Enrique Arias Valencia
Kant en la Crítica del juicio nos habla de las condiciones de posibilidad del tercer momento de la facultad de juzgar. Un objeto es bello si al juzgarlo según la relación lo consideramos en tanto que finalidad sin fin.
Se llama finalidad sin fin al propósito que permanece en nosotros mismos. Por lo tanto, bella es la finalidad que permanece en nosotros. Ahora bien, en vista de que “Fin final es el fin que no necesita ningún otro como condición de su posibilidad” [Kant, Cdj, § 84]. Siguiendo a Kant, el fin final es subjetivo.
Uno de los aspectos más enigmáticos de la belleza consiste en que nos muestra un propósito que no se encuentra ni en el objeto ni en la naturaleza, ni en teleología alguna. ¿Dónde se encuentra el propósito de la belleza? En nosotros mismos.
Éste es el carácter de lo bello que advertimos en el tercer momento de la facultad de juzgar según Kant; pero también se hace patente en el primer momento, cuando advertimos que según la cualidad, un objeto place o displace sin interés, pues al carecer de éste, el objeto tampoco apunta a finalidad alguna fuera de nosotros. Su finalidad, por tanto, al ser desinteresada, es sin fin.
Por lo tanto, el primer y el tercer momento de la facultad de juzgar nos revelan el aspecto subjetivo y en cierta forma “particular” del juicio estético, particularidad, que sin embargo, aparece como si fuese gobernada por un principio a priori. El arte, por lo tanto, carece de concepto alguno que mostrarnos.
Do es una nota bella. Tratándose de música clásica, no podemos escuchar una nota do pura: cada vez que escuchamos un do, aun a capella, aun en solitario, do se escucha como la más destacada nota que es acompañada por una serie de sonidos. Los armónicos suceden a do, y así, son los que otorgan el timbre a cada nota. Gracias a ellos sabemos que una soprano es una soprano, que un oboe es un oboe y que un clavecín es un clavecín. Do no es bella por sí misma, es bella porque es siempre acompañada por otras notas, acordes secretos de la música, aun de la que se canta en soledad.
Do nos invita a desentendernos de ella tan pronto como la escuchamos, en primer lugar por los armónicos, y en segundo lugar porque las notas que le siguen son las que le otorgan la belleza. Los artistas hacen bella la nota Do al lograr que nos desentendamos de ella.
El Ensamble Anima Mundi está compuesto por tres bellas mujeres que han sabido dirigir el espejo de su alma para reflejar la imagen de Dios por medio de la más bella de las artes. Es así que el Martes 17 de mayo, a las 20:00 horas, en la Catedral Metropolitana se escucha a Luz Angélica Uribe, soprano, Carmen Thierry, en el oboe d'amore y Águeda González, en el clavecín
En el Altar de los Reyes se festeja la música con soprano, oboe y clavecín. El Altar de los Reyes reluce grandioso: el oro lo colma, el espíritu lo enarbola. La cúspide es el Padre Eterno.
La música de Bach interpretada en un contexto religioso, esto es, el Ensamble Anima Mundi en el Altar de los Reyes, es capaz de comunicarnos un mensaje bello cuyo propósito no surge del arte mismo, sino de nuestro propio corazón. Por lo tanto, bello es el propósito sin fin que permanece en nosotros mismos.
Al ser absolutamente grande el marco de las intérpretes, el churrigueresco nos comunica el propósito espléndido del alma. Y es así que las artes, arquitectura, escultura, pintura, poesía y música se reúnen en armonía para brindarnos los más preclaros atisbos del universo de los fines.
Tras el concierto, hoy pudimos entrar al altar de San Felipe de Jesús, donde reposan los restos del emperador Agustín de Iturbide.