Enrique Arias Valencia
Conozco Universum, el Museo de las Ciencias de la UNAM desde que fue abierto por vez primera. Este 12 de diciembre de 2009 Universum cumplió diecisiete años, y allá fui invitado por Pepe Sosa, el muy querido pianista del Coro Filarmónico Universitario, pues los festejos incluirían la intervención de este ateneo de reciente factura.
Como el concierto empezaba a las doce, y yo llegué desde las diez, aproveché la entrada gratuita al museo, y visité algunas de sus salas. La primera que llamó mi atención está dedicada a los dinosaurios del cretáceo. Enternecedor fue ver a una bebé asustada por el colosal tiranosaurio rey, mientras su mamá le decía que “No pasaba nada”. En uno de los extremos, había un robot del Kritosaurio, un dinosaurio pico de pato del que me encariñé durante mi adolescencia, pues entonces se acababan de descubrir sus restos en Parras, Coahuila. ¡Fue el primer dinosaurio mexicano del que tuve noticia! De niño, me habían cautivado estos animales, pero me entristecía el que no se hubiesen descubierto fósiles de ellos en mi país. Al menos, durante mi infancia, nadie me dio noticia de un dinosaurio mexicano. Ahora, frente a mí, el robot que evocaba a una prehistórica criatura coahuilense bramaba frente a una diminuta cría suya que se retorcía en su cascarón.
Una de las salas que más me gusta visitar es la dedicada a las matemáticas, porque en realidad, son las disciplinas que están más alejadas de mi espíritu. Alguna vez, poco antes del ocaso de su raciocinio, la Señorita Innombrable y yo sostuvimos un breve diálogo frente a la maqueta que ilustra el teorema de Pitágoras. Como tributo al eterno retorno de la diferencia, traviesa espiral, he de confesar que ella me comentó que fue el ingeniero José Luis Sosa quien le había enseñado los rudimentos de la demostración de cómo la suma de los cuadrados construidos en los catetos es igual al cuadrado trazado sobre la hipotenusa. En Universum usan un ingenioso sistema de vaciado de agua para ilustrar didácticamente el enunciado. Razón áurea y todo, a veces pienso que las matemáticas son como las mujeres hermosas: ideales inalcanzables, frías y bellas en su inhumana perfección. ¡Totalmente fuera de este mundo!
En la sala dedicada al Universo, es decir, una sala autorreferencial, me enteré de que hay un planeta enano que está lejísimos del Sol y que se llama Eris. Más tarde, consultando la Wikipedia supe que el dichoso planeta enano tiene un satélite llamado Disnomia. Si entendí bien, Eris es el planeta enano más alejado del Sol. Aparte de la discusión que desató la categorización de Eris, en el 2006, que degradó a Plutón, a veces pienso que si la clasificación de los planteas fuese moral, la Tierra sería un planetilla de tercera. Y en cósmica justicia poética, ese es el lugar que ocupa después del Sol.
Llegó la hora del concierto. Juro por Dios, quien no existe, que en ese momento me llamó mi esposa para reclamarme que en tanto que yo estaba ahí divirtiéndome como un vago, estaban bautizando a mi hijo. Lo único que acerté a contestarle a la voz desconocida, fue: “Señora, el número está equivocado”.
El introito consistió en la interpretación del himno universitario Gaudeamus Igitur, de letra ridícula y melodía hermosa. ¡Hasta le desean la muerte al Diablo! Pero, ¿qué nos ha hecho el pobre Diablo? Brahms incluyó el tema del Gaudeamus Igitur en una de las piezas que más me gustan: la espléndida y jocosa Obertura festival académico, Opus 80. No blasfemo si juro por Dios que amén del Gaudeamus yo clarito escucho un melisma del Himno a la alegría de Beethoven en medio de la selva de sonidos que esta alegre obertura brahmsiana. Aunque no cantaron esta estrofa, aquí la pongo para que vean de qué va el himno universitario. ¡Cómo me recordó a mi cara Carmina Burana!
Un solemne coral de Bach siguió a tan burlescos versos. Y fue un gusto y regocijo volver a escuchar algunos números de mi bienamado Himno de alabanza de Mendelssohn. El número 8, Coral: Andante con moto. Un poco più animato. Con esta música, transfigurado mi espíritu por la desquiciante mirada dionisiaca del mundo, sí me dan ganas de disponerme de dar gracias a Dios.
Un Ave María de Bruckner y el Ave Verum de Mozart fueron dos momentos de sublime grandeza, sólo superados por el maravilloso número 4 del Himno de alabanza de Mendelssohn. Coro: “Saget es, die ihr erlöset seid” -A tempo moderato-. ¡Así, es! Este año pude disfrutar dos veces con esta música en vivo, la primera vez completita, en la Neza, muy cerca de donde me encontraba; y ahora en medio de una maravillosa selección coral. Quizá Dios antes de morir, dejó dispuesto en su testamento una herencia de maravilla acústica para mí.
Tras el concierto, mis amigos del coro me comentaron que se oía mucho ruido en el patio. ¡Estas son las ventajas de que yo sólo sea un aficionado! Yo no escuché interrupción alguna, esa mañana sólo éramos la música y yo, como era en un principio y como no debió de dejar de ser nunca. ¡En toda mi muy diletante y siempre ditirámbica vida jamás he escuchado una sola voz desafinada! En lontananza, una bebé sollozaba en silencio. Era demasiado pequeña como para conmoverse con el Te decet hymnus de Verdi, por lo que supuse que sufría por cuestiones de bebé. El papá advirtió que la nena lloraba durante un Requiem, y dirigió su cámara digital hacia la desconsolada mirada de su hijita, quien por supuesto, sonrió al ver la lente y echó a perder la filmación. ¡Je je je, los niños!
La niña ya no lloraba cuando se presentó el Sanctus y el Agnus Dei de la Misa de difuntos de Mozart. Cuando estaba por comenzar el penúltimo número, el director del coro se refirió a cierto rey inglés de cuyo nombre nadie quiso acordarse, quien se levantó jubiloso cuando escuchó por primera vez la obra que seguía. Como yo ya sabía de qué iba la cosa, me puse de pie. Molesto, un padre de familia me pidió que tomara asiento. Pero cuando se escucharon las primeras notas del Aleluya de Handel, toda la sala estaba altiva. Giré para ver al caballero que me había pedido que me sentara. Se había alzado a duras penas con sendos niños bajo los brazos en jarras. ¡Se veía muy gracioso! Había, pues muchos niños en el patio techado donde se representaba el concierto, porque entre otras cosas se iba a inaugurar Golem, un salón de inteligencia artificial con muchas atracciones para los pequeñuelos, según pude entender. También daría comienzo una sala dedicada a las plantas medicinales del Pedregal, uno de los ecosistemas más ricos del mundo, y que sirve de marco al museo.
El Pedregal de San Ángel se formó tras una violenta erupción del Volcán Xitle, la cual arruinó una incipiente civilización en Cuicuilco y dejó un enorme terreno cubierto por lava, que fue reconquistado por plantas y animales, convirtiéndolo en una rica muestra de vida terrestre. Por supuesto que mi paganismo irreverente me ha llevado varias veces a la cima de la así llamada pirámide de Cuicuilco, en realidad basamento prehispánico dedicado a la observación serena del nacimiento del dios Sol.
Tras un breve intermedio, el Coro Filarmónico Universitario le cantó "Las mañanitas" a Universum, y así terminó un concierto inolvidable en uno de los museos que más me gustan.
Pude ver al doctor René Drucker, quien es el titular de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, y al astrónomo José de la Herrán, autor de un atlas cósmico que compré en la Edad de Oro. Muchos otros científicos estaban presentes, pero mi memoria de ostión no da para que les pueda mencionar.
Conozco Universum, el Museo de las Ciencias de la UNAM desde que fue abierto por vez primera. Este 12 de diciembre de 2009 Universum cumplió diecisiete años, y allá fui invitado por Pepe Sosa, el muy querido pianista del Coro Filarmónico Universitario, pues los festejos incluirían la intervención de este ateneo de reciente factura.
Como el concierto empezaba a las doce, y yo llegué desde las diez, aproveché la entrada gratuita al museo, y visité algunas de sus salas. La primera que llamó mi atención está dedicada a los dinosaurios del cretáceo. Enternecedor fue ver a una bebé asustada por el colosal tiranosaurio rey, mientras su mamá le decía que “No pasaba nada”. En uno de los extremos, había un robot del Kritosaurio, un dinosaurio pico de pato del que me encariñé durante mi adolescencia, pues entonces se acababan de descubrir sus restos en Parras, Coahuila. ¡Fue el primer dinosaurio mexicano del que tuve noticia! De niño, me habían cautivado estos animales, pero me entristecía el que no se hubiesen descubierto fósiles de ellos en mi país. Al menos, durante mi infancia, nadie me dio noticia de un dinosaurio mexicano. Ahora, frente a mí, el robot que evocaba a una prehistórica criatura coahuilense bramaba frente a una diminuta cría suya que se retorcía en su cascarón.
Una de las salas que más me gusta visitar es la dedicada a las matemáticas, porque en realidad, son las disciplinas que están más alejadas de mi espíritu. Alguna vez, poco antes del ocaso de su raciocinio, la Señorita Innombrable y yo sostuvimos un breve diálogo frente a la maqueta que ilustra el teorema de Pitágoras. Como tributo al eterno retorno de la diferencia, traviesa espiral, he de confesar que ella me comentó que fue el ingeniero José Luis Sosa quien le había enseñado los rudimentos de la demostración de cómo la suma de los cuadrados construidos en los catetos es igual al cuadrado trazado sobre la hipotenusa. En Universum usan un ingenioso sistema de vaciado de agua para ilustrar didácticamente el enunciado. Razón áurea y todo, a veces pienso que las matemáticas son como las mujeres hermosas: ideales inalcanzables, frías y bellas en su inhumana perfección. ¡Totalmente fuera de este mundo!
En la sala dedicada al Universo, es decir, una sala autorreferencial, me enteré de que hay un planeta enano que está lejísimos del Sol y que se llama Eris. Más tarde, consultando la Wikipedia supe que el dichoso planeta enano tiene un satélite llamado Disnomia. Si entendí bien, Eris es el planeta enano más alejado del Sol. Aparte de la discusión que desató la categorización de Eris, en el 2006, que degradó a Plutón, a veces pienso que si la clasificación de los planteas fuese moral, la Tierra sería un planetilla de tercera. Y en cósmica justicia poética, ese es el lugar que ocupa después del Sol.
Llegó la hora del concierto. Juro por Dios, quien no existe, que en ese momento me llamó mi esposa para reclamarme que en tanto que yo estaba ahí divirtiéndome como un vago, estaban bautizando a mi hijo. Lo único que acerté a contestarle a la voz desconocida, fue: “Señora, el número está equivocado”.
El introito consistió en la interpretación del himno universitario Gaudeamus Igitur, de letra ridícula y melodía hermosa. ¡Hasta le desean la muerte al Diablo! Pero, ¿qué nos ha hecho el pobre Diablo? Brahms incluyó el tema del Gaudeamus Igitur en una de las piezas que más me gustan: la espléndida y jocosa Obertura festival académico, Opus 80. No blasfemo si juro por Dios que amén del Gaudeamus yo clarito escucho un melisma del Himno a la alegría de Beethoven en medio de la selva de sonidos que esta alegre obertura brahmsiana. Aunque no cantaron esta estrofa, aquí la pongo para que vean de qué va el himno universitario. ¡Cómo me recordó a mi cara Carmina Burana!
Vivant omnes virgines,
faciles, formosae
vivant et mulieres
tenerae, amabiles
bonae, laboriosae.
faciles, formosae
vivant et mulieres
tenerae, amabiles
bonae, laboriosae.
Un solemne coral de Bach siguió a tan burlescos versos. Y fue un gusto y regocijo volver a escuchar algunos números de mi bienamado Himno de alabanza de Mendelssohn. El número 8, Coral: Andante con moto. Un poco più animato. Con esta música, transfigurado mi espíritu por la desquiciante mirada dionisiaca del mundo, sí me dan ganas de disponerme de dar gracias a Dios.
Un Ave María de Bruckner y el Ave Verum de Mozart fueron dos momentos de sublime grandeza, sólo superados por el maravilloso número 4 del Himno de alabanza de Mendelssohn. Coro: “Saget es, die ihr erlöset seid” -A tempo moderato-. ¡Así, es! Este año pude disfrutar dos veces con esta música en vivo, la primera vez completita, en la Neza, muy cerca de donde me encontraba; y ahora en medio de una maravillosa selección coral. Quizá Dios antes de morir, dejó dispuesto en su testamento una herencia de maravilla acústica para mí.
Tras el concierto, mis amigos del coro me comentaron que se oía mucho ruido en el patio. ¡Estas son las ventajas de que yo sólo sea un aficionado! Yo no escuché interrupción alguna, esa mañana sólo éramos la música y yo, como era en un principio y como no debió de dejar de ser nunca. ¡En toda mi muy diletante y siempre ditirámbica vida jamás he escuchado una sola voz desafinada! En lontananza, una bebé sollozaba en silencio. Era demasiado pequeña como para conmoverse con el Te decet hymnus de Verdi, por lo que supuse que sufría por cuestiones de bebé. El papá advirtió que la nena lloraba durante un Requiem, y dirigió su cámara digital hacia la desconsolada mirada de su hijita, quien por supuesto, sonrió al ver la lente y echó a perder la filmación. ¡Je je je, los niños!
La niña ya no lloraba cuando se presentó el Sanctus y el Agnus Dei de la Misa de difuntos de Mozart. Cuando estaba por comenzar el penúltimo número, el director del coro se refirió a cierto rey inglés de cuyo nombre nadie quiso acordarse, quien se levantó jubiloso cuando escuchó por primera vez la obra que seguía. Como yo ya sabía de qué iba la cosa, me puse de pie. Molesto, un padre de familia me pidió que tomara asiento. Pero cuando se escucharon las primeras notas del Aleluya de Handel, toda la sala estaba altiva. Giré para ver al caballero que me había pedido que me sentara. Se había alzado a duras penas con sendos niños bajo los brazos en jarras. ¡Se veía muy gracioso! Había, pues muchos niños en el patio techado donde se representaba el concierto, porque entre otras cosas se iba a inaugurar Golem, un salón de inteligencia artificial con muchas atracciones para los pequeñuelos, según pude entender. También daría comienzo una sala dedicada a las plantas medicinales del Pedregal, uno de los ecosistemas más ricos del mundo, y que sirve de marco al museo.
El Pedregal de San Ángel se formó tras una violenta erupción del Volcán Xitle, la cual arruinó una incipiente civilización en Cuicuilco y dejó un enorme terreno cubierto por lava, que fue reconquistado por plantas y animales, convirtiéndolo en una rica muestra de vida terrestre. Por supuesto que mi paganismo irreverente me ha llevado varias veces a la cima de la así llamada pirámide de Cuicuilco, en realidad basamento prehispánico dedicado a la observación serena del nacimiento del dios Sol.
Tras un breve intermedio, el Coro Filarmónico Universitario le cantó "Las mañanitas" a Universum, y así terminó un concierto inolvidable en uno de los museos que más me gustan.
Pude ver al doctor René Drucker, quien es el titular de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, y al astrónomo José de la Herrán, autor de un atlas cósmico que compré en la Edad de Oro. Muchos otros científicos estaban presentes, pero mi memoria de ostión no da para que les pueda mencionar.
6 comentarios:
Amena historia.
Saludos!
¡Yo quiero ir a ese museo!
Jack y Anthares:
¡Les agradezco con todo el corazón sus comentarios!
Da gusto sentirse tan cerca de ti cuando hablas de la música y especificas con corcheas y allegratos tanta sinfonia.
Tocas algún instrumento?
Mi fustración es no tocar ninguno, el piano y la guitarra, me apasionan,también el resto.
Siempre he comparado una orquesta, cada quien con su partitura y su instrumento, tocando hasta unirse en un mismo son.
Pienso que algún día todos los humanos en su diversidad acabaran uniéndose para un mismo y mutuo acuerdo.La paz y el amor por todo y para todos.
Saludos
¡Hola, genetticca.
Tu ética es genial.
¡Salud, paz y alegría!
genetticca:
Me preguntas si toco algún instrumento.
Sólo tengo nociones generales de música. Soy un aficionado.
Llegué a dar clases de canto a una amiga, pero mi voz no está bien educada.
¡Saludos!
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