Enrique Arias Valencia
Pude haber sido paleontólogo, pero mis amigos me instaron a descubrir que es mejor no desenterrar el pasado. Y me dieron pruebas de que tenían razón.
De hecho, uno de mis mejores amigos es el mito. Y hay un mito que insiste que del pasado, ni voltear a verlo.
La historia es tan conocida que me da vergüenza comentarla. Lot le prohibe a su esposa voltear a ver la ciudad de la que huyen, y al desobedecer a sus esposo, ella queda convertida en estatua de sal.
Independientemente de que ateos como el etólogo Richard Dawkins afirmen que de la Biblia no se puede obtener una buena enseñanza moral, parece que lo del mito de Lot es un buen consejo, y por lo tanto es mucho más que un mito.
De hecho, a veces pareciera que los racionalistas no saben cumplir con el único mandamiento de los mitos: "No interpretarás ningún mito literalmente". Y así es: no, Señor racionalista, la esposa de Lot no se convirtió en estatua de sal. De eso no trata esa historia.
A Dawkins le satisface más saber qué clase de parentesco tenemos con el Australopithecus boisei que tratar de comprender el lenguaje secreto de los mitos. Cada quien puede hacer de su vida lo que le plazca.
El pequeño problema es que el pasado nos hechiza de una forma tal, que tal vez nadie, ni siquiera el más famoso de los racionalistas sea capaz de reconocer que si uno se chupa el dedo tras darse un martillazo, la sangre no le sabrá a sangre, sino a sal.
Por ejemplo, el propio Dawkins. Se dice ateo, pero al haber nacido cristiano, sus orígenes lo traicionan de vez en cuando, y él mismo ha confesado que bien puede decir "¡Dios mío!" si se suelta un martillazo.
¿Podemos replicarle al mito: no fue acaso en el pasado cuando aprendimos a leer y escribir? ¿Qué no fue en el pasado cuando aprendimos a caminar? ¿Podemos realmente romper con el pasado?
¿Puede ponerse en práctica eso de que romper con el pasado es mejor que seguir aferrado a él? La vida amable y llena de amor de aquellos que no se apegan al pasado es una deliciosa tentación a favor de su postura, pero hasta el momento, Dios no me ha dejado caer en la tentación, y eso que mi directora espiritual varias veces me ha invitado a romper con todos los tiempos pretéritos.
Hoy no soy paleontólogo, pero aunque nunca me arrepiento de no saber cuál es mi parentesco con el Australopithecus boisei, de vez en cuando no dejo de decir ¡Dios mío!, cuando el dedo me sabe a sal tras un accidente con un martillo.
Pude haber sido paleontólogo, pero mis amigos me instaron a descubrir que es mejor no desenterrar el pasado. Y me dieron pruebas de que tenían razón.
De hecho, uno de mis mejores amigos es el mito. Y hay un mito que insiste que del pasado, ni voltear a verlo.
La historia es tan conocida que me da vergüenza comentarla. Lot le prohibe a su esposa voltear a ver la ciudad de la que huyen, y al desobedecer a sus esposo, ella queda convertida en estatua de sal.
Independientemente de que ateos como el etólogo Richard Dawkins afirmen que de la Biblia no se puede obtener una buena enseñanza moral, parece que lo del mito de Lot es un buen consejo, y por lo tanto es mucho más que un mito.
De hecho, a veces pareciera que los racionalistas no saben cumplir con el único mandamiento de los mitos: "No interpretarás ningún mito literalmente". Y así es: no, Señor racionalista, la esposa de Lot no se convirtió en estatua de sal. De eso no trata esa historia.
A Dawkins le satisface más saber qué clase de parentesco tenemos con el Australopithecus boisei que tratar de comprender el lenguaje secreto de los mitos. Cada quien puede hacer de su vida lo que le plazca.
El pequeño problema es que el pasado nos hechiza de una forma tal, que tal vez nadie, ni siquiera el más famoso de los racionalistas sea capaz de reconocer que si uno se chupa el dedo tras darse un martillazo, la sangre no le sabrá a sangre, sino a sal.
Por ejemplo, el propio Dawkins. Se dice ateo, pero al haber nacido cristiano, sus orígenes lo traicionan de vez en cuando, y él mismo ha confesado que bien puede decir "¡Dios mío!" si se suelta un martillazo.
¿Podemos replicarle al mito: no fue acaso en el pasado cuando aprendimos a leer y escribir? ¿Qué no fue en el pasado cuando aprendimos a caminar? ¿Podemos realmente romper con el pasado?
¿Puede ponerse en práctica eso de que romper con el pasado es mejor que seguir aferrado a él? La vida amable y llena de amor de aquellos que no se apegan al pasado es una deliciosa tentación a favor de su postura, pero hasta el momento, Dios no me ha dejado caer en la tentación, y eso que mi directora espiritual varias veces me ha invitado a romper con todos los tiempos pretéritos.
Hoy no soy paleontólogo, pero aunque nunca me arrepiento de no saber cuál es mi parentesco con el Australopithecus boisei, de vez en cuando no dejo de decir ¡Dios mío!, cuando el dedo me sabe a sal tras un accidente con un martillo.
2 comentarios:
Hola caho, e verdad este es uno de tus mejores articulos de los últimos tiempos, muchísimas felicidades.
Creo que se le atribuye a Benjamin Franklin al frase de que el pasado debe ser un trampolín y nunca una hamaca, lo cual es una de las cosas que podemos pensar del mito que mencionas.
Me dan risa los "cientificos" que por cierto "creen" en la ciencia y no en Dios, porque todo requiere fe porque de lo contrario te obliga a tener todas las respuestas, cosa que solo un Dios sabe.
Saludos.¡ y una vez mas, felicidades.
Gracias, Max!
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