Resurrección redentora
Enrique Arias Valencia
“Mi tiempo aún está por llegar”.
Mahler
La Sociedad Coral Cantus Hominum acaba de participar en la ejecución de la Segunda sinfonía de Gustav Mahler en la Sala Silvestre Revueltas; lo cual me invita a reflexionar sobre este compositor, pues escribir sobre Gustav Mahler es remitirme a uno de mis ídolos de juventud, aquellos en quienes creí cuando parecía que las verdades eran ciertas, y el mundo tenía pinta de ser un hogar mejor. Dicen los entendidos que Mahler compuso sus sinfonías como si fuesen una sola obra. Además, a Mahler le gustaba componer con base en un programa, si bien él mismo eliminó después cualquier referencia programática en sus sinfonías. También estaba interesado en la filosofía. De modo que quizá con estos elementos pueda hacer algunos apuntes sobre Mahler.
A veces me gusta jugar con los elementos nietzscheanos de El nacimiento de la tragedia. Así, si Apolo es pensamiento, entonces Dionisos es intuición. Y como no podemos pensar sin palabras, por consiguiente Apolo es palabra. La música es la mayor intuición. Y en vista de que a Dionisos le agrada la mayor intuición, en consecuencia, a Dionisos le gusta la música en grado sumo. Es así que la reunión de la palabra de Apolo y la música de Dionisos en esta sinfonía será por parte de un coro que aparecerá en el quinto movimiento.
Primer movimiento
“Yo moriré para vivir”.
Gustav Mahler
Resulta que el Titán de la Primera sinfonía ha muerto. Por lo tanto, el primer movimiento de la Segunda sinfonía es un Allegro moderato estructurado en una colosal forma sonata descubierta en ritmo de marcha. Mahler comentó sobre este movimiento: “¿Qué es la vida? y ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna continuación para nosotros? ¿Es esto un puro sueño o esta vida y esta muerte tienen un significado? Y nos vemos forzados a contestar a estas preguntas si queremos seguir viviendo”. Y sin embargo, no quisiera contestar a estas preguntas, pues me deleito más en la esencia de su enigma que en el supuesto esplendor de su respuesta. No dejo de recomendar el trémolo de violines y violas que sirve de base para uno de los temas fúnebres más colosales que violonchelos y contrabajos hayan ejecutado jamás.
Segundo movimiento
Sigue un Andante moderato que fue una de mis piezas favoritas en mi juventud. De hecho, el comentario de Mahler para este movimiento es que se trata de “Un momento de la vida de la persona desaparecida y un recuerdo de su juventud y su perdida inocencia”. Recuerdo el papel de la flauta en este Rondó y variaciones. La música parece una llamada a preguntar ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Tercer movimiento
Y entonces los timbales nos conducen a un Scherzo basado en la canción de Mahler “San Antonio de Padua predica a los peces”: una de las más deliciosas melodías con aire judío que hace que le dé gracias a Dios por haberme dado oídos. Las maderas se encargan de llevar la voz cantante en esta composición sinuosa. Mahler introdujo un contraste: tres llamadas de los metales parecen interrumpir la melodía de vez en cuando.
Cuarto movimiento
El cuarto movimiento, a cargo de una contralto, se llama “Luz prístina” y es una traslación literal de una canción de un libro de poemas cuyo título es El cuerno mágico del doncel o algo así. Mahler estaba muy interesado en esos versos, frutos deliciosos de la tradición popular, y musicalizó varios de ellos. De hecho, el “San Antonio” del Scherzo anterior también había sido puesto en voz por Mahler, pero en esta Segunda sinfonía prefirió transcribirlo para orquesta.
Quinto movimiento
“El amor de Dios en el hombre es Dios”.
Pedro Ruiz de Alcaraz (s. XVI)
¿Qué estarás haciendo el Día del Juicio Final? Ésa es la pregunta. Llegamos así al más metafísico de todos los movimientos de esta sinfonía. Los contrabajos preceden a una grandiosa explosión que le pone punto final al mundo tal y como lo conocemos. En palabras de Mahler: “Retumban los truenos, el final de todas las cosas vivas se avecina, el juicio final está sobre nosotros y todo el terror de ese Día entre los días nos atenaza”. Mahler se atreve a escribir la partitura que ejecutarán las trompetas del Apocalipsis. No contento con eso, toma prestado el Dies irae de la Edad Media para que intervenga en esta composición. Un ruiseñor solitario, representado por la flauta entona un postrer responsorio con las trompetas del Juicio Final. Y de pronto, un coro en un dulce pianissimo hace su aparición, y entonces sucede lo más maravilloso que músico alguno haya escrito jamás: la resurrección anunciada por Mahler es una tierna caricia de un Dios clemente y compasivo. Si Dios admitiese sugerencias para el día del Juicio Final, nada me gustaría más que atendiera a las palabras de Mahler sobre la resurrección de los muertos: “Un coro de santos y bienaventurados se escucha quedamente: «resucita, sí, resucitarás»; ¡aparece la Gloria de Dios! Una luz maravillosa llena nuestros corazones, todo está ya bendito. Y, atención, no hay Juicio, no hay pecadores, no hay justos –no hay grandes ni humildes–, no hay castigos ni recompensas. Un glorioso sentido del amor nos invade con el conocimiento de sabernos salvados”. En lugar de una resurrección apocalíptica presidida por gritos descomunales, Mahler imagina a los muertos levantarse de sus tumbas al amparo de una melodía que casi parece un arrullo: una serena canción de cuna que el coro entona con matices de inocente disonancia y cambios de ritmo de gran valor expresionista. Poco después, la contralto nos exhorta a recuperar la fe. Y el coro interviene de nuevo para festejar en pleno una salvación musical. Mahler lo ha logrado: ha compuesto una sinfonía que supera a la Novena de Beethoven por su valor redentor universal. Que Dios nos ame con toda la capacidad de un Dios personal. Que Dios nos perdone con toda la fuerza de su misericordia, y que Dios nos guíe con todo su poder paternal. Ése es mi mayor deseo para el Día del Juicio Final.
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Saludos, criaturas espeluznantes. Como muchos de ustedes, cada Temporada de
Brujas me hago maratones de películas de terror. Ahora que ya estamos
cerran...
Hace 5 días.