Enrique Arias Valencia
Preludio
El jueves 25 de noviembre, a las 19:00 horas, es una experiencia desafiante y exquisita escuchar la Fantasía y fuga en sol menor (BWV 542) de Johann Sebastian Bach en un órgano romántico. José Enrique Ayarra Jarne hace el milagro en la Antigua Basílica de Guadalupe. Por otra parte, el 27 de noviembre de 2010, a las 13:30 horas durante el concierto de mi querida Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez no deja de intrigarme porqué Bizet en su suite sobre la gitana de cascos ligeros llamó “Preludio” a una pieza distinta a la obertura de Carmen, a la cual en esta ocasión movió de lugar y la llamó “Toreadores”. Pues bien, en el preludio de la suite se escucha el leitmotiv de la muerte, y es parte formal de la ópera, aunque allá no funja como preludio sino que es uno de los números que siguen a la obertura, la cual en esta suite ya dije que se llama “Toreadores”, y que ocupa el quinto puesto de la suite; ¿entendido? Todo esto me suena a un capricho español, cuya pieza homónima de Rimsky-Korsakov también pudimos disfrutar esta tarde, amén de las Danzas Húngaras 1, 5 y 6 de Brahms.
Los Templos y la Academia
En el marco del XVIII Festival Internacional del Órgano Barroco 2010, realizado por la Academia Mexicana de Música Antigua para Órgano, me encuentro en el Templo Expiatorio a Cristo Rey, Antigua Basílica de Guadalupe. Tres naves conforman la planta, ciprés altivo, Cristo Rey en baldaquino. Para recibir al público, Monseñor Pedro Agustín Rivera Díaz nos ha dado la bienvenida a creyentes y no creyentes, un gesto que me ha agradado mucho. Al observar las largas columnas de este templo, el cual yo nunca antes había visitado, viene a mi cabeza aquel soneto que la criolla sor Juana dedicó a la Virgen Morena:
La compuesta de flores maravilla
Divina protectora americana
que a ser se pasa Rosa Mexicana
apareciendo Rosa de Castilla.
Simultáneo al Festival, la Antigua Basílica celebra la restauración del órgano Würlitzer del templo. Este órgano romántico ha sido restaurado por un esmerado grupo de trabajo, dirigido por un científico, el organero Gerhard Grenzing.
Fue así que el jueves 25 fue el turno del organista José Enrique Ayarra Jarne, quien tras un hermoso concierto, y para despedirse, esta noche interpretó el número final que él mismo tocó durante la boda de Elena de Borbón: Sortie en mi b Mayor de L. Lefèbvre-Wely (1817-1870).
El viernes 26 pudimos aplaudir la espléndida interpretación de Vicente Ros. A este brillante organista iré a seguirle los pasos hasta San Pablo Apetatitlán, pues para el domingo 28 el Festival de órgano nos ha convocado en el Templo de Jesús, de esta población del estado de Tlaxcala. Los programas de Ros para la Antigua Basílica y para Tlaxcala son casi idénticos.
Gemelo de San Pablo, el templo de Jesús se construyó del siglo XVIII al XIX. Fachada y torre de dos cuerpos. En el primero de ellos hay un arco de medio punto lobulado, flanqueado por un par de pilastras adosadas al arco, seguidas por un nuevo par de pilastras dóricas. En el segundo cuerpo encontramos la ventana del coro, que es flanqueada por pilastras estilo árabe.
Torre a la manera mudéjar a dos cuerpos, el segundo es linternilla enladrillada con cornisa tablereada. El primer cuerpo de la torre ostenta un reloj. El segundo es linternilla en cono.
Retablo neoclásico: escapulario que es rosa; cruz que deviene eucaristía; calvario que constituye arte redentor. Escenario de pleno baldaquín, una de las caídas. Una sola nave, breve transepto. Bautisterio y casa cural.
Órgano del siglo XIX en el coro, de fuelles manuales. Después de misa de doce, ésta con la Santa Cruz, será el concierto con obras inéditas. No deja de entristecerme que sea muy posible que estas maravillosas piezas jamás las volveré a escuchar, pues no forman parte del repertorio organístico regular. Se trata de variaciones y sinfonías para órgano, una pastorela, un Ofertorio, elevación y plegaria y una marcha, todas de compositores españoles del siglo XIX: Miguel Soriano Morata, Ramón Carnicer, Mateo Ferrer, Fray Vicente Comas Ofm, Ramón Torres, Valeriano Lacruz, José Piquerres y Blas María Colomer.
El lunes, en la ciudad de México, a don Vicente Ros le escucharé dar una ponencia a las 9:30 horas en el salón 103 de la Escuela Superior de Música en el Centro Nacional de las Artes, actividad convocada por la Academia Internacional de Música Antigua para Órgano. Lo que sigue es una adaptación de los apuntes que tomé esa mañana. Por lo tanto, si hay algún error, es mío, y se debe a que siempre escribo en forma apasionada. Debo añadir que Vicente es muy afable y simpático, de buen corazón, y su buen humor nos embriaga más de una vez para reír y gozar durante un viaje hacia la época en que la música española se hizo barroca.
En el marco de los quinientos años del nacimiento de Antonio de Cabezón, el organista Vicente Ros nos hablará de la música española para órgano, del siglo XVI al actual. En su charla tratará algunas obras inéditas del repertorio organístico español, así como del carácter del organista. Vicente Ros asegura que es muy difícil hablar de siglos en unas horas. Antonio de Cabezón (1510-1566) es un personaje enigmático, pues no conocemos sus antecedentes artísticos; si bien, para que se cumpla el axioma de que “De la nada, nada”, Cabezón debió beber en alguna fuente, aunque no la conozcamos.
No hay que olvidar que “España es España hasta cierto punto”, pues en la época de Cabezón era reciente la unificación de las coronas de Castilla y de Aragón.
La imprenta española fue muy cicatera con la música, y por lo tanto se imprimió muy poco, por lo que buena parte del material español permanece como inédito. Algunos compositores lograron imprimir sus obras en el extranjero.
La producción era palatina y religiosa. “¿Qué oía un organista del siglo XVI?” Pregunta don Vicente Ros, y él mismo contesta: “Canción y danza”, ambas en perfecta unión, no por separado. Y en este momento viene a mi alma la imagen de mi querido amigo Manuel Millán, quien en una de sus obras se muestra heredero y renovador de este hermoso ideal español. Es así que el alimento artístico de la época lo constituían los cantos de caballeros, las diferencias o variaciones y la polifonía francófona. Amén de la misa con su estructura de kiries, glorias, sanctus, agnus, y a querer y no, el Credo; si bien éste último, observa Vicente Ros, no es una pieza musical, sino una profesión de fe, que debe recitarse entera.
Durante el barroco, el noventa por ciento de la vida de un organista consiste en interpretar versos para alternar con el seculorum: desde maitines hasta completas. Para la mayoría de las actividades había música. La catedral siempre estaba abierta, Vicente añade con muy buen humor: “No sé para qué tenían puertas. Tocar el órgano durante ocho o nueve horas seguidas era para acabar no muy bien de la cabeza”.
Muchos siglos más tarde, en 1903, con las reformas de Pío X, se prohibió el uso de instrumentos para los oficios divinos, con la sola excepción del órgano. Sin embargo, ¿cómo dar marcha atrás a una tradición tan arraigada en el corazón de un pueblo? Por eso, hubo bajones (fagotistas) en Zaragoza hasta 1950. Varios templos de España también conservaron a sus instrumentistas diversos.
En tiempos de Carlos V el Palacio es un coto flamenco: Antonio de Cabezón es una excepción española en ese mundo. Más tarde, Felipe II abrirá un poco el Palacio a la estética española. En este ambiente, Cabezón trabaja en transcripciones de motetes que por diferencias se hacen más “originales”.
El organista no era un pájaro solitario: estaba rodeado de cantores, instrumentistas, y el mismo pueblo. Éste es un fenómeno barroco generalizado. Por citar un ejemplo fuera de la península ibérica: Bach no era organista, era maestro de capilla.
La labor en comunidad del organista se puede ilustrar con el pange lingua: este himno procesional se interpreta con la voz de arriba, una corneta, en medio el cantus firmus y en la base, un bajón. Vicente Ros afirma jocosamente: “¡Cuando traduces esto al órgano, te vuelves loco!” y comenta que el organista debe emplear todo su cuerpo en este empeño, hasta sus piernas para marcar los bajos con el pedal.
Durante el barroco se cultivaron los tientos. Citaré el DRAE para definirlos:
10. m. Mús. Floreo o ensayo que hace el músico antes de dar principio a lo que se propone tañer, recorriendo las cuerdas por todas las consonancias, para ver si está bien templado el instrumento.
11. m. Mús. Composición instrumental con series de exposiciones sobre diversos temas, cultivada entre los siglos XVI y XVIII.
El organista es como una ardilla: guarda todas las partituras que caen en sus manos. Por eso, hoy creemos que hay piezas para órgano, que en realidad no lo son. Incluso, los tientos a veces no son tientos, son versos.
Vicente Ros regresa a un punto ya tratado: canción y danza. Canción monódica o polifónica. Religiosa o profana. Danza sagrada delante del Santísimo, como la que ejecuta el grupo de seises de la Catedral de Sevilla, niños frente a la custodia. O danza popular en la aldea; o de corte, para recibir a un gran príncipe. Por eso, el organista interactúa con el pueblo, los cantantes y los instrumentistas, como los ministriles.
Vicente Ros también trató las fuentes de cada obra en el contenido estético: la liturgia, lo profano y lo sacro. También la lengua: el latín, el alemán y el español. Nuestro querido amigo añade que “Al ser movedizas las ideas, la música para órgano es más una representación que una obra estática”. Y para animarnos a advertir que es nuestra responsabilidad continuar con la labor del arte, la armonía y la belleza, Vicente Ros cierra con una cita de la Ofrenda musical de Johann Sebastian Bach: “Buscando encontraréis”. Yo, por mi parte, no pude tomar nota de todo, pero algunos aspectos de lo que más me ha agradado lo regalo aquí.
La Catedral Metropolitana luce su altar mayor desnudo, sin otro ciprés que el nicho del Altar de los Reyes. Y es en este escenario con racimos de columnas dóricas que el martes 30 de noviembre Vicente Ros nos recrea con un concierto barroco que abre con las Diferencias sobre el canto llano del caballero, de Antonio de Cabezón. Antonio es el festejado del Festival, pues celebramos quinientos años de su nacimiento. Con sus intensos ecos, con sus flautas apasionadas, con sus exaltados trinos, con sus solemnes escalas y su misterioso bajo en los pedales, el órgano invita a los Cielos a que cante junto con nuestras almas embelesadas. El órgano Nassarre que ahora escuchamos data de 1735 y acaba de ser restaurado por el científico Gerhard Grenzing, por lo que nos ha tocado estar en los conciertos inaugurales de esta obra de arte.
Para mi gran alegría, don Vicente Ros nos regala un encore que consiste en la Sinfonía en do mayor, andante allegro de Ramón Torres (1801- ?), por lo que el concierto cierra con una pirotecnia de sonidos festivos y llenos de alegría. Esta sinfonía para órgano es inédita, y yo la escuché por primera vez el viernes 26 de noviembre de 2010 en la Antigua Basílica de Guadalupe, con el propio Vicente Ros al teclado.
Fuga
Allende están Las Cuevas, manantiales de agua dulce, amistades recién conocidas. Pues en el pueblo de San Pablo Apetatitlán, Doña Rosa María, mamá de muy querida amiga Alejandra Flores muy temprano me invita a desayunar en su casa. El pequeño Manuel y Tito, su padre, nos acompañan. Más tarde, al finalizar el concierto, el camarógrafo Darío Popoca me invita a comer. Ahí, durante una tertulia sobre México, se une a nuestra expedición el abogado Jorge Díaz Salusz. Los tres exploraremos algunas de las cuevas de la cañada que labró el río al oriente de la población.
Las cuevas, con sus largos tubos que supongo volcánicos, con sus aberturas iniciales y finales, me recuerdan los tubos del órgano, instrumento al que tanto he llegado a amar en estos días. Somos, pues, tres notas que recorren en acorde algunas de estas formaciones naturales, una fuga revolucionaria en un paraje natural.
Ya en terreno alto y llano, Darío Popoca, fotógrafo y periodista rescata para la posteridad un bello atardecer en la parte alta de San Pablo Apetatitlán. Según Jorge Díaz Salusz Apetatitlán significa petate (estera) sobre el agua, y esta agua que nace del manantial es promesa pura de mi salud, realización del arte redentor.
Deseo agradecer especialmente a Ofelia Gómez Castellanos y Gustavo Delgado Parra por la creación y dirección de este hermoso festival.
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4 comentarios:
Hola Enrique.
Lo primero de todo, te quiero agradecer la referencia a mi persona. Es un honor. me emociona, además, el hecho de que me incluyas en una cadena de influencias que se ve desde Antonio de Cabezón.
Veo que en tus distintos conciertos escuchaste música muy diversa. Desconozco completamente la produción organística española del siglo XIX, que escuchaste en el templo de Jesús. Imagino que será de influencia italiana y operística, con ciertos toques de música de salón.
En cuanto al maestro Cabezón... en él se ve todo lo que se desarrollará los dos siglos siguientes. Es magistral en el uso de las variaciones sobre un bajo, los tientos y preludios y la música contrapuntística. Es austero en su magnificencia, directo al corazón desde su talento sin luz (era ciego). El órgano español de los siglos XVI y XVII era mucho menos pomposo que los hermanos europeos. Su austeridad lo hace diferente. A veces encuentras órganos de registro partido o con la octava baja limitada a cinco notas. También es curioso del órgano español la trompetería recta, ruidosa y altisonante y muy peculiar en las "batallas" de Cabanilles.
Veo, Enrique, que te recuperas con mucha música y cultura... la mejor forma posible.
Hola, Manuel.
Yo también desconozco prácticamente la producción organística española del XIX. ¡Fue muy emocionante entrar por vez primera en ese terreno!
En uno de los conciertos escuché una "Batalla" de Cabanilles.
ARIASTOTELES, ESTIMADO AMIGO MIO, COMO QUISIERA SEGUIRTE EN ESAS VISITAS CULTURALES DE TU PAÍS...
NOTO QUE EN ELLAS NUTRES TU ESPÍRITU.
DEJO MI ABRAZO PARA TI.
Gracias abuela por tus palabras.
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