sábado, 13 de agosto de 2011

Kindertotenlieder

Enrique Arias Valencia

Fue en una tranquila noche de noviembre. Mis padres habían salido, y mi hermano y yo estábamos solos en casa. Llamaron a la puerta, y los hermanos nos asomamos por un huequito de la cortina para ver quién podría ser. Afuera, un par de niños, quizá de cinco años, aguardaban disfrazados. Un vampiro y una bruja. No abrimos. Yo me los quedé viendo unos instantes. Ahí, un par de niños, algo menores que nosotros, insistieron un poco, y después se fueron. Jamás los volví a ver. Éste es uno de mis recuerdos más misteriosos, pues persiste a lo largo de los años. Ese par de niños, en cierta forma, eran yo mismo. ¿Qué fue de ellos? No lo sé, como no sé qué fue del niño que yo era. ¿Crecieron, como yo lo hice? ¡Pero si yo no he madurado aún! ¿Están contentos con su vida, como lo estoy yo? ¡Pero si yo no estoy contento con mi vida! Lo cual no quiere decir que en este momento no me encuentre alegre. La alegría es hermana del desenfreno, y a mí ella siempre me ha parecido muy fácil de invocar y tener.

¿Qué sucede con un niño cuando crece? ¿Acaso no es crecer morir en pequeño? Después de todo, la muerte es el destino final de todo individuo ahora viviente. Los niños, pues, no sólo pueden morir cuando niños, sino que madurar es matar al niño, como la crisálida mata al gusano para que pueda nacer la mariposa.

El arte es la representación perfecta del mundo metafísico. Mahler, en los Kindertonenlieder, quiso retratar la tragedia de Rückert, y terminó representando su propia tragedia. ¿Qué pueden significar ambas desgracias? Al ser los Kindertonenlieder una obra de arte, ¿qué es lo que representan?

Mahler en su superstición proyectó sus más sombríos temores. En cambio yo, esteta de la alegría, al escuchar la perfecta relación entre acorde y melodía, no puedo sino asombrarme del hermoso matrimonio de la música con un mundo ideal, mundo metafísico que trasciende todos los sentidos.

Algo he hecho este año bien e incluso muy bien, pues este 2011 he tenido la oportunidad de escuchar dos veces los Kindertotenlieder de Mahler, en dos versiones distintas. La primera, con la Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la batuta de José Areán y con la voz de la mezzosoprano Barbara Dever en el marco del Ciclo Gustav Mahler II, el 10 de julio, a las 12:00 hrs. La segunda versión es una reducción para piano y voz en el Museo Nacional de Arte.

No cabe duda de que el Mahler monumental de la Orquesta Sinfónica de Minería es apolíneo por sobre todas las cosas. Solemnemente triste, bello y en cierta forma inaccesible por monumental y perfecto, este Mahler hiere como el hielo.

En cambio, la versión de los Kindertotenlieder que he escuchado este mes de agosto es entrañable y cálida: una verdadera catarsis del espíritu. Que Mahler amaba la música de cámara nos lo dicen los momentos camerísticos de sus colosales sinfonías: en algunos pasajes de sus obras sólo intervienen unos cuantos instrumentos en esmerado pianissimo para después ceder el paso a los estruendos del tutti.

El domingo 7 de agosto, a las 12:00 horas, en el elegantísimo Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte la mezzosoprano Carla López-Speziale, y el pianista Józef Olechowsky, nos regalan un concierto llamado “Homenajes a la vuelta de un siglo 1811-1911” pues nos llevarán del bicentenario de Franz Liszt al centenario de Gustav Mahler. Los Kindertotenlieder de Carla López-Speziale y Józef Olechowsky son apolíneos por íntimos. En vez de una colosal orquesta, estamos ante una transcripción para piano que transparenta el alma del artista en forma diáfana.

Dionisos duerme: sólo la belleza está presente, pues la verdad terrible no es capaz de ensombrecer nuestra senda, pues aunque la mente se agite con la angustia de los poemas de Rückert y su fatal relación con Mahler, el alma entiende que aquello sólo es una representación, y que el mensaje profundo de la música está escrito en el lenguaje del espíritu sereno, muestra sensible y apolínea del arte, reflejo perfecto del mundo suprasensible, manifestado en forma de música y poesía.

4 comentarios:

La abuela frescotona dijo...

siendo pequeña nunca imaginé la muerte, menos que un niño pudiese morir, aun recuerdo el día que comprendí que la muerte nos pertenece a todos..
me gusta la risa, suelo llorar riendo, y me encanta, las dos expresiones del alma, la risa y el llanto en un sentimiento.
lo bello de la vida es ese zafar constante de las garras de la muerte, hasta que por fin nos acorrala y ya detenemos nuestras mutaciones, pues descubrió nuestro juego.
saludos querido amigo mio

Enrique Arias Valencia dijo...

Abuela: tus palabras son siempre sabias y llenas de amor.

Un abrazo y un beso.

genetticca dijo...

Desconocía esta obra. La he buscado en yotube, me ha parecido sublime.
Gracias por regalar .

Un abrazo

Enrique Arias Valencia dijo...

Hola, Genetticca.

¡Un abrazo y un beso!