domingo, 5 de octubre de 2008

¿Lo envenena todo? ¡Que si yo lo sé!

Enrique Arias Valencia


Extrañarte es mi necesidad
Vivo en la desesperanza
Desde que tú ya no vuelves más.
RBD: Sálvame

Si la religión lo envenena todo, yo quiero un trago de ese veneno conocido como el Magnificat de Bach. Pero dádmelo en un templo barroco mexicano, fastuosa ponzoña, plena de la gloria del manantial de vida de todos aquellos que se atreven a corromperse con tal de vivir por siempre. Ambos, Bach y la arquitectura barroca como emblemas de un matrimonio tan sagrado que ni Dios ni el hombre podrán separarlo, porque está siempre con nosotros.
Baudelaire era capaz de embriagarse de virtud; nosotros, por nuestra parte, envenenémonos con la poesía de Santa Teresa, y permitamos que el divino estilete penetre nuestro ardiente corazón para hacerlo también divino, como el de la sensual santa. Y que sea tal la pasión que resucite Bernini para que una nuestra escultura a la de Teresa.
Una danza sagrada, como lo es una silenciosa procesión con una imagen de la Virgen de los Dolores es siempre más bella y verdadera que cualquier silogismo categórico de cuarta figura, y esto es algo que ningún lógico puede probar con su lógica, pues para hacer la prueba debería abrir las puertas de su corazón y cerrar las del necio raciocinio. Deberá, pues, cometer el absurdo de tener fe.
Una sola imagen de la Virgen de Guadalupe vale más que mil palabras en favor del ateísmo, porque el arte verdaderamente sagrado está para superar a la realidad chabacana del secularismo. Por eso brilla con más intensidad el Divino Narciso que cualquier espejismo de Dios, y por eso la ciencia siempre será la sirvienta del arte, porque puede haber un arte del buen vivir, pero someternos al corsé de la razón siempre será peligrosamente doloroso… e inútil. De la religión es la pirotecnia del símbolo; de la razón es la eterna duda y búsqueda de evidencias del corazón marchito e incapaz de creer.
No necesito conocer la teoría electromagnética de James Clerk Maxwell para encender la lámpara de mi habitación, del mismo modo que mi madre no tuvo que recurrir a la teoría del supuesto origen de la moral en los simios superiores para educar a sus hijos. Ese es el espeluznante error de la ciencia: creer que explicar las cosas desde el origen es comprenderlas, siendo que toda explicación a partir de los orígenes es un mito de origen. Pues las cosas no se originaron, aparecieron sin más como complaciente respuesta tras la invitación de una incitante palabra. Por ejemplo categórico: no hubo un origen de la vida, pues el universo siempre ha estado vivo. Es una composición imperecedera, el móvil perpetuo que se desvanece cuando intentamos someterlo a la tortura de la medición.
Muchos no creen en Dios debido a la incidencia del fundamentalismo. Pues bien: no creer en Dios sólo por lo que nos hacen los creyentes violentos es tan absurdo como no creer en las virtudes de la embriaguez sólo por lo que ocasionan los alcohólicos irresponsables.
Yo no creo en Dios no por lo que hacen o dicen los creyentes, sino por lo que no hace ni dice Dios, que se manifiesta en forma de su impenetrable silencio; y el silencio de Dios es la más terrible prueba de su existencia, pues puede hacernos creer que no existe nuestra fe, pues pareciera que no hay quien la pueda atemperar; lo cual es más absurdo que la chocarrera cabalgata de los cuatro jinetes del ateísmo contemporáneo.
El silencio de Dios es la más fastuosa muestra de que la fe tiene algo de desesperación y en el dolor hay mucho de amor. Que no te roben el arte a cambio de la ciencia. Que así sea, ¡y olé!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola caho, aquí MC. No le entendí nada a tu escrito, ya mejor dedicate a la poesia ultracontemporanea futurista radical, porque mas que decir cosas a estas reflejando cosas muy pero muy abstractas, o tal vez la locura ya se hizo patente.

Saludos.

Anónimo dijo...

Si Dios no hace ruido cuando da un beso en la mano o cuando lava los trastes, si Dios no hace ruido cuando mira unos ojos enamorados o se baña con agua helada; si Dios no hace ruidos por la noche con su ahogada respiración, ni cuando canta la romanza más alegre o mira la uña dela luna, entonces, hombre, no es que Dios no se escuche, sino que las orejas de su sordo corazón son aún del tamaño de un dios embrión.

Enrique Arias Valencia dijo...

Genial, anónimo.

Enrique Arias Valencia dijo...

Estás en lo cierto, Max.