miércoles, 28 de febrero de 2007

Resurrección redentora

Resurrección redentora
Enrique Arias Valencia

“Mi tiempo aún está por llegar”.
Mahler

La Sociedad Coral Cantus Hominum acaba de participar en la ejecución de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler en la Sala Silvestre Revueltas; lo cual me invita a reflexionar sobre este compositor, pues escribir sobre Gustav Mahler es remitirme a uno de mis ídolos de juventud, aquellos en quienes creí cuando parecía que las verdades eran ciertas, y el mundo tenía pinta de ser un hogar mejor. Dicen los entendidos que Mahler compuso sus sinfonías como si fuesen una sola obra. Además, a Mahler le gustaba componer con base en un programa, si bien él mismo eliminó después cualquier referencia programática en sus sinfonías. También estaba interesado en la filosofía. De modo que quizá con estos elementos pueda hacer algunos apuntes sobre Mahler.
A veces me gusta jugar con los elementos nietzscheanos de El nacimiento de la tragedia. Así, si Apolo es pensamiento, entonces Dionisos es intuición. Y como no podemos pensar sin palabras, por consiguiente Apolo es palabra. La música es la mayor intuición. Y en vista de que a Dionisos le agrada la mayor intuición, en consecuencia, a Dionisos le gusta la música en grado sumo. Es así que la reunión de la palabra de Apolo y la música de Dionisos en esta sinfonía será por parte de un coro que aparecerá en el quinto movimiento.

Primer movimiento
“Yo moriré para vivir”.
Gustav Mahler

Resulta que el Titán de la Primera sinfonía ha muerto. Por lo tanto, el primer movimiento de la Segunda sinfonía es un Allegro moderato estructurado en una colosal forma sonata descubierta en ritmo de marcha. Mahler comentó sobre este movimiento: “¿Qué es la vida? y ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna continuación para nosotros? ¿Es esto un puro sueño o esta vida y esta muerte tienen un significado? Y nos vemos forzados a contestar a estas preguntas si queremos seguir viviendo”. Y sin embargo, no quisiera contestar a estas preguntas, pues me deleito más en la esencia de su enigma que en el supuesto esplendor de su respuesta. No dejo de recomendar el trémolo de violines y violas que sirve de base para uno de los temas fúnebres más colosales que violonchelos y contrabajos hayan ejecutado jamás.

Segundo movimiento
Sigue un Andante moderato que fue una de mis piezas favoritas en mi juventud. De hecho, el comentario de Mahler para este movimiento es que se trata de “Un momento de la vida de la persona desaparecida y un recuerdo de su juventud y su perdida inocencia”. Recuerdo el papel de la flauta en este Rondó y variaciones. La música parece una llamada a preguntar ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Tercer movimiento
Y entonces los timbales nos conducen a un Scherzo basado en la canción de Mahler “San Antonio de Padua predica a los peces”: una de las más deliciosas melodías con aire judío que hace que le dé gracias a Dios por haberme dado oídos. Las maderas se encargan de llevar la voz cantante en esta composición sinuosa. Mahler introdujo un contraste: tres llamadas de los metales parecen interrumpir la melodía de vez en cuando.

Cuarto movimiento
El cuarto movimiento, a cargo de una contralto, se llama “Luz prístina” y es una traslación literal de una canción de un libro de poemas cuyo título es El cuerno mágico del doncel o algo así. Mahler estaba muy interesado en esos versos, frutos deliciosos de la tradición popular, y musicalizó varios de ellos. De hecho, el “San Antonio” del Scherzo anterior también había sido puesto en voz por Mahler, pero en esta Segunda sinfonía prefirió transcribirlo para orquesta.

Quinto movimiento
“El amor de Dios en el hombre es Dios”.
Pedro Ruiz de Alcaraz (s. XVI)

¿Qué estarás haciendo el Día del Juicio Final? Ésa es la pregunta. Llegamos así al más metafísico de todos los movimientos de esta sinfonía. Los contrabajos preceden a una grandiosa explosión que le pone punto final al mundo tal y como lo conocemos. En palabras de Mahler: “Retumban los truenos, el final de todas las cosas vivas se avecina, el juicio final está sobre nosotros y todo el terror de ese Día entre los días nos atenaza”. Mahler se atreve a escribir la partitura que ejecutarán las trompetas del Apocalipsis. No contento con eso, toma prestado el Dies irae de la Edad Media para que intervenga en esta composición. Un ruiseñor solitario, representado por la flauta entona un postrer responsorio con las trompetas del Juicio Final. Y de pronto, un coro en un dulce pianissimo hace su aparición, y entonces sucede lo más maravilloso que músico alguno haya escrito jamás: la resurrección anunciada por Mahler es una tierna caricia de un Dios clemente y compasivo. Si Dios admitiese sugerencias para el día del Juicio Final, nada me gustaría más que atendiera a las palabras de Mahler sobre la resurrección de los muertos: “Un coro de santos y bienaventurados se escucha quedamente: «resucita, sí, resucitarás»; ¡aparece la Gloria de Dios! Una luz maravillosa llena nuestros corazones, todo está ya bendito. Y, atención, no hay Juicio, no hay pecadores, no hay justos –no hay grandes ni humildes–, no hay castigos ni recompensas. Un glorioso sentido del amor nos invade con el conocimiento de sabernos salvados”. En lugar de una resurrección apocalíptica presidida por gritos descomunales, Mahler imagina a los muertos levantarse de sus tumbas al amparo de una melodía que casi parece un arrullo: una serena canción de cuna que el coro entona con matices de inocente disonancia y cambios de ritmo de gran valor expresionista. Poco después, la contralto nos exhorta a recuperar la fe. Y el coro interviene de nuevo para festejar en pleno una salvación musical. Mahler lo ha logrado: ha compuesto una sinfonía que supera a la Novena de Beethoven por su valor redentor universal. Que Dios nos ame con toda la capacidad de un Dios personal. Que Dios nos perdone con toda la fuerza de su misericordia, y que Dios nos guíe con todo su poder paternal. Ése es mi mayor deseo para el Día del Juicio Final.

sábado, 24 de febrero de 2007

Segunda Sinfonía de Mahler

Segunda Sinfonía de Mahler

Enrique Arias Valencia

"Deja de temblar, prepárate a vivir".
Klopstock


La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, la soprano Conchita Julián, la mezzosoprano Ana Caridad Acosta, la Sociedad Coral Cantus Hominum, el Coro de la Secretaría de Marina, todos bajo la batuta de Enrique Barrios, en la Sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli han participado en la ejecución de una de las sinfonías más maravillosas que existen, al menos en opinión de quien esto escribe.
Tuve oportunidad de asistir al concierto del sábado 24 de Febrero de 2007 en el cual se presentó la Segunda sinfonía en do menor, Resurrección de Gustav Mahler, una obra que estimo por su mensaje que en definitiva dice: “Sal a vivir”.
Estuve acompañado por mi hermano y un amigo, aunque distribuidos en la sala pude reconocer a muchas otras entrañables amistades. La obra está llena de efectos especiales, como la dotación de una fanfarria que toca fuera de la sala, para que se escuche en la distancia. También los aficionados podemos jugar a reconocer los temas que influyeron a Mahler durante la composición de esta obra. Es así que el trémolo del primer movimiento recuerda la quinta vacía con la que comienza la Novena sinfonía de Beethoven, trémolo que tomará Wagner para la obertura de El holandés errante.
Por lo tanto, Mahler es el heredero del posromanticismo. De hecho, el primer movimiento, una colosal forma sonata que dura más de media hora, es sin lugar a dudas, una grandiosa desintegración de la forma sinfónica.
El segundo movimiento deleita por los timbres precisos de los instrumentos, pues en medio de la gigantesca orquesta, el arpa y sus amigos destacan cada vez que actúan, por lo tanto, la densidad del sonido no devora a los protagonistas.
La enorme ironía del tercer movimiento marca una sinuosa melodía cuyo ritmo se entresaca con la participación de las percusiones.
La mezzosoprano del cuarto movimiento nos prepara para la experiencia de la fe.
Y entonces llegamos a los Scherzos del último movimiento. Los metales, las fanfarrias en la lejanía, el desesperado canto de la flauta y la llegada del juicio final nos convocan a una llamada vocal de un coro etéreo que surca el espacio hasta la Gloria de Dios. La resurrección que plantea Mahler es para todos: es una salvación universal, fruto del amor de Dios. Y eso es el fortissimo del finale. Enhorabuena para la humanidad.

jueves, 22 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (4/4)

Enrique Arias Valencia

“La amistad no pide nada a cambio, excepto un poco de mantenimiento”.
Georges Brassens

Los afectos son un tema sustancial en los seres humanos. Hoy sabemos que los sentimientos nos permiten tomar decisiones. El asunto de los sentimientos es tan fundamental que nos cuesta llegar a la médula. Es un tema que camina entre lo psicológico y lo filosófico. Por eso son importantes los amigos, porque ellos nos ayudan a descubrir mejor nuestros sentimientos.

También por eso la amistad se basa en el contacto, pues así es como podemos conocernos. Como seres humanos, nos damos cuenta de que nos falta algo. Al descubrir que somos incompletos, buscamos el reconocimiento y el cariño de los demás. Aquel que responde a nuestro llamado, entregándonos su consideración, tiempo y respeto, bien podrá convertirse en nuestro amigo.

Cuando un amigo comparte con nosotros un estado de ánimo, enriquece nuestra alma con un nuevo punto de vista: quizá nosotros no podíamos ver un asunto con toda claridad. Él nos enseña una nueva perspectiva. Y así también nosotros buscaremos enriquecer la vida de nuestros amigos con puntos de vista, abrazos, sonrisas y palabras de aliento.
Nadie crece solo, el lenguaje lo aprendemos de nuestros padres, y las charlas de sobremesa las aprendemos a disfrutar con los amigos. Por eso la amistad florece en medio de palabras y se cultiva con gestos cordiales. Su fruto es la trascendencia: sabemos que hay un mañana porque tenemos buenos amigos.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (3/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta.
Ralph Waldo Emerson

Parafraseando a Aristóteles, bien podríamos decir que un amigo es un feliz encuentro entre dos cuerpos y una sola alma. Es decir, un amigo es alguien que nos entiende, a veces incluso más que nosotros mismos, por es eso un amigo es un encuentro que nos regocija.

¿Qué tipos de comunicación son importantes en una relación de amistad? La amistad es una fantástica mezcla de lealtad y sinceridad. Es por eso que un amigo nos espera sin cansancio. Un amigo sabe cuándo ha llegado la hora de preguntar: “¿Quieres que platiquemos?”

Un amigo nos enseña a disfrutar más de las cosas buenas de la vida, nos puede ayudar a no tomarnos tan en serio nuestros problemas, y también nos tiende la mano en momentos verdaderamente difíciles. Digamos, como dice el refrán que “Los verdaderos amigos son como la sangre acude a la herida sin necesidad de llamarlos”.

¿Cómo sabemos que estamos siendo buenos amigos? Los verdaderos amigos son un diamante bastante raro. Comparten con nosotros nuestras sonrisas y carcajadas, y con ello nos exhortan a que tengamos éxito, y nos enseñan que las palabras del corazón pueden compartirse en todo momento.

La confianza y la sinceridad son las semillas de una gran amistad. Si un amigo se preocupa por nosotros, compartirá tanto nuestros problemas como nuestros logros. El amigo más grande es aquel que sabe que no somos perfectos, pero que sí somos perfectibles. Un amigo experimenta como propios los sentimientos de su amigo, ya sean tristezas, ya alegrías. Por eso, dicen que Pitágoras estaba convencido de que la amistad es una igualdad armónica.

martes, 20 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (2/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

“En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”.
Proverbios 17:17

La amistad y el tiempo van de la mano. Nos sorprenden con su movimiento, y nos dan una lección con su juego de relaciones.

Confiar en el porvenir es un aspecto en el cual nuestra mente se muestra más abierta. Imaginar el futuro de nada sirve, sino para que nos sorprendamos con su caprichoso desarrollo. Nos cambiamos a un barrio que no conocíamos, entablamos amistad con los nuevos vecinos y un buen día nos aventuramos en el bosquecillo que rodea nuestra casa de los suburbios. Cuando le tomamos afecto a la casita, es tiempo de marcharnos porque las circunstancias así nos lo piden.

El espíritu tiene el poder de ayudarnos a admitir que el desapego no significa que el tomarle cariño a las cosas está mal, como tampoco está mal tener que abandonarlas si el destino nos lo exige. Pues hay amigos que sólo se ven una vez en la vida, pues sus sendas sólo se encontraron un instante.

También puede suceder que tengamos un amigo desde hace varios años, muy serio y correcto. El tipo jamás ha roto un plato, y un día nos dice que se ha casado con la primera tiple de un cabaret. Su acto nos sorprende y nos divierte. No sabemos que sucederá con nosotros y con nuestros amigos. La incertidumbre puede ser iluminada con la valentía del desapego y el buen humor de la esperanza.

Un amigo ensancha nuestro mundo de mil maneras preciosas. Nos hace ver cosas que permanecerían desconocidas para nuestros ojos, y es así como enriquece nuestros conocimientos. Por eso la escritora Anais Nin decía que “Cada amigo representa un mundo dentro de nosotros, un mundo que tal vez no habría nacido si no lo hubiéramos conocido”.

lunes, 19 de febrero de 2007

Ensayo sobre la amistad (1/4)

Enrique Arias Valencia

¿Qué es la amistad?

“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.
Aristóteles

Según el diccionario, “La amistad es una relación afectiva entre dos o más personas, o entre personas y animales”.

Compartir una sonrisa es la semilla de una gran amistad. Compartir una lágrima es el sello de que esa amistad perdurará mucho tiempo.

Cuando el destino nos abre una puerta, nos entrega a un amigo para que crucemos esa senda hacia lo desconocido. Los amigos nos extienden su mano para que tomemos nuevo impulso, así también nosotros extendemos nuestras manos en señal de cordialidad y unión; pues idealmente, la amistad debe ser recíproca. Sin embargo, hay casos de deliciosas amistades desequilibradas, que sólo Dios sabe porqué funcionan. Después de todo, la amistad es dar sin exigir. Por eso también la amistad debe estar dispuesta a perdonar. No debemos olvidar que perdonarse a uno mismo es renacer y perdonar a los demás es una puerta hacia la paz. Para los momentos espinosos, lo mejor es contar con muchos amigos, pues siempre serán bienvenidas varias perspectivas.

Los amigos que nos critican en forma constructiva son maravillosos, porque nos ayudan a sacar provecho de nuestras grandes potencialidades. Por eso también son muy valiosos los aplausos de nuestros amigos, pues nos permiten reconocer nuestros mejores dones.

También puede suceder que por el momento no tengamos amigos. Si ése es el caso, quizá deberíamos tratar de hacer nuevas amistades. Después de todo, cada nuevo amigo nos invita a hacer una labor de descubrimiento, es como el Cristóbal Colón de nuestra alma. Por eso dice Miguel de Unamuno que: “Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da”. Y sin embargo, ¡cuántas cosas recibimos de nuestros amigos! Alegrías, penas, chistes, apoyo y mil situaciones más.

martes, 6 de febrero de 2007

Ensayo sobre la santidad

Enrique Arias Valencia

¿Existe Dios? Y de existir, ¿cómo será? ¿Será un Dios tan viejo como el del hinduismo o tan joven como el del cristianismo? ¿Acaso se tratará de un Dios personal o de un absoluto impersonal? ¿Quién puede saberlo?
Fue el inmortal Borges quien dijo que la teología es una rama de la literatura fantástica. Ahora me gustaría añadir que Dios es la mayor fantasía, mayor que la cual nada puede fantasearse.
Soy un ateo en busca de Dios, si bien a veces creo que Dios no existe; por eso supongo que la santidad en caso de existir, sería una característica humana. Es decir, pueden ser santos los humanos aunque no haya Dios.
¿Qué es la santidad? Es una manifestación de bondad que distigue a la persona que la practica. No deja de sorprenderme el estilo literario de Benedicto XVI, quien en su primera encíclica Deus caritas est nos deleita con la idea de un Dios que es amor. La encíclica incluye un tiempo para el buen humor, y su estilo ágil nos invita a profundizar en el aspecto amoroso de Dios.
“El epicúreo Gassendi, bromenado, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!» Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma”. (18)
Esta unión inseparable del cuerpo y del alma llamada hombre vive la dimensión completa del amor. Una obra de amor vale más que mil demostraciones de la existencia de Dios. De hecho, Jesús dice que seremos juzgados por lo que hagamos y no por lo que demostremos con argumentos. Por su parte, Benedicto XVI sostiene que:
“3. Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos”.(19)
Sólo desde el punto de vista biológico podemos considerar al corazón como una bomba sanguínea. Desde un punto de vista más humano, el corazón es la fuente del amor.
Benedico XVI nos enseña así que hay, en general, tres tipos de amor: erótico, filial y agápico. Cada uno con una dimensión propia, y sin embargo, están comunicados. Por eso, si bien el Nuevo Testamento nunca emplea la palabra eros, Benedicto XVI nos conduce a un encuentro con el eros de Dios, el cual está unido con el agapé en una perfecta armonía.
Debido a que Dios nos hizo, él sabe qué es lo que necesitamos. Sabe que tenemos un cuerpo y un alma, unidos en nuestra condición humana. Por eso Dios nos amó primero en forma erótica y agápica, es decir, en forma plena. Cuando el hombre es capaz de sentir el amor de Dios, el mundo entero se transforma. Y el amor de Dios es fruto de la gracia y el hombre dispuesto puede siempre recibir el amor de Dios, en cuerpo y alma, por completo.

“10. El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona”. (20)

En el párrafo anterior Benedicto XVI nos muestra la perla del cristianismo: el perdón. ¿Qué es el perdón? Al margen de la Encíclica del papa, quisiera apuntar que perdonarse a uno mismo es un maravilloso renacimiento; perdonar a los demás es una puerta hacia la paz. Perdonar significa reconocer con amor los límites y defectos de la condición humana. Es así que quien perdona, ama, y quien ama, comparte. Y sin embargo, perdonar no es permitir un abuso, porque el perdón promueve el amor y no el sufrimiento.
Benedicto XVI demuestra un profundo respeto por las tradiciones precristianas y en lo que estas tienen de acertado sabe reconocer la semilla de verdad que contienen:
“Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre —aquello por lo que el hombre vive— era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor”. (21)
Muy bien: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”; ¿y cuál es el trato? Porque si hay amor hay una relación; ¿o no? ¿Y cuál es la actitud de Dios? Un silencio angustioso. Por eso, en un mundo tan neoliberal siempre me asalta esta pregunta: ¿Está Dios de más? Yo lo echo de menos. ¡Qué quieren que haga! Mi vicio es no creer en Dios, y sin embargo extrañarlo como a un amante muerto.
Es así que la santidad, en caso de existir es un asunto humano, y nada más, pero también, nada menos. Y en vista de que los seres humanos tenemos defectos y limitaciones, por lo tanto la santidad que yo anuncio es una santidad con defectos y limitaciones.
El saber de los sentidos no es todo el saber; eso podemos sentirlo. El conocimiento racional no agota el conocimiento. Eso podemos argumentarlo. Sólo el amor puede darnos una dimensión más amplia, más humana, más rica, más plena.
Amar es decidirse a ver las cosas desde una óptica nueva. ¿Qué importa si la realidad está constituida por átomos, quarks, supercuerdas, Apolo o Dionisos? El amor trasciende todas estas dimensiones, si bien puede perdonarlas. Después de todo, un conocimiento bien empleado podría salvarnos la vida. Pensemos en los triunfos de la medicina. Por eso el Eclesiastés dice que “Todo tiene su tiempo”. Divertirnos con las supercuerdas es interesante, pero el asunto del amor es irresistible. Y el amor nos lleva al perdón y el perdón nos lleva al amor. Perdonar es ver con amor los límites y defectos de los demás y es una cordial invitación a identificar y enmendar nuestros propios errores.
Los místicos nos demuestran que Dios puede invitarnos a vivir un delirio de amor. Para ellos es muy clara esta expresión de Benedicto XVI: “Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento”. El místico nos hace ver que es posible vivir un amor pleno y perfecto, que trasciende los límites y defectos de lo humano.


18) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 8.
19) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 6
20) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 14.
21) Benedicto XVI Deus caritas est, Arquidiócesis Primada de México, México, p. 17.

viernes, 2 de febrero de 2007

La experiencia de la alegría

Enrique Arias Valencia

La poesía más elevada es aquella que trata de los actos del hombre y nos descubre su contradicción. La tragedia nos habla del conflicto de la voluntad en su máxima y terrible manifestación, y siendo el hombre el lugar donde la voluntad se manifiesta con todo su horror y majestad, la tragedia es la obra donde se trata con poesía de la contradicción más intensa de la voluntad. La tragedia es la obra poética que habla del conflicto humano con la belleza de las palabras medidas.
No obstante, Beethoven recurrirá a una poesía ajena a la tragedia para culminar su Novena sinfonía. Tomará un himno de Schiller donde se exaltan la alegría y la fraternidad humanas. El himno A la alegría es un Trinkenlied, melodía para ser cantada mientras se escancia el vino durante un banquete. Una canción que nos redime del dolor de la vida y nos exhorta a una vida buena. Una vida buena acompañada por el vino tiene que ser una vida acompañada por un buen vino. Así lo señala Esteban Buch: “An die Freude se inscribe en una tradición de elogios a la alegría propia del siglo XVIII, marcada por la enunciación amistosa de las canciones báquicas, las Trinkenlieder. Schiller es de los primeros en asociar la alegría a un Weltgefühl, un «sentimiento del mundo»; la felicidad terrestre de la Humanidad desempeña en el texto un papel esencial”.15
Una vez que la sordera ha hecho presa de él, y tan pronto como ha aceptado su destino, Beethoven usará una divisa, “A la alegría por el sufrimiento”,16 frase que lo hermana con la tradición romántica que sabe ver el valor del sufrimiento, y que no lo rechaza, sino que lo asimila como parte del proceso que desemboca en la alegría. La alegría es un anhelo que muchos hombres comparten. Mientras más intenso sea nuestro anhelo, más intenso será nuestro dolor. Ante todo, debido a que todo anhelo brota como resultado de una carencia, y por lo tanto, de un dolor. Por eso, la calma transitoria de todos los anhelos, que se produce cuando el hombre se entrega a la contemplación de lo bello es por eso mismo, un elemento de redención. La serena mirada del Apolo del Belvedere es una invitación a entregarnos a lo bello: rendido al imperio de lo bello, el hombre apacigua sus anhelos y se abandona al placer estético, y por lo tanto, redime su dolor momentáneamente. Lo mismo hace por nosotros la música, porque nos invita a olvidar la falta de armonía que hay entre los hombres por medio de la armonía de las notas melódicas. La música, convertida en el lenguaje de la pasión, sin ser ella misma pasión, es el símbolo de una sociedad utópica en la que la emoción contribuye a la armonía de los hombres que conforman dicha sociedad. En el horizonte simbólico, la voz colectiva es inherente al coro báquico, y dicha congregación se expresa por medio de un himno A la alegría.
Schiller, en su himno A la alegría, retrata un ambiente equivalente al dionisiaco, pero expresado con el equilibrio de la forma apolínea de la métrica de la poesía:
“Alegría, bella chispa divina,
hija del Elíseo,
ebrios de tu fuego, entramos,
¡Oh celestial!, en tu santuario.
Tus encantos unen de nuevo
lo que rigurosamente separó la sociedad,
todos los hombres se hermanan
allí donde se posa tu suave ala”.17
Estos son algunos de los versos de Schiller que Beethoven toma para componer la parte vocal del finale de su Novena sinfonía. Miremos los cuatro primeros versos de este himno. En los dos del comienzo, la belleza es reconocida como alegría que procede de un mundo superior, el primer resplandor de Apolo. En los dos siguientes, se afirma que la manera de entrar a la residencia de la alegría es la embriaguez, el carácter de Dioniso. En el principio, están pues, la música y Beethoven, así como la poesía de Schiller; y el maridaje de estas artes afirma que lo verdadero es idéntico a lo divino, y lo divino es idéntico a la naturaleza, mensaje de la fuerza íntima presente en todo, y es en el arte donde se reúnen Apolo y Dioniso; arte que puede hacernos soportable la verdad terrible del fondo último de las cosas. La magia de la Alegría es el símbolo de la ascensión que es capaz de reunir aquello que la costumbre austera dividió pérfidamente. La Alegría es un estado del alma que en cálido abrazo fraterno se manifiesta en todos los seres humanos. Es producto de la ebriedad que incendia todas las divisiones, borra las fronteras entre los individuos.
El himno A la alegría de Schiller es una revelación que procede del mundo del ensueño y del deleite embriagador. La alegría honrada por la pluma del poeta es la preciosa hija de los más luminosos dioses, señores del mundo. Y en tanto que los amigos lo compartan todo, quien se haga amigo de los dioses podrá disponer del mundo. En conclusión: “Ama y haz lo que quieras”; decía San Agustín.


15 Esteban Buch, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001, pág. 85.
16 Beethoven apud. Esteban Buch, op. cit., pág. 174.
17 Friedrich Schiller apud. Kurt Pahlen, La música sinfónica, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963, pág. 124.

jueves, 1 de febrero de 2007

Cantares de experiencia

Enrique Arias Valencia

Debido a su sordera, Beethoven se deprimía tanto, que llegó a pensar que su vida era un abismo. Y sin embargo, hay contados ejemplos de individuos que muestren un grado similar de implacable coraje humano. Pareciera que la opinión que uno tiene del mundo en general depende del carácter espiritual que preside su sentido de identidad social. Por eso, Beethoven no puede inmolarse sin abandonar aquello que considera su identidad como persona en la sociedad: su música es aquello por lo que vive, porque su música es lo que le permite “acometer grandes acciones” con las cuales puede expresar “los más tiernos sentimientos de bondad” hacia la humanidad. Y en el sentido en el que Beethoven desea legar una obra a sus semejantes, comparte con el dios Prometeo su afán creador. El espíritu prometeico es aquel que busca redimirse en su creación. Y considera la libertad de la voluntad como acción del hombre.
El Scherzo de la Novena retrata la energía del carácter que sabe que triunfará a pesar de que tiene que enfrentar a un poder inmenso. Después de tan febril actividad, la dulce melodía del tercer movimiento es una invitación a reflexionar sobre nuestras metas de madurez.