Enrique Arias Valencia
La adolescencia me sorprendió en la década de los ochentas, y con la mayoría de edad pude contratar un plan de inversión en tiempos preestablecidos con un banco estatal. Quizá sea ocioso añadir que gracias al entonces presidente José López Portillo todos los bancos eran estatales. Y a riesgo de que despierte severas objeciones, diré que era la Edad de Oro, y entonces los bancos le pagaban a uno por guardar dinero con ellos. Recuerdo que más tarde, con los intereses que me pagaba el banco pude contratar un camión de mudanzas. Todos teníamos un horario natural para hacer las cosas, como dice el Eclesiastés: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el Sol”.
Pero nuestro México se incorporó a la dinámica del primer mundo, y de pronto, un aciago día de la Edad Oscura tuvimos que adelantar por vez primera nuestro reloj a las dos de la mañana, pues la terrible moda del horario de verano se estableció en nuestro país. Es así que este 5 de abril nos darán más horas de día robándonos el alba. ¡Y esto durará meses enteros!
Fue al sabelotodo de Benjamín Franklin quien, obsesionado con el tiempo, al que sólo veía como un recurso para aprovechar, un aciago día de la Edad de Plata caviló sobre la posibilidad de establecer un horario de verano. Años más tarde las bolsas de valores le tomaron la idea, y es por su capricho capitalista que se estableció esta atrocidad.
Cuando yo era niño me emcionaba que al acercarse la primavera la alborada era cada vez más pronto, a contrapelo de lo que quisiera el refrán: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Entonces Dios vivía, y ayudaba a todos los que por obra del verano, y sin esfuerzo alguno, éramos súbitamente madrugadores. La gracia, don verdadero, se derramamba sobre todos los hombres, buenos y malos, sin restricciones.
En los ochentas no había un Instituto para la Protección del Ahorro Bancario, y muy pocos perdían su dinero en tratos con el banco. Hoy, ahí está el IPAB, y los bancos nos cobran hasta por respirar dentro de sus instalaciones. ¡Hay cobros por manejo de cuenta! ¡Hay comisiones en las Afores! ¡Intereses altísimos! Y para el IPAB todo eso es normal.
Fue así que Dios murió, quizá en la Edad de Bronce, y nos dejó a merced del capital. Hoy los bancos nos cobran por guardar nuestro dinero, tenemos que levantarnos antes de que salga el Sol y durante más de seis meses las bolsas nos roban una hora de sueño. En México, sólo el sensatísimo estado de Sonora, dado el inclemente Sol que ahí alumbra, rechazó establecer un horario tan artificial como los derivados financieros que en los casinos oficiales juegan a diario con nuestro destino.
Bienvenido seas, día estúpido, que con tu llegada me recuerdas que sí hay algo nuevo bajo el Sol, y eso es que me han robado la alegría del verano, Edad Oscura del vacío.
La adolescencia me sorprendió en la década de los ochentas, y con la mayoría de edad pude contratar un plan de inversión en tiempos preestablecidos con un banco estatal. Quizá sea ocioso añadir que gracias al entonces presidente José López Portillo todos los bancos eran estatales. Y a riesgo de que despierte severas objeciones, diré que era la Edad de Oro, y entonces los bancos le pagaban a uno por guardar dinero con ellos. Recuerdo que más tarde, con los intereses que me pagaba el banco pude contratar un camión de mudanzas. Todos teníamos un horario natural para hacer las cosas, como dice el Eclesiastés: “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el Sol”.
Pero nuestro México se incorporó a la dinámica del primer mundo, y de pronto, un aciago día de la Edad Oscura tuvimos que adelantar por vez primera nuestro reloj a las dos de la mañana, pues la terrible moda del horario de verano se estableció en nuestro país. Es así que este 5 de abril nos darán más horas de día robándonos el alba. ¡Y esto durará meses enteros!
Fue al sabelotodo de Benjamín Franklin quien, obsesionado con el tiempo, al que sólo veía como un recurso para aprovechar, un aciago día de la Edad de Plata caviló sobre la posibilidad de establecer un horario de verano. Años más tarde las bolsas de valores le tomaron la idea, y es por su capricho capitalista que se estableció esta atrocidad.
Cuando yo era niño me emcionaba que al acercarse la primavera la alborada era cada vez más pronto, a contrapelo de lo que quisiera el refrán: “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Entonces Dios vivía, y ayudaba a todos los que por obra del verano, y sin esfuerzo alguno, éramos súbitamente madrugadores. La gracia, don verdadero, se derramamba sobre todos los hombres, buenos y malos, sin restricciones.
En los ochentas no había un Instituto para la Protección del Ahorro Bancario, y muy pocos perdían su dinero en tratos con el banco. Hoy, ahí está el IPAB, y los bancos nos cobran hasta por respirar dentro de sus instalaciones. ¡Hay cobros por manejo de cuenta! ¡Hay comisiones en las Afores! ¡Intereses altísimos! Y para el IPAB todo eso es normal.
Fue así que Dios murió, quizá en la Edad de Bronce, y nos dejó a merced del capital. Hoy los bancos nos cobran por guardar nuestro dinero, tenemos que levantarnos antes de que salga el Sol y durante más de seis meses las bolsas nos roban una hora de sueño. En México, sólo el sensatísimo estado de Sonora, dado el inclemente Sol que ahí alumbra, rechazó establecer un horario tan artificial como los derivados financieros que en los casinos oficiales juegan a diario con nuestro destino.
Bienvenido seas, día estúpido, que con tu llegada me recuerdas que sí hay algo nuevo bajo el Sol, y eso es que me han robado la alegría del verano, Edad Oscura del vacío.
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