viernes, 7 de noviembre de 2008

Nobel delicioso

Enrique Arias Valencia

“No sabemos lo que Dios tiene determinado, esperemos su sentencia”.
Los informantes de Fray Bernardino de Sahagún,
Historia general de las cosas de Nueva España

A decir verdad, no había gozado tanto con un Nobel de Literatura desde que al mágico García Márquez lo habían distinguido con tan preciado galardón. Quizá ya sepan que soy enemigo del racionalismo, si bien por mi imprudencia pasada siempre me será necesario aclarar que ahora soy enemigo de sistemas y en ningún caso de personas. Y esto lo resolví porque nunca he conocido a un hombre que no fuese un diamante. De hecho, algunos hasta me han herido con sus aristas. Y fue por mi encono con la altiva razón que me congratuló saber que este año le tocó a Jean-Marie Gustave Le Clézio recibir el premio más mítico de todos, pues Le Clézio es un agudo y certero crítico del racionalismo occidental.
Por todo lo anterior no pude aguantarme las ganas de salir a comprar con mis escasísimos ahorros El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, y la Musa decretó que la recompensa fuese grande y el regocijo instantáneo. En certero contraste con los áridos relatos de factura racionalista e incluso arqueológica, que quisieran mostrar la historia de Mesoamérica como una simple línea recta de sencillo silogismo, Le Clézio nos ofrece una sustanciosa cosmogonía de la ensoñación que forjó la magia prehispánica con todo su trágico despliegue: desde Coatlicue hasta Cortés. Toda una gigantomaquia de los indígenas de México. Veamos un fragmento de la obra del escritor galo, en una traducción de Tomás Segovia:

“La tragedia de esa confrontación está entera en ese desequilibrio. Es la exterminación de un sueño antiguo por el furor de un sueño moderno, la destrucción de los mitos por un deseo de poder. El oro, las armas modernas y el pensamiento racional contra la magia y los dioses: el resultado no hubiera podido ser diferente”.

Tengo que confesar que algunas de las tesis de Le Clézio me despiertan pundonor; pues proponer que Hernán Cortés es el fundador del colonialismo occidental me resulta embarazoso, en vista de mi sempiterna simpatía por el hombre que se atrevió a conquistar el Nuevo Mundo. La empresa de Cortés no es cualquier cosa, mira que tener un pie en la Edad Media y otro en el Renacimiento fue una labor de equilibrista envidiable, cuantimás si recordamos que Cortés tuvo que practicarla con las manos ocupadas por un par de armas de fuego, la cintura de doña Marina, los pesados sacos de oro y los grilletes con los que apresó a Moctezuma. Pero si la saeta alcanza a la razón, bienvenida sea la lanza que atraviesa a Cortés.* Es así como con Le Clézio repasamos los mitos, la magia y el colorido sangriento del pueblo de México, que el flamante Nobel sabe retratar con el pincel del más sincero pesimismo luminoso [ahora en la traducción de Mercedes Córdoba y Tomás Segovia]:

“La muerte está siempre presente en las artes de México: gesticulante, como en el Tzompantli, el muro con los cráneos de los sacrificados; grotesca, como en las efigies de la fiesta de los muertos o en los grabados de Posada, o bien extática como en la entrada de los guerreros muertos en combate en la Morada del Sol”.

Le Clézio nos descubre que la derrota del pueblo mexica a manos de los españoles fue el triunfo del racionalismo mecanicista, que se reveló colonial y esclavista, aun en nuestros días. ¿Esperábamos los mexicanos la desgracia? El mito de Quetzalcóatl nos preparó para lo inevitable: la materia es más fuerte que el espíritu; pero la verdad que el mito revela es más poderosa que la así llamada verdad del racionalismo:

“Ese silencio que se cierra sobre una de las más grandes civilizaciones del mundo, llevándose su palabra, su verdad, sus dioses y sus leyendas, es también un poco el comienzo de la historia moderna. Al mundo fantástico, mágico y cruel de los aztecas, de los mayas, de los purépechas, va a suceder lo que llamamos civilización: la esclavitud, el oro, la explotación de las tierras y de los hombres, todo lo que anuncia la era industrial”.

Tras leer líneas como la anterior, a mí no me cabe la menor duda de que un racionalista ideal, como lo fue Hernán Cortés y como lo es el científico promedio de la actualidad, es una persona con capacidades diferentes: ciega a la magia, muda al asombro de lo sagrado y sin gusto por los ídolos taumatúrgicos. El racionalista ingenuo nunca será capaz de admitir que ha percibido el rabioso aguijón del mundo, aun cuando éste le haya ya emponzoñado la sangre.
El ojo de Jean-Marie Gustave Le Clézio es más agudo que el del racionalista ideal porque el escritor crítico, existencialismo viajero mediante, siempre estará preparado para percibir la palpitante raíz del mundo. Le Clézio nos conduce por un sendero onírico que nos devuelve, por un instante de lectura, toda la fama y la gloria de un pueblo cuyo pensamiento, si bien interrumpido, de vez en cuando sabe despertar para soñar más allá del sueño mismo. Después de todo, mientras el Nobel de Literatura no se lo den a los racionalistas, en el mundo bien puede brillar la esperanza.

* Y a la casi inversa, si apareciese alguien que quisiera defenestrar una certera diatriba contra la genialidad con tal de criticar al irracionalismo, yo no me sentiría molesto por tal osadía.

2 comentarios:

maxcourrech dijo...

Uy, lo malo es que no enteré de que se trata el libro mas que por la información ya digerida del mismo. Te recomiendo que antes de volverte tan poetico muestres mas interés en que tus lectores puedan seguir el hilo de pensamiento. También sería bueno que dejes de comenzar cada escrito con el génesis y terminar en el apocalipsis, refiriendome a una costumbre de antaño tuya y también a la eterna discusión de axiomas y reticulas de teoremas en tus discursos. Hasta pronto.

Enrique Arias Valencia dijo...

Gracias por tus apreciaciones, Max.