Enrique Arias Valencia
Cuando era niño, me entristecía saber que la historia de México, a partir de su independencia, sólo consistía en una serie de guerras, revoluciones, alzamientos, cuartelazos, intervenciones extranjeras, fusilamientos y demás estúpidos baños de sangre.
Durante mucho tiempo creí que la así llamada historia universal sólo consistía en eso, pues al estudiar el caso de Europa, la situación era análoga a la de mi país. Asia y África también desencantaron mi ánimo. Entonces me convencí de que la política era lo peor que podía hacer el ser humano en este mundo.
¡Otra cosa era la ciencia! La historia de la ciencia siempre fue un ejemplo a seguir. ¿Qué suerte había corrido la ciencia en tan convulsionado país como siempre lo ha sido México? Un día descubrí que a pesar de las graves limitaciones tercermundistas de mi patria, habían existido algunas personas que habían brillado cual raudos meteoros en el cielo de la historia.
Sor Juana y José Antonio de Alzate, por ejemplo. Cierto que a la primera la calló la iglesia, y al segundo le fue un poco mejor. Nuestro país había sido visitado por personas que habían hecho notables descubrimientos científicos. Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland eran dos dechados de hombres verdaderamente ilustres que amaron México.
Hoy la suerte de la ciencia en México también me decepciona, en manos de hombres que son más políticos que investigadores.
Las autoridades han anunciado el cierre de El Museo de la Luz, en el Centro Histórico de México, con el fin de entregar el edificio para hacer una nueva galería de la Constitución Política, porque lo que fuera el templo de San Pedro y San Pablo tuvo la mala suerte de ser colegio militar, cuartel, almacén de forraje, café cantante y escuela correccional. Cansado del espantoso destino del bello edificio, en 1922, José Vasconcelos ubicó en San Pedro y San Pablo una sala universitaria de debates libres.
No obstante, nuestra querida construcción también fue el espacio en el que Iturbide juró como emperador, ante el Congreso constituyente.
En 1824 en este lugar se promulgó la Constitución de 1824. Éste es el pretexto que las autoridades han dado para hacer del inmueble un sitio para una exposición permanente que celebre a nuestra muy democrática Constitución.
¡Hay tanto que ver, ni siquiera he podido visitarlo alguna vez! Sólo me ha impresionado su enorme campanario, cúspide de una torre que supongo plateresca. ¡Cómo se parece al campanario de Malinalco!
Es así que gracias a la complicidad de las invidentes autoridades se cierra El Museo de la Luz para dar paso a la oscuridad de una exposición dedicada a un documento que más que musas necesita hombres leales a la cultura, y no sólo a la política.
Vengo del Museo de la Luz.
He firmado para protestar por este acto infame.
Mañana, a las 12:00 se inaugura una exposición. Irá Drucker, y será encarado.
¡Ojalá podamos asistir!
Yo me enteré en el blog de Juanele.
Cuando era niño, me entristecía saber que la historia de México, a partir de su independencia, sólo consistía en una serie de guerras, revoluciones, alzamientos, cuartelazos, intervenciones extranjeras, fusilamientos y demás estúpidos baños de sangre.
Durante mucho tiempo creí que la así llamada historia universal sólo consistía en eso, pues al estudiar el caso de Europa, la situación era análoga a la de mi país. Asia y África también desencantaron mi ánimo. Entonces me convencí de que la política era lo peor que podía hacer el ser humano en este mundo.
¡Otra cosa era la ciencia! La historia de la ciencia siempre fue un ejemplo a seguir. ¿Qué suerte había corrido la ciencia en tan convulsionado país como siempre lo ha sido México? Un día descubrí que a pesar de las graves limitaciones tercermundistas de mi patria, habían existido algunas personas que habían brillado cual raudos meteoros en el cielo de la historia.
Sor Juana y José Antonio de Alzate, por ejemplo. Cierto que a la primera la calló la iglesia, y al segundo le fue un poco mejor. Nuestro país había sido visitado por personas que habían hecho notables descubrimientos científicos. Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland eran dos dechados de hombres verdaderamente ilustres que amaron México.
Hoy la suerte de la ciencia en México también me decepciona, en manos de hombres que son más políticos que investigadores.
Las autoridades han anunciado el cierre de El Museo de la Luz, en el Centro Histórico de México, con el fin de entregar el edificio para hacer una nueva galería de la Constitución Política, porque lo que fuera el templo de San Pedro y San Pablo tuvo la mala suerte de ser colegio militar, cuartel, almacén de forraje, café cantante y escuela correccional. Cansado del espantoso destino del bello edificio, en 1922, José Vasconcelos ubicó en San Pedro y San Pablo una sala universitaria de debates libres.
No obstante, nuestra querida construcción también fue el espacio en el que Iturbide juró como emperador, ante el Congreso constituyente.
En 1824 en este lugar se promulgó la Constitución de 1824. Éste es el pretexto que las autoridades han dado para hacer del inmueble un sitio para una exposición permanente que celebre a nuestra muy democrática Constitución.
¡Hay tanto que ver, ni siquiera he podido visitarlo alguna vez! Sólo me ha impresionado su enorme campanario, cúspide de una torre que supongo plateresca. ¡Cómo se parece al campanario de Malinalco!
Es así que gracias a la complicidad de las invidentes autoridades se cierra El Museo de la Luz para dar paso a la oscuridad de una exposición dedicada a un documento que más que musas necesita hombres leales a la cultura, y no sólo a la política.
Vengo del Museo de la Luz.
He firmado para protestar por este acto infame.
Mañana, a las 12:00 se inaugura una exposición. Irá Drucker, y será encarado.
¡Ojalá podamos asistir!
Yo me enteré en el blog de Juanele.