lunes, 2 de noviembre de 2009

Hay ausencias que triunfan y otras que duelen

Enrique Arias Valencia

Cuando uno de nuestros amigos parte lejos, pues la vida lo llama a un nuevo compromiso, deja en nuestra vida un hueco que bien pronto se manifiesta como doloroso, y que puede llegar a provocar una gran tristeza. La tristeza es un sentimiento que se manifiesta en los más diversos matices: nostalgia, rabia y amargura, por mencionar algunos de los más importantes.

La tristeza aparece porque nos hemos acostumbrado a la compañía del amigo, a sus chistes, a su seriedad, a sus errores, a sus aciertos; pero no podemos acostumbrarnos a su ausencia.

En cierta forma, todas las personas que vemos habitualmente llegan a despertar una fuerte relación con nuestros sentimientos. Desde el anónimo barrendero hasta nuestro encumbrado jefe. En este sentido, todas las personas con quienes nos encontramos a lo largo del día son nuestras amigas. Sin embargo, aquellos con quienes tratamos más llegan a convertirse en amigos entrañables, y no dudamos en reconocerlos como nuestros hermanos.

Por eso, cuando algún querido compañero de trabajo se va, o cierra la tiendita de la esquina, o terminamos un año de escuela, o nos damos cuenta de que hemos dejado atrás la adolescencia, muchos nos abandonamos a la nostalgia, que es una forma de guardar duelo porque una etapa de nuestras vidas ha terminado. Es necesario saber lo que nos sucede, pues es normal que incluso sintamos rabia cuando la ausencia es importante.

Si creemos que no podemos cambiar nuestra suerte, la amargura hace presencia. Si esta molesta huésped de nuestro corazón se instala en casa mucho tiempo, yo recomendaría que hiciéramos algo al respecto. Busquemos a alguien que nos ayude a descubrir qué nos queda de alegría, qué es lo que hacemos bien, y con todas nuestras fuerzas, dedicarnos a hacer algo nuevo cada día, un trabajo que nos distraiga y entretenga, para que el Sol vuelva a brillar en el alma, a pesar de las amargas experiencias. ¿Qué nos puede alegrar cuando nos quedamos solos? Quizá debamos aprender a convivir con el silencio, y tal vez podamos escuchar su enseñanza de contento.

La muerte no necesariamente tiene que ser física, es muchas veces, metafórica. Muere nuestra niñez, termina nuestra escuela, se cierra un círculo, y sin embargo, algo queda incompleto en nuestra vida. ¿Qué es lo que se ha ido? Nuestros compañeritos de escuela, la maestra y los deberes por la tarde.

Luego, un día, ya estamos trabajando. Quizá checamos tarjeta, o nos pasan revista a la antigüita; tenemos un cerro de papeles por revisar o nos dan una motocicleta para recorrer la ciudad, ya sea repartiendo pizzas o cubriendo una noticia.

Un día, nos cambiamos de empleo. y cada partida nos deja la sensación de que algo termina en forma triste, y llegan la nostalgia, la rabia y la amargura.

Entre teléfonos, correos electrónicos, documentos impresos, ventas, cobros y facturas, hay algo que siempre nos acompaña: nuestras relaciones con los demás. Por eso, una despedida es como una muerte chiquita: duele, pero hay que seguir adelante.

Este año sin morir, pero en forma dolorosa, partieron tres personas de mi vida: se fue del edificio mi vecino don Víctor, un hombre amable y simpático, quien varias veces me invitó a desayunar y hasta asistió con su hija a mi examen profesional. Por otro lado, mis lecciones de magia y excursiones fantásticas por este nuestro México se vieron interrumpidas cuando al comenzar el año perdí la invaluable compañía de mi amada directora espiritual. Y finalmente, Benigno, el chico que hacía la limpieza en la empresa donde trabajo, se ha ido también. Cada uno, con su irreparable ausencia, es una muestra de que Dios es mi amante muerto, y su partida es una preparación para mi propia salida de este incomprensible universo.

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