“Grítenme piedras del campo”.
Cuco Sánchez
Obertura mesozoica
Recuerdo haber visto la fotografía de una laja de roca en la que se preservan las huellas de un brontosaurio que es perseguido por un tiranosaurio. No deja de asombrarme saber que una persecución que sucedió hace varios millones de años quedó registrada en un fósil que puede admirarse cuando toda la especie de los seres que participaron en aquel prístino drama de la vida se ha extinguido por completo. Sin embargo, la estela se interrumpe antes de que podamos saber el desenlace. Sólo tenemos noticia del comienzo de la prehistórica cacería; la naturaleza ha jugado una pequeña chanza a nuestra curiosidad. ¿Logró el tirano devorar a su víctima?
Preludio contemporáneo
Estoy frente al retablo del templo de San Bernardino de Siena, en Xochimilco. Es uno de los pocos del más temprano barroco mexicano que aún quedan en pie. Me he enterado de que quizá fue elaborado en los talleres de Santiago Tlatelolco, al Norte de la Ciudad de México. ¿Cómo se cinceló en madera de dorado que quisiéramos imperecedero este prodigio de los altares?
Acto único: El cordonazo de San Francisco
El anciano escultor se desplomó sobre la figura de Cristo que había estado labrando durante toda la semana. Pero su atacante no tuvo piedad, y tras los azotes, de un cordonazo lo descalabró.
Violenta ironía, la sangre viva del artista se confundió con la sangre fingida de la imagen. Fue así como un Dios insensible, porque insensible es una escultura de madera, se hizo a imagen y semejanza del hombre que sufre, porque la carne es el repositorio de los pesares de la voluntad.
Fue entonces cuando el mayoral de los pintores, Agustín García, se decidió a denunciar ante el tribunal de la Santa Inquisición a su agresor. El indígena Agustín García contó con el testimonio de sus cófrades. Ante los jueces del Santo Oficio tuvo que comparecer el temible fray Juan de Torquemada.
Durante la audiencia se supo, como una sátira macabra, que el fraile había usado el cíngulo de amor de San Francisco para golpear al viejo artista.
¿Por qué Torquemada se ensañaba con sus trabajadores? Contra la regla cristiana de no trabajar el domingo, fray Juan de Torquemada, el tirano, obligaba a sus escultores a rendir jornada. Torquemada era el jefe del taller de Santiago Tlatelolco, y le habían encargado, entre otras obras, el retablo de Xochimilco.
El 13 de febrero de 1601, Agustín García no sólo se negó a trabajar, sino que se quejó de que la paga era nula y el trabajo extenuante.
Agustín García no acudió a la audiencia. Yacía en cama, intentando restablecerse de los chichones y azotes que había recibido, algunos de ellos en público. Esa era la regla, y no la excepción. En esos momentos de convalecencia recordó que, cuando niño, su abuelo le había hablado de un tiempo en el que los dioses de México aún vivían y para honrarlos se habían alzado fastuosos templos y se habían esculpido maravillosas imágenes. Tan contento estaba con el relato de su abuelo, que García quiso ser escultor, y en realidad, las primeras lecciones de su arte no las tomó de los evangelizadores, sino de los sabios toltecas que aún daban lecciones en el Calmécac. Ahora, Agustín García había denunciado a fray Juan de Torquemada. Por eso, muchas obras de la iglesia del siglo XVI tienen un discreto sello mesoamericano.
Coda. ¿Qué pasó?
El tirano y la presa. No podemos saber qué sucedió después, pues el documento del juicio está incompleto. De nuevo, la historia sólo nos permite saber el comienzo del proceso, mas no su culminación… O casi. Leemos en Wikipedia:
“Torquemada dirigió la construcción de retablos de Santiago Tlatelolco, Xochimilco y otros que fueron enviados a Michoacán y Oaxaca. En 1613, Juan de Torquemada ocupó el cargo de guardián del Convento de Xochimilco. Torquemada murió en Santiago Tlatelolco, en 1624”.
Si se trata del de San Bernardino, entonces conozco el retablo de Xochimilco, de dorado ennegrecido. Hace tiempo que el de Tlatelolco se deshizo, vencido por los rigores del tiempo. Dicen los entendidos que se conserva un fragmento.
Hasta antes de este año, yo nunca había entrado al templo católico de Tlatelolco, edificado con las piedras de las ruinas de la ciudad prehispánica que está algunos metros enfrente de Santiago. Tras el altar, he visto la desnuda pared. Sin duda su retablo era enorme, pues sabemos que abarcaba hasta el final del cuadrado ábside, en los bordes del techo.
¿Fue sancionado Torquemada por su comportamiento? ¿Sanó Agustín García sus heridas? ¿Volvió al trabajo? No sabemos qué sentenció el tribunal. Como en el caso de la laja del triásico o cretáceo, el registro está incompleto. El grito de la presa que huía se perdió tras el deslizamiento de las rocas. En cierta forma, el tirano cazador se salió con la suya.
Sin embargo, sí sabemos que alrededor de 1613, Torquemada había terminado de escribir la Monarquía Indiana, una obra que le valió ser reconocido como uno de los rescatadores de la antigua cultura prehispánica. Debido a ello, la primera vez que tuve noticia de su nombre su biógrafo le llamaba “humanista”. Un reconocimiento irónico, de metonímica sangrienta sorna, en vista de lo que he expuesto aquí. El evangelizador murió en la paz de Dios de 1624. Del infeliz García no sabemos nada. La vida de los pobres no puede registrarse, ni siquiera en una laja, para por siempre jamás gritar junto con las piedras del campo, las grandes injusticias de la vida.
Bibliografía
Para elaborar este artículo, he recurrido a la siguiente fuente:
Constantino Reyes-Valerio, Arte Indocristiano: Pintura y Escultura en la Nueva España. Hay versión web. Basta hacer clic en este enlace.