Enrique Arias Valencia
La moral que prescribe Spinoza me parece una moral ñoña, propia de niños que se orinan en la cama y se cagan en los pantalones, ¡y dicen que no han hecho nada malo! La moral que pregonan algunos newagers es una disciplina idiota, un entumecimiento de los miembros causado por un yoga mal practicado, con un cerebro desvencijado por meditaciones catatónicas, incapaz de sonreír con el bien o de disfrutar con el mal. La moral católica es desesperantemente contradictoria, prescrita por una jerarquía multitrillonaria consistente en unos diez mandamientos que prometen un Cielo injustificadamente célebre.
¿Qué moral, pues, me gusta practicar? Aquella que sabe probarle al mundo lo irremediablemente maltrecho de su condición. Yo, el de la peor de las morales.
En las mañanas no me gusta viajar en metro porque es una infame aglomeración. Por lo tanto, siempre que puedo, me dirijo a mi trabajo a pie. El problema de hacerlo es que en todo el mundo los gobiernos masónicos entregaron las calles a automovilistas irresponsables. En buena ley, las calles no les pertenecen, y yo he soñado que algún día llegará un bondadoso príncipe católico que promulgue una ley en la que el límite de velocidad sea un kilómetro por hora en el Periférico.
Como ese día no va a llegar, nunca vendrá ningún reino de Dios, lo que sí pude ver esta mañana en mi paseo a pie fue a un automovilista que se pasó la luz roja. Una pareja con una bebé casi fue atropellada por un gañán de automóvil grande.
El padre de familia le dijo "¡Órale cabrón!" al idiota irresponsable. Pero se lo sentenció con una voz tan baja, que no pude resistir añadir algo más. ¡Y vaya que lo hice!
Toda moral condena la venganza. ¡Oh, moral tonta, que no sabes del placer del desquite!
Con furiosa violencia lancé mis más terribles improperios al conductor. Su rostro recibió los escupitajos de mi rabiosa boca, convertida en vertedero de todos los infiernos. Como es costumbre ente mexicanos, con mis delirantes insultos puse en duda la honra de la prosapia del infeliz tipo.
Los testigos, mudos de la impresión sólo vieron a un lívido chofer que nada, absolutamente nada me replicó. ¡Cómo disfruté ese satánico silencio, premio de mi conducta! Yo era un demonio que reinaba en su justo principado. El papá tomó a la asustada bebé en brazos. ¿Lloraba porque segundos antes un imbécil motorizado iba a arrancarle la vida o porque ahora frente a ella un loco impío a gritos estentóreos acusaba de locura carretera a un loco en automóvil? La anónima familia miró con piedad a aquel hombre que había estado a punto de atropellarla. El padre ya no estaba indignado con su agresor. La conmiseración reinaba en el lugar. El tráfico, brevemente detenido por un semáforo en rojo, era ahora una gelatina congelada a punto de descuajarse. Al abandonar la escena, unas diabólicas carcajadas de satisfacción aderezaron mis pasos.
Hoy pude burlarme un instante de este mundo que científicos, panteístas y religiosos por igual, quieren venderme como si fuese asombrosamente bello en su regularidad.
Yo soy un Diablo que ríe.
Nietzsche
La moral que prescribe Spinoza me parece una moral ñoña, propia de niños que se orinan en la cama y se cagan en los pantalones, ¡y dicen que no han hecho nada malo! La moral que pregonan algunos newagers es una disciplina idiota, un entumecimiento de los miembros causado por un yoga mal practicado, con un cerebro desvencijado por meditaciones catatónicas, incapaz de sonreír con el bien o de disfrutar con el mal. La moral católica es desesperantemente contradictoria, prescrita por una jerarquía multitrillonaria consistente en unos diez mandamientos que prometen un Cielo injustificadamente célebre.
¿Qué moral, pues, me gusta practicar? Aquella que sabe probarle al mundo lo irremediablemente maltrecho de su condición. Yo, el de la peor de las morales.
En las mañanas no me gusta viajar en metro porque es una infame aglomeración. Por lo tanto, siempre que puedo, me dirijo a mi trabajo a pie. El problema de hacerlo es que en todo el mundo los gobiernos masónicos entregaron las calles a automovilistas irresponsables. En buena ley, las calles no les pertenecen, y yo he soñado que algún día llegará un bondadoso príncipe católico que promulgue una ley en la que el límite de velocidad sea un kilómetro por hora en el Periférico.
Como ese día no va a llegar, nunca vendrá ningún reino de Dios, lo que sí pude ver esta mañana en mi paseo a pie fue a un automovilista que se pasó la luz roja. Una pareja con una bebé casi fue atropellada por un gañán de automóvil grande.
El padre de familia le dijo "¡Órale cabrón!" al idiota irresponsable. Pero se lo sentenció con una voz tan baja, que no pude resistir añadir algo más. ¡Y vaya que lo hice!
Toda moral condena la venganza. ¡Oh, moral tonta, que no sabes del placer del desquite!
Con furiosa violencia lancé mis más terribles improperios al conductor. Su rostro recibió los escupitajos de mi rabiosa boca, convertida en vertedero de todos los infiernos. Como es costumbre ente mexicanos, con mis delirantes insultos puse en duda la honra de la prosapia del infeliz tipo.
Los testigos, mudos de la impresión sólo vieron a un lívido chofer que nada, absolutamente nada me replicó. ¡Cómo disfruté ese satánico silencio, premio de mi conducta! Yo era un demonio que reinaba en su justo principado. El papá tomó a la asustada bebé en brazos. ¿Lloraba porque segundos antes un imbécil motorizado iba a arrancarle la vida o porque ahora frente a ella un loco impío a gritos estentóreos acusaba de locura carretera a un loco en automóvil? La anónima familia miró con piedad a aquel hombre que había estado a punto de atropellarla. El padre ya no estaba indignado con su agresor. La conmiseración reinaba en el lugar. El tráfico, brevemente detenido por un semáforo en rojo, era ahora una gelatina congelada a punto de descuajarse. Al abandonar la escena, unas diabólicas carcajadas de satisfacción aderezaron mis pasos.
Hoy pude burlarme un instante de este mundo que científicos, panteístas y religiosos por igual, quieren venderme como si fuese asombrosamente bello en su regularidad.
11 comentarios:
je je je está bien chido! pero no es tan cierto que toda moral desecha la venganza. ¿donde está el ojo por ojo de los babilonios e israelitas? al fin y al cabo todo el aparato policial de un estado es una forma de encauzar la venganza de modo que no existan "respuestas desmesuradas"... por lo demás, buena escena no de venganza, sino de desahogo social
A veces "es justo y necesario", nunca mejor dicho!
Un abrazo y me encantan esos arranques.!
Juanele: Por eso te lo mandé, porque tu justa réplica me pone los pies en la Tierra. Y como decís vosotros los Franciscanos: Pax et bonum.
Oceanida: Un placer leerte.
Macanudo Nietzsche.
Agarrar al agresor por el pescuezo y convertirlo en agredido,para que aprenda a ser las dos cosas.
Saludos.
¡Ja ja ja! genetticca, tu comentario es el más maravilloso que he recibido aquí en mi blog, desde el Big Bang.
¡Salud delirante, paz loca y alegría sin serenidad!
No estaría de más echarle primero un vistazo al agresor por si luego no es tan fácil convertirlo en las dos cosas (agresor y agredido) ¿Y si resulta que el tio del coche es un gorila y te sacude?
Podría ser que entonces los transeúntes te abandonaran a tu suerte. Suele ocurrir.
¡Saludos!
Susie.
Hola, Susie. Los transeúntes fueron indiferentes a lo que sucedía entre el automovilista, la familia y yo.
Aquí una nota en la que narro cómo los transeúntes me dejaron a mi suerte:
México mágico, ¿barbarie sensata?
¿Qué dirías de mi que manejo MOTO?...
Felicidades cacho, solo puedo decir que la moral es la materia esencial de toda religión, así que probablemente Dios sea moralista. Si y no, perro si pero no. Saludos.
Genial, Max.
Alfredo: Si lo haces con precaución, serás el rey del camino.
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