Enrique Arias Valencia
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Mateo, 13:12
Los nuevos ateos, viejos jacobinos, dicen que Dios no existe, y con eso afirman que hacen ciencia, y campechanamente evaden el problema. Los creyentes exotéricos, de interior exacerbado, dicen que Dios es infinitamente bueno, y con eso creen cancelar el mismo problema. Anticlericales revolucionarios y religiosos institucionales no pueden ni siquiera sospechar que bajo las aguas de lo que ellos creen que es la realidad siempre ha nadado y nadará, el Leviatán resplandeciente y glorioso.
La ortodoxia no puede ver con buenos ojos el misticismo porque el misticismo nada no sólo contracorriente, sino que también lo sabe hacer en aguas profundas. Y hay ortodoxos en ambos bandos: Ratzinger entre los creyentes, y Dawkins entre los ateos. Por lo tanto ni unos ni otros nos solucionarán el problema. Y el problema es: ¿cuál es la naturaleza de Dios?
Entre los musulmanes hay un movimiento místico, el de los sufíes, que ha dado dos maravillosos frutos: la poesía de Rumi y un personaje legendario de nombre Nasrudín. Érase un sabio tonto, o un tonto que nos hacía ver que no somos tan sabios como creíamos ser o incluso, si el discípulo era verdaderamente valiente, Nasrudín se convertía en un maestro que nos hacía reír de las tonterías de este mundo; y más aún, si hoy nos dejásemos conducir por un momento de sublime indefensión, Nasrudín nos hará reír de nuestras propias tonterías.
A continuación, en un cuento de Nasrudín se expone con toda claridad la naturaleza de Dios, naturaleza que han esquivado tanto ateos como creyentes, atrapados por el corsé de hierro de sus propios mitos.
Es así que un día, cuatro chicos del barrio llevaron a Nasrudín un saco lleno de nueces, y con candor le suplicaron: “Maestro, no hemos logrado compartir las nueces. Por favor hágalo usted por nosotros”.
Nasrudín les preguntó: “¿Qué tipo de reparto deseáis, el de Dios o el del hombre?” Y los niños, con sobrada ingenuidad, contestaron: “El de Dios”.
Para sorpresa de los pequeñuelos, Nasrudín abrió el saco, y al primer niño le dio dos puñados de nueces, al segundo un puñado, al tercero sólo dos nueces y al último no le dio nada.
Los niños quedaron asombrados, y preguntaron a Nasrudín: “¿Qué manera es ésta repartir las nueces, maestro?”
A lo que Nasrudín replicó seguro: “La de Dios. Él da mucho a unos, poco a otros, y nada a algunos otros. Si me hubierais pedido el reparto de las nueces a la manera del hombre, ¡os hubiese entregado vuestras nueces a partes iguales!”
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Mateo, 13:12
Los nuevos ateos, viejos jacobinos, dicen que Dios no existe, y con eso afirman que hacen ciencia, y campechanamente evaden el problema. Los creyentes exotéricos, de interior exacerbado, dicen que Dios es infinitamente bueno, y con eso creen cancelar el mismo problema. Anticlericales revolucionarios y religiosos institucionales no pueden ni siquiera sospechar que bajo las aguas de lo que ellos creen que es la realidad siempre ha nadado y nadará, el Leviatán resplandeciente y glorioso.
La ortodoxia no puede ver con buenos ojos el misticismo porque el misticismo nada no sólo contracorriente, sino que también lo sabe hacer en aguas profundas. Y hay ortodoxos en ambos bandos: Ratzinger entre los creyentes, y Dawkins entre los ateos. Por lo tanto ni unos ni otros nos solucionarán el problema. Y el problema es: ¿cuál es la naturaleza de Dios?
Entre los musulmanes hay un movimiento místico, el de los sufíes, que ha dado dos maravillosos frutos: la poesía de Rumi y un personaje legendario de nombre Nasrudín. Érase un sabio tonto, o un tonto que nos hacía ver que no somos tan sabios como creíamos ser o incluso, si el discípulo era verdaderamente valiente, Nasrudín se convertía en un maestro que nos hacía reír de las tonterías de este mundo; y más aún, si hoy nos dejásemos conducir por un momento de sublime indefensión, Nasrudín nos hará reír de nuestras propias tonterías.
A continuación, en un cuento de Nasrudín se expone con toda claridad la naturaleza de Dios, naturaleza que han esquivado tanto ateos como creyentes, atrapados por el corsé de hierro de sus propios mitos.
Es así que un día, cuatro chicos del barrio llevaron a Nasrudín un saco lleno de nueces, y con candor le suplicaron: “Maestro, no hemos logrado compartir las nueces. Por favor hágalo usted por nosotros”.
Nasrudín les preguntó: “¿Qué tipo de reparto deseáis, el de Dios o el del hombre?” Y los niños, con sobrada ingenuidad, contestaron: “El de Dios”.
Para sorpresa de los pequeñuelos, Nasrudín abrió el saco, y al primer niño le dio dos puñados de nueces, al segundo un puñado, al tercero sólo dos nueces y al último no le dio nada.
Los niños quedaron asombrados, y preguntaron a Nasrudín: “¿Qué manera es ésta repartir las nueces, maestro?”
A lo que Nasrudín replicó seguro: “La de Dios. Él da mucho a unos, poco a otros, y nada a algunos otros. Si me hubierais pedido el reparto de las nueces a la manera del hombre, ¡os hubiese entregado vuestras nueces a partes iguales!”
1 comentario:
Susie sostiene que:
Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Mateo, 13:12
"¿Pero aquí no se referían a la gracia y no a los bienes materiales?"
Respondo: Así es Susie. Colocar esa cita del evangelio como epígrafe conlleva un imprudente cambio de nivel que me has hecho saber. Gracias por la atinada corrección, y recibe un fuerte abrazo a cambio.
Como dato: la falacia en la que incurrí se llama falacia de atinencia.
Publicar un comentario