Enrique Arias Valencia
“Porque de la abundancia del corazón habla la lengua”.
Mateo 12: 34
Si mal no recuerdo. Richard Dawkins reconoce que cuando se pincha un dedo, bien puede soltar una expresión como “¡Dios mío!” Mis lectores recordarán mi opinión sobre este caso aquí.
Pues bien: hace unos días pude comprobar que quizá nuestras exclamaciones impensadas pueden abrirnos las puertas del cielo y del infierno. En el atestado metro, un fornido jovencito venía tomado de la mano de su novia. Por sus movimientos semejaba al Titanic, decidido a colisionar con un iceberg, y cuando pasó junto a mí, chocamos hombro con hombro. Les juro por Dios que el golpe me dolió hasta el alma, pues como les dije, aquel chico era un fortachón.
En tanto que en la misma situación seguramente Dawkins hubiese soltado un “¡Jesús, María y José!” yo no me aguanté las ganas de exclamar un muy irracional pero bien sentido “¡Imbécil!”, y hasta giré la cabeza ante mi seguramente involuntario agresor.
El joven, de inmediato, asumió una actitud de reto, y me dijo algo así como “¿Qué dijiste?”
No podía explicarle que mi exclamación sólo fue un acto reflejo por el dolor sentido, como cuando Dawkins dice: “¡Dios mío!” al soltarse un martillazo en el dedo. Que en realidad no era nada personal, simplemente eran palabras que exteriorizaban mi malestar y enojo de una manera irreflexiva.
Es así que recordé los sabios consejos de Los Maestros Ascendidos y mirando a los ojos al chaval, me disculpé de la siguiente manera: “¡Perdóname, sé que eres todo un hombre!”
Afortunadamente el muchacho demostró que sí es un hombre responsable, pues se calmó, manifestando que los seres humanos tenemos un espíritu de nobleza, y él siguió su camino, y yo el mío.
“Porque de la abundancia del corazón habla la lengua”.
Mateo 12: 34
Si mal no recuerdo. Richard Dawkins reconoce que cuando se pincha un dedo, bien puede soltar una expresión como “¡Dios mío!” Mis lectores recordarán mi opinión sobre este caso aquí.
Pues bien: hace unos días pude comprobar que quizá nuestras exclamaciones impensadas pueden abrirnos las puertas del cielo y del infierno. En el atestado metro, un fornido jovencito venía tomado de la mano de su novia. Por sus movimientos semejaba al Titanic, decidido a colisionar con un iceberg, y cuando pasó junto a mí, chocamos hombro con hombro. Les juro por Dios que el golpe me dolió hasta el alma, pues como les dije, aquel chico era un fortachón.
En tanto que en la misma situación seguramente Dawkins hubiese soltado un “¡Jesús, María y José!” yo no me aguanté las ganas de exclamar un muy irracional pero bien sentido “¡Imbécil!”, y hasta giré la cabeza ante mi seguramente involuntario agresor.
El joven, de inmediato, asumió una actitud de reto, y me dijo algo así como “¿Qué dijiste?”
No podía explicarle que mi exclamación sólo fue un acto reflejo por el dolor sentido, como cuando Dawkins dice: “¡Dios mío!” al soltarse un martillazo en el dedo. Que en realidad no era nada personal, simplemente eran palabras que exteriorizaban mi malestar y enojo de una manera irreflexiva.
Es así que recordé los sabios consejos de Los Maestros Ascendidos y mirando a los ojos al chaval, me disculpé de la siguiente manera: “¡Perdóname, sé que eres todo un hombre!”
Afortunadamente el muchacho demostró que sí es un hombre responsable, pues se calmó, manifestando que los seres humanos tenemos un espíritu de nobleza, y él siguió su camino, y yo el mío.
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