Enrique Arias Valencia
Hace unos meses, mi tocayo el señor Rojas me aseguró que ya estaba harto de las películas en las que los nazis eran los malos y los aliados los buenos. En mi fuero interno discurro: “Si bien no soy un enamorado del cine, si me invitan voy, incluso a ver películas de corte tan simplón”. Y hete aquí que el sábado pasado mi amiga Rosa Angélica me ha invitado al cine. Hemos visto Sonata para un hombre bueno. Esta noche, ella me da a leer un ensayo sobre la obra mística de Lanza del Vasto, el discípulo católico de Gandhi. Se trata de un trabajo en el que el poeta Javier Sicilia expone, entre complejos y apasionantes temas, que el místico vive más allá del bien y del mal. Es así que mi católica compañera de cuitas cinéfilas y literarias, Rosa Angélica, me ha preguntado cómo puede ser que el místico se las arregle sin el bien y sin el mal, pues para ella éstas son categorías esenciales de la realidad.
Como algo sé del tema, intento explicárselo con un ejemplo.
Durante la película Sonata para un hombre bueno, vemos que el 12 de diciembre de 1937 sin previo aviso se desata un ataque aéreo japonés a Nankín, una ciudad china donde había una importantísima empresa multinacional. A John Rabe, director general de la fábrica, y de nacionalidad alemana, se le ocurre desplegar en el patio una bandera nazi porque supone que al ver dicho emblema lo respetarán los cazas japoneses, cuya nación era aliada de Alemania. El truco da resultado, y un puñado de chinos se protegen bajo un enorme pendón nazi. Si la bandera nazi fuera esencialmente mala, no podría haberse usado para tal fin. Luego, el mal que hay en los símbolos nazis es una ilusión.
Mi amiga alega que tal cosa fue circunstancial; a lo que entonces replico:
Dios no puede ayudarme en forma circunstancial, porque no es esencialmente existente.
Católica al fin, ella intenta replicar que eso está por verse; pero le recuerdo que yo sólo aspiro a hacerle ver cómo el místico se las arregla para vivir más allá del bien y del mal.
Por cierto, la malvada Lísida fue una de las personas que me han ido paulatinamente convenciendo de que no existen el bien y el mal. Y la llamo malvada no porque lo que me hiciese fuera algo malo, pues ella me abandonó; y eso no es malo, sino que es la expresión de su libertad, a la que no puedo oponerme; pero sí puedo contestar con mi pesadumbre, pues soy hombre y en esa medida yerro y desentono.
Quizá sea muy peligroso que haga yo la siguiente observación en este párrafo, pero de todas formas me arriesgo: soy un ateo existencial que ya ha comenzado a subir la cumbre del ateísmo esencial. Y escalo sin equipo de alpinista, y quizá lo único que consiga sea partirme el hocico en aquella pendiente resbaladiza que ya diviso.
Y aquí parto: la peli de reciente factura rompe un tabú y muestra que no todos los nazis eran “malos”, y si mi tocayo la viese, quizá le agradaría. Yo le doy un diez a Sonata para un hombre bueno y la recomiendo amplia y cordialmente.
¡Salud e inquieta alegría!
Para Rosa Angélica, por el séptimo arte.
Hace unos meses, mi tocayo el señor Rojas me aseguró que ya estaba harto de las películas en las que los nazis eran los malos y los aliados los buenos. En mi fuero interno discurro: “Si bien no soy un enamorado del cine, si me invitan voy, incluso a ver películas de corte tan simplón”. Y hete aquí que el sábado pasado mi amiga Rosa Angélica me ha invitado al cine. Hemos visto Sonata para un hombre bueno. Esta noche, ella me da a leer un ensayo sobre la obra mística de Lanza del Vasto, el discípulo católico de Gandhi. Se trata de un trabajo en el que el poeta Javier Sicilia expone, entre complejos y apasionantes temas, que el místico vive más allá del bien y del mal. Es así que mi católica compañera de cuitas cinéfilas y literarias, Rosa Angélica, me ha preguntado cómo puede ser que el místico se las arregle sin el bien y sin el mal, pues para ella éstas son categorías esenciales de la realidad.
Como algo sé del tema, intento explicárselo con un ejemplo.
Durante la película Sonata para un hombre bueno, vemos que el 12 de diciembre de 1937 sin previo aviso se desata un ataque aéreo japonés a Nankín, una ciudad china donde había una importantísima empresa multinacional. A John Rabe, director general de la fábrica, y de nacionalidad alemana, se le ocurre desplegar en el patio una bandera nazi porque supone que al ver dicho emblema lo respetarán los cazas japoneses, cuya nación era aliada de Alemania. El truco da resultado, y un puñado de chinos se protegen bajo un enorme pendón nazi. Si la bandera nazi fuera esencialmente mala, no podría haberse usado para tal fin. Luego, el mal que hay en los símbolos nazis es una ilusión.
Mi amiga alega que tal cosa fue circunstancial; a lo que entonces replico:
Dios no puede ayudarme en forma circunstancial, porque no es esencialmente existente.
Católica al fin, ella intenta replicar que eso está por verse; pero le recuerdo que yo sólo aspiro a hacerle ver cómo el místico se las arregla para vivir más allá del bien y del mal.
Por cierto, la malvada Lísida fue una de las personas que me han ido paulatinamente convenciendo de que no existen el bien y el mal. Y la llamo malvada no porque lo que me hiciese fuera algo malo, pues ella me abandonó; y eso no es malo, sino que es la expresión de su libertad, a la que no puedo oponerme; pero sí puedo contestar con mi pesadumbre, pues soy hombre y en esa medida yerro y desentono.
Quizá sea muy peligroso que haga yo la siguiente observación en este párrafo, pero de todas formas me arriesgo: soy un ateo existencial que ya ha comenzado a subir la cumbre del ateísmo esencial. Y escalo sin equipo de alpinista, y quizá lo único que consiga sea partirme el hocico en aquella pendiente resbaladiza que ya diviso.
Y aquí parto: la peli de reciente factura rompe un tabú y muestra que no todos los nazis eran “malos”, y si mi tocayo la viese, quizá le agradaría. Yo le doy un diez a Sonata para un hombre bueno y la recomiendo amplia y cordialmente.
¡Salud e inquieta alegría!
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