lunes, 13 de octubre de 2008

¿Ha dicho verdad?

Enrique Arias Valencia


Busqué la ciencia, y me enseñó el vacío.
Logré el amor, y conquisté el hastío.
¡Quién de su pecho desterrar pudiera,
la duda, nuestra eterna compañera!
¿Qué es preciso tener en la existencia?
Fuerza en el alma y paz en la conciencia.
Ramón de Campoamor

Mi padre no sólo procuró inculcarme el cristianismo, sino que más importante aún, me transmitió la sabiduría popular, mucho más vieja que la religión católica y mucho más respetable que el ateísmo. Pues el ateísmo y la religión, siempre pendencieros, no pueden llevarnos muy lejos si nuestro afán es la felicidad.
La sabiduría popular es una tradición, por eso, se burla de las modas, como lo son el racionalismo estricto y la religión esclerotizada.
A los refranes, expresión del Evangelio popular, dicho a la breve, todos los hemos escuchado alguna vez; pero yo hice de uno de ellos mi enseña y mi lema, porque su esplendor verdadero es más útil que saber si el hombre procede o no del mono, o si Adán y Eva fueron literalmente “nuestros primeros padres”. Bien miradas, las dos posturas anteriores son graciosas porque ambas, sin mucho garbo, reivindican ser verdaderas.
Así, el refrán se sitúa más allá de creencias caducas y novedades biológicas, para situarse en el más acá de la realidad real de la vida cotidiana.
Hay quienes están obsesionados con sus orígenes. Trazan sus árboles genealógicos con paciente esmero. Es el esplendor del apellido. A mí me resulta indiferente descender del mono por parte de padre o por parte de madre. De hecho, mi postura la tomo de Nietzsche: las preguntas por el origen son falaces, pues siempre desembocan en un mito de origen. Falacia: eso sí que es un punto de partida divertido.
Pues la sabiduría popular lo sentenció hace ya mucho tiempo, y Ramón de Campoamor, el educado eco del pueblo lo volvió poema: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, pues todo es según el color del cristal con que se mira”. Por cierto, a mí me gusta más recitarlo como: “En este mundo falaz…”
¿Cómo no ser relativista con tan sabia exposición? ¿Cómo no rendirse a la medianía, a la ausencia de partido, a la renuncia a la verdad y a la mentira? Quizá fue en la cuna cuando mi padre me recitó por vez primera los versos completos de las “Humoradas”, cuyo final volví a escuchar varias veces a lo largo de mi vida sólo como refrán, como pequeño Evangelio, como compendio de un mundo nuevo. Mucho antes de que la ciencia apareciese en mi educación, tal vez camino del catecismo, de la mano de mi padre, antes de que Jesús y Dawkins pudiesen disputarse mi corazón, nimbo infantil de por medio, el refrán me ganó el alma con su sabia e irónica sentencia.

1 comentario:

Enrique Arias Valencia dijo...

¿cómo podría rendirme a la evidencia, si antes me rendí a los brazos del poeta?