Enrique Arias Valencia
Fue el inmortal Borges quien dijo que la teología es una rama de la literatura fantástica. Ahora me gustaría añadir que Dios es la mayor fantasía, mayor que la cual nada puede fantasearse.
Soy un ateo en busca de Dios, si bien a veces creo que Dios no existe; por eso supongo que la santidad en caso de existir, sería una característica humana. Es decir, pueden ser santos los humanos aunque no haya Dios.
¿Qué es la santidad? Es una manifestación de bondad que distigue a la persona que la practica.
No deja de sorprenderme el estilo literario de Benedicto XVI, quien en su primera encíclica Deus caritas est nos deleita con la idea de un Dios que es amor.
La encíclica incluye un tiempo para el buen humor, y su estilo ágil nos invita a profundizar en el aspecto amoroso de Dios.
“El epicúreo Gassendi, bromenado, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!» Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma”.1
Esta unión inseparable del cuerpo y del alma llamada hombre vive la dimensión completa del amor. Benedicto XVI reconoce que:
“3. Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos”.2
Y si bien el Nuevo Testamento nunca emplea la palabra eros, Benedicto XVI nos conduce a un encuentro con el eros de Dios, el cual está unido con el agapé en una perfecta armonía:
“10. El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona”.3
En el párrafo anterior Benedicto XVI nos muestra la perla del cristianismo: el perdón. ¿Qué es el perdón? Al margen de la Encíclica que ahora nos ocupa, quisiera apuntar que perdonarse a uno mismo es un maravilloso Renacimiento; perdonar a los demás es una puerta hacia la paz.
Benedicto XVI demuestra un profundo respeto por las tradiciones precristianas y en lo que estas tienen de acertado sabe reconocer la semilla de verdad que contienen:
“Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre —aquello por lo que el hombre vive— era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor”.4
Muy bien: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”; ¿y cuál es el trato? Porque si hay amor hay una relación; ¿o no? ¿Y cuál es la actitud de Dios? Un silencio angustioso. Por eso, en un mundo tan neoliberal siempre me asalta esta pregunta: ¿Está Dios de más? Yo lo echo de menos. ¡Qué quieren que haga! Mi vicio es no creer en Dios, y sin embargo extrañarlo como a un amante muerto.
Es así que la santidad, en caso de existir es un asunto humano, y nada más, pero también, nada menos. Y en vista de que los seres humanos tenemos defectos y limitaciones, por lo tanto la santidad que yo anuncio es una santidad con defectos y limitaciones.
Es así que la santidad, en caso de existir es un asunto humano, y nada más, pero también, nada menos. Y en vista de que los seres humanos tenemos defectos y limitaciones, por lo tanto la santidad que yo anuncio es una santidad con defectos y limitaciones.
1) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 8.
2) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 6
3) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 14.
4) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 17.
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