domingo, 14 de noviembre de 2010

Noviembre, mes dionisiaco de la música

Enrique Arias Valencia

He asistido a tantos conciertos en esta última quincena, que quiero más que reseñarlos, trazar en torno a ellos una pintura evanescente sobre mis impresiones ante tanto esplendor y belleza. He salido con mi domingo siete en el marco de los conciertos “Geometría sonora” cito en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte. Tengo a muy pocos metros de mí al flautista Rafael Urrusti y a la chelista Luz María Frenk. Estar muy cerca de los intérpretes permite descubrir que la música no sólo es una experiencia auditiva: el sonido nace del movimiento del cuerpo. Es Rafael quien me roba el corazón, pues como un arcángel musical su presencia me invita a reflexionar. ¿Qué es el arte? ¿Qué es el movimiento? ¿Qué es la belleza? Su estampa me recuerda aquella pintura de Manet en la que un flautista está derechito, grácil curva casi inadvertida, tocando su instrumento. Atendamos a Rafael Urrusti: detrás del atril hay una danza, el talón del pie derecho se levanta. No cabe duda de que el cuerpo que se mueve es un cuerpo hermoso. Con muy buen humor, Rafael nos cuenta el mito de Syrinx, la desdichada ninfa virgen que la voluntad de los dioses permutará en el carrizo con el que el dios Pan creará su primera flauta. Syrinx es el nombre de una pieza de Debussy que siempre me traerá a la memoria aquella muy querida estación de Radio, Estereomil, que se distinguía por transmitir piezas breves, como esta Syrinx, de apenas tres minutos, y un universo de recuerdos. Syrinx la pieza que conservaré como un tesoro del concierto. Yo soy, mas no así los inmortales, un breve destello, difuso esplendor de la identidad humana; pues una de las piezas interpretadas el 7 de noviembre de 2010 se inspiró en una poesía que más o menos decía así: “En el aire oscurecido vuelan las hojas. Mi fortuna también”.

Por la tarde la cita será en la Sala Manuel M. Ponce. Susana Herner y Santiago Piñeirúa han atraído la atención de una joven veracruzana, pues interpretarán un tema que es favorito de mi nueva amiga, Estrellita, del compositor que da nombre a la sala en la que nos encontramos, deliciosa autorreferencia que me deleita. De nuevo, ambos artistas están muy cerca de mí, y por ello puedo disfrutarlos mejor. La expresividad de las manos de Susana es digna de especial mención.

Y es el turno de los dos elencos de la Orquesta Juvenil Carlos Chávez. El jueves 11 en la Sala Neza y el sábado 13 en la Blas Galindo escucharemos por vez primera una pieza de Luis Pastor, El águila y la serpiente. Entre el público, conozco a Francisco, un amigo boliviano con quien charlaré sobre el científico viajero Alexander Von Humboldt, pues su padre escribió un libro sobre este maravilloso descubridor. El tema de la exploración geográfica conduce nuestra conversación hacia la asombrosa altura de La Paz, en la que la combustión, al ser casi imposible, impide los incendios. Francisco me habla de un barrio de La Paz que está a cuatro mil metros de altura. Nuestra águila imaginaria vuela de México a Bolivia saludando la independencia de las naciones Latinoamericanas. Francisco me comenta que el primer levantamiento del Continente fue precisamente en Bolivia, en 1809.

No hay documento que pruebe que Independencia, poema sinfónico y coral de Luis Gonzaga Jordá se haya estrenado alguna vez, cuando fuese premiado en 1910 como la obra que celebraría musicalmente el primer centenario del nacimiento de México. La obra me recuerda el tratamiento formal de la Obertura 1812 de Tchaikovski: un comienzo solemne con un par de chelos, y hasta una muy triunfalista intervención del “Formez vos bataillons” de La Marsellesa, contrastada por una fanfarria en lontananza. Cañonazos, campanadas y un órgano acentúan la celebración. La originalidad de Gonzaga se hará patente durante el coral: los números solistas de la Patria y el Progreso son aciertos melódicos, la orquesta asombra por su modernidad, su tesitura se hace mitológica, jamás creí que en tiempos de don Porfirio se escuchase música tan moderna, aunque en realidad, todo quedó en el olvido con el estallido de la Revolución, el 20 de noviembre de 1910.

Ahora bien, he asistido el viernes 12 de noviembre de 2010 al Antiguo Palacio del Arzobispado para escuchar al Cuarteto Latinoamericano, pues Saúl y Arón Bitrán, en los violines, Javier Montiel en la viola y Álvaro Bitrán en el chelo, interpretarán el Cuarteto virreinal mexicano, una obra que sólo he escuchado en la radio, nunca en vivo, hasta esta noche mágica, que uña de lunita en el cielo, puedo por fin tenerla recién nacida, de las manos de los virtuosos. Gracias al Cuarteto virreinal mexicano yo no encuentro diferencia alguna entre música popular y música académica, incluso creo que no hay diferencia entre música infantil y música adulta, pues Miguel Bernal Jiménez toma una conocida ronda infantil mexicana:

A la víbora, víbora de la mar
por aquí pueden pasar;
los de adelante corren mucho
y los de atrás se quedarán;
tras, tras, tras…


Durante todo el primer movimiento, Miguel Bernal Jiménez transforma la melodía de la ronda en un amable diálogo entre cuatro afectuosos contertulios. El segundo movimiento es un adagio en el que se escucha una melodía de las Posadas navideñas, que a la letra dice: “Naranja dulce, limón partido / dame un abrazo que yo te pido”. El último movimiento destaca por su viva insistencia, y de nuevo, Bernal Jiménez se inspira en una vieja ronda mexicana que canta mestiza:

Señora, su periquito
me quiere llevar al río
y yo le digo que no
porque me muero de frío.
Pica, pica perico,
pica, pica tu rama.


En México y en buena parte de Latinoamérica estamos de Bicentenario independentista, y en México, también estanos de Centenario revolucionario. Pues bien: Miguel Bernal Jiménez nació en 1910, en Morelia, Michoacán, un 16 de febrero. Su obra la conozco poco, y con vergüenza puedo referirme a las piezas que le he escuchado: El concertino para órgano y orquesta, un Aleluya, un arrullo navideño, cierto villancico pastoral y por supuesto, este Cuarteto virreinal.

Y fue la tarde y la mañana del tercer o cuarto día de música. No puedo referirles toda la música que he escuchado, pero no puedo dejar pasar contrales que el domingo 14 de noviembre mi hermano me acompaña al Foro Cultural Coyoacanense a escuchar a la soprano Martha Molinar, acompañada por el pianista Jósef Olechowski porque me he enterado de que interpretarán una obra de Rodolfo Halffter que me atrae personalmente porque es la puesta en música de dos poemas de la Musa Décima: Dos sonetos de sor Juana, op. 15. “Miró Celia una rosa” y “Feliciano me adora”. Que el racionalismo sea indulgente conmigo, pues he descubierto que en el segundo soneto, Sor Juana demuestra con jocosa lógica que el amor es intransitivo:

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco.
A quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro,
y al que le hace desprecios, enriquezco.

Si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí, ofendido;
y a padecer de todos modos vengo,

pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste, con pedir lo que no tengo;
y aquél, con no tener lo que le pido.


***

5 comentarios:

Atilio dijo...

Tienes una muy buena calidad de vida. No te olvides.
Hermoso relato.

La abuela frescotona dijo...

QUIERO DEJAR MI SALUDO Y AFECTO POR TI QUERIDO AMIGO, CREO QUE ATILIO TIENE RAZÓN, Y ME ALEGRO POR .

Jack Astron dijo...

Saludos Enrique, que te recuperes pronto de la caída.

Jack.

Atilio dijo...

Pronta recuperación Enrique!

Manuel dijo...

Con esos conciertos y la poesía de Sor Juana Inés... bien se pasa una lesión.
Un abrazo.