mi punto de vista no creer en los dioses no significa que los dioses no existan; sólo quiere decir que en los dioses, sobre todo Huehuetéotl, no se puede confiar. Es así que yo nunca he estado de acuerdo con la voluntad de los dioses.
Los restos de Mouriño fueron trasladados al Servicio Médico Forense. Quienes conocen el edificio, recordarán que el Anfiteatro -nunca antes mejor dicho- es presidido por una estatua de Coatlicue, diosa del Universo, la Tierra del teatro de la unidad de lo diverso. Sabido es de todos que el otrora secretario de Gobernación, no vio la primera luz al amparo de nuestros dioses. Ahora es recibido por ellos para llevarlo a uno de los tres destinos del inframundo. ¿Quién puede saber lo que Mictlantecuhtli le deparará ahí?
La suerte de Juan Camilo fue la de un héroe que se sacrifica por aquello en lo que cree; la mía, hasta el momento, Dios dirá después, es la de ser un cierto bufón divino. En fin, en México componemos calaveras a los políticos para celebrar el día de muertos. Que el Cielo me asista para que esta calaverita tardía sea entendida en su contexto iniciático-esotérico, y no en un vano contexto racional-racionalista:
Ya murió Mouriño,
Ya lo llevan a enterrar.
Murió frente a la fuente
De aquello mesmo que
Pretendía privatizar.
La suerte de Juan Camilo fue la de un héroe que se sacrifica por aquello en lo que cree; la mía, hasta el momento, Dios dirá después, es la de ser un cierto bufón divino. En fin, en México componemos calaveras a los políticos para celebrar el día de muertos. Que el Cielo me asista para que esta calaverita tardía sea entendida en su contexto iniciático-esotérico, y no en un vano contexto racional-racionalista:
Ya murió Mouriño,
Ya lo llevan a enterrar.
Murió frente a la fuente
De aquello mesmo que
Pretendía privatizar.
2 comentarios:
Tambien me recuerda a cuestiones simbolicas de nuestra patria; el mito de la muerte de Madero, que ya es un mito, a manos de Henry Lane Wilson (quien le ordeno su muerte a Victoriano Huerta)
Al menos, asi parece....Mouriño-Lane Wilson, el simbolismo y paralelismo evidente...
Si has visto fotos del archivo Casasola, podras ver que se parecen...
Y si: hay muchos parecidos y simbolismos en esto:
*Su muerte-caida encima casi, de la torre de Petróleos (Quieres mas?)
*Ocupaba el mismo papel que Lane-Wilson en 1913-14
*Mas que mito de Prometeo, me parece mas bien el mito de Tezcaltlipoca al correr a Quetzalcoatl de Tula...
Por cierto, me gusto tu cita del Bahavad Gita...je
Hola, Estrella Fugaz. Gracias por tu interesante comentario.
Saludos cordiales.
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