jueves, 15 de octubre de 2009

Retrato de mi madre adolescente

Enrique Arias Valencia

Yo soy la madre del amor hermoso.
Ecle. 24:16



Preludio

El broncíneo fragor del trueno perfiló con fúnebres acordes la escena. El relámpago se encargó de iluminar el cuarto que se había quedado a oscuras debido a una interrupción de la energía eléctrica. En la cama, un pequeño luchaba en vano por respirar ahogado por el asma. Aterrado, el niño escuchó a su joven madre recitar esta oración: "Si es tu voluntad llevarme a mí para que mi hijo sane, que así sea; pero que se haga tu voluntad y no la mía". Al fondo de la escena, el padre estaba reducido a un ovillo de llanto y angustia.
La madre tomó con fuerza la mano de su hijo. "Sólo mamá es fuerte en los momentos difíciles" razonó el niño, pero no se lo dijo a nadie. El ataque había pasado, y el chiquillo preguntó a su madre: "¿Qué vamos a hacer ahora?" Ella contestó: "Ya pensaré en algo". Tras un beso, él confió en el pensamiento de mamá y se durmió.
A la mañana siguiente, en silencio, el niño pensó: "¿Qué Dios sería tan malvado para poner en peligro la vida de mamá? ¿Qué Dios sería tan malo para escuchar esa oración?" Desde entonces el niño temblaba cada vez que tenía que recitar el Padrenuestro al llegar a este punto: "Hágase tu voluntad".
Tras muchas pruebas y errores, pensando y pensando mamá consiguió y dar con la mejor solución en un hospital. "El poder de mamá reside en el poder de la razón", fue la conclusión del niño y fue su sueño aprender a razonar.

Mamá bebé

No sé si fue fruto del azar que yo haya tenido el privilegio de tener una mamá como la que tengo, pero a mí me gusta pensar que sí, que es fruto del azar, y entonces tendría algo que agradecerle al azar. Quizá fue un error o quizá fue Dios. A quien haya sido, se lo agradezco. Pero, y ahora, ¿qué sigue?
A veces, después de besar sus mejillas, surcadas de arrugas, no puedo evitar decirle: "Eres el bebé que no pienso tener". Mamá es la eterna niña, dulce y amable, indisciplinada y creativa. Ser criado por mi madre fue crecer en medio de juegos y canciones. Mi madre no me leyó la Caperucita Roja; mi madre escribió para mi hermano y para mí cuentos en donde vertió sus más atentas facultades.

Madre Universal

En el principio fue un óvulo y el óvulo era esférico y el óvulo estaba en el tiempo y el tiempo era el tiempo de Dios. El Sai Baba tiene razón cuando dice que "La madre es el primer Dios de uno". Y yo añado: y es el único del cual puedo dar cuenta de su existencia. Con su creatividad e infantilismo, mi madre es un Dionisos bebé. Por eso así saludo a mi madre: "El Buda maduro que hay en mí saluda al Buda bebé que hay en ti". Mi madre es un Buda de ojos tristes y de sonrisa deliciosa.
Los siguientes halagos a los sentidos: un beso en la mejilla, una palabra de aliento, una mirada de alegría, el perfume del cabello de mamá son el preámbulo del carácter de un hombre que siempre exigirá pruebas de la existencia contundente de lo que se afirma con contundencia.

El rival de mamá

El calor de la leche materna, la dulce mirada de los ojos verdes más intensos del mundo fueron el amparo del genio que se gestaba en mi intelecto. ¿Qué más podía pedir?
Por eso, cuando mi madre misma me dijo que había alguien que me amaba más que ella, no le creí. Mamá me habló del amor de Dios; pero si ella me había dado muestras de amor, yo tenía el derecho de pedirle pruebas a Dios de su amor. El amor de mi madre es un amor tangible; el amor de Dios es una acrobacia de la fe.
Jesús dice algo tan fanfarrón y tan desconcertante que cada vez que lo leo no dejo de admirarme: "Dichosos los que creen sin haber visto". Y yo puedo replicarle: dichosos los que gozan del cariño de una madre, aquí en la Tierra, la única que hay y en realidad la única que he visto.
Dios no puede amarme tanto como dicen que me ama, porque el amor se demuestra con hechos y no exigiendo una fe a ciegas. La fe a ciegas es un pecado contra la razón porque nos hace descansar en un prejuicio: Dios es bueno.
Es por eso que el único pecado de mi madre fue haber pretendido inculcarme la devoción a un Dios ininteligible. Por eso, todas las noches éste es mi único rezo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué no me has abandonado?"


Una mentira blanca

Éste es el problema: mamá me mintió. Me dijo que Jesús me ama, y que por eso yo debo amar a Jesús, y eso no es cierto. En consecuencia, mamá no supo inculcarme una religión porque cuando uno tiene una buena madre la religión sale sobrando. Pueden hacerme pensar que Dios me ama, pero he podido sentir el amor de mamá, y un sentimiento vale más que mil pensamientos.

Los milagros de mamá

Dicen que Jesús convirtió el agua en vino. Yo no lo vi, pero de haberlo visto, de cualquier manera a mí no me hubiera sorprendido porque no me gusta el vino. Mamá convirtió su amor en leche, y me la dio a beber. Eso sí es un milagro, y un milagro discreto, sin pretensiones de omnipotencia ni de redención. Tan sólo el suave murmullo del corazón de la mujer que alimenta a su criatura desvalida.

Un Dios mortal

Cuando mi madre muera, ¿quién podrá sustituirla? Ni siquiera podrá Dios con sus truenos y relámpagos, cencerros del amor vulgar del mundo mentiroso de los Cielos.
La naturaleza, más sabia pero también más astuta que Dios, planeó la existencia de la novia para paliar la carencia de la madre en el corazón del hombre. Pero la verdad sea dicha, ¿Quién como mi madre?

El bebé gerbo

Mi madre no es una santa, porque la santidad es cosa de seres celestiales, y sé de buena fuente que mi mamá nació en la Tierra. Yo nací entre algodones. Con una madre tierna e inocente es natural ser un hombre desvalido. Por eso yo aún a mis treinta y cuatro años de vez en cuando sueño ser un bebé gerbo, una pequeña rata de campo cuyo corazón se agita con violencia frente a la intangible presencia del mundo. Yo no tengo un niño interior a quien sanar, más bien soy un niño caprichudo que debe aprender a madurar.
Los defectos de mamá son fruto de los vaivenes de la evolución. Amar a un hijo es lo único que sabe hacer una madre, pero el amor también empalaga, y en exceso, puede llegar a enfermar. El amor de la madre, el verdadero amor, el amor de los seres humanos no es omnipotente y por eso no es perfecto.
Si uno está sólo acostumbrado a lo mejor, desarrollará poca tolerancia al dolor. Y no hay nada más doloroso que lo feo. Y el mundo el mundo de afuera, el mundo real fuera de los brazos amorosos de mamá, es el mundo gobernado por el horrible trueno de Jehová. Y sin embargo, creerse Dios es la convicción natural de un hijo amado.
La pregunta cuya respuesta los terapeutas esperan escuchar de su paciente es: ¿qué es lo que no te dio tu madre? Y yo en mi caso, también tengo una respuesta. La disciplina de la belleza, lo cual significa que mamá está fea.

Un Edipo esteta

El Edipo griego yace en el lecho con su madre. Edipo esteta sabe que eso no es de buen gusto, y busca a una chica como mamá sin ser idéntica a mamá para formar una pareja.
Al intelecto no se le puede engañar. El subconsciente quizá se conforme con sucedáneos, pero el intelecto siempre sabe lo que quiere, y no descansará hasta que lo obtenga. Y mi intelecto es esclavo de la belleza. No tengo ni idea de dónde salió esa obsesión, pero ahí está. Para superarla, a veces me gusta pensar, tal y como dijo Krishna: "No durará".
Yo sé muy bien que si de mamá dependiese, ella me conseguiría una novia tal y como yo la quiero. Pero eso no depende de mamá. Eso depende de mí. Así, pues me aventuro fuera de los brazos de mamá para buscar un amor tan tierno, dulce y amable como el de mamá. ¿Y qué sucede? ¡Oh, desilusión! No hay ni puede haber nadie mejor que mamá. Muy al contrario, las mujeres del mundo real son más bellas que mamá, pero su corazón está reservado para hombres que no son como yo.
Soy un hombre delgado, sin rasgos bellos, desaliñado y muy desgarbado en el habla, en el trato y en los modales. Y por experiencia sé que las mujeres bellas prefieren a los hombres que son más gordos, más exitosos y más educados que yo. Yo no me pondré un abrigo negro para decir quién es mi padre ideal; yo saldré a bailar desnudo porque mamá no se dio cuenta de que me salí sin bufanda a la calle.

La Editorial Yug

Mi trabajo es muy parecido a mi casa. Cada tocayo es como un hermano para mí. Por su parte, Monique, Rebeca, la señora Gail, Ady, Mónica, Frida y Paty tienen calor maternal. Laura era tan bonita como la mujer que quisiera llegar a amar,* y Ricardo es tanto o más estricto que mi padre, y yo sigo siendo el niño malcriado que siempre se pregunta: ¿Por qué es malo no creer en Dios?** En la editorial he podido declarar abiertamente la muerte Dios, pues soy periodista. Me han dado así un espacio para compartir mis ideas. Quizá sea cierto que Dios es omnisciente y omnipotente, pero es más cierto aún que Dios no es omni agradable.


Mamá no lo sabe todo

Y yo tampoco. Estoy atascado en un punto de mi vida que sólo me demuestra que el reino del genio no es de este mundo. Hoy mi madre pasa parte de su tiempo mirando televisión, pero hace mucho tiempo, ella me enseñó a leer. Respeto su tiempo porque ella sabe cómo emplearlo mejor, pero ya no puedo mirar la televisión junto a ella. Prefiero la compañía de un libro.
Nada puedo hacer para remediar mi situación, pues yo mismo soy el retrato adolescente de mi madre, y a pesar de todo sólo busco a una mujer bella que me ame. Una contradicción en los términos según lo que he podido constatar. Dios es la idea más bella y la mujer es la criatura más hermosa. Mi alma sólo aspira a la belleza, por eso frente al desdén de la belleza, bien puedo preguntarme: "¿Qué es más bello que Dios y la mujer?" Y mi alma responde: "La libertad". Por eso estoy de acuerdo con Federico García Lorca cuando afirma: "En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida". Y por eso soy libre para alejarme de Dios, de la mujer y la belleza. Más allá de Dios está la razón, la libertad del pensamiento, porque en el tiempo primordial mamá me enseñó a pensar en algo cuando todo ha fallado.

Elogio de la razón pura

La pregunta crucial es: ¿qué es lo que no me dio mi madre que busqué en la señorita innombrable? Y la respuesta es: belleza física. Ahora bien, como ya he visto que es imposible que encuentre a alguien con belleza física, que ame y que me ame, no podré satisfacer esa carencia. Y como la obsesión es fruto de la carencia, por lo tanto la obsesión no va a irse nunca. No se trata de que me ponga a rezar a un poder superior, porque yo sólo lo haría por conveniencia, y tampoco lo haría porque ese poder superior me parece que ha estado mudo desde hace mucho tiempo. ¿Cómo confiar en mis emociones y en mis instintos si fueron ellos los que me metieron en este lío? Además de que han pasado los meses y no han dicho "esta boca es mía". No obstante, si le doy una oportunidad a la razón, quizá sea ella quien me rescate, tanto de la obsesión como de la carencia. No creo contar con un mejor recurso para enfrentar el problema.
Ha llegado la hora de que anuncie de nuevo, junto con Hegel, la muerte del arte porque no me entusiasman ni la música sacra (sobre todo la coral: "¡Buuuuuuh!"), ni el cine, ni la literatura. Mi entusiasmo está en la concepción de la idea, el nacimiento del concepto. Por lo tanto, el arte es cosa del pasado, y no puedo esperar que el arte me redima. Muere con el arte el insoluble problema de la belleza, si bien la belleza puede vivir en el mundo ordinario todo el tiempo que quiera.

La sonrisa de la razón

Las emociones en su unidad intangible son incomprensibles. Sólo los estados del intelecto me permiten hacer contacto con mis sentimientos. Y el mejor de los sentimientos se puede expresar por medio de la sonrisa, atemperada por el juicio de la razón.
Las emociones ofuscan el entendimiento. El juicio lo potencia y lo realza. Ya el mismo Kant sostenía que la razón posee tres facultades: el entendimiento, la razón y el juicio. Según Kant la armonía de la las facultades era una cuestión estética. Mas yo replico ahora que la armonía de las facultades es un asunto que resuelve la sonrisa de la razón.
Sonreímos cuando resolvemos un problema, y la razón sonríe cuando se deleita con un problema del juicio. Por ejemplo: A dice que B miente y B dice que A dice la verdad. ¿Quién tiene razón?
La nueva labor del juicio, es por lo tanto, conjetural antes que estética, y la razón se alza victoriosa con la alegría del entendimiento del concepto. Abandono en paz a la belleza en el mundo ordinario y me entrego a los brazos de la filosofía, más ciertos que los brazos de Dios y más amables y accesibles que los de la belleza. Por supuesto que esto significa quedarme solo, pero más vale solo que mal acompañado, y además, tal y como dijo Schiller "El grande se encuentra solo en la cima de su poder". Y el entendimiento es lo más grande que tengo. Por eso la sonrisa de la razón es la despedida de la belleza y la llegada de la respiración atenta. Un pensamiento profundo sólo puede ser producto de una respiración profunda.
Bien sé que por momentos parece que nadie puede competir con mamá, sin embargo mamá es incompleta y el ideal de la razón sería entonces mamá y su incompletitud.
Asumiré las consecuencias de mis actos como producto de mi responsabilidad. Soy un diminuto elogio de la razón y nada más, pero también, nada menos. No voy a hacer otra cosa, sino disfrutar mi libertad sin rendirle cuentas a Dios ni a mujer alguna que no sea mi mamá. Y no hay mejor madre que la razón. Y si no lo creéis, preguntadle a mi mamá.



* Esto lo escribí en 2006. En 2008, ¡Por fin! conocí el amor. La relación ya terminó, pero al menos tuve la oportunidad de amar y ser amado.
** Tras el paso de los años, veo que la pregunta debe plantearse así: "¿Es malo no creer en Dios?" Y la respuesta atea es "No". A las conversaciones con Preacher, con Atilio, con los dos Fernandos y con Barullo, debo el fruto de ese "No".

© 2006 Enrique Arias Valencia