sábado, 4 de septiembre de 2010

El mundo como voluntad sinfónica

Enrique Arias Valencia

Para Eduardo, por su valiosa compañía, por la música.

La vida, esto es, el Universo, es una monstruosa sinfonía de la que nada, absolutamente nada, está excluido. Sólo Dios en su reposo de inexistencia es capaz de escucharla completa, de principio a fin; por lo que nadie la ha escuchado en la plenitud pavorosa de su suprema majestad. Por supuesto, los poetas han intuido parte de la manifestación consternada, pero al compartirnos la estridencia de su percepción primordial, sólo unos pocos elegidos han podido ver y sentir la majestuosa danza de horror que como un Lucifer que cae del Cielo, se precipita en el hondo del alma para destruirla.

Sinfonía es un vocablo que nació para referirse a un tamborcillo. De ahí pasó a significar ritmo, tiempo y danza. Haendel y Bach lo hicieron bailable en la suite, llamada en su época obertura. Durante el neoclasicismo del XVIII, se hizo sonata orquestal. El agnóstico Mahler desfiguró la sinfonía, y nos entregó una colosal canción-oratorio, hervidero de modos y tonos, acordes de a ocho.

El tema ha reencarnado reiteradamente a lo largo de la historia de la música, y es así que los Thompson Twins en Doctor, Doctor! preguntan enfebrecidos:

Oh, Doctor, doctor, can't you see I'm burning, burning?
Oh, Doctor, doctor, is this love I'm feeling?

Más que amor, se trata de un convulsivo frenesí que devora el corazón, abrasa todo a su paso y entrega un alma consumida por los estertores de la angustia. El tema puede volverse tierno, apasionado y novelesco, y confesar en labios de Chucho Monge:

Creí
que tu vida era mía
y que tu me querías
como yo te quiero a ti.

Y aún así, lo reconocemos en tanto que desilusión; en forma de absurdo. Hace tiempo una chica cantaba uno de los temas que más me han gustado, pues en su negación de la identidad afirma su desesperación:

yo por él cambiaría
de gustos, de gestos,
de sexo
y hasta religión.

Irán Castillo: “Yo por él”; ella jura que lo haría. ¿Qué tenemos para enfrentar todo este horror? ¿Qué sino el horror mismo? Muchos soldados afirman que tras la cruenta batalla contemplan el campo ensangrentado con un sentimiento que sólo puede ser sublime. Tiene razón Kant cuando en la Crítica del juicio establece que lo sublime es lo absolutamente grande. Y no hay nada más grande que el horror de la guerra.

Nietzsche en su Zaratustra encuentra la filosofía del gran mediodía. Hoy leo en el programa de mano del concierto de la tarde que cuando trabajaba en esta obra el filósofo se cuestionaba: “¿A qué ámbito pertenece en realidad mi Zaratustra?” Y Nietzsche mismo replicaba: “Creo que pertenece al ámbito de las sinfonías”. Muchos años después de haberlo reflexionado, Richard Strauss hizo realidad el sueño de Nietzsche, al lanzar la colosal fanfarria introducción de su vigoroso poema sinfónico Así habló Zaratustra. El majestuoso acorde siempre me ha evocado la fiesta prometida que ha de celebrase tras la muerte de Dios. El hombre en soledad se enfrenta a un Cosmos rico, misterioso y violento, siempre dispuesto a rendir un enigma para cada jornada.

Es así como la sección de alientos de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez, apoyada por sus contrabajos, percusiones y órgano invitados, bajo la batuta de Julio Briseño, literalmente me regala el primer programa de la Segunda Temporada de Conciertos 2010.

Nostalgia de la Edad Argenta, Aaron Copland brilla con su sello personal. Este año he tenido una alegría tan recóndita, que casi es una indecencia confesarla. Jamás me sedujeron los deportes. El fútbol me horrorizaba. El fútbol americano me parecía demasiado pleito para ser un deporte y demasiado deporte como para ser un pleito. El béisbol me parecía un ejercicio más de estadística que de verdadero amor al músculo, y suma y sigue. Plata de Copland de por medio, con sus melodías que siempre me hacen pensar en el Viejo Oeste, este año por fin fui conquistado por una práctica deportiva: la equitación. Claro que sólo la ensayo como el peor de los aficionados que soy; pero hoy el recio galope de Mister me ha hecho descubrir que todos los sentimientos son íntimos, y quieren la profunda y graciosa eternidad. La joven que desata mi calzado atorado en el estribo me recuerda que sólo soy un tonto apasionado. La orquesta lo dijo con la hermosa An Outdoor Overture.

Si yo fuera príncipe, me gustaría ser coronado al son de Marsch der Bavaria, de Christoph Von Reitzenstein así como la escuché hoy, con un reducido conjunto de trombones y un majestuoso timbal.

Y aunque parezca increíble, vuelvo a escuchar el Aria de la Suite Número 3 en Re menor, de Johann Sebastian Bach. Hace unas semanas la disfruté en el arreglo postrománico que Gustav Mahler escribió. No soy un experto en barroco, y sólo puedo sentenciar que la versión de esta tarde prescribió nueve ejecutantes, todos maderas, con el oboe en la melodía principal.

La Obertura para banda militar de Mario Kuri Aldama es el obsequio al mes patrio.

Tras el intermedio aparece mi amigo Eduardo, a quien yo había telefoneado para que me acompañara. La primera vez que escuché la Folk song suite fue en el radio, en una muy querida estación, Estereomil, hoy desaparecida. Por eso, no puedo evitar asociar la firma melisma de Ralph Vaughan Williams con mi lejana adolescencia. Hasta las oficinas de la estación acudía para recoger boletos de cortesía para la Sala Neza, y la voz de los locutores Juanita Martínez Palau y Agustín Romo Ortega alegraban mis siempre sinfónicos mediodías. Gracias a Juanita, a Estereomil y Guillermo Salas pude conocer al maestro Muñoz Flores, del Estudio Bartok, y sus maravillosos cursos de apreciación musical.

Y cerramos con Júpiter, de Los Planetas de Gustav Holst. Es el triunfo de la alegría sobre un mundo del que los dioses han escapado despavoridos. Me siento agradecido de estar acompañado por mi hermano mientras escribo estas torpes líneas, pues es Júpiter el más bello Adaggio trío en un mar de sonidos. De las tinieblas a la luz, el mundo como representación del arte se exalta en el bello brillo del melisma del Sol. En palabras de sor Juana Inés de la Cruz:

“Cítara solamente de Apolo”.

Y que así sea.

3 comentarios:

genetticca dijo...

Maravilloso Enrique.
Por cierto, recuerdos a Sor juana de la cruz, no pierdo la esperanza de averigar mas sobre ella,viendo que es santa de tu devoción.

Saludos

La Dame Masquée dijo...

Monsieur, qué hermosa ceremonia de coronacion sería la suya!
Bueno, siempre puede ponerla en practica por su cuenta. Coronese usted rey del Parnaso y organice una buena ceremonia con esa hermosa musica. Y avise con tiempo para sacar los billetes de avion!

Feliz tarde de domingo

Bisous

Enrique Arias Valencia dijo...

Hola,Genetticca. Un beso y un abrazo.

Dame Masquée: Yo te corono como reina de los blogs.

¡Salud e inquieta alegría!