martes, 8 de febrero de 2011

El Espíritu Vivo de Beethoven es Invitación de la Nueva Vid

Enrique Arias Valencia

Cuando cayó el telón de la Edad Antigua, tras la muerte de los Olímpicos, la Iglesia se encontró con la pervivencia de la filosofía. Así, a pesar de sus descalabros, ésta sobrevivió a la Edad Media. Hoy, tras la caída del Dios Único, algunos ateos nos encontramos con la sorpresa de que el arte sacro está todavía con nosotros. ¿Qué hacer con él, que ha sobrevivido a su Padre? Los ateos científicos lo tienen muy sencillo: para ellos, el Espíritu no forma parte del cuerpo de hipótesis de su materia de estudio, y punto. Sin embrago, para los ateos estetas la cosa cambia: el Espíritu, aun como metáfora, no sólo aletea sobre las aguas, sino sobre las tierras, los fuegos, e incluso, se cierne en el propio aire. El Espíritu no es el éter, lo trasciende; si bien el éter es metáfora del Cielo. Considerando el poder de los cinco elementos, Sor Juana celebra los años de su rey con una loa de la que tomamos prestado el final, ya no para festejar al monarca, sino para ser bendecidos por la poesía:

Y del Universo junto,
perdonad el corto obsequio
(pues para vos aun son cortos
festejos del Universo),
porque os ayude propicio
con sus influjos el Cielo,
con sus halagos el Aire,
con sus ardores el Fuego,
con sus cristales el Agua,
con sus riquezas el Centro.

Y el Amor, que los une
con lazo estrecho,
sacrificios os rinda
de amantes pechos.
¡Porque unidos adoren vuestra grandeza
el Cielo, el Fuego, el Aire, el Agua y la Tierra!

Así, en virtud de la poesía el Espíritu sale victorioso armado con la fuerza de los elementos. El cielo es tempestad, el aire es huracán, el fuego es vino que enciende los corazones, el agua es inundación castálida, y el centro es la Tierra que reposa sabiamente inmóvil. Fue así que el Espíritu no se deshizo en el ácido sulfúrico del método científico, sobrevivió arioso e incluso, hizo sagrada toda arte. Por lo tanto, no hay artes profanas, sólo hay un divino arte indiviso. En el siglo XIX Richard Wagner presentó esta idea en las primeras líneas de su Credo:

Creo en Dios, en Mozart y en Beethoven, y también en sus apóstoles y discípulos. Creo en el Espíritu Santo y en la verdad del Arte, único e indivisible.

En estos dos primeros meses del año he podido comprobar varias veces el poder redentor de la música por experiencia propia. Para ilustrarlo, sólo recurriré a las obras de Ludwig van Beethoven que a la fecha he escuchado en varios conciertos. Todo comenzó el jueves 13 de enero de 2011, a las 19:00 horas cuando Miguel Ángel Márquez brindó un recital de piano en la Sala Hermilo Novelo del Centro Cultural Ollin Yoliztli, al Sur de la Ciudad. De las tres obras que interpretó, la última era de Beethoven. Se trató del Concierto N° 4 para piano y orquesta en Sol Mayor, Op. 58 en una reducción con piano acompañante a cargo de Gonzalo Gutiérrez.

El sábado 15 de enero, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Rafael Urrusti y María Teresa Frenk nos regalaron, entre otras obras, el Op. 41 de Beethoven, la Serenade en Re Mayor. La chispeante melodía del primer movimiento, vino para los oídos, Entrata en tempo de Allegro es una prueba contundente de que Beethoven hablaba en serio cuando aseguró que

La música es una revelación más elevada que toda la sabiduría y la filosofía, es el vino de una nueva generación, y yo soy el dios Baco que exprime para los hombres este vino glorioso y logra que beban con el espíritu.

Baco, Dioniso y alegría: la trinidad de un Dios desconocido. El milagro se repitió con idéntico programa y mayor felicidad a las doce del día en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte el domingo 23 de enero. Para el jueves 20 de enero, en la Sala Hermilo Novelo del Centro Cultural Ollin Yoliztli pudimos presenciar la grabación en vivo de un disco con las Sonatas N° 20 Op. 49, N° 2, N° 11 Op. 22 y la N° 17 Op. 31 N° 2 “La tempestad”, todas ellas de Beethoven y todas ellas interpretadas por el pianista Emilio Lluis. Debo decir que la sala tenía lleno total, y hubo gente que se sentó en el suelo.

El miércoles 26 de enero, durante la Noche de Museos en el Museo Nacional de Arte pudimos escuchar el primer movimiento de la Sonata “Primavera”, del inspirado espíritu de Beethoven, en la interpretación de Manuel Ramos al violín y Eliseo Martínez al piano. El nombre del pianista cumple la profecía de Schiller que Beethoven utilizó en su 9° Sinfonía:

Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo,
ebrios de tu fuego, entramos,
¡Oh celestial!, en tu santuario.
Tus encantos unen de nuevo
lo que rigurosamente separó la sociedad,
todos los hombres se hermanan
allí donde se posa tu suave ala.

El jueves 27 de enero, en la Sala Hermilo Novelo, en el marco de un recital de voz, piano y clarinete, fue el turno de la Sonata N° 7 Op. 10 N° 3 de Beethoven, a cargo del pianista Dagé Basulto. Ahora bien, el lunes 31 de enero de 2011 en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli, en punto de las 20:00 horas se ejecutó primero la Obertura Coriolano Op. 62 de Beethoven. Después fue el Concierto N° 3 en Do menor para piano y orquesta, también de nuestro muy amado compositor alemán. Al piano, Edith Ruiz. El Rondo Allegro de esta obra es una muestra palpable de que el Espíritu vive y derrama su gracia entre los hombres. La Pequeña Camerata Nocturna, bajo la batuta de Gabriel Camacho cerró su hazaña con la Sinfonía de Praga, de Mozart.




Pocos días más tarde, los dioses me han conducido de nuevo hasta el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte para, el domingo 6 de febrero dentro del Ciclo “El íntimo decoro, música de cámara” escuchar a Tomás Marín en celestial violín y a Carlos Alberto Pecero en piano allegro. Es así que el Espíritu se descubrió en el Allegro vivace inicial de la Sonata Op. 12 N° 2 en La Mayor de Beethoven: atinado trineo de tinte tintineo. Luego el Andante più tosto allegretto. Uno no puede resistirse a tomar un apunte reflexivo mientras se ejecuta este tierno andante, que es lo que he hecho. El segundo movimiento de la Sinfonía 103 “El redoble de tambor”, de Haydn anticipa el tempo y los tresillos de Beethoven de este movimiento lento. El Andante pacevole, como sucede con todas las obras de arte, termina demasiado pronto.

Beethoven, pues, prueba la existencia del Espíritu, no por medio de un enmarañado silogismo de colores, sino por medio del arte musical. El Espíritu es la más perfecta creación del arte. Quien tenga oídos para oír, que oiga.


Bibliografía sorjuanina

5 comentarios:

Naddan dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Naddan dijo...

Gracias Enrique por asistir a nuestros eventos. Esperamos contar con tu presencia próximamente.

Saludos
Atte.
Daniela Sánchez
Enlace de prensa y difusión
Centro Cultural Ollin Yoliztli

Enrique Arias Valencia dijo...

¡Hola, Daniela!

Un gran gusto saludarte aquí. Las actividades del Centro Cultural Ollin Yoliztli son siempre magníficas.

¡Salud y alegría!

Manuel dijo...

Beethoven tuvo una extraña relación con dios. Wagner creía que dios era él mismo.
Ambos escribían con inmenso talento. Beethoven siempre ha sido uno de mis fetiches, continuamente retorno a sus obras. De las que comentas, siento especial fascinación por el concierto nº 4. Es el contraste perfecto al dramático nº3 y al enorme nº5 y creo que supera a ambos por el perfecto equilibrio y emoción contenida.
Wagner fue mi adorado mito juvenil. Con sólo 16 años buscaba por la radio todas sus obras y poder grabarlas en cassette. Luego me aparté de él, su gigantismo, su ego, su pérfida personalidad y su exceso no siempre justificado.
Ya mayorcito, no puedo dejar de emocionarme tras oír y ver Tristán e Isolda. Soy tan friki que cuando mi familia me lo permite, me pongo un DVD y me quedo anonadado toda la tarde.
Un abrazo.

Enrique Arias Valencia dijo...

Manuel: Tu sendero espiritual es el de un hombre que ha descubierto un manantial inagotable: el del agua verdaderamente viva de la música.

Un abrazo