Enrique Arias Valencia
Falacia 15: Palabras emotivas y falsas analogías: Las palabras emotivas se usan para provocar emociones y, a veces, para oscurecer la racionalidad. Pueden ser palabras emotivas positivas: maternidad, Patria, integridad, honestidad. O pueden ser negativas: violación, cáncer, mal, comunismo. De la misma manera, las metáforas y las analogías pueden nublar el pensamiento con emociones y desviarnos del camino correcto: "La inflación es el cáncer de la sociedad", o "La industria viola el ambiente". Las analogías y las metáforas -al igual que las anécdotas- no constituyen pruebas. Son meramente herramientas retóricas.
Choreado y traducido por Barullo de Why People Believe Weird Things (Por qué la gente cree cosas extrañas), de Michael Shermer
Una metáfora es una figura retórica que consiste en trasladar el significado o parte del significado de un concepto a otro concepto por medio de una comparación mental.
Una comparación estricta consiste en decirle a una mujer que: Soy como el planeta que gira en torno tuyo, pues eres como mi Sol”, en tanto que una metáfora consiste en decirle: “Eres mi Sol y yo soy tu planeta que gira en torno tuyo”.
La divulgación de la ciencia exige el uso de metáforas y comparaciones para intentar hacer accesibles al gran público conceptos científicos que muchas veces son muy pero que muy abstractos.
Así tenemos que en lugar de ostentar las embrolladas ecuaciones de la física cuántica que explican y reexplican la traslación de los electrones –esa cruza de partícula y honda– alrededor del núcleo atómico, en niveles energéticos que se representan como “nubes de probabilidad”; para explicar lo anterior simplemente se afirma que los electrones se mueven en “órbitas” de manera parecida a como se desplazan los planetas en torno al Sol.
Sin embargo, muchos súper expertos afirman que las metáforas sólo pueden darnos una imagen distorsionadísima de la realidad, pues dicha imagen es “menos precisa” que el muy preciso concepto científico, pues ni los electrones son planetitas microscópicos ni el átomo es un sistema solar en miniatura, faltaba, y faltaba más.
Y sin embargo, la metáfora se mueve, y se mueve bien. ¿Y quién puede tirarle la primera piedra a una metáfora que se mueve? Porque si a esas vamos, los súper expertos tendrían que aceptar que las “nubes de probabilidad” tampoco son verdaderas nubes: se trata de manera reiterada y reiteradamente, de metáforas que intentan hacer una descripción gráfica de aquello que sólo puede mostrarse con estricta fidelidad señalando al objeto y mismo y contemplándolo en todo su esplendor y misterio indescriptible. Las “nubes de probabilidad” sólo pueden representarse con pálido rigor por medio de ecuaciones y gráficas muy complejas que sólo los súper expertos pueden entender.
No obstante, no hay que perder de vista que aun las ecuaciones son un pálido reflejo de la realidad, pues incluso esas abstrusas ecuaciones, así como todas las otras maneras en que la ciencia intenta describir, explicar y reproducir el comportamiento de la naturaleza, (representaciones, modelos, simulaciones en computador), precisamente son elementos pertenecientes a la mima clase que las metáforas; porque no son la naturaleza, sino objetos que se le parecen en algo, ya sea en forma considerable o sólo aproximada, y que nos pueden auxiliar para comprenderla mejor, e incluso, a pronosticar su proceder en un momento dado.
Varios conceptos que son archiconocidos en la ciencia moderna, piedras angulares de cada una de sus áreas, fueron en un principio –y aún lo son, aunque ya no nos damos cuenta de ello–, metáforas. ¿Existen en la realidad real –sea ésta lo que sea– la energía, los electrones, los genes, las especies, el yo, nosotros mismos?
En un largo y extendido ergo, la ciencia es una tarea que consiste en construir metáforas que puedan contrastarse con la naturaleza.
De la misma manera que el pintor o el poeta, el músico o el arquitecto, o el divulgador de la ciencia, el filósofo intenta elaborar imágenes aproximadas que le den significado a esa naturaleza que está ahí, “fuera de su cabeza”. Por lo tanto, es muy pero que muy posible que sea inmerecido para los heraldos populares el hecho de que haya quienes repudien la tarea de traslación recreativa que hacen los divulgadores científicos para transmitir las metáforas científicas al gran público. A la postre, es evidente que no todos podemos recitar las composiciones poéticas de Homero en griego, su idioma primigenio, pero creo que todos tenemos derecho de gozar con ellas.
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