sábado, 2 de abril de 2011

Misa Breve, Alma Sublime

Enrique Arias Valencia

La Pequeña misa solemne fue mi último pecado de juventud.

Rossini


El domingo pasado, al comenzar la misa, el sacerdote exclamó: “El señor esté con vosotros”. Cerca de mí, una anciana sobresaltada, se rascó las orejas y preguntó a su compañera: “¿Qué quiere decir eso?” A lo que la señora contestó: “Dominus vobiscum”. No cabe duda de que el latín es la lengua favorita de la Iglesia. Más ahora, que hay un papa conservador en el trono de San Pedro.

Este viernes 1° de abril de 2011, a las 19:00 horas, he asistido a una misa laica o más bien, musical. El Antiguo Palacio del Arzobispado es donde, asegura el poeta del orden y el concierto, llegó Juan Diego con la capa llena de rosas de Castilla, la que al desplegarse, reveló el milagro guadalupano. Ahí, en este añejo edificio que hoy es el Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, he podido deleitarme con la Pequeña misa solemne de Gioachino Rossini en las voces de los Solistas Ensamble del INBA, bajo la batuta del director huésped Xavier Ribes y Éric Fernández al piano.

Con el Kirie y el Gloria he descubierto que la batuta del catalán Xavier Ribes es una forma. Todas las formas están más allá de lo físico. Por lo tanto, la batuta de Xavier Ribes está más allá de lo físico.

El museo colinda con una de las calles más estruendosas de la ciudad de México, y durante los pianissimos alcanzo a escuchar en la lejanía los gritos de los vendedores ambulantes que ofrecen sus productos en forma pintoresca: “¡Mercarán chichicuilotitos vivos!” vocea plañideramente uno de ellos. Sin embargo, gracias a Dios, poco a poco el silencio de la noche enmarca el patio central del palacio. Así, sólo los grillos son la compañía que la naturaleza ha provisto al trío que desde los arcos canta sin cesar: “Gratias agimus tibi”. Eva Santana, contralto, Mauricio Esquivel, tenor, y Enrique Ángeles, bajo, son dirigidos por la forma de una forma encarnada en las manos de Xavier Ribes.

Domine Deus, en la voz del tenor Mauricio Esquivel, es un metro marcial.

“Qui tollis” con la soprano Violeta Dávalos y la contralto Eva santana. El más bello dueto que haya yo escuchado en vivo. Ahora bien, tomemos en cuenta lo siguiente de la estética kantiana. El juicio de gusto, según la cantidad, es universal. Según la modalidad es necesario. Por lo tanto, según la cantidad y la modalidad, el juicio de gusto es un principio a priori, porque los principios a priori son universales y necesarios. Sin embargo, según la cualidad es desinteresado. Según la relación, es finalidad sin fin. Por consiguiente, según estos dos caracteres, el juicio de gusto es subjetivo, pues lo desinteresado y el reino de los fines son subjetivos, al ser puestos por el sujeto en su reflexión.

“Qui tollis” de esta misa musical es bello porque place sin concepto alguno. Es, si se me permite la muy osada metáfora, una oración al Dios de los estetas, que dice así: “Tú que quitas los conceptos del mundo”.

El siglo XIX fue el siglo de un par de conspicuos colosos: el compositor Gioachino Rossini y el filósofo Arthur Schopenhauer. De Rossini, ya lo vemos, hoy disfrutamos con su Pequeña misa solemne. En buena parte heredero de la metafísica kantiana, pero con un sistema propio, Schopenhauer es el filósofo de la voluntad, la cual descubre fundamento del mundo. En el capítulo tercero de Verdad y belleza. Un ensayo sobre ontología y estética, nuestro querido maestro, el doctor Crescenciano Grave Tirado, partiendo de la metafísica schopenhaueriana, nos habla del acto reflexivo que tiene lugar en esta búsqueda incesante de la verdad:
“La filosofía es la apertura de luz que penetra en el fondo del mundo logrando que la esencia de éste se señale a sí misma en el pensamiento”.
Dicha reflexión nos asombra porque nos hace partícipes de la verdad al sabernos fundados por ella, fondo que se desvanece en la lucha que, más allá de conceptos, se desarrolla trágicamente en su seno.

Y es así que en vista de que según Schopenhauer la música es el lenguaje del fundamento del mundo, por consiguiente la música es el lenguaje de la voluntad. La voluntad sólo sabe de alegría y dolor, pues está volcada contra sí misma. Por eso la música sólo habla el lenguaje de la alegría y del dolor, y no nos comunica concepto alguno, pues es el lenguaje del corazón, sin determinación intelectual.

“Quoniam” en la voz de Enrique Ángeles. El mundo como representación es apariencia individual. Sin embargo el mensaje no conceptual y desinteresado de la música nos dice incesantemente que hay una voluntad que trasciende todos los dolores mezquinos del mundo ordinario.

“Cum sancto spiritu”. Coro y solistas. El objetivo de la música, esto es, su finalidad, es redimirnos de la representación, para mostrarnos el fundamento metafísico del mundo: una sola y la misma voluntad.

El mundo ordinario es un mundo de dolores ad hoc. En Oriente, los budistas sostienen que se trata de una rueda desajustada. ¿Por qué el mundo ordinario es fuente de sufrimiento sin fin? Los artistas tienen una respuesta para tan terrible pregunta. En una escena de El mundo y el pantalón, Samuel Beckett lo responde así:

—El cliente: ¡Dios ha hecho el mundo en seis días y usted, usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses!

—El sastre: Pero señor, mire el mundo, mire su pantalón y admire la diferencia.

En serio contraste con lo anterior, dirijámonos ahora a la analítica de lo sublime que Immanuel Kant propone en su sistema. Advirtamos la naturaleza de lo sublime dinámico que Kant introduce en la Crítica del juicio. Tanto lo bello como lo sublime constan de motivos idóneos. En lo bello, el motivo idóneo está fuera de nosotros. El doctor Crescenciano Grave Tirado, siguiendo a Kant, sostiene que en lo sublime, el motivo idóneo:
“hay que buscarlo en nosotros y en el modo de pensar que ponga sublimidad en la representación de la naturaleza”.
Para ilustrar lo anterior recurramos al “Credo”. Coro y solistas. “Crucifixus”. Violeta Dávalos, soprano. Una de las partes más importantes de la misa en tanto que música. “Et resurrexit” es una solemne fuga. El instante de la resurrección de Cristo es el momento más sublime de toda la misa, y es el instante más sublime del misterio pascual. Es cuando el espíritu de Dios hace frente al poder de la muerte, lo resiste y lo vence. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿dónde está la enérgica belleza del “Et resurrexit”? Ni más ni menos que en nosotros, pues somos nosotros quienes lo hemos descubierto en el fondo de nuestra alma. Por lo tanto, para que pueda emerger la enérgica belleza de lo sublime, para que la belleza sea una consecuencia del alma, lo bello debe ser aquello que place sin concepto, que es desinteresado de su objeto, que sea un sentimiento universal, que apunta a una finalidad sin fin y que sea percibido como necesario.

En esta ocasión, el preludio religioso ha estado a cargo de un solo de piano. El pianista es Éric Fernández. Schopenhauer tenía en la más alta estima a Rossini, y este trabajo prueba que el músico italiano sabía comunicarnos con el lenguaje directo de la voluntad.

“Sanctus”. Coro y solistas. Debajo de este mundo hay otro mundo, que lo funda. Por ejemplo, debajo del Palacio del Arzobispado yacen las ruinas del Templo de Tezcatlipoca. En mi muy arriesgada intuición, esto significa que el negro espejo del mundo es fundamento verdadero de la apariencia.

“O salutaris”, con Violeta Dávalos, soprano. Es el arte el que nos redime de los dolores del mundo. Schopenhauer no ocultaba su predilección por la música, y es así que en su obra capital, El mundo como voluntad y representación, el filósofo nos muestra la posibilidad de la música como si fuese necesaria: “el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el de las otras artes, pues estas sólo nos reproducen sombras, mientras que ella esencias”.

El cierre, “Agnus Dei”, está a cargo de Eva Santana, contralto, y el coro Solistas Ensamble del INBA. ¡Aplausos estruendosos!

Al final, me da gusto que yo ya haya aprendido a reconocer las fugas. Es así que, por ejemplo, hemos visto que “Et resurrexit” es una fuga. Al terminar el concierto, me acerco a saludar a la mezzosoprano Lydia Rendón. A Lydia la conocí cuando ambos gozábamos de una época de libertad en los deberes, gusto de trabajar, ella para el arte, yo para el pensamiento. Lydia se integró a un coro del que era yo devoto, y ahí escuché por vez primera su vigorosa voz. Poco después, Lydia desapareció de mi oído durante varios años, hasta que el miércoles 19 de enero de 2011 en el Templo Expiatorio a Cristo Rey, Antigua Basílica de Guadalupe pude escuchar el Oratorio David penitente de Wolfgang Amadeus Mozart con el Ensamble Solistas de Bellas Artes, con una orquesta formada exprofeso, bajo la batuta de Xavier Ribes. Entonces pude escuchar la belleza enérgica de la voz de Lydia Rendón, y gracias a la magia de música, pude revivir un instante de mi perdida juventud, cándida felicidad de los ayeres. A Lydia le corresponde ser, por derecho propio, de las tres bellezas que conozco en persona, y la única que ha sabido proyectar dicha belleza en la más sublime de las artes, esto es, el canto vocal.

Somos como una pieza musical, cuya existencia consiste únicamente en fluir, devenir y transformarnos. Cuando el flujo se interrumpe, y tras los aplausos, empieza el misterio del silencio.

4 comentarios:

La abuela frescotona dijo...

que raro que don Schopenhauer sea admirador, y de valor superior a una bella dama, como la Música, ya que para él las féminas somos unas vacas, de ideas cortas...
Ariastóteles he seguido la misa, y recordé los pupilajes donde las misas cantadas, y oraciones se hacían en latín, solo uno de mis hijos estudió griego y latin, yo solía estudiar con él. bello tu escrito, mi querido y culto amigo, te abrazo

Enrique Arias Valencia dijo...

Querida Abuela: Las opiniones de Schopenhauer sobre las mujeres son tonterías. En cambio, sus argumentos sobre la música son inmortales. Yo sólo lo estimo en tanto que esteta.

pitagóricas dijo...

Toda una lección Enrique,
saludos

Enrique Arias Valencia dijo...

Hola, Pitagóricas. Hoy visito tu blog.