lunes, 7 de septiembre de 2009

Tarde de bronces, mediodía de ensueños en el ruedo

Enrique Arias Valencia

Para Eduardo Salceda Salinas, con verdadera gratitud

A: Ningún mexicano falta a la charreada.
B: Pues yo soy mexicano y nunca he asistido a una charreada.
A: Entonces no eres un mexicano verdadero.


En compañía de su madre, mi queridísimo amigo Eduardo Salceda me ha invitado a un espectáculo de charrería en un lienzo charro. Arte del jinete ducho, el espectáculo quizá recordaría las gauchadas a nuestro estimado argentino Fernando G. Toledo, el coleo de toros al venezolano Simbol, el rodeo chileno a nuestro camarada Perro, el rodeo gringo a Anthares, y las corridas de toros al hispano Dark Packer. Sobre este último, a veces pienso que ningún español verdadero usaría un apodo como el que se atreve a ostentar en lengua inglesa uno de los rostros de la oscuridad. Sobre todo si recordamos que la españolísima corrida de toros es la madre de todas las prácticas anteriores.

Fue así como quiso la providencia que el Núcleo Radio Mil celebrase su Tercera Justa Pozolera en el Lienzo Charro de Constituyentes. Me inclino a creer que charro se deriva de chauch, que en mozárabe andaluz significa jinete. Parece que la voz también inspiró el argentino gaucho. Luego, la charrería es uno de esos deportes que se practican a caballo. Como es mi fatal costumbre, no puedo ser fiel en los detalles, sólo un exaltado reseñista de sentimientos.

Gracias a Dios que mi amigo Eduardo estaba cerca para explicarme las suertes. Si algo tienen de acertadas mis descripciones a él se las debo. Lo errores, son como ya es costumbre, hijos de la razón de las sinrazones de un servidor. La mía es la visión del esteta, no la del experto. Fueron las agudas observaciones de Eduardo Salceda las que me convencieron de que la charrería es un deporte por lo recio, pero también es un arte por lo preciso. Blasco Ibáñez nos acostumbró a la sangre y la arena. Por fortuna vi poca sangre y mucha arena. El ruedo recuerda el de las corridas de toros. La manga estaba inhabilitada por un templete de cimbra donde varios cantantes subieron a lo suyo.

Las suertes charras alcanzan el número de diez. La primera, el desfile de los equipos. Un estandarte de cuero acompaña a varios caballos. Corceles son pinceles en un lienzo de arena. Los pintores son los jinetes, su trazo se percibe como movimiento; efímera pintura que no quiere ser perenne. Son las formas de la geometría del espacio en un espacio sin tiempo.

Cala de caballo. Para mostrar la obediencia del corcel, nada mejor que hacerlo recorrer el terreno justo para calarlo. Músculos bien entrenados, crin sedosa, cuerpo noble y siempre dispuesto a la montura.

La escaramuza de las mozas. Los encuentros y desencuentros comienzan en círculos y terminan en rectas que en orden preestablecido, jamás se encuentran. Todo un himno a la precisión. Indispensable el traje de Adelita o de charra. Si así fueran las escaramuzas de la guerra, la política internacional sería miel sobre hojuelas. El porte es toda una lección de elegancia.

Piales en el lienzo. Lazado de las patas de yegua. Los jinetes hacen suertes con la reata, círculos, óvalos y parábolas; los entendidos les llaman resortes, arcadas, espejos. El lazo entonces se apresta para el remate de rodada, la máscara o bigotona; o el desdén. No sé si se terminó chorreando alrededor de los cuadriles; pero seguro que no fue con los tirones de la muerte ni con el ahorcado. El caso es que en el momento conveniente, se arrojó el ineludible lazo. Fuste quemado es el aroma del ruedo. La juventud, lozanía y musculatura desbocadas son una impresión grata para el ojo sereno. El cuerpo que se mueve es un cuerpo hermoso. Galope recio y fatal caída.

Manganas. Inmisericorde lazado de las patas de un corcel. Me tocó ver varios derribos. Contemplar esta suerte me llevó a entender un curioso mexicanismo. Cuando alguien se tropieza y se cae, exclamamos “¡Riata!” Por extensión, cuando alguien se precipita aun sea en forma metafórica, también decimos “¡Riata!” El jinete que laza las patas delanteras del potro con la reata con el fin de derribarlo, lo explica todo. “¡Riata!” Desgraciado cuaco.

Jineteo de toro. A pelo, el charro monta un toro hasta que al final es derribado. Juro por Dios y por María Santísima que he visto aquí una excelente metáfora de la vida misma. ¿Cómo hará un verdadero descreído para jurar con tal de que los demás le crean?

Jineteo a pelo de yegua. He creído ver aquí una metáfora que me dice que es más fácil domar yeguas que otro tipo de hembras.

Extrañamos el coleadero, que desde la propia montura consiste en jalar la cola del toro con el fin de derribarlo.

Aunque parezca increíble, tampoco se mostró la terna en el lienzo, cosa que extraña pues es ésta la suerte más antigua de la charrería. Se trata de lazar a un toro con recia reata de la cabeza y de las patas y a continuación abatirlo. Es seguro que para los más conservadores a una charreada sin terna en el lienzo le falta algo, y quizá alguno sostenga que no se trata de una verdadera charreada. ¡Derecho de antigüedad, pues!

El paso de la muerte. Vi cómo se derribaba el jinete en su audaz intento por conseguir lo imposible. Saltar de una montura a otra, ambas a pleno galope. Polvareda de por medio, la vida es de los audaces, pero la muerte suele aguardar a los temerarios.

Quién sabe por qué, un charro se puso de pie en la silla de su corcel, e intentó hacer suertes con la reata. Fue increíble que al final de la justa se invitase a veintidós de la concurrencia a un breve partido de balompié. Hasta porterías de metal se montaron. Mi amigo no se aguantó las ganas, y saltó al ruedo. Yo literalmente miraba los toros desde la barrera, porque los organizadores de la charreada tuvieron a bien soltar un intempestivo bovino a los incautos jugadores. Mi amigo improvisó un capote con su chamarra. Los pitones estuvieron muy cerca de todos, y los cabezazos y embestidas del toro no pudieron faltar.

¿Qué tan mexicano es ser charro? ¿Qué tan charro es el mexicano? El traje de charro consiste en pantalón, chaparreras, botines, espuelas, camisa, saco, y sombrero de ala ancha. A veces el conjunto incluye brocados de plata. A continuación, la música. Un canoro mariachi, traje de charro, los bronces despiertos, una cantante vernácula de nombre Mariana montada en noble rocín, y uno que otro varón de cuyo nombre no quiero acordarme. Los bronces del mariachi, las trompetas, siempre me hacen pensar en esa canción que en voz de Jorge Negrete se ha hecho característica de México, Aunque lo quieran o no:

Y aunque lo quieran o no
ser charro es ser mexicano
sencillo, valiente y sano
franco de a carta cabal.

Para que un mariachi sea un verdadero mariachi debe incluir los bronces de las trompetas. Sin embargo, esto no siempre fue así. Dicen los que saben que fue Emilio Azcárraga Vidaurreta, fundador de la estación de radio XEW quien dotó de trompeta al mariachi. ¡Claro!, para que el conjunto luciese mejor en las transmisiones radiofónicas.

¿Qué tan verdaderamente mexicano es el chocolate, el maíz, el aguacate, el quelite, el chile y el guajolote? Eduardo y su madre me invitan un sabroso y mexicanísimo pozole: caldo de maíz, carne maciza, orégano, chile piquín, tortillas en tostadas, aguacates y sal. Un refresco acompañó el almuerzo, y un trago de mezcal aguardentoso nos terminó de quitar la sed.

Todavía tuve tiempo de deleitarme con la vista de una que otra belleza humana. Los sombreros vaqueros y de charra, las botas y botines, las faldas largas o en su defecto el pantalón de mezclilla son indispensables entre las jóvenes en este tipo de espectáculos.

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