lunes, 1 de noviembre de 2010

La clemencia del arte

Enrique Arias Valencia


Sostiene Schopenhauer que, vista en detalle, la vida es una pequeña comedia; en tanto que contemplada en conjunto, se trata de una gran tragedia. Cada episodio aislado es cómico; en tanto que el resultado final es espantoso.

¡Una comedia trágica! Es más o menos lo que descubro en el argumento de La clemencia de Tito. La celosa Vitelia urde el asesinato del nuevo emperador Tito, pues ella no sabe que más tarde él le pedirá matrimonio; y en cambio, Vitelia cree que Tito se casará con Berenice; cosa que en realidad, Tito sí ha anunciado. He aquí lo gracioso: ¡Vitelia ha mandado asesinar a su futuro pretendiente, de quien ella está enamorada! Y esto es también lo trágico. Conspiración tras conspiración, las cosas se complican hasta lo inimaginable cuando Tito anuncia que desea casarse con Vitelia. En un tono que a mí me recuerda El corazón delator de Edgar Allan Poe, Vitelia misma confesará su culpa. No obstante, como se trata de una ópera, y no de la vida real, en la última escena Tito actuará conforme a la virtud que da nombre a la partitura mozartiana, y disfrutaremos de un enredoso final feliz, de los que tanto desagradaban a Schopenhauer, y que tanto suplico que los dioses me brinden.

No conozco nada más clemente que el arte. La obertura de este trabajo de Mozart abrió el concierto de esta tarde a cargo de los chicos de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, y su hermoso regalo fue luz en mi casi extinta alma.

Violeta Cahuantzi tocará en el papel solista del Concierto para violín Número 3, de Camille Saint-Saëns. Esta obra me recuerda una estación de radio de mi adolescencia, Estereomil, que formaba parte de la iniciativa privada, dedicada a la difusión de la música clásica. Por eso, a Violeta la escucharé como una gaviota que canta en medio de un océano orquestal. Aplausos, y suma y sigue. Es el momento de escuchar la obertura de La italiana en Argel, de Gioachino Rossini, una obra cuyo argumento me evoca vagamente cierto episodio del Capítulo XXXVII de El Quijote, aquel en el que a una posada llegan unos jóvenes vestidos a la usanza mora. Sin embargo, interrumpo mis elucubraciones cuando leo que en el programa de mano Juan Arturo Brenan nos muestra un maravilloso descubrimiento, el cual transcribo para compartirlo con los lectores:


“¿Y qué se puede decir respecto a la obertura de esta ópera? De ella se puede decir que, después de un inicio suave y callado, comienza a subir de tono y emoción, llegando muy pronto a su primer clímax. La obertura tiene algunos interludios melódicos ligeros, a cargo principalmente de los alientos (flauta, oboe, clarinete), que se alternan en el manejo de ciertos temas característicos: Estos interludios están complementados con secciones en las que Rossini presenta breves pero efectivos motivos melódicos y rítmicos a los que aplica su recurso musical favorito: el crescendo orquestal de gran brillo y efectividad. La alternancia de estos elementos da lugar a una breve y brillante coda. ¿Saben ustedes qué es lo curioso de esta breve descripción? Que bien puede aplicarse a casi cualquiera de las oberturas de las óperas de Rossini. ¿Monotonía o consistencia? La cuestión queda en manos de la crítica”.


A mí no me parece monótono. ¡Me parece tan formal! Es así que Juan Arturo Brenan nos deleita con la huella digital de las oberturas de Rossini: el esquema del que pueden derivarse todas ellas. Como me fascina la revelación de estructuras musicales ocultas, quise dejarla aquí, en este ensayito. Algo tiene esto de hofstadteriano, de escheriano, de bachiano, de gödeliano. Creo que la formalización bien podría extenderse a los coros rossinianos, en los que cada voz lleva un parlamento distinto, mientras el demencial crescendo se apodera de la escena. Y aunque no hablo italiano, estos coros siempre me hacen reír.

Frente a mí están Leonardo Villeda y su esposa Claudia Cerón. No puedo evitar decirle a la pareja: “La suya es la única historia de amor que he visto en vivo”. Y es que hace muchos años, en el coro de un viejo templo católico, jugaba una bebé conmigo. Sus manitas me tomaban de una mano, y mientras el coro interpretaba un Kirie, la bebé y yo dábamos vueltas en aquella pieza que más bien parecía un desván. Años después fui recibido en el Café Carusso por un niño que me ofreció el menú. Carusso era idea de un ingenioso tenor que quería crear un ambiente artístico como marco de un negocio de cafetería. Su esposa y hasta las hermanas de su esposa compartieron el proyecto. Los niños de esta historia son los hijos de Claudia y Leonardo, y ahora cada uno ocupa sendos atriles de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez. A los zagales los escucho en vivo, y a eso me refiero con la realización del amor.

Es una lástima que el único éxito de Pietro Mascagni fuese Cavalleria Rusticana, pues su intermezzo habla de un autor que merecía mejor suerte. De nuevo, Brenan sale al rescate cuando nos aclara que la traducción más adecuada de esta ópera italiana bien podría ser “Caballerosidad rústica”.

Una ilusión auditiva puede tener dos fuentes: una deficiencia en la apreciación del escucha, o una hábil paradoja puesta por el compositor. Cuando escucho el tema principal del vals Sobre las olas, de Juventino Rosas, en la versión orquestada por Manuel Enríquez, no deja de asombrarme que, desde mi punto de vista, algunos instrumentos de la línea del bajo claramente suenan 2/4. ¿Deficiencia mía o delicada broma artística del compositor? ¡En medio de la selva de sonidos, un conjunto de notas nos da un ritmo binario en un vals! En caso de equivocarme, espero que el juicio sobre mí sea clemente.

Hace muchos años, cuando el barítono Armando Gama se unió al equipo del Café Carusso, una vez, entre café y café le comenté mi afición por concentrarme en la línea del bajo de las obras que escucho. Él me comentó que entonces, lo mío era la búsqueda de la armonía. Y hasta en un sentido extramusical, Armando tenía razón.


El esteta asistió dos días seguidos a los conciertos, pero sólo pudo escuchar uno, como todos los demás asistentes.


***


Programa 6

30 de octubre de 2010, 13:30 horas :(

31 de octubre de 2010, 18:00 horas :)


Director: Jesús Medina

Solista: Violeta Cahuantzi


Auditorio Blas Galindo

Centro Nacional de las Artes (Cenart)


- Obertura La Clemenza di Tito / Wolfgang A. Mozart

- Concierto No 3 Op. 61 en Si menor Para Violín y Orquesta / C. Saint Saens

- Obertura La Italiana en Argel / G. Rossini

- Intermezzo de “Cavalleria Rusticana” / P. Mascagni

- Vals “Sobre las olas” / J. ROSAS – M. Enríquez

4 comentarios:

Minerva dijo...

Que gusto por la música tan sublime.
Recupérate pronto amigo.
Un abrazo.

Enrique Arias Valencia dijo...

Gracias, Minerva.

Tus palabras son un verdadero manantial de alegría y tu corazón es fuente de calor estético.

Recibe un abrazo y un beso de gratitud.

Diego dijo...

Hola, mi amigo! Te cuento que yo, a raiz de ciertos sucesos, estoy desarrollando la idea o subgenero al que titule "tragedia de enredos". Me hizo acordar a lo que nos estas contando. Saludos!!

Manuel dijo...

Espero que te recuperes pronto y que nos des tus ingeniosas visiones sobre el arte, sobre todo este que me toca en lo más profundo del corazón.
Tito, por cierto, es una obra increíble, obsoleta y forzada pero genial. Susmayer escribía los recitativos secos en el trayecto a Praga mientras Mozart afrontaba su trágico final.
El concierto de Saint Saens fue una de esas obras que me enamoraron de adolescente y Cavaleria Rusticana dejó en el camino a un gran autor muy limitado por sus convencimientos estéticos y por su obsesión infructuosa de repetir el éxito.