sábado, 11 de abril de 2009

La expulsión del cordero triunfante o Juicio final

Enrique Arias Valencia

Todos los ojos no ven surgir a los dioses.
Homero, Odisea.



Tras su colosal triunfo en la Tierra, Jesús ebrio de gloria, y seguro de su omnipotencia, decide ir al Olimpo. En cuanto los guardianes del orden se enteran de cuáles son sus intenciones, es detenido. En la escena que sigue el buen Jesús enfrenta un juicio, con varios cargos, el más grave de ellos es el del intento de derrocar a Zeus.
La sala es presidida por los dioses. Entra Atenea, quien juzgará al detenido. La gloriosa majestad de la divina virgen disimula con serena grandeza su no muy agraciado rostro. Sin más ceremonias, Atenea se dirige a Jesús: “No enfrentarás un juicio común porque si bien yo soy la diosa de la razón, deben saber tú y los dioses que engalanan esta sala, que anoche estuve degustando hasta muy tarde de los vinos de Dionisos, y tengo el entendimiento algo achispado. Sin embargo, no serás sometido a un juicio injusto, porque lo que mi razón no alcance a comprender, será suplido por los fiscales y abogados.
”Tampoco esperes que te atormentemos con los látigos, tan queridos por tu cultura, pero tan favorables a los argumentos ad misericordiam, de los que los pueblos antiguos hacían moneda común. Hace mucho tiempo que la tortura se ha ido del Olimpo.
”Comenzaré pues, con los cargos, que enfrentarás aderezados por preguntas filosóficas. Dices que tú, tu padre y un misterioso fantasma que de cuando en cuando recorre el mundo, son uno y trino. Es decir, son tres personas distintas, y un solo Dios verdadero. He consultado con los más grandes matemáticos mortales que trabajan para mí, y que hablando griego, prestos me han dicho que tal cosa es un disparate. No queriendo precipitar mi juicio, he consultado el libro que dicen, contiene la historia sagrada e inspirada de tu pueblo. Y hete aquí que encuentro en el ejemplar que ustedes llaman Crónicas, capítulo 4 del segundo libro, que los hebreos estaban muy ocupados construyendo un templo. Pues bien, el versículo segundo dice a la letra que alguien “también hizo un mar de fundición, el cual tenía diez codos de un borde al otro, enteramente redondo: su altura era de cinco codos, y una línea de treinta codos lo ceñía alrededor”. No obstante, resulta que el inspiradísimo redactor de la palabra de Jehová no se dio cuenta de que al dar el diámetro de un círculo, diez codos en este caso, de inmediato nos dice la medida de la circunferencia. Y creyó que era necesario declarar que la circunferencia medía treinta codos, revelando como palabra inspiradísima de Jehová que π vale exactamente tres. Nosotros los griegos sabemos que el divino Platón dice sobre su Academia: “Que nadie entre aquí, si no sabe geometría”. Si la Biblia es la palabra del dios único, en consecuencia, y con tan absurdos conocimientos de ciencias, es fácil ver en dónde está el error de la trinidad que tan sólo consiste en atribuirle a un triángulo caracteres que no tiene. Si ahora mismo tuviera que dictar sentencia, te condenaría a un año de matemáticas de parvulitos, para que aprendieses al menos a usar los números irracionales”.
(Los dioses estallan en sonoras carcajadas. Prometeo, el ingenioso mecánico, exclama: “¡Mirad, me he desencadenado!” En contraste, Jesús guarda un bienaventurado silencio.)
Atenea sonríe y continúa: “Este cargo lo presenté como una deferencia para con mi pueblo, que siempre estima las labores científicas más que las dogmáticas. Quizá sea porque los helenos no tenemos un libro sagrado único. La Iliada y La Odisea son textos literarios, pero no basamos nuestra religión en ellos. La religión es una cosa para verse, sentirse y convencerse y no para seguirse a ciegas. Tus discípulos dicen que Gea, la Tierra es una diosa falsa, y que tú eres un Dios verdadero. En medio de fanfarronadas, tus seguidores nos acusan de idólatras. Y sin embargo, ¿quién es el idólatra?, pues yo tengo ante mis ojos a la Tierra, y hasta el día de hoy, yo nunca te había visto. Lo mismo puedo afirmar sobre los demás dioses: el relámpago de Zeus nos atormenta, la ira de Vulcano nos hace saber nuestra pequeñez. En contraste, las ninfas del agua nos refrescan, y el cuerno de Tritón nos empalaga. Cada dios tiene una labor en este mundo, y puede verificarse con su trabajo. Ya lo dijo el mortal Tales el milesio: “El mundo está lleno de dioses”; pero te juro por mi padre que por más esfuerzos que hago, no puedo pensar en ti como un dios. Estás oculto, siempre invisible, y a tu padre no puedo amarlo porque ni siquiera me permite que toque sus verrugas. Por consiguiente, sólo eres el ídolo de la nada.
”¿Tuvo el mundo un comienzo? Tu doctrina nos obliga a creer que sí, y que fue tu padre quien creó el mundo, sacándolo de la nada. Platón te replicaría que: “De la nada, nada”. ¿Y si el mundo ha existido siempre? Quizá el mundo se sustenta en sí mismo. Mi pregunta tan sólo esboza una hipótesis; si bien ya veo que las hipótesis no forman parte de tu doctrina. No hay mucho espacio para pensar si tratamos contigo.
”¿Es el amor un mandamiento? ¿No sería más hermoso que fuera el resultado de una decisión, o si lo prefieres, de un enamoramiento? Debo decirte que el primer mandamiento del decálogo me pide hacer una proeza tan grande que es quizá irrealizable, incluso para mí que soy una diosa, porque me encomienda: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. ¿Y cómo voy a amar a Dios sobre todas las cosas si yo no sé qué son todas las cosas, porque no he tenido nunca la experiencia de todas y cada una de las cosas? Tendría que poder considerar cada cosa y después amar a tu dios, lo cual parece una tarea infinita. Pero concedamos que sí pueda. ¿No será que si tengo la experiencia de todas las cosas en ese momento descubro el todo al cual podría identificar con Dios? Sería inútil amar a Dios sobre todas las cosas si él y el todo son lo mismo. Se trataría de un amor único e indivisible.
”Conozco tu doble juego: pides creer sin ver y ya nos has reprochado que si tuviéramos fe podríamos mover montañas. Yo te replico que si yo tuviera fe, no estarías aquí. El peor de los pecados de un dios único es el asesinato de la fantasía, de las alternativas a esta vida tan dura aun para los mismos dioses. He leído tu Biblia y he visto con desconsuelo que tú y tu padre jamás sonríen. ¿Tan infeliz es la vida del dios único?
”Maldijiste a una higuera sin fruto. Flora, más sabia y amorosa que tú, la hubiese abonado y cuidado, para que reverdeciera. Y si eso no resultaba, la planta sería sepultada para retornar a las entrañas de la tierra por las artes y efectos de Dionisos. Es el eterno renacimiento de lo mismo. Por eso no me queda claro quién es el dios justo de tus dos testamentos. ¿Lucifer acaso, que jamás maldice, o tu padre y tú que nunca pierden la oportunidad de arrojar imprecaciones e improperios que compiten con el número de arenas en las playas? Sólo el prudente mortal Arquímedes tendrá, si se lo solicito, la respuesta a mi pregunta. Pero ésta es una cuestión que implica algo más que números.
”En la Biblia los problemas nunca se resuelven razonando. Las oraciones y las maldiciones se encargan del trabajo. En uno de los libros de la Sagrada Escritura, un hombre detiene al Sol con un conjuro, en otro, un hombre regresa del Hades con un “abracadabra” tuyo. ¡Y a las sacerdotisas del templo de Apolo ustedes las llaman hechiceras! ¿Qué saben tu padre y tú de la duplicación del cubo que detendría una epidemia de peste? ¿Puede tu omnipotente trinidad, sin usar regla y compás lograr la trisección del ángulo? ¿Puede el Espíritu Santo cuadrar el círculo? Las personas de la trinidad no saben quién soy, pero han mandado a Jesús para perseguirme y silenciarme. Tengo derecho de defenderme. Yo escojo las armas. Usaré razonamientos, por lo tanto, estás vencido.
”¿Quién es un Dios bueno? En la Biblia se dice: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”. Pues bien: yo hice la prueba y vi que tu dios no es bueno, aunque eso no necesariamente significa que Jehová sea malo. Hay quien confunde a un no-bueno con un malo. En el pensamiento de los dioses de la cristiandad hay muchos errores de este tipo, y deberé señalártelos con cierta consideración. En una de tus afirmaciones más descuidadas afirmas que: “Aquel que no está conmigo está contra mí”, lo cual es error lógico que puedo señalarte con un ejemplo. Yo no estoy con el mortal Bush, pero eso no significa que esté contra él. Hace mucho tiempo que los problemas de los hombres comunes me tienen sin cuidado. Sólo departo con filósofos y matemáticos. ¿Te imaginas si yo estuviera en contra de todos los dioses? Mira en esta sala”.
(A regañadientes, Jesús dirige su mirada al tribunal. Cientos, miles, quizá millones de dioses están ahí. Nunca antes se había visto tanta pagana majestad. Uno no puede dejar de traer a la mente las palabras de Homero: “Los dioses son terribles en su resplandor”. Urano, Hermes, Afrodita, Gea, Poseidón, y tantos otros ocupan los primeros lugares. A continuación, cada daimon de los bosques se deleita en su puesto, y las ninfas y las oceánidas son ya legión. En un palco de honor están los dioses invitados del hinduismo, entre los que destacan los védicos Varuna e Indra, y después, la trimurti formada por Brahma, Shiva y Vishnú. Las miríadas de budas están un poco más atrás, y atrás. Parece que hay un buda detrás de otro buda. Jesús arquea las cejas. Los fiscales y los abogados emiten su voto sobre el acusado, y lo entregan a Atenea. Ella cuenta los votos satisfecha. Es posible que la razón gane este juicio.)
Atenea continúa: “Muchos de estos dioses son adorados hoy en día, y si se trata de números, sus creyentes son más numerosos que tus creyentes, aunque sé que a ti no te importan mucho los números, y serías capaz de llevarte al Cielo sólo a uno con tal de condenar al mundo entero, pues tú lo has dicho: “Muchos son los llamados, y pocos los elegidos”.
”Y así, llegamos a la amenaza que dirigiste a mi padre Zeus. No dudo que si está en tus manos, conseguirás derrocarlo. Eres un dios muy joven y altanero, y todos nosotros, seres olímpicos, ya estamos muy viejos. Con todo, mientras llega la hora de tu revancha, éste es tu juicio final, y yo te condeno al ostracismo. Saldrás del Olimpo al amanecer, y si vuelves, deberás hacernos una guerra leal. A mí, por ejemplo, tendrás que combatirme con argumentos, no con milagros ni demás majaderías”.
Jesús guarda silencio, y tras la sentencia, abandona la sala con paso grave y confiado. Presa de la duda, Atenea se vuelve hacia Dionisos, y le pregunta: “¿Por qué no me contestó nada?” Dionisos, con una sonrisa en los labios, replica: “¿Viste cómo miraba a Maya, la madre de Siddharta? Yo creo que Jesús está a punto de convertirse en budista”.

TELÓN

2 comentarios:

Barullo dijo...

¡Bien, Arias! Muy lindo cuento.
Entré a tu blog de la mano de una invitación de Atilio, y me parece que es muy bueno y te representa muy bien.
Saludos.

Enrique Arias Valencia dijo...

Hola, Barullo. Es un honor saludarte en esta entrada. Muchas gracias por la visita.